—¿Por qué?
—Me gusta aprender cosas nuevas y... olvídalo.
—Cuéntamelo, Paula, puedes confiar en mí.
Ella sacudió la cabeza haciendo que los rizos de su pelo se agitaran. Luego, lo miró directamente a los ojos.
—Sé que de esa manera, siempre me quedará algo cuando la relación haya terminado —dijo Paula alejándose de él. Caminaba sobre una gruesa capa de nieve—. Mi madre dice que es porque no creo que el hombre de mis sueños sea un hombre real.
—¿Y tú qué piensas?
—Creo que mi madre se cree a pies juntillas todo lo que dicen esos libros que lee, pero no puedo decírselo.
—Entonces, ¿Por qué piensas eso?
—No estoy segura.
—Tengo una teoría —dijo él.
—Hace sólo dos días que me conoces y no creo que tengas demasiada información para haber llegado a una conclusión.
—¿La quieres oír o no?
Paula lo miró por encima del hombro. Estaba comenzando a nevar de nuevo y Pedro se quitó la bufanda y la colocó alrededor del cuello de ella.
—Creo que se debe a tu trabajo —explicó él.
—¿Cómo?
—Creo que es por lo que te cuentan tus oyentes. Tienes miedo a mantener una relación porque crees que será un fracaso.
—Tú no sabes...
Él colocó un dedo sobre los labios de ella. Paula se había puesto a la defensiva.
—No tienes por qué defenderte, sólo es mi opinión.
Paula se dió cuenta de que había hablado demasiado y decidió que tenía que mantener las distancias entre ellos. Mientras caminaban tranquilamente por el parque, hablaron de música y libros. No se sorprendió cuando le dijo que apenas guardaba los libros unos meses. Ella no podía imaginarse sin sus novelas favoritas, las cuales podía releer cuando quisiera. No podía evitar pensar en lo que él le había dicho respecto a su miedo a mantener una relación. Toda la vida había puesto barreras entre ella y los demás. En la radio se sentía segura y por eso pensaba que le sería imposible desempeñar otro trabajo. Poco a poco, fue amaneciendo. Tenía mucho frío y volvieron al coche. Pedro encendió la calefacción y sirvió una taza de sopa de verduras. Trató de acercarse a ella, pero Paula se retiró.
—Esta noche era el último programa en horario nocturno, ¿Verdad? —preguntó él.
Paula se echó hacia atrás en el asiento dejando que la calidez del cuero calentara su cuerpo.
—Sí, a partir del lunes el programa se hará por la mañana.
—Con tu voz y tu entusiasmo lo tienes que hacer muy bien.
Tenía razón. Federico llevaba años diciéndole que se cambiara al turno de mañana donde conseguiría más audiencia. Pero a Lauren le gustaba la intimidad de la noche. Además, tenía seguidores muy fieles, aunque fueran pocos.
—Eso espero. Fede me ha cambiado a ese turno para promocionar el concurso del día de San Valentín.
—¿El concurso ése de Un kilómetro de hombres?
—Es un concurso muy sexista. Si yo organizara Un kilómetro de mujeres, apuesto a que te enfadarías.
Ella se rió porque estaba empezando a conocerlo. Era diferente a como se lo había imaginado en un principio. Especialmente en lo que a mujeres se refería. Era más atento de lo que parecía.
—Lo sé. Tienes razón, pero la sociedad permite este tipo de concursos.
—¿Te vas a aprovechar de eso mientras puedas? —preguntó él.
Él colocó su brazo tras el asiento de ella y ella se echó hacia la puerta para mantener las distancias.
—Los hombres lo han estado haciendo durante mucho tiempo. Ahora es nuestro turno —dijo ella, aunque no le apasionaba la batalla de los sexos.
—¿Vas a tomar parte en ese concurso? ¿Por eso Fede te cambió de turno?
—En parte sí. También es cierto que reté a mis oyentes para que me ayudaran a encontrar al hombre perfecto.
—¿Y yo qué soy, un entretenimiento?
—Todavía no lo sé.
Pedro la rodeó con su brazo acercándola hacia él. Sabía que nada de eso tenía sentido, pero le agradaba estar a su lado. Esa era su fantasía, estar junto a él, dejar que su calor rodease su cuerpo mientras su fragancia y su voz embriagaban el resto de sus sentidos.
—Pareces asustada. No te voy a hacer nada —dijo él.
Tomó un mechón del pelo de ella y lo enredó entre sus dedos como solían hacer todos los hombres. Sus rizos eran una tentación difícil de evitar.
—No estoy asustada —contestó ella.
Había llegado el momento de poner fin a las dudas. No iba a dejar que pasara aquella noche sin que tomaran una decisión respecto a la mutua atracción que sentían.
—Entonces, ¿Qué te pasa? —preguntó él sin soltar su pelo.
—¿Prometes que no te reirás? —preguntó ella.
¿Acaso importaba? Su hermano, Gonzalo, siempre le decía que se preocupaba demasiado por lo que pensaban los demás.
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