jueves, 31 de agosto de 2017

Guerra De Amor: Capítulo 28

—No importa —repuso ella.

Se sentía como una estúpida. Estaba casi desnuda y era totalmente vulnerable a aquel hombre. No quería darle más motivos que pudiera utilizar contra ella. Él inclinó la cabeza y la besó. Fue uno de sus largos y apasionados besos que la hizo olvidarse incluso de respirar. Paula colocó las piernas alrededor de las caderas de Pedro y deseó poder hacer lo mismo con los brazos. Lo abrazó con fuerza, pero todavía lo deseaba más próximo. Necesitaba hacer desaparecer las prendas que los separaban. Sólo entonces sería feliz y se sentiría completa. Pudo sentir la firme erección de él contra su cuerpo. Se sentía húmeda, lista para él. Pero él no hacía nada por acelerar el momento de pasión.

—¿Por qué estás haciendo todo esto?

Ella cerró los ojos. Él no estaba dispuesto a dejarse llevar.

 —Porque has tenido muchas amantes y no quiero perderme en ese océano.

Pedro maldijo en voz baja, pero con tal intensidad que ella sintió miedo. Soltó sus muñecas y tomó el rostro de Paula entre las manos.

—Tú nunca podrías ser parte del océano. Eres la mujer que más me ha impresionado.

Sus palabras le hicieron desear poseerla en cuerpo y alma. La sensual atmósfera que Paula había tratado de crear se había esfumado. Había comprendido demasiado tarde lo que ella pretendía y eso le hacía desear tomarla entre sus brazos y prometer protegerla. Un juramento como los de los caballeros de esos cuentos de hadas con los que ella tanto soñaba. Pero sabía que el celibato no tenía cabida en ninguno de los votos de un caballero. Esa noche, tenía que mostrarle sin dejar duda alguna lo que ella significaba para él. Descansaba las manos sobre su pecho y jugueteaba con el vello masculino. Pedro sentía continuos estremecimientos en su espalda y cerró los ojos tratando de mantener el control.

—¿Acaso te he hecho cambiar de opinión y quieres irte a tu casa?

Él se frotó contra ella, haciéndola sentir su erección.

—¿Responde esto a tu pregunta?

—Entonces, ¿Qué estás esperando?

 Él le quitó la prenda que cubría su pecho y se echó hacia atrás para observarla. Ya le parecía una mujer preciosa y su forma física sólo completaba la obra maestra que ya era Paula. Su piel tenía un tono aceitunado y sus pechos eran generosos aunque no muy grandes y estaban coronados con aquellos pezones rosados tan tentadores. Suspiernas eran largas y suaves. Alargó una mano y acarició su pierna izquierda. Llevaba las uñas de los pies pintadas de un color rojo intenso y un anillo en uno de los dedos. Tomó su pie y acarició el anillo.

—¿Por qué llevas esto?

—Acabo de cumplir treinta años y me pareció apropiado.

Deseaba cubrirla de joyas, distinguirla de las demás como suya y que otros hombres supieran que no estaba disponible. Pero era demasiado pronto para pensar en eso. Y él no era un hombre posesivo. Subió su mano hasta el muslo y se detuvo. Podía oler su excitación y eso lo volvía loco. Estaba listo para ella. Separó sus muslos y hundió la cabeza entre ellos para saborearla. Ella dejó escapar un gemido y agarró con fuerza su cabeza mientras levantaba las caderas hacia su boca. Él la saboreó. Estaba caliente y excitada. Le retiró las manos de la cabeza y le hizo colocarlas sobre sus senos, haciendo que ella misma se los acariciara mientras él continuaba disfrutando de su entrepierna.

Paula  se retorcía en la cama, acariciándose los pechos ya sin la dirección de las manos de Pedro. Él deslizó la mano hasta sus glúteos y la levantó, haciendo que su cuerpo se abriera aún más a la curiosidad de su lengua. Ella se estremeció y clavó las uñas en la espalda de Pedro. A continuación le bajó los pantalones e hizo lo mismo con los calzoncillos. Ese movimiento hizo que su cuerpo se ondulara contra el suyo y fue el último antes de dar rienda suelta a su pasión. Él se colocó sobre ella y la penetró. Paula estaba caliente y húmeda. De pronto, se dió cuenta de que se había olvidado de ponerse un preservativo y se retiró. No llevaba ninguno esa noche y eso era extraño en él.

—¿Qué ocurre? —preguntó Paula.

Sus ojos brillaban y todo su cuerpo ardía en deseo. Levantó las caderas buscando encontrarse con su miembro erecto. El gruñó.

—No llevo protección —dijo él.

Apenas podía pensar, mucho menos articular palabra.

—Tomo la pildora —dijo ella acariciando la longitud de su miembro.

Paula lo condujo hacia su entrepierna y él se hundió de nuevo en su interior. Era como volver a casa. No podía seguir pensando, sólo podía prestar atención a los gemidos que dejaba escapar en su camino al orgasmo. Ella lo rodeó con las piernas y levantó las caderas para que él la penetrara más profundamente. Entonces, mientras Pedro llegaba al orgasmo, pronunció su nombre. Luego, él se quedó tumbado sobre ella, descansando la cabeza sobre sus pechos, mientras ambos volvían a la realidad.

Guerra De Amor: Capítulo 27

Paula encendió la lámpara de la mesilla antes de mirar a Pedro. Él se quedó parado en mitad de la habitación. Se quitó los zapatos y los calcetines. Le gustaba que no fuera tímida por nada. A pesar de su clase y de sus modales,  era un hombre muy sencillo.

—Está bien. Ya me he quitado los calcetines. Pongámonos manos a la obra.

—Dame un respiro.

—¿Cómo?

 —¿Alguna vez ha servido de algo esa frase?

—Estoy probando cosas nuevas contigo.

—¿Por qué?

—Porque lo habitual no parece funcionar contigo.

Ella se sentía halagada.

—Siéntate en la cama.

Él obedeció. Había unas diez almohadas en la cabecera de la cama. Pedro las colocó cuidadosamente detrás de su espalda, cruzó las manos detrás de la cabeza y se tumbó.

—Estoy listo —dijo.

Era una frase arrogante como una orden dada por un hombre que sabía que estaba al mando.

—Pues yo no —repuso ella.

 Todavía llevaba los mismos vaqueros y el jersey con los que había ido aquella mañana a trabajar. No eran precisamente prendas para seducir, pero Lauren se sentía sexy. Encendió las velas que había sobre la cómoda y apagó la luz. Después, entró en su vestidor y se quitó la ropa. Sacó un camisón corto de uno de los cajones, se lo puso y volvió al dormitorio. Pedro dejó escapar un silbido de admiración y arqueó las cejas.

 —Muy bonito.

 Se sentía atractiva con aquella prenda, a pesar de que no tuviera el cuerpo de una modelo. Ella era toda una mujer y sabía disfrutar en la cama. El aroma de las velas invadió la estancia. Pedro se había quitado la camisa y el cinturón mientras ella se cambiaba. Paula admiró las líneas de su pecho y advirtió que una fina línea de vello recorría su vientre. El botón de sus pantalones estaba abierto, pero no así la cremallera. Sus pezones estaban duros y su erección era evidente a través de los pantalones. Paula fue hasta el equipo de música tratando de controlarse. Revisó todos los álbumes que tenía y finalmente se decidió por las canciones de amor de Norah Jones.

—Si ese disco es Manilow, me gusta.

Ella afirmó con la cabeza, disfrutando del movimiento de su pelo sobre su espalda. Se giró y lo miró por encima del hombro. Él  estaba observando su trasero. Se le cayó el estuche de los CDs y se agachó para recogerlo. Él se puso de pie de un salto.

—Deja ya de provocarme. Lo único que tienes que hacer es meterte en la cama —dijo Pedro y antes de que Paula pudiera contestar, la tomó entre sus brazos y en dos pasos, la depositó sobre la cama y la sujetó poniendo una mano sobre su estómago mientras él se colocaba entre sus piernas—. Esto está mejor que la música y las velas.

Colocó sus manos por encima de su cabeza y la sujetó agarrándola por las muñecas. Hundió el rostro en su cuello y comenzó a besarla. Paula trató de soltarse, pero él la sujetó con más fuerza. Ella deslizó una de sus piernas entre las suyas y acarició con los dedos de los pies la parte trasera de sus piernas. Le gustaba el tacto del vello masculino. Ella arqueó el cuerpo contra el de Pedro , que dejó escapar un gemido. El comenzó a lamerle los senos, cada vez más cerca de sus ardientes pezones, pero sin llegar a rozarlos.

—Pepe, por favor —dijo ella, agitándose para tratar de llevar uno de sus pezones a la boca de él.

—Por favor, ¿Qué? —preguntó él apoyando la barbilla sobre el esternón de Paula y mirándola fijamente.

—Deja de torturarme.

—Creía que de eso se trataba todo esto —dijo él señalando con la cabeza las velas y las almohadas.

Paula estaba muy excitada y necesitaba sentir sus caricias por todo el cuerpo.

—Estás equivocado.

Pedro  se reclinó hacia la izquierda y Lauren pudo sentir la calidez de su respiración sobre el pecho. Su pezón se endureció aún más. Ella arqueó la espalda y trató de colocarse a su lado, pero él se incorporó apoyándose sobre el codo izquierdo.

—Maldita sea.

—Shhh. Ahora estoy yo al mando.

—Siempre lo has estado —apuntó ella.

—¿Por qué dices eso?

Guerra De Amor: Capítulo 26

Cruzó el salón y abrió la puerta de cristal. Salió al patio y se quedó escuchando los sonidos de la noche. La nieve que había caído durante el día lo cubría todo. Hacía frío, pero se sentía a gusto. Le ayudaba a pensar en otras cosas que no fueran Paula. Pero eso sólo funcionó durante unos minutos. Le gustaba su casa. Era un fiel reflejo de la mujer que vivía en ella. Era evidente que su familia se mantenía muy unida. Además de las fotografías que había visto en la cocina, también había otras en el pasillo y sobre la chimenea. Le habría gustado que sus padres hubieran visto la casa de ella. Quizá así se habrían dado cuenta de que tener una pareja tras otra no era la solución para el tipo de familia que trataban de formar.

—¿Quieres un chocolate caliente? —preguntó ella desde la puerta.  Él se giró para mirarla. La veía a contraluz. Apoyaba el peso de su cuerpo sobre una cadera y estaba descalza. Se la veía más atractiva que a una modelo de pasarela—. Las únicas respuestas posibles son sí o no —añadió Paula, ofreciéndole su mano.

Deseaba tomar su mano, pero no quería entrar en la casa para seguir charlando y revelarle más detalles sobre su desapegada familia. Quería dejar aquella fase para pasar a la siguiente.

—Sí, quiero algo caliente —dijo Pedro tomando su mano y atrayéndola hacia él.

Advirtió que estaba temblando y decidió que debían volver adentro. Pero le gustaba la idea de darle calor en aquella fría noche, por lo que la estrechó entre sus brazos y le frotó la espalda con energía hasta que dejó de temblar. Le gustaba cómo las curvas de su cuerpo encajaban a la perfección con el suyo.

—¿Te importa si es chocolate instantáneo? De hecho, es así como me gusta el chocolate.

—Te estás yendo por las ramas —comentó él.

Paula debía de estar nerviosa y se imaginaba por qué. Las cosas entre ellos habían cambiado y sospechaba que los dos deseaban el mismo final para aquella noche. Pero eso siempre llevaba algunos pasos que podían ser lentos y laboriosos.

—¿En qué estabas pensando ahí fuera? —preguntó ella ladeando la cabeza.

Él se inclinó. Tenía la boca más deseable que nunca había visto. Rozó con sus labios los de ella y ella lo tomó por los hombros. La deseaba tanto que nada más le importaba en ese momento. Ella recorrió con la lengua la forma de sus labios y acarició su cabeza. Se puso de puntillas y lo besó apasionadamente. Por primera vez, él permitió que fuera ella la que controlara la situación y tomara la iniciativa. Y eso le gustó. No era tímida ni dubitativa.

Pedro acarició su espalda de arriba abajo y dejó que fueran los lentos movimientos de su boca los que marcaran el ritmo. Era agradable disfrutar del momento y del sabor y de las caricias del otro. Su sangre corría con fuerza por sus venas y ya no sentía frío. Cada vez sentía más calor. Sólo había algo que le podía aliviar y estaba entre sus brazos. Ella se apartó y lo miró con sus grandes ojos. No quería volver a su casa a dormir solo. Paula tomó su rostro entre las manos y acarició su incipiente barba. Pedro deseó quedarse así para siempre.

—¿En qué estabas pensando? —repitió ella.

—En lo mucho que te deseo —respondió él con sinceridad—. Te deseo más que a ese chocolate caliente.

Ella se mordió el labio inferior.

—¿Quieres que veamos una película? —preguntó Paula y él negó con la cabeza— ¿Prefieres verme a mí?

—¿Y qué harás?

—Seducirte con los secretos que he aprendido de una amiga mía que estuvo en un harén.

—Si estás nerviosa o tienes dudas, me iré.

—¿Quieres irte? —preguntó ella con voz sensual.

—No, querida. Quiero quedarme aquí toda la noche.

Paula lo condujo al interior de la casa, hasta su dormitorio.

—No decía en broma lo de mi amiga y el harén. Voy a hacer que sientas cosas que nunca has sentido, Pedro.

Guerra De Amor: Capítulo 25

—Mi abuela me enseñó a cocinar. Mi madre siempre estaba demasiado ocupada para aprender y mi abuela llegó a pensar que nunca tendría cerca a una niña a la que enseñar todo lo que ella había aprendido en su vida. No sé cómo explicarlo, pero me sentía tan especial cuando estaba con ella en la cocina...

—Tu familia está muy unida y mantiene muchas tradiciones —dijo Pedro.

 Su tono parecía de envidia, pero era imposible. Tenía todo lo que cualquier hombre querría tener. ¿Por qué iba a sentir envidia de ella? Nunca antes lo había pensado, pero él tenía razón. Su familia conservaba tradiciones que casi parecían rituales.

—Estoy segura de que la tuya también. ¿No decías que tu madre te llama muy a menudo?

—Sí, pero mi familia no tiene nada que ver con la tuya. Mi madre era huérfana y mi padre... digamos que tuvo sus diferencias con su familia antes de triunfar.

Paula se sintió triste por lo que le acababa de decir. Su familia estaba compuesta tan sólo por su hermano Federico, su madre y él.

—¿Le aceptaron después de hacerse famoso?

—Lo intentaron. Pero el viejo Horacio no estaba dispuesto a perdonar y olvidar, así que se desentendió de ellos, claro que lo dijo con otras palabras más vulgares y no hemos vuelto a tener noticias de ellos desde entonces.

—Puedo hablar con mi madre si queréis ir a su programa. Se le da bien arreglar ese tipo de entuertos.

—No, no nos gusta la publicidad.

 —¿Por qué no?

—Quizá porque mi padre siempre la buscó —dijo Pedro.

 Paula sabía que no quería seguir hablando. Recordaba haber visto una fotografía en el despacho de Federico de los dos hermanos junto a sendas motos, vestidos con idénticos trajes de la bandera estadounidense. Aunque no iba a hacer ninguna pregunta más, estaba segura de que la foto había sido hecha después del accidente de su padre. No entendía cómo alguien podía mostrar tan poco interés en las cuestiones de su propia familia.

—Siento que no conocieras a tus abuelos. A mi abuelo le encantaba mimarnos a Gonzalo y a mí. Siempre nos compraba caramelos y bromeaba con nosotros en la mesa mientras comíamos. No puedo imaginar no haber tenido esos momentos.

—Uno nunca los echa de menos si no los ha tenido.

 Pedro no dijo nada más y siguió comiendo.

—Gracias por el CD.

—¿Lo has escuchado?

—No. Ya te dije que a los hombres no nos gusta esa clase de música.

—¿Qué te parece si te mando un CD que te guste?

—¿De qué?

—De mis mejores peticiones.

—¿Tienes eso?

—Sí. La Navidad pasada, la emisora editó un CD de mi programa para recaudar fondos para causas benéficas. Todos tus favoritos están ahí.

 —¿Cómo lo sabes?

—Porque son todas lentas y sexys. Marvin Gaye, Stevie Ray Vaughan... todas aquéllas a las que te referiste la primera noche que me recogiste.

 —Debe de ser por eso por lo que me gustas —dijo soltando el tenedor.

—¿Por qué?

—Porque eres dulce y sexy.

No pudo contestar a eso porque sabía hacia dónde les estaba llevando la noche y temía intimar con él aún más de lo que lo estaba haciendo. Nada más acabar de cenar, el teléfono de Paula sonó.

—Es mi madre, ¿Te importa? —dijo ella mirando la pantalla del teléfono.

—En absoluto. Te dejaré a solas —contestó él.

martes, 29 de agosto de 2017

Guerra De Amor: Capítulo 24

El teatro Fox había sido renovado recientemente y el edificio destacaba en la avenida Woodward. Pedro buscó a Paula sin estar seguro de que hubiera llegado. La había dejado en la emisora para que recogiera su coche. Miró su reloj por tercera vez y se obligó a no volver a hacerlo.

—Siento llegar tarde —dijo Paula apareciendo por detrás de él. La observó. Le hacía sentir bien, pero no estaba dispuesto a dejarse llevar por esos sentimientos—. Fede también viene.

—Estupendo. Es justo lo que necesitaba, mi hermano pequeño rondando mientras yo te cortejo.

—¿Es por eso por lo que estás aquí, para cortejarme?

—No voy a responder a esa pregunta.

—Tú eres el que lo ha dicho —dijo ella.

Pedro sabía que estaba bromeando. No había tono de enfado en su voz. A ella le gustaba provocarlo tanto como a él que lo hiciera.

—¿Qué hay de malo en cortejar a alguien?

—Nada. Sólo que los hombres piensan que es un fastidio, una obligación.

—Ay, querida, hay algo en tí que es un fastidio.

—¿De veras? —preguntó ella, con los ojos abiertos como platos y ladeando la cabeza, algo que solía hacer cada vez que no lo comprendía.

¿Se estaba mostrando vulnerable ante ella? No quería que se diera cuenta de que lo único que se le daba bien era cortejar a una mujer. Era un experto diciendo y haciendo cosas sólo durante un tiempo. Nunca había sabido cuándo el cortejo dejaba de ser suficiente para mantener una relación. Se acercó para besarla porque ella lo tentaba haciéndole creer en todas aquellas cosas que sabía que no eran reales. Ella dejó escapar un suspiro y Jack saboreó su boca, haciéndole inclinar la cabeza hacia atrás para demostrarle su superioridad. Era un gesto calculado. Las manos que rodeaban su cuello estaban frías, pero sus labios estaban calientes. Ella tensó los dedos sobre sus hombros, clavándole las uñas en la piel a pesar de la camisa. Él  la rodeó por la cintura y la levantó del suelo. Ella no hizo nada por evitarlo, todo lo contrario. Lo atrajo más hacia sí y estrechó sus caderas contra las suyas, haciéndole entender que no era él el que llevaba la iniciativa.

—Vayanse a una habitación —dijo Fede.

Pedro no se separó de Paula, pero alargó una mano para rozar el hombro de su hermano. Ella se apartó. Sus labios estaban húmedos. Necesitaba estar con ella más que unos minutos. Quería tenerla desnuda a su lado. Cada vez más se la imaginaba de esa manera.

—¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó Fede—. Pensé que no te gustaba humillarte en público por una mujer.

Pedro gruñó. Era evidente que su hermano estaba de muy buen humor, lo cual significaba que iba a ser una molestia.

—Paula, cariño, ¿Te importa mirar para otro lado un segundo?

—¿Por qué?

—Para que pueda retorcerle el brazo a mi hermano y hacer que se comporte.

—¿Pretendes pegar a tu hermano pequeño? Pensé que ya habías madurado. Aunque la verdad es que siempre te gustó ejercer de hermano mayor.

Paula se rió y se colocó entre los dos.

—De hecho, estoy aquí porque tu relaciones públicas, Tamara Rogers, me dijo que me escogería de la fila.

Paula  tomó a Pedro de la mano y lo condujo hasta donde estaban Rolo y Vanina. Él  la observaba, deseando salir del teatro e ir a un sitio más tranquilo. Había dejado de pensar en romance y seducción, ignorando todas las cosas que le gustaba hacer con las mujeres. Se acercó hasta ella y la rodeó con un brazo, atrayéndola hacia su pecho. Ella abrió el bolso y sacó un CD. Miró por encima de su hombro y advirtió que era Manilow Scores.

—Tu secreta obsesión va a ser conocida por todo el mundo si llevas eso en el bolso.

—Es un regalo para tí —dijo ella mientras Pedro se lo guardaba en el bolsillo de su abrigo—. Creo que mi obsesión ha cambiado.

Pedro llevó el postre y abrió una botella de vino mientras ella se ocupaba de los últimos detalles para la cena. Le gustaba trabajar junto a él en la cocina. La idea que tenía de un hogar siempre había girado en torno a la comida. Cada plato que preparaba le recordaba a alguien de su familia.

—Me gusta esto. Después del comentario que hiciste sobre la comida rápida, no pensé que fueras a tener una cocina tan bien equipada.

Paula  miró alrededor. Había heredado muchos de los aparatos de cocina de su abuela.

—No deberías juzgarme tan rápido.

—Eso lo estoy aprendiendo contigo —respondió él—. ¿Quién es esa mujer de la fotografía?

Paula se giró y miró hacia el marco que Pedro estaba señalando. Era una imagen de 1918, en blanco y negro, de su bisabuela frente a la pequeña tienda que sus bisabuelos habían regentado en Brooklyn.

—Mi bisabuela.

Pedro se acercó para estudiar detenidamente la foto, comportándose como si estuviera en su propia casa. Cuando se sentaron a cenar, Paula se sintió incómoda. El día había sido extraño y además, estaba cansada por el cambio de turno.

—Esto está bueno. No tenía ni idea de que se pudiera preparar un plato tan rico en treinta minutos.

—Con esos halagos, llegarás lejos.

—Lo digo de verdad.

—Lo sé —dijo ella.

 Y así era. Cada vez lo conocía mejor y sabía distinguir cuándo hablaba en serio. Se había dado cuenta de que no había dejado de mirar las paredes de la cocina, de las que colgaban muchas fotos. Algunas se las había mandado Gonzalo de Florencia y otras eran de sus padres. Se preguntó cómo sería su familia, pero no quería hacerle ninguna pregunta en vista del modo en que había reaccionado cuando mencionó el accidente de su padre. Claro que también era cierto que no le gustaba compartir nada personal.

Guerra De Amor: Capítulo 23

—No lo hagas.

—¿Que no haga qué?

—No pretendas hacerme creer que soy diferente o empezaré a tener esperanzas en esta relación.

—Eso está bien.

—No, no está bien, Pedro. Puede ser doloroso. ¿Por qué no me has llamado en dos días? Esperé junto al teléfono creyendo que... Bueno, creyendo en algo que no debería creer.

Paula lo  siguió a través del restaurante y decidió mostrarse distante durante la comida. No era la primera vez que salía con un hombre que luego no volvía a llamarla. Pero Pedro seguía hablando de que él era su caballero de reluciente armadura y ella había empezado a creérselo. Leyó el menú sin apenas prestar atención. De pronto, él se lo quitó y tomó su mano.

—Lo siento.

«Olvídalo», pensó Paula. Pero por otro lado, quería hacerle sentir tan mal como se había sentido ella.

—¿Por qué? —preguntó ella.

—Por no llamar.

—No importa. No es eso lo que me molestaba, era que... —comenzó, pero se detuvo. No estaba dispuesta a decirlo otra vez.

—¿Recuerdas lo que me contaste sobre tu madre el otro día en la nieve? — preguntó Pedro. Ella asintió con la cabeza. No quería hablar en aquel momento porque su voz revelaba el dolor que sentía—. Mi madre es igual. He tenido que amenazar a Fede para que no le hablara de tí.

—¿Dudas de mí? —preguntó Paula.

—No, no dudo, pero no quiero que mi familia lo eche todo a perder —dijo Pedro.  Paula comprendía lo que no le estaba diciendo, que si la presentaba a su familia, creerían que había algo entre ellos—. Eso no es excusa para que no te haya llamado.

—Está bien, de verdad. Siento haber sacado el tema.

—¿Saben ya lo que van a tomar?

 Paula  miró a la camarera, quien esperaba impaciente junto a la mesa.

—No, denos unos minutos más —respondió Pedro.

La camarera se marchó. Pedro continuó estrechando su mano, sin decir nada. Paula sintió por primera vez que era suficiente para un hombre y que no tenía que pasar ningún examen. No tenía que demostrar nada, sino ser ella misma. Retiró la mano y tomó el menú.

—¿Habías estado ya aquí?

—Sí, la comida es excelente. Los especiales del día son un acierto seguro.

 —A menos que estés a dieta —dijo ella sin pensar.

 Siempre le había sobrado algún kilo y en ocasiones había estado a dieta. Y en aquel momento, sentada frente a Pedro, que parecía sacado de la portada de una revista, con sus impresionantes abdominales...

—¿Lo estás? —preguntó estudiándola.

—No, no puedo renunciar a los carbohidratos. He tratado de hacer más ejercicio, bueno, ¿Para qué voy a mentir? Si alguna vez me ves desnuda, comprobarás que no soy demasiado deportista.

Él se rió y Paula se alegró de haberle provocado aquellas carcajadas.

 —Me gustan las mujeres blandas.

—¿Es eso un eufemismo? —preguntó Paula.

 Pedro esperó a que sus miradas se encontraran antes de responder.

—No, es la verdad. Prefiero a una mujer con curvas que un cuerpo musculoso. Lauren escuchó atentamente sus palabras. Nunca tendría grandes músculos.

Nunca le había gustado hacer ejercicio, aunque le gustaba correr y en ocasiones lo hacía con una vecina, Jane, que tenía un horario de trabajo igual de extraño que el de Paula.

—Háblame del programa de esta tarde.

—¿Qué quieres saber?

—Lo justo.

—Hablaremos con los concursantes y los dejaremos que se presenten y que nos digan lo que buscan en una mujer. A Rolo le gusta improvisar, así que no me extrañaría que te haga participar.

—¿Concursantes?

—Sí —respondió Paula enarcando las cejas.

Sus platos llegaron y continuaron hablando de la música que les gustaba.

—Me gusta mucho Barry Manilow. Es uno de mis secretos ocultos. Mi amiga Sofía y yo siempre vamos al menos a un concierto de cada una de sus giras — admitió Paula.

—Me sorprendes.

—No digas eso. Todo el mundo canta sus canciones.

—No empieces.

—¿A qué? Estoy segura de que hay al menos una canción suya que te gusta.

—A los hombres no les gusta Barry Manilow.

Paula sonrió divertida. Él estaba muy serio, pero había un brillo especial en sus ojos.

—Eso es una tontería. Apuesto a que conoces la letra de Copacabana.

—Perderías la apuesta, pero si te empeñas en seguir adelante puedo aprender esa canción.

Ella sacudió la cabeza. Había sido un comentario estúpido, pero le había parecido adecuado en el momento. Se sentía muy cómoda junto a él y no tenía que fingir ser diferente a como era. Podía olvidarse de todos los consejos de los libros sobre citas que su madre le había ido mandando a lo largo de los años y de todos los hombres con los que había salido antes de Pedro.

Guerra De Amor: Capítulo 22

—No te estoy obligando —dijo Pedro soltando su brazo—. Si quieres comer sola, por mí no hay inconveniente.

Estaba cansado de ser el malo. Era cierto que no se había portado bien con ella, pero ya se había disculpado.

—Claro que me gustaría comer contigo.

—¿Adonde quieres que vayamos?

—A un pequeño restaurante que hay a las afueras llamado Molly's.

Paula apenas dijo nada mientras él conducía entre el intenso tráfico. En cuanto abandonaron el centro de la ciudad, Pedro hizo rugir el motor del coche. Le gustaban los coches veloces. Si fuera de otra manera, la hubiera llevado  al campo a dar un paseo. Pero le gustaba la velocidad y quería demostrarle lo que era vivir con intensidad.

—¿Pedro?

—Dime.

—Te has pasado el cruce.

Pedro miró a su alrededor e hizo un giro de ciento ochenta grados. Era una maniobra que requería destreza por parte del conductor y conocimiento del coche. Y reunía aquellos requisitos. Miró a Paula y vió que tenía las manos fuertemente entrelazadas, pero aún así, sonreía. Se sintió ridículo, como si fuera un adolescente en el coche de su padre con una chica a la que quisiera impresionar. Aunque en el fondo, eso era precisamente lo que quería.

—Guau —exclamó ella.

Pedro confiaba en que Paula se hubiera dado cuenta de que le gustaba conducir.

—Lo siento. A veces me dejo llevar por la potencia del coche.

—No importa. Mi coche es muy aburrido. Creo que perdería las ruedas si tratara de hacer algo así.

—Es más fácil cuando uno sabe lo que está haciendo —comentó Pedro y de pronto se dió cuenta de que estaba sacando un tema que no quería tocar. Su padre le había enseñado algunas arriesgadas maniobras antes incluso de sacarse el carné de conducir.

Ella sonrió.

—No te imagino en mitad de un atasco.

—Carlos, mi chófer, dice que soy un mal pasajero.

—Te imaginaba más prudente.

Pedro estacionó el coche y apagó el motor antes de girarse hacia ella.

—¿Lo dices por mi padre?

—Sí —respondió ella y se ruborizó, arrepentida por su comentario. Pedro sabía que tenía que hacer algo para tranquilizarla, pero por otro lado quería ver cómo se las arreglaba. Carraspeó antes de continuar— Me refería al hecho de que se quedara paralítico después del accidente que tuvo.

—Gracias por aclarármelo —dijo él con ironía— Fede y yo no sabíamos el motivo por el que había dejado de caminar.

Paula se mordió el labio inferior y se cruzó de brazos.

—No seas irónico. Sabes que no trataba de molestarte.

Pedro retiró la mirada. ¿Qué podía decir? Había dejado pasar dos días sin llamarla y ahora estaba siendo...

—Lo siento. A veces soy muy cruel.

 Ella sonrió con dulzura.

—Lo mismo me pasa con mis padres. La gente llama a mi padre Doctor Momia. Es egiptólogo y no sabes lo mucho que le molesta ese apodo.

—¿Por qué no nos olvidamos de nuestras familias? —dijo Pedro.

Quería probar sus posibilidades con ella. Aquella mujer no podía ser diferente del resto de las mujeres con las que había salido. En cuanto la conociera algo más, dejaría de fascinarlo.

—Me parece bien —respondió ella, pero había un brillo de tristeza en sus ojos.

Pedro salió del coche y vió que Paula vacilaba sin decidirse a salir. Lo había hecho cada vez que la había recogido. Le abrió la puerta y la tomó por el codo de camino al restaurante.

—¿Por qué me estabas mirando así? —preguntó.

Estaba empezando a nevar. Paula se detuvo y levantó el rostro dejando que los copos cayeran sobre su cara. Pedro olvidó lo que estaba diciendo, se acercó a ella y tomó su rostro entre las manos. Sentía que si continuaba así, junto a ella, no echaría a perder aquella relación.

—Decías algo del coche —dijo ella después de largos segundos.

Pedro dejó caer las manos y recordó de qué estaba hablando.

—Ah, sí, parecías dudar de si te abriría la puerta del coche o no. Estoy seguro de que sabías que lo iba a hacer.

—Al principio, todos los hombres lo hacen, pero luego se olvidan. No estaba segura de que...

—Yo no soy como los demás hombres —dijo Pedro abriéndole la puerta del edificio—. ¿Qué voy a hacer para demostrártelo? ¿Quieres que haga malabarismos con fuego?

—¿De verdad sabes hacerlo? —preguntó Paula quitándose el abrigo.

—Sí —contestó Pedro.

Guerra De Amor: Capítulo 21

—Claro que sí. No me gusta oírte decir que estás buscando al hombre ideal. Dame una oportunidad, Pau.

—¿Por qué? Los dos sabemos que somos muy diferentes para que las cosas entre nosotros funcionen.

—Creo que el otro día disfrutaste entre mis brazos. Sé que lo he estropeado todo, pero tenía miedo de llamarte.

—Tú no temes a nada.

—Tengo miedo de lo que me haces sentir, Pau. Dame otra oportunidad. No te vayas con cualquier extraño.

—Es sólo un concurso de radio, no la realidad. No voy a escoger a ningún hombre de ese concurso.

—¿Me lo prometes?

—Tengo que dejarte.

—Lo sé —dijo él—. ¿Sabes? Me gusta oír tu voz por la mañana.

—Me alegro.

Él se rió y colgó. Paula sacudió la cabeza.

—¿Tu novio? —preguntó Rolo.

Ella se encogió de hombros.

 —¿Tenemos alguna llamada de los oyentes?

—Tres que creo que pueden funcionar. Uno de ellos es el encargado de un restaurante, otro un trabajador de la construcción y el tercero, un cocinero.

—¿Un cocinero?

—Sí.

—A las mujeres les gusta que los hombres sepan cocinar —dijo ella pensando en Pedro  y su sopa.

—Eso es lo que sospechaba. Esto va a ser más dilicil de lo que parecía.

—Sí. Quién iba a decir que hacer de casamenteros iba a ser tan complicado.

—No tienes ni idea de lo difícil que es —dijo Rolo con ironía.

 La música cesó y volvieron a estar en antena. Hablaron con los tres oyentes y otros dos más que llamaron a continuación.

Paula disfrutó durante la mañana y se alegró cuando llegó la hora de abandonar el estudio. Estaba cansada de hablar sobre relaciones entre hombres y mujeres que llevaban demasiado tiempo buscando pareja. Aquellos comentarios la  habían incomodado y le habían hecho recordar que Pedro era todavía parte de lo desconocido. Al salir del edificio, se encontró con que la estaba esperando. Estaba apoyado sobre el capó de un Porsche negro, mirándola. Dudó al verlo, pero él se acercó a ella sonriendo.

—¿Qué estás haciendo aquí?

—Disculparme en persona e invitarte a comer algo.

—¿Cómo sabes que no he comido?

—He hablado con Fede.

—¿Para qué?

Él se encogió de hombros.

—Para asegurarme de que podía invitarte a comer.

 —Hoy no puedo. Tengo...

—Paula.

Ella miró por encima de su hombro y vio que Ray King se dirigía hacia ellos.

—Siento interrumpir —dijo Rolo, pero Pedro sospechó que en el fondo no era así.

 —No te preocupes, Rolo. ¿Conoces a Pedro Alfonso?

—Sí, nos conocimos en el despacho de Fede el día en que empecé a trabajar aquí. Encantado de volver a verte.

—Lo mismo te digo. íbamos a comer. ¿Podemos ayudarte en algo? —preguntó Pedro, acercándose hasta Paula y tomándola por la cintura.

—Esta tarde hacemos la emisión desde el Teatro Fox para promocionar el concurso Un kilómetro de hombres y quería recordarle a Paula que tiene que estar allí.

Pedro gruñó.

—Déjalo —dijo Paula.

—¿Cuál es el problema?

Pedro se dió cuenta de que la había puesto en un compromiso.

—Nada, sólo que me parece una estupidez eso de Un kilómetro de hombres.

—¿Sigues pensando en organizar Un kilómetro de mujeres? —preguntó Paula en tono irónico.

—Claro que no.

 —¿Por qué no vienes con nosotros? —intervino Rolo—. Así tendríamos otro punto de vista acerca del concurso.

—Déjalo, Rolo. Pedro tiene sus propios negocios de los que ocuparse. No puede dejarlo todo sólo para estar presente durante la emisión del programa.

Pedro se percató de que Paula pretendía mantenerse fría y distante. Había salido con suficientes mujeres como para saber que si dejaba que se fuera en aquel momento, no le daría ninguna oportunidad de volver a acercarse a ella.

—Allí estaré. Diganme a qué hora es.

 —A las cuatro —respondió Rolo—. Ciao.

—Ciao —dijo Pedro y tomando a Paula por el codo, la acompañó hasta la puerta de su coche.

—¿Acaso he accedido a comer contigo?

sábado, 26 de agosto de 2017

Guerra De Amor: Capítulo 20

Paula dió un sorbo a su té y se sentó en el estudio. No le gustaba su nuevo turno porque tenía que salir de casa a las cuatro de la mañana para estar en la emisora a las cuatro y media. Además, por la noche no le gustaba hablar de las noticias ocurridas durante el día a menos que alguno de sus oyentes quisiera hacerlo, pero la madrugada era diferente. La gente estaba deseando llamarlos para dar cualquier tipo de información de camino al trabajo. Su productor, Rodrigo, estaba fuera en el control, junto a la productora de Rolo, Vanina Sosa. Rolo era divertido y Federico le había comentado que a pesar de que llevaba tan sólo una semana, ya tenía fieles seguidores que lo escuchaban. Tenía un estilo peculiar que gustaba a los oyentes. Incluso su madre había escuchado el programa a través de Internet y le había comentado lo mucho que Rolo le había gustado.

—Buenos días, Pau. ¿Estás lista? —dijo Rolo entrando en el estudio. Dejó la taza de café que llevaba en la mesa y se puso los auriculares.

—Sí. No estoy muy segura de que me necesites.

Él ladeó la cabeza.

—Por supuesto que te necesito y mi productora también. Es más agradable cuando hay alguna otra mujer cerca.

—Te estoy escuchando, Rolo —dijo Vanina desde el control.

—¿Ves lo que te decía?

Paula contuvo la risa.

—¿Qué tal va la inscripción del concurso? —preguntó.

No había sabido nada de Pedro durante el fin de semana y se sentía intranquila. Se sentía atraída por un hombre que ya desde el principio la estaba fallando.

—No muy bien —respondió Rolo.

—Podríamos concertar citas entre los hombres y las mujeres participantes. ¿Qué te parece?

—Me parece una idea estupenda. Empezaremos contigo.

—Sí, claro, como si hubiera muchos hombres en Detroit deseando salir conmigo —dijo Paula con ironía.

—Estoy seguro de que los hay —dijo Rolo en tono amable.

Era un buen hombre a pesar de ser algo mandón. Paula se percató de que quizá su comentario la había hecho parecer una mujer insegura.

—Estoy saliendo con alguien.

—¿Por qué no le animas para que participe en el concurso? —preguntó Rolo.

—Cinco minutos para entrar en antena —los interrumpió Rodrigo.

—No sé —respondió Paula. ¿Por qué tenía que haber dicho eso? Pedro no la había llamado y no estaba segura de que fuera a hacerlo. Aun así, no le gustaban las citas a ciegas—. ¿Por qué?

—Si lo eliges a él y las cosas funcionan, será una buena promoción para el año que viene.

La sintonía del programa comenzó a sonar y Paula le guiñó un ojo a Rodrigo. No quería hablar de Pedro con nadie.

—Buenos días, Detroit. Demos la bienvenida a mi nueva compañera en las ondas, Paula Chaves, otro corazón solitario más. Está buscando un hombre y necesitamos voluntarios para el concurso Un kilómetro de hombres.

—Eso es, Rolo, estoy buscando al hombre ideal y apuesto a que muchas otras mujeres de Detroit lo están buscando también. Así que acompáñanos el día de San Valentín y participa en nuestro concurso.

Rolo continuó informando a los oyentes de las reglas del concurso. De pronto, apareció un mensaje en la pantalla del ordenador: Tienes una llamada personal por la línea dos. Rolo acabó de hablar y apretó el botón de la música.

—Enseguida contestaremos las llamadas de nuestros oyentes.

 Paula descolgó el teléfono y apretó el botón de la línea dos, asegurándose de que no estaba en antena.

 —Hola, soy Paula.

—¿Sigues buscando un hombre? —preguntó Pedro con voz seductora.

—Esa es la razón de que esté aquí.

—Siento no haberte llamado el fin de semana. Algunos compañeros de Universidad han venido a visitarme y querían conocer la vida nocturna de la ciudad.

—No tienes que explicarme nada.

Se sentía dolida y a pesar de lo que dijera, nada iba a poder aliviarla. Estaba segura de que la marcha nocturna habría acabado para Pedro en su casa con alguna rubia.

Guerra De Amor: Capítulo 19

Pedro se quedó perplejo. ¿Qué demonios había pasado?

—No, estoy bien. He parado a comer algo de camino a casa.

Pedro se acercó y acarició uno de sus senos desnudos, pero ella le quitó la mano.

—De acuerdo, mamá. Yo también te quiero.

Paula apagó el teléfono móvil y lo miró.

—¿Has cambiado de idea?

—Sí. Bueno, quiero decir que ahora no es el momento adecuado.

—Está bien. Mi única intención esta noche era pasar un buen rato contigo, no que las cosas llegaran demasiado lejos.

—Ay, Pedro—suspiró Paula.

Aquel suspiro le hacía desear prometerle todas esas cosas que sabía que él nunca podría cumplir. Ella comenzó a abrocharse la blusa y Pedro respiró hondo un par de veces para tranquilizar su excitación. La necesitaba, pero podría esperar.

—¿Quieres postre?

—¿Te importaría llevarme a casa?

—No, en absoluto. ¿Tu madre te llama después del trabajo? —dijo él para distraerse.

Tanto él como Federico hablaban con su madre cada tarde y si alguno no estaba en casa o no contestaba el móvil, el otro tenía que ir a buscarlo.

—Sí, se cree que todavía tengo doce años.

—Mi madre hace lo mismo.

 —¿De verdad?

—Sí, se preocupa por sus chicos.

—Eso está muy bien. ¿Cómo es tu madre?

 Pedro se percató por su rostro sonrojado de que ella también estaba intentando controlar su excitación.

—Es una mujer muy apasionada, pero de diferente manera que mi padre. Le gusta cocinar, coser y hacer manualidades.

—Parece una mujer estupenda.

—Y lo es. Pero vive en un mundo de fantasía.

—Mi madre tiene los pies en la tierra —dijo ella.

—En la vida real, ¿Es como aparenta en su programa?

—Sí, es exactamente igual. Pero con mi hermano y conmigo es más cálida. Perdona que no te mencionara cuando hablé con ella, pero es que me hubiera hecho todo tipo de preguntas e incluso habría querido hablar contigo.

—¿Tan malo habría sido?

—Sí. Te hubiera hecho todo tipo de preguntas y después te habría contado todos mis defectos para que no te llevaras ninguna sorpresa.

—¿De veras? —preguntó él acercándose—. ¿Cuáles son los defectos de Paula?

—Aparte de soñar con el hombre perfecto...

—Aparte de eso.

—Creo que cocinar no debería llevar más de treinta minutos, me encantan los zapatos y no me importa que no combinen con la ropa que llevo puesta. Y nunca me pondría un tanga por mucho que un hombre insistiera.

Pedro ladeó la cabeza pensativo. Le gustaría verla con un tanga, pero tampoco le era imprescindible.

—Yo pienso que las comidas son momentos de diversión que se disfrutan más con una mujer bonita al lado. Me gusta probar cosas nuevas y tampoco me pondría un tanga.

Paula rompió a reír y se acercó a él. Él la rodeó con sus brazos y dejó que el sonido de sus carcajadas llenase el vacío de su alma.

Guerra De Amor: Capítulo 18

—Sí. Nunca me reiría de tí, Pau—dijo él con voz grave.

Pedro la hacía sentirse bien. Paula dejó la taza en el suelo y se rodeó con sus brazos.

—Ésta es la imagen que tengo de tí y de mí —dijo ella mirándolo a los ojos.

—¿Desnudos? —dijo él levantando las cejas—. Porque eso no me haría reír, me haría aullar.

Ella sacudió la cabeza. Se distraía con mucha facilidad. Temía que si no se controlaba, aquello acabaría convirtiéndose en una aventura de unos meses. Después, volvería a estar de nuevo sola. No podía olvidarlo.

—No, aunque a mí también me gustaría. Bueno, lo que imagino es...

Él suspiró, alargó el brazo y la atrajo  hacia sí. Ella apoyó la cabeza sobre su hombro. Aquello era lo que tanto había imaginado. Cerró los ojos y respiró hondo.

—Cuéntame tu secreto, Pau. Conmigo quedará a salvo.

Ella lo rodeó con sus brazos y volvió a cerrar los ojos.

—Esto era lo que deseaba, que me abrazaras.

—¿Algo más?

—Bueno...

—¿Qué?

—Me encanta tu voz. En mi sueño, leías para mí.

 —¿Y qué te leía?

—Sonetos de Shakespeare.

—¿Acaso te parezco un hombre al que le gusten los sonetos?

—Sólo era una fantasía —dijo ella intentando separarse de él.

Pero él la sujetó y acarició su barbilla. Después la besó apasionadamente cumpliendo su sueño y haciéndolo más real de lo que ella imaginaba. Después de unos largos segundos, él levantó la cabeza y Paula vió un brillo especial en sus ojos.

—Nunca me entusiasmó Shakespeare, pero me sé unas cuantas líneas de Helena de Troya de Marlowe.

Paula volvió a apoyar la cabeza en su hombro y escuchó su voz. Retumbaba en su pecho. Todo era casi perfecto, aquella cita, su voz. Sentía que había encontrado lo que estaba buscando. Hundió los dedos entre el pelo de Pedro y atrajo su boca hacia la suya. Esa vez, ella tomó la iniciativa y metió la lengua en su boca, saboreándolo. Aquel hombre había calado en lo más profundo de su alma. Se echó sobre él, olvidando sus pensamientos, mientras Jack sujetaba su rostro entre las manos. Se besaron apasionadamente y ella dejó escapar un gemido, lo que hizo que Pedro deseara más. Se separó y lo miró fijamente, tenía los labios húmedos, las pupilas dilatadas y estaba ruborizada. Respiraba entrecortadamente, al igual que él.

—Entonces, ¿Yo soy Helena? —preguntó ella con voz sugerente.

—¡Por supuesto! —contestó él.

Pedro acarició su nuca y poco a poco, su mano fue bajando por la espalda de Paula hasta que llegó a sus nalgas. La tomó por las caderas y ella se acopló contra su cuerpo, sintiendo su erección.

—No hagas eso.

—¿Por qué no? Me gusta.

Ella echó la cabeza hacia atrás mientras se movía sobre él con los ojos cerrados y los pechos agitándose bajo la blusa. Era tan sensual como la había imaginado mientras escuchaba su programa de radio y comprobarlo le estaba poniendo al rojo vivo. Observándola, se sentía más excitado de lo que nunca había estado. Su blusa revelaba que los pezones se le habían puesto duros. La atrajo hacia él, le levantó la blusa y lamió sus pezones. Ella agarró su cabeza y lo estrechó contra su pecho.

—Más.

Pedro la mordió suavemente y ella dejó escapar un gemido, apretando sus muslos contra las caderas de él. Su fragancia femenina lo embriagaba y dejó de pensar. Se sentía mejor con aquella mujer que con ninguna otra con las que había estado. Le desabrochó los botones de la blusa y se la quitó y, la dejó a un lado. Su sujetador de encaje blanco le hizo suspirar. Se lo quitó y se detuvo a observarla. Sus pezones seguían duros, su estómago se contraía cada vez que respiraba y sus caderas se agitaban sobre las de él. La sujetó con fuerza para evitar que se moviera y poder mirarla cuanto quisiera. Su piel era suave y rosada. Levantó la otra mano y acarició primero un pezón y luego el otro. Se incorporó ligeramente y Paula tomó su cabeza entre las manos aproximándolo a sus pechos.

—Por favor... —dijo ella.

—Pídeme lo que quieras, yo te complaceré.

 Una música comenzó a sonar y Pedro miró hacia otro lado.

—Vaya, es mi madre.

—¿Cómo?

Paula se apartó de él y buscó algo en su bolso.

—Hola, mamá.

Guerra De Amor: Capítulo 17

—¿Por qué?

—Me gusta aprender cosas nuevas y... olvídalo.

—Cuéntamelo, Paula, puedes confiar en mí.

Ella sacudió la cabeza haciendo que los rizos de su pelo se agitaran. Luego, lo miró directamente a los ojos.

—Sé que de esa manera, siempre me quedará algo cuando la relación haya terminado —dijo Paula alejándose de él. Caminaba sobre una gruesa capa de nieve—. Mi madre dice que es porque no creo que el hombre de mis sueños sea un hombre real.

—¿Y tú qué piensas?

—Creo que mi madre se cree a pies juntillas todo lo que dicen esos libros que lee, pero no puedo decírselo.

—Entonces, ¿Por qué piensas eso?

—No estoy segura.

—Tengo una teoría —dijo él.

 —Hace sólo dos días que me conoces y no creo que tengas demasiada información para haber llegado a una conclusión.

—¿La quieres oír o no?

Paula lo miró por encima del hombro. Estaba comenzando a nevar de nuevo y Pedro se quitó la bufanda y la colocó alrededor del cuello de ella.

—Creo que se debe a tu trabajo —explicó él.

—¿Cómo?

—Creo que es por lo que te cuentan tus oyentes. Tienes miedo a mantener una relación porque crees que será un fracaso.

—Tú no sabes...

Él colocó un dedo sobre los labios de ella. Paula se había puesto a la defensiva.

 —No tienes por qué defenderte, sólo es mi opinión.

Paula se dió cuenta de que había hablado demasiado y decidió que tenía que mantener las distancias entre ellos. Mientras caminaban tranquilamente por el parque, hablaron de música y libros. No se sorprendió cuando le dijo que apenas guardaba los libros unos meses. Ella no podía imaginarse sin sus novelas favoritas, las cuales podía releer cuando quisiera. No podía evitar pensar en lo que él le había dicho respecto a su miedo a mantener una relación. Toda la vida había puesto barreras entre ella y los demás. En la radio se sentía segura y por eso pensaba que le sería imposible desempeñar otro trabajo. Poco a poco, fue amaneciendo. Tenía mucho frío y volvieron al coche. Pedro encendió la calefacción y sirvió una taza de sopa de verduras. Trató de acercarse a ella, pero Paula se retiró.

—Esta noche era el último programa en horario nocturno, ¿Verdad? —preguntó él.

Paula se echó hacia atrás en el asiento dejando que la calidez del cuero calentara su cuerpo.

—Sí, a partir del lunes el programa se hará por la mañana.

—Con tu voz y tu entusiasmo lo tienes que hacer muy bien.

Tenía razón. Federico llevaba años diciéndole que se cambiara al turno de mañana donde conseguiría más audiencia. Pero a Lauren le gustaba la intimidad de la noche. Además, tenía seguidores muy fieles, aunque fueran pocos.

—Eso espero. Fede me ha cambiado a ese turno para promocionar el concurso del día de San Valentín.

—¿El concurso ése de Un kilómetro de hombres?

—Es un concurso muy sexista. Si yo organizara Un kilómetro de mujeres, apuesto a que te enfadarías.

Ella se rió porque estaba empezando a conocerlo. Era diferente a como se lo había imaginado en un principio. Especialmente en lo que a mujeres se refería. Era más atento de lo que parecía.

—Lo sé. Tienes razón, pero la sociedad permite este tipo de concursos.

—¿Te vas a aprovechar de eso mientras puedas? —preguntó él.

Él colocó su brazo tras el asiento de ella y ella se echó hacia la puerta para mantener las distancias.

—Los hombres lo han estado haciendo durante mucho tiempo. Ahora es nuestro turno —dijo ella, aunque no le apasionaba la batalla de los sexos.

—¿Vas a tomar parte en ese concurso? ¿Por eso Fede te cambió de turno?

—En parte sí. También es cierto que reté a mis oyentes para que me ayudaran a encontrar al hombre perfecto.

—¿Y yo qué soy, un entretenimiento?

—Todavía no lo sé.

Pedro la rodeó con su brazo acercándola hacia él. Sabía que nada de eso tenía sentido, pero le agradaba estar a su lado. Esa era su fantasía, estar junto a él, dejar que su calor rodease su cuerpo mientras su fragancia y su voz embriagaban el resto de sus sentidos.

—Pareces asustada. No te voy a hacer nada —dijo él.

Tomó un mechón del pelo de ella y lo enredó entre sus dedos como solían hacer todos los hombres. Sus rizos eran una tentación difícil de evitar.

—No estoy asustada —contestó ella.

Había llegado el momento de poner fin a las dudas. No iba a dejar que pasara aquella noche sin que tomaran una decisión respecto a la mutua atracción que sentían.

—Entonces, ¿Qué te pasa? —preguntó él sin soltar su pelo.

—¿Prometes que no te reirás? —preguntó ella.

¿Acaso importaba? Su hermano, Gonzalo, siempre le decía que se preocupaba demasiado por lo que pensaban los demás.

jueves, 24 de agosto de 2017

Guerra De Amor: Capítulo 16

Pedro estaba acostumbrado a pasar mucho tiempo al aire libre. Los deportes eran la única cosa constante en su vida. Le gustaba hacer ejercicio. Paula lo miró sorprendida cuando salió de la autopista y aparcó en un parque solitario.

—¿Qué vamos a hacer? —preguntó ella.

—Vamos a dar un paseo por la nieve poniéndonos estas raquetas. Hay un camino agradable aquí cerca.

—Nunca lo he hecho, ¿Es difícil?

—No, es relajante y tranquilo.

Ella había estado trabajando toda la noche y Pedro quería hacérselo pasar bien. Con la luz de la luna y la de la linterna que llevaban, podrían iluminarse. Salió del coche y le indicó que se quedara dentro mientras él preparaba el equipo.

—¿Quieres un chocolate caliente?

—Sí, gracias.

Sacó un termo y llenó dos tazas. Ella le sonrió y enseguida desvió la mirada. Estaba nerviosa y él se había dado cuenta.

—Por la buena vida y por la felicidad —dijo Paula rápidamente, a modo de brindis.

Él acercó su taza a la de ella sin dejar de mirarla a los ojos. Tenía los ojos más expresivos que jamás había visto. Debería advertirle que su mirada revelaba sus secretos para que ningún hombre pudiera aprovecharse de ello. Sabía que tenerla a su lado iba a ser peligroso, mucho más que conducir a mil por hora. Se giró y tomó un largo trago de chocolate. No sabía cómo, pero Paula se había hecho con el control de la situación y tenía que hacer lo posible por recuperarlo.

—He hecho sopa para tomarla después.

—¿De ésas que vienen en lata? —dijo ella sonriendo—. Todo el mundo sabe que los hombres no cocinan.

—Nunca me tomaría una sopa de lata.

—¿La has comprado en algún restaurante?

—No.

—Entonces...

 —¿Qué? —preguntó él sacando el equipo y preparando los bastones que iban a usar.

—¿La has cocinado tú? —dijo ella.  Él asintió. No quería hablar de eso, pero lo cierto era que le gustaba cocinar—. ¿Dónde aprendiste a cocinar? ¿Te enseñó tu madre?

—No, hice un curso —respondió él mientras le entregaba un par de raquetas para la nieve.

A continuación le explicó cómo colocárselas y le dió unas breves nociones de cómo caminar con ellas.

—¿Por qué? —preguntó Lauren con curiosidad.

Pedro sabía por experiencia que no había que hablar de las mujeres que formaban parte de su pasado y solía recurrir a alguna estúpida excusa. Pero con Paula , las cosas eran diferentes.

—Porque quería aprender.

—Ah, entiendo. ¿Se trataba de una rubia, una morena o quizá era pelirroja?

—Era rubia —dijo él poniéndose las raquetas y alejándose del coche.

Paula se rió con ganas y Pedro se detuvo para observarla. Aquella risa le hizo desear terminar con aquellos juegos de seducción. La deseaba. Después, ya tendrían tiempo de conocerse mejor.

—Sé que parece una tontería, pero me gustaron mucho las clases de cocina. De hecho, duraron más tiempo que mi relación con aquella mujer.

—Eso espero, porque ahora estás conmigo. A menos que hayas decidido formar un harén.

—Eso me traería muchos problemas. Agradar a las mujeres, requiere mucha energía.

—Yo no soy así, no necesito muchas cosas. Con poco me conformo.

 —¿De veras?

 Ella se detuvo y jugueteó con su collar, haciéndolo brillar bajo la luz de la luna.

—Yo nunca te hubiera pedido que fueras a clases de cocina conmigo. Prefiero que los hombres elijan sus propios entretenimientos.

Pedro se detuvo también. Paula parecía una mujer muy segura en todas las situaciones. Sabía que había algo importante detrás de todo lo que estaba diciendo, pero no sabía lo que era.

Guerra De Amor: Capítulo 15

Paula sintió el calor de su mano atravesando el vaquero que llevaba y la proximidad a su fuente de placer. Consideró cruzar las piernas, pero enseguida desechó esa idea. Si lo hacía, él se percataría de lo nerviosa que se ponía al sentir su roce. Estaba confusa y no sabía qué hacer. ¿De qué estaban hablando? Lo miró de reojo. Bajo la intermitente luz de las farolas, apenas podía verlo con claridad. Tampoco lograba comprenderlo. Tan pronto se comportaba de una manera amable como se volvía misterioso al minuto siguiente. Había tratado de averiguar algo sobre su pasado y sobre su padre, Horacio Alfonso, a quien sólo superaba Evel Knievel, el atrevido temerario que saltaba por encima de cualquier cosa con su motocicleta.

—¿Estás bien? Te he preguntado por qué crees que me has incomodado.

Ella se agitó en el asiento. Tenía que mostrarse ingeniosa.

—Sí, estoy bien. Pensé que a lo mejor te había entristecido por hablar de tu padre. Federico habla de él todo el tiempo.

—Los hombres no nos entristecemos, eso es cosa de mujeres.

—Mostrar las emociones en público no es sólo cosa de mujeres. Todos tenemos nuestros sentimientos.

—Cierto, pero sólo las mujeres los exteriorizan.

—Se me olvidaba que eres todo un hombre, perdón.

—Que no vuelva a ocurrir —dijo él con una amplia sonrisa.

Paula sintió que se derretía. Era todo un seductor y  sabía sin ningún género de dudas que aquello podía desembocar en una apasionada aventura que acabaría antes de que llegara el verano. Pedro era incapaz de mantener una misma cosa en su vida durante más de seis meses, ni siquiera un coche. Aquélla era una señal de que esa relación no duraría para siempre y de que su sueño de casarse algún día, no iba a cumplirse con aquel hombre. Quería más de él, ya que comenzaba a sentir algo especial. No sabía por qué no quería hablar de su padre, pero no dejaría que esquivara sus preguntas. Estaba decidida a romper las reglas con aquel hombre y no iba a permitir que se saliera con la suya porque iba a arriesgarlo todo.

—Estás evitando hablar de tu padre.

Él acarició pensativo la tela de los vaqueros de Lauren. Sus dedos se acercaban cada vez más a parte más alta e interna de sus muslos. Su cuerpo estaba cada vez más relajado, preparándose para darle la bienvenida a su interior.

—No es cierto. Es sólo que no quiero estropear la opinión que tienes de Horacio —contestó él.

Paula agarró su mano y la acarició.

—¿No fue un buen padre?

—Digamos que la fama era más importante para él que enseñar a dos chicos a conducir —dijo Pedro con voz hostil.

Era evidente que le estaba hablando de algo que no quería contarle.

—¿Tú enseñaste a Fede? —preguntó ella.

Gonzalo le había enseñado a ella, pero sólo porque tuvo que hacer servicios comunitarios por emborracharse en un partido de fútbol y su padre había negociado con él que cumpliría esos servicios enseñando a su hija a conducir.

—Sí. Pero sólo porque se creía todas las mentiras que nos contaba nuestro padre y no quería que acabara en una silla de ruedas como Horacio.

—¿Qué mentiras? —preguntó ella sujetando con ambas manos la de Pedro. Quería que se sintiera cómodo.

—Decía que lo mejor era vivir a mil por hora. Volando alto y viviendo a lo grande. Decía que todo lo que había que saber para conducir un coche era que no había que parar por nadie.

Al oír sus frías palabras, Paula sintió dolor en su corazón. No sabía qué decir y no quería molestarlo diciendo que había carecido de afecto durante su niñez.

—Hiciste un buen trabajo aprendiendo tú solo.

 Quería cambiar de tema, pero no sabía cómo.

 —La verdad es que no. Me encanta sentir que vuelo, que pierdo el control, pero trato de contenerme.

—¿Cómo?

—Creyendo en que nada es para siempre.

—¿Nada?

Pedro levantó sus manos entrelazadas y besó la de ella.

—Nada, pero algunas cosas hacen que la vida merezca la pena.

—¿Yo?

—Tú —dijo él con voz grave.

Guerra De Amor: Capítulo 14

Teniéndola entre sus brazos, su cuerpo había reaccionado ante su cercanía. Paula rozó su miembro y Pedro contuvo un gemido. Sería tan fácil que aquella relación sólo fuera sexual... Era lo que él quería, pero al encontrarse con sus ojos, supo que se trataba de algo más. Ella era cálida y femenina a pesar de su actitud de mujer independiente y fría. Comenzó a apartar las manos del cuerpo de Paula, pero ella acercó sus caderas a las de él, lo rodeó por el cuello y lo atrajo hacia sí.

—Todas esas canciones eran peticiones de los oyentes.

Él bajó la cabeza y rozó suavemente sus labios. Su boca sabía a hierbas, probablemente se acababa de tomar un té.

—Pues ahora soy yo el que quiere hacer una petición.

Ella lo besó en los labios y lentamente introdujo la lengua en su boca. Pedro le acarició el pelo y sujetó su cabeza entre las manos para controlar sus movimientos. Sus lenguas se encontraron y él introdujo la suya hasta el fondo para saborearla por completo. Deseaba saberlo todo sobre ella y conquistar todo su cuerpo. Paula ladeó la cabeza y comenzó a besarlo en el cuello.

—¿Cuál era tu petición?

—Tu boca junto a la mía.

—Concedida —dijo ella con su sonrisa deslumbrante.

Entonces lo rodeó por la cintura con los brazos y apoyó la cabeza sobre su hombro.

—Gracias por venir a buscarme.

Pedro la estrechó entre sus brazos y recordó lo tarde que era y el frío que hacía. Estaba comenzando una relación con una mujer completamente diferente a él. Ella creía en el amor duradero con final feliz, cosa en la que él nunca había creído. Llevaba toda la vida viendo cómo las parejas acababan rompiéndose. Primero habían sido sus padres y después, él mismo. Nunca había conocido nada que durase para siempre, nada que fuese realmente bueno, nada que desease tanto como a Lauren. Y quería mantenerla así, junto a él, respirando al mismo compás y con las sensuales curvas de su cuerpo contra el suyo.

—Vámonos. Creo que va siendo hora de que yo también haga realidad alguna de tus peticiones.

—¿Lo prometes?

Su voz transmitía las dudas que sentía.

—No esperes demasiado. Sigo siendo un sapo y...

Ella colocó un dedo en sus labios.

—Con que lo intentes es suficiente para mí. ¿Dónde está tu coche?

La llevó hasta un Hummer H2 amarillo. Apretó el mando y las puertas se abrieron.

—Este es el mío, lo fui a buscar esta mañana.

—¿Dónde está el otro coche?

 —Me cansé del Jaguar.

—¿Pero no era nuevo?

 No entendía por qué se mostraba tan sorprendida. Quizá no le gustaban los Hummers. Se había comprado aquel coche porque quería un coche grande con el que conducir por el campo.

—Sí, ¿Por qué?

—Por nada —dijo ella mientras se metía en el vehículo.

Pedro se percató de que su expresión había cambiado y no sabía qué hacer para arreglarlo. A Paula le encantaba cómo conducía él. Era una tontería, pero le encantaba la manera en la que manejaba el coche con tanta facilidad y dominio de la situación.

—¿Te enseñó tu padre a conducir?

—Sí. ¿Te pongo nerviosa?

—Por supuesto que no. Eres muy buen conductor.

Pedro no dijo nada más hasta que se detuvo ante un semáforo en rojo.

—No pasé demasiado tiempo con mi padre, pero me enseñó muchos trucos para conducir.

—¿Acaso se trata de algún secreto que sólo los Alfonso conocen y que se transmite entre locos temerarios?

—Yo no soy un loco temerario.

—No he querido decir eso y mucho menos que tu padre lo fuera. De pequeña, me llevaron dos veces a verlo y me pareció que hacía unas acrobacias increíbles con su motocicleta.

Pedro se rió. El semáforo se puso en verde y siguió conduciendo con la misma habilidad. Paula advirtió que había evitado contestar a su pregunta, quizá porque le incomodaba ser hijo de alguien famoso. Ella sabía muy bien lo que era eso, ya que los seguidores de su madre solían avasallarla con preguntas.

—Perdón si te he hecho sentir incómodo.

—¿Incómodo? ¿Por qué? —preguntó él quitando una mano del volante y colocándola en la pierna de ella.

Guerra De Amor: Capítulo 13

—Sobre la cena... —dijo ella.

—Si me disculpo, ¿Cenarás conmigo?

—Te he llamado para decirte que aceptaba tu invitación. No te disculpes, me gustan tus fantasías.

—Si ni siquiera sabes de qué tratan —dijo él.

—Sé que tratan sobre tí y sobre mí.

—Eso es cierto.

—Eso es todo lo que necesito saber —dijo ella rápidamente.

—¿Te gusta pasear al aire libre?

—Me gustan más los centros comerciales.

—Será divertido, lo pasarás bien.

—Si no, me deberás una.

—¿Como qué?

—Lo que yo quiera, como llevarme a un balneario.

—Trato hecho —dijo él.

—¿Estás tan seguro?

—Claro que sí.

—¿Cuándo nos vemos, antes o después de mi programa?

 —Después. Te recogeré en tu casa y te llevaré al programa. Así, no tendrás que preocuparte por tu coche después.

—Lo tienes todo planeado, ¿Verdad?

—Me gusta recoger a mis citas y luego llevarlas a casa—dijo él tranquilamente.

Paula le dió su dirección y colgó el teléfono. Era consciente de que había empezado algo con él, algo que no estaba dispuesta a dejar que se acabase, costara lo que costase.


Pedro esperó en el coche, escuchando el programa de Paula. Era la última vez que lo hacía a esa hora y los oyentes estaban llamando para despedirse. Era evidente que se había convertido en alguien imprescindible para ellos y la iban a echar de menos. Sintió envidia. Había trabajado con mucha gente durante años, pero nunca había llegado a mantener una relación como la que Paula tenía con sus oyentes. Llevaba cuatro días seguidos escuchándola y había aprendido mucho de ella. Parecía una mujer extrovertida y sensible. Por fin sonó la canción de despedida del programa, Shake for me, de Stevie Ray Vaughan y salió del coche. El ambiente era húmedo, lo que anunciaba que en breve nevaría. A pesar del frío que hacía,  se sentía acalorado y no por culpa de la calefacción del coche ni del abrigo de cachemir que llevaba puesto. Ella le estaba llevando a la locura. Cada noche la escuchaba hablar y sentía que la ansiedad por tenerla iba en aumento. Su cuerpo deseaba algo que hasta entonces nunca había deseado de aquella manera: la completa posesión de una mujer. Pero no de cualquier mujer, sino de Paula Chaves, la única que podía hacer realidad su sueño.

Cinco minutos después, Paula salió del edificio y se detuvo. Su pelo se movía suavemente por su espalda y, por las ondas que lucía en algunos mechones, era evidente que había estado jugueteando con él. Pedro advirtió que llevaba los labios recién pintados. Se había tomado su tiempo para arreglarse antes de encontrarse con él. Aquello le hizo percatarse de algo: a pesar de que ninguno de los dos estuviera seguro de lo que estaba pasando, ambos necesitaban que ocurriera algo, lo necesitaban. Ella lo miró fijamente y él sintió un nudo en la boca del estómago. Aquello era más que una simple atracción. Quizá tenía frente a él a la mujer que rompería los ciclos de seis meses de los que se componía su vida.

—Hola —dijo ella con voz suave y sexy. Ahora, sólo hablaba para él.

—Hola —contestó él sin poder evitar acercarse lentamente a ella.

Quería sentir los hombros de ella bajo sus manos, la frescura de su cuerpo junto al suyo y su boca contra la suya. Quería dejar claro que él tenía el control de la situación, porque en el fondo sabía que no era así. La estrechó entre sus brazos hasta que sus cuerpos se tocaron y en ese momento se dio cuenta de lo vacíos que habían estado hasta ese momento. Ella ladeó la cabeza y lo miró con sus grandes ojos.

—Parece que te alegras de verme, ¿No?

 —Oye, no te hagas la inocente conmigo. Has estado seduciéndome toda la noche con esa voz de alcoba que tienes. Además, todas las canciones que has puesto eran muy sensuales.

martes, 22 de agosto de 2017

Guerra De Amor: Capítulo 12

El sonido del timbre de la puerta la sacó de un sueño erótico. No quería salir de la cama. Intentó recrear las imágenes del cuerpo de Pedro sobre ella. Pero el timbre no dejaba de sonar y el hombre de sus sueños desapareció. Se levantó de la cama y se puso la bata que su abuela materna le había regalado cuando se licenció en la Universidad. La mujer había muerto seis meses después de aquello y tenía un cariño especial por aquella prenda. El timbre volvió a sonar y corrió a abrir. Miró por la mirilla. Era un chico de reparto, pero no el usual. Su madre siempre le mandaba libros, vídeos y galletas caseras por el servicio de correos. Por alguna razón, aunque ya tenía treinta años, su madre le seguía regalando cosas como si tuviese doce.

—¿Señorita Chaves?

—Sí —contestó ella.

—Esto es para usted —dijo dándole un jarrón con un ramo de flores dentro.

 Paula las miró fijamente y se quedó sin palabras. ¿Quién se las habría mandado? El repartidor se dió la vuelta para irse.

—Espera, deja que te dé... .

—No se preocupe, que tenga un buen día.

Paula entró en su casa y cerró la puerta con el pie. No era el típico ramo de rosas o margaritas. Eran orquídeas, lilas y muchas otras flores de las cuales desconocía los nombres. Colocó el jarrón de cristal en la mesa de la cocina. Había un sobre con su nombre escrito a mano con letra muy masculina. Tenía que estar equivocada, se dijo, no podía ser Pedro quien le enviara aquellas flores. Seguramente se llevaría una desilusión. Abrió el sobre y sacó la tarjeta:

"Gracias por anoche. ¿Quieres cenar conmigo ? Pedro".


Dejó caer la tarjeta y se sentó a la mesa, luego apoyó la cabeza en los brazos cruzados. ¿De verdad estaba dispuesta a hacer aquello? ¿Iba a salir con aquel hombre que le hacía sentir tantas cosas? Un hombre tan variable... Se levantó y descolgó el teléfono, pero enseguida reparó en que no tenía el número de Pedro. Así que llamó a la emisora y preguntó por Federico.

—Alfonso—dijo Federico contestando al primer timbre.

Ella se dió cuenta de que estaba de buen humor por su voz alegre. Federico se tomaba las cosas muy en serio, como los bajos niveles de audiencia que tenían.

—Fede, soy Paula.

—Hola. ¿Qué tal? ¿Estás enferma?

—¿Cómo? No, necesito un número de teléfono.

—Pídeselo a la operadora —dijo él riéndose.

 Ella siempre había sentido que Federico no sólo era su jefe, sino también su amigo. Los dos tenían mala suerte con el sexo opuesto y alguna vez habían salido a tomar margaritas para reírse de sus patéticas relaciones. ¿Qué pensaría él cuando le pidiera el número de su hermano?

—Necesito el número de Pedro.

—¿No te lo ha dado ya?

—¿Estás intentando enfadarme? —dijo ella pensando que a lo mejor no había sido una buena idea llamarlo.

—¡Claro que no! —dijo Federico y enseguida le dió los números de teléfono de su hermano, el de su casa, la oficina y el móvil.

—¿Tú le has dado mi número? —preguntó ella.

Su dirección se guardaba en secreto porque años atrás tuvo un problema con un hombre que la acosaba.

—No, pero me llamó para pedirme que Catalina diera tu dirección a la tienda de flores de abajo.

—¿Me deberías haber dado su número?

—No hay problema. Creo que mi hermano mayor sabrá cómo protegerse de tí—respondió Federico riéndose.

—Sí, yo también lo creo, gracias.

Se despidió de Federico y marcó el teléfono de la oficina de Pedro rápidamente para no cambiar de idea. Mientras oía el timbre del teléfono, pensó en lo que iba a decirle a su secretaria.

—Aquí Alfonso—dijo Pedro.

 Su voz era grave y profunda, tal y como ella la recordaba.

 —Hola —dijo Paula.

Se le quedó la mente en blanco. Deseaba haber tenido un momento más para haber recurrido a su ingenio antes de llamar. Tenía que calmarse, al fin y al cabo era sólo un hombre más.

—¡Paula! ¿Cómo estás?

—Bien. Gracias por las flores.

Su mente no estaba siendo muy rápida. Le parecía increíble que pudiera hacer un programa de radio en directo. Respiró hondo un par de veces, necesitaba calmarse.

—De nada. Les dije que te las llevaran por la tarde, ¿Te han despertado?

—Sí, pero ya era hora de levantarme.

—¡Vaya! Te imagino saliendo de la cama...

—Pero, ¿qué clase de pensamiento es ése?

—La clase de pensamiento que una chica como tú no quiere escuchar.

—¿Para mayores de dieciocho años?

 —Sólo si lo suavizo un poco —dijo él.

Paula se echó a reír. Le gustaba aquel hombre y lo sincero que se mostraba con ella. Pedro era algo más que un hombre más y lo había sabido desde el momento en que la había ido a recoger después del programa.

Guerra De Amor: Capítulo 11

Pedro la rodeó con sus brazos y la abrazó. Ella se relajó y se olvidó del pellizco que había sentido en la boca del estómago. Se acercó más a él y aspiró la fragancia de su perfume.

—Me confundes —dijo él apoyando la barbilla sobre la cabeza de ella.

—Soy una mujer.

—Ahí es donde reside el misterio —dijo él—. No puedo hacerte ninguna promesa. Pero tampoco quiero dejarte escapar.

 —Yo tampoco.

Ella levantó la cabeza y sintió la boca de él descendiendo hacia la suya. Sus labios se acariciaron suavemente. Paula sintió ansias de conocer el sabor de sus besos y abrió la boca. Pero él desvió sus besos hacia su cuello. Ella levantó las manos y acarició su pelo, haciéndole inclinar el rostro. Unió sus labios a los de él y sintió su respiración. Le acarició los labios con la lengua y a continuación entró en su boca, saboreándola. Algo que estaba oculto en su corazón volvió a la vida. Mientras Pedro la abrazaba estrechamente, Paula pensó que pasar al menos seis meses junto a él no estaría nada mal. Sabía que si lo dejaba escapar, se estaría arrepintiendo toda la vida. El sabor de ella era exactamente lo que él esperaba. Un sabor como el brillo del sol, con mucha vitalidad y algo picante. Había hecho el amor a muchas mujeres, pero por primera vez sentía algo más que deseo carnal. El corazón le latía con más fuerza. Sentía cada bocanada de su respiración sobre el brazo y el movimiento de su cuerpo arqueándose contra el suyo. Saboreaba cada uno de los gemidos que le arrancaba y sabía que nunca más volvería a besar a una mujer sin recordarla. Volvió a besarla más profundamente, deseando obtener más de ella hasta hacerla completamente suya. Su piel era suave, tal y como él se la había imaginado. Su mente dejó de funcionar y ya sólo el instinto le guiaba. Metió la mano por debajo del jersey que llevaba y acarició su cálida espalda. Ella se estremeció al sentir que su mano bajaba y dejó escapar un gemido. Él se movió en su asiento para acercarse aún más. Sentía sus senos sobre su pecho y comenzó a quitarle el jersey. De pronto, recordó que estaban en mitad de la calle. Era un respetado hombre de negocios y no un adolescente acalorado con su primera chica. Retiró las manos de su cuerpo y separó su boca, pero al volver a contemplar sus labios, decidió darle un último beso antes de soltarla y permitir que se acomodara en el asiento del pasajero. Respiró hondo un par de veces y volvió a mirarla. Ella estaba de brazos cruzados y con los ojos cerrados.

—Casi se nos va de las manos —dijo él.

 Aunque en el fondo deseaba llevarla a su casa y dar rienda suelta a la atracción que sentía por ella. Pero Paula no era esa clase de mujer. Se había dado cuenta mientras estaban en la cafetería. Ella quería un hombre fiel, un hombre que en vez de mirar ese cuerpo espectacular viera a la mujer que había dentro de él. Y él iba a intentar como fuese ser ese hombre. No entendía el porqué y ni siquiera trataba de entenderlo porque sabía que antes o después llegaría el fracaso. Nunca se le habían dado bien las relaciones duraderas, pero el tenerla en sus brazos le había hecho pensar que al menos debería intentarlo. Tenía que esforzarse en ser la clase de hombre que ella buscaba. Porque quería ser su hombre.

—Sí, gracias por parar —dijo ella.

En realidad, no parecía tan agradecida, de hecho parecía enfadada. La actitud de su cuerpo revelaba que se había puesto a la defensiva. Nunca entendería a las mujeres.

 —Estaba siendo un caballero.

—Ya te he dado las gracias —dijo ella levantando las cejas.

—¿Paula? —dijo él tratando de controlarse.

Se sentía muy excitado y deseaba mandar al infierno aquel comportamiento que no era propio de él. Después de todo, quizá ella deseara una intensa relación de una semana.

—Para dar con tu príncipe azul, primero tienes que dejar que se acerque a tu castillo y después dejarlo entrar.

—¿Quieres decir que tengo que besar a un montón de sapos antes de dar con él? —dijo ella apretando los labios que seguían recordando sus besos.

Pedro deseaba que al menos uno de los dos sintiera seguridad en aquel momento. Que al menos uno de los dos supiera cómo controlar aquellos sentimientos indomables. ¿Era aquélla la misma sensación que sentía su padre cada vez que montaba en moto? Si así era, ¿Cómo había sido capaz de acostumbrarse a aquello? Paula lo miraba fijamente esperando su respuesta.

—No. Digo que a lo mejor se te ha olvidado qué hacer cuando aparezca el hombre perfecto.

—¿Y tú eres el hombre perfecto?

—No soy un hombre imperfecto —dijo él.

Estaba muy seguro de eso. No le gustaba lo que ella le había hecho sentir, pero tampoco estaba dispuesto a dejarla escapar tan fácilmente.

Pedro encendió el motor y puso el coche en marcha. Cuando ya estaban en la emisora, Paula se quitó el cinturón de seguridad e intentó salir del coche antes de que se detuviera, pero él la agarró del brazo.

—¿Qué prisa tienes?

—Ninguna, sólo que estoy deseando llegar a casa.

—Lo siento, Paula—dijo él sintiéndolo de verdad. Sabía que la había herido, pero no sabía muy bien por qué.

—No lo sientas. Has sido un caballero. Además, lo he pasado bien y me ha gustado la conversación mientras tomábamos algo.

—¿Pero?

—Tenías razón —dijo Paula encogiéndose de hombros—. Pongo barreras entre el resto del mundo y yo y no estoy segura de que pueda dejarte entrar en mi vida.

—Esto es nuevo para mí también. Normalmente te hubiera llevado a mi casa.

—¿Y por qué no lo has hecho?

—Porque eres distinta de todas las mujeres y...

—¿Y? —preguntó ella.

Ella estaba preparada para salir corriendo y él no sabía qué decir para hacer que se quedara.

—Y eso me asusta.

 Ella sonrió y Pedro supo que había dicho justo lo que ella quería oír. Estar con Paula era como conducir su moto por una carretera de montaña a gran velocidad.

Guerra De Amor: Capítulo 10

En aquel momento, Pedro se percató de que era demasiado tarde para seguir guardando las distancias. Estaba claro que ambos sentían una mutua atracciónfísica. Su instinto le decía que aquella mujer era tan apasionada como él y deseaba explorar esa pasión. Pero no a un precio demasiado alto para Paula del que él tuviera que arrepentirse y que pusiera en peligro el mundo sólido que se había construido.

Paula miró a Pedro fijamente mientras conducía de vuelta para recoger su coche. Él era distinto a todos los hombres que había conocido y sintió un nudo en la garganta al pensar que no tendría oportunidad de explorar la magia que había surgido entre ambos. Pero, ¿Por qué no? Aquel hombre despertaba sus sentidos más que ningún otro. Le hacía reír y pensar, la ponía a prueba con su ingenio. Era la clase de hombre con el que siempre había soñado y ahora se daba cuenta de que siempre se había conformado con un espejismo, una ilusión del hombre de su vida sin pensar que pudiera ser real. Pedro era real, pensó sonriendo. Necesitaba algo más que sólo la parte física, pero el artículo que había leído sobre él no le había gustado nada. De todas maneras, sabía por la fama de su madre que la prensa no siempre decía la verdad.

—Leí un artículo sobre tí en La revista de Detroit —dijo ella mientras llegaban a la emisora.

Pedro había puesto música de Paul Simón, de los años ochenta, un disco con ritmos africanos.

—¿De veras lo leíste? —preguntó él esbozando una sonrisa.

Paula trató de contenerse para evitar que se diera cuenta de que quería saber más, pero no pudo hacerlo.

—Claro. ¿Era cierto todo lo que se decía en el artículo?

Él dejó escapar un suspiro y ajustó el volumen de la música sin mirarla siquiera cuando se detuvo ante un semáforo en rojo.

—No creo que sea el soltero más recomendable de la ciudad, si es eso lo que estás preguntando.

«No preguntes más», se dijo Paula, pero le era imposible contenerse.

—Me refería a esa historia de los seis meses.

—Querida, nos acabamos de conocer.

Sabía a lo que se refería. Su lógica le decía que seguían siendo unos desconocidos, pero ella había puesto su corazón al descubierto y le había contado su secreto. Ahora necesitaba saber si el hombre por el que se había sentido atraída desde el primer momento en que se habían visto, iba a romper su corazón. ¿Debería dejarle acercarse más o debeía guardar la misma distancia que guardaba con el resto de los hombres? ¿Sería posible mantener las distancias con Pedro?

—Lo sé, pero yo te he contado un secreto. Aquel artículo decía que tenías miedo a cualquier cosa que durase más de seis meses.

—Es cierto —dijo él con una voz muy grave.

—¿Por qué? —preguntó ella.

Paula había aprendido de su madre que para obtener la verdad, había que insistir en la pregunta.

—Por mi experiencia. Tengo cuarenta y cinco años. Me conozco muy bien y sé cuáles son mis defectos.

—¿No se pueden enseñar nuevos trucos a un perro viejo? —preguntó ella con un nudo en la garganta.

¡Cuarenta y cinco años! Probablemente él pensaba que ella era una niña, con sus cuentos sobre príncipes y finales felices. Lo cierto era que había visto en los ojos de Pedro el mismo deseo que ella sentía.

—Ten cuidado con a quién llamas perro viejo —dijo Pedro.

Paula observó las luces de la ciudad desde la ventanilla y le quitó importancia al hecho de que él respondía de manera superficial a todas sus preguntas. Aquello no debería importarle, al fin y al cabo, acababan de conocerse. Pero en el fondo, no era así.

—Paula.

Ella no lo miró. No deseaba hacerlo en aquel momento. Cerró los ojos y escuchó la letra de las canciones de Paul Simón en vez de mirar al hombre que tanto la había impresionado y con quien deseaba algo más profundo. Sintió cómo el coche se detenía y abrió los ojos. Se habían detenido junto a la acera. Ella echó la cabeza hacia atrás y lo miró.

—¿Por qué has parado? —preguntó Paula.

Sus facciones se desvanecían en la oscuridad. Apenas podía distinguir al elegante hombre que había conocido y se preguntó si de verdad era Pedro Alfonso.

—Porque no puedo prestarte atención mientras conduzco —dijo él.

—No entiendo.

 Se giró para mirarla de frente y tomó su rostro entre ambas manos. Era la tercera vez que él tocaba su cara y no pudo ignorar las sensaciones primitivas que Pedro despertaba en ella.

—Déjame que te lo explique. Siento no poder prometerte más de seis meses. Tampoco puedo decir que tú no vayas a ser la mujer que me haga cambiar de opinión. Pero aún es muy pronto.

—Tú has sido el que ha dicho que me quería ver desnuda.

—Y todavía quiero. Pero desnuda no quiere decir para siempre.

—Lo sé —dijo ella suavemente.

Guerra De Amor: Capítulo 9

La cafetería estaba silenciosa a aquella hora de la madrugada. Unas cuantas personas entraronvestidas de uniforme. Probablemente eran empleados de una fábrica cercana. Dos de los hombres saludaron a Paula y ella les sonrió.

—Son oyentes habituales. Me prepararon una cita con su jefe, Nicolás Brigg. Van a hacerle participar en Un kilómetro de hombres.

—¿Todavía te ves con ese Nicolás? —preguntó él sintiendo unos celos irracionales.

—No, él quería una esposa tradicional y aunque soy una persona bastante tranquila, tampoco me gusta quedarme todo el día en casa. Me gusta mi programa y mis oyentes, dejarlos sería difícil.

Pedro no sabía qué decir al respecto. Su vida siempre estaba cambiando. No podía predecir lo que le apetecería hacer de un día para otro. Era cierto que dirigía una discográfica, pero podía abandonarla en cualquier momento sin ataduras.

—Qué bien se me da terminar conversaciones, ¿Verdad? —preguntó ella un tanto incómoda.

Él acercó su mano a la de ella y la agarró ligeramente. Los dedos de ella estaban fríos y él acarició sus nudillos para calentarla. Deseaba levantarla de su asiento y hacerla sentar junto a él. Quería acogerla en su pecho y prometerle que nunca más tendría que besar sapos. Pero él no era la clase de hombre que hacía esas promesas. La única vez que había intentado mantener una relación durante más de seis meses, había salido mal tanto para él como para la mujer.

—Te pedí que me dijeras la verdad —dijo él.

Se vanagloriaba de ser una persona sincera. De hecho, su sinceridad había echado a perder su amistad con dos personas. Paula lo miraba detenidamente, intentando descubrir la clase de hombre que era. Pedro nunca había estado tan preocupado por la posibilidad de no estar a la altura de las circunstancias con una mujer.

—Y es lo que he hecho. ¿O acaso debería haberte mentido? —preguntó ella con una sonrisa triste.

Eso le habría facilitado las cosas. Podría haber continuado con su meticuloso plan de seducción. Una aventura fácil y divertida en la que los dos se satisfarían mutuamente. Y al acabar los dos seguirían por sus caminos sin heridas, sólo con recuerdos agradables.

—No, no quiero que haya mentiras entre nosotros.

—¿Todavía quieres verme desnuda a tu lado? —preguntó ella con su tono seductor.

Pedro hubiera dado cinco años de su vida por tenerla desnuda en su cama y oírla susurrar en su oído con aquella voz tan sensual.

—Pues claro que sí.

—¿Habrías preferido que no hubiéramos profundizado tanto? —preguntó ella ladeando la cabeza.

Ahora era su turno para ser sincero y por primera vez en su vida no quería serlo. Sabía que la verdad pondría una barrera entre ellos. Prefería solucionar las diferencias entre ambos en vez de aumentarlas.

—Sí y no —contestó él.

—¿Por qué?

 —Las cosas no eran complicadas antes, tú sólo eras una mujer atractiva y  ahora...

 —¿Y ahora qué? —preguntó ella mirándolo directamente a los ojos.

—Ahora eres mucho más.

Era todo lo que podía decir. No estaba dispuesto a admitir que el sentimiento que le provocaba no tenía nada que ver con la lujuria sino con algo que buscaba desde niño. La espera de algo que no sabía cómo definir, pero que sabía que le faltaba en la vida.

—Bueno, eso es algo a nuestro favor.

—Lo es todo.

Ella tomó otro sorbo de té y jugueteó con el anillo de plata que llevaba. Sus uñas estaban mordidas y no eran bonitas, pero a él no le importaba. Él la estudió detenidamente y advirtió que los pendientes que llevaba quedaban ocultos tras su melena. Una cadena de oro asomaba por encima del cuello de su jersey rojo.

—Creo que nos deberíamos ir —dijo ella y un mechón de pelo cayó sobre su mejilla.

Pedro lo tomó entre sus dedos y lo colocó tras su oreja, sin soltarlo. Su pelo era muy suave, lo más suave que él había tocado en su vida. Paula se quedó quieta mirándolo con sus grandes ojos marrones que le hacían desear sólo una cosa: ella. Sólo a ella. Tiró del mechón hacia él para atraerla y él se acercó todavía un poco más. Estaban tan cerca que podía sentir su respiración. Acarició su rostro y descubrió que su piel era tan suave como parecía. Recorrió con un dedo sus mejillas y aquellos labios tan sensuales que lo habían vuelto loco durante toda la noche. Ella apenas podía respirar.

sábado, 19 de agosto de 2017

Guerra De Amor: Capítulo 8

—¿Por qué?

—¿Quién sabe? Cuéntame más cosas sobre tí, Paula. ¿Qué es eso que ves en mí y qué es lo que te hace desear? —preguntó él encogiéndose de hombros.

—Pensé que te olvidarías de ese comentario, dijo ella echándose hacia atrás y tomando un sorbo de té.

—Yo nunca olvido nada.

—¿En serio?

—Es verdad, tengo memoria fotográfica. A veces es una molestia.

—¿Como yo? —preguntó ella.

Quería evitar aquel tema. Pero, ¿Cómo demonios había dicho aquello?

—Yo no diría eso.

—No, pero lo piensas —contestó ella.

Debería acabar el té, darle las gracias y salir de allí antes de decir otra cosa de la que tuviera que arrepentirse.

—Claro que no. Háblame de tí.

—¿Crees que nos conocemos lo suficiente como para contarnos secretos? — preguntó ella.

—Yo ya te he contado mi secreto, que quiero verte desnuda.  Ahora me tienes que contar tú un secreto.

—¿Buscas una aventura de una noche?

—¿Te gustaría eso? —preguntó él.

Paula valoró aquella posibilidad. Una noche de placer no era su estilo, pero había algo en Pedro que conseguía llegar a una parte de ella que no quería revelar. Algo tan delicado que todos los hombres que la habían amado y después abandonado, habían herido y no estaba dispuesta a correr el riesgo otra vez.

—No, yo quiero algo más contigo.

—Lo sabía, confía en mí —dijo él tomando la mano de Paula y besándola.

Ella intentó soltar la mano, pero él se lo impidió. Estaba claro que aquel hombre no haría nada que no estuviera en sus planes.

—Ojalá siguiera creyendo en los príncipes azules, porque tienes todas las cualidades para ser uno —dijo ella mirando las mesas de alrededor.

—¿Un príncipe de cuento, eh?

Paula lo miró fijamente. Él la estudiaba como si fuera la primera vez que la veía.

—No te confundas por mi actitud atrevida. En el fondo quiero tener mi verja blanca como toda mujer. Lo que pasa es que me he tirado los últimos diez años besando sapos.

—Así que la experiencia te dice que aunque parezco un príncipe, en el fondo no soy más que un sapo, ¿No?


—Exacto.

—¿Qué hace falta para demostrarte que estás equivocada?

—Mucha confianza, un poco de amor... y dar con el hombre de mis sueños.

—Eso es mucho pedir, ¿Qué tal mucha diversión, un poco de atrevimiento y yo? —dijo él.

Pedro sabía que él no era un príncipe de cuento. De hecho, por su reputación y su estilo de vida era más parecido a los sapos que Paula había besado. Pero no quería dejarla escapar así como así.

Guerra De Amor: Capítulo 7

El semáforo se puso en verde y Pedro aceleró.

—Qué amable, Chaves, muy amable. Pero no has dado en el clavo. No soy agresivo.

Paula apretó los labios y por un momento, él quitó el pie del pedal. Quería sentir aquellos maravillosos labios junto a los suyos.

—Sí, pero tampoco te gusta esperar.

—Cuando estoy contigo no.

—¿Qué quieres decir? —preguntó ella.

—Que normalmente no salgo de casa en mitad de la noche para ir a tomar café con una mujer.

—¿Debo sentirme halagada?

—No te pongas interesante.

—Lo siento, es que tengo miedo.

—¿De mí?

—Creo que sí. Hay algo en tí, Pedro, que me hace desear...

 —¿El qué?

—Algo que por experiencia he aprendido que no existe.

Pedro no quería saber de qué se trataba. La tristeza inundaba su voz y sus ojos y él deseó abrazarla y prometerle que nunca se sentiría así otra vez. Pero sabía que no era la clase de hombre que hacía esas promesas. En ese momento, reparó en que la idea de tomar un café había sido un error y no estaba dispuesto a que se repitiera. Paula no era como las otras mujeres con las que había salido en el pasado. Ella no estaría satisfecha con sólo seis meses de relación. Por primera vez en su vida, él se preguntó lo mismo.

Paula pidió un té y Pedro un café. Él se puso un poco de leche y un silencio incómodo se hizo entre ellos. Ella  no sabía qué decir. Aunque se acababan de conocer, sentía como si lo conociera de toda la vida. Jugueteó con su cuchara y de pronto él puso su mano sobre la de ella. Su mano era grande y cálida. Sus uñas eran cuadradas y estaban cuidadas. Eran más bonitas que las de ella, que a pesar de los sermones de su madre, seguía mordiéndoselas. Se sintió un poco incómoda y separó su mano.

—¿Nerviosa? —preguntó él.

Su voz sonaba más grave que cuando había hablado con él por teléfono. Llevaba un jersey grueso y unos vaqueros desgastados y suaves que marcaban sus muslos. Paula deseaba sentarse a su lado, acurrucarse junto a él, apoyarse sobre su hombro y escucharlo.

—No. Eres sólo un hombre y ya tengo tu número.

Pedro acarició sus nudillos y después la palma de su mano. Paula se sintió relajada y apoyó la espalda en el respaldo del asiento.

—Sólo un hombre... Eso es duro. ¿Cuántos hombres te han ido a buscar después del trabajo y te han llevado a un sitio con tanta clase para tomar café?

Paula miró a su alrededor. Aquel local tenía su propio carácter. Las mesas eran cromadas y los asientos tenían cojines de vinilo que nunca estarían en una revista de decoración. Pero a ella le gustaba.

—Tampoco está tan mal este sitio.

—¿Y qué me dices de la compañía? —preguntó Pedro. Paula tomó su mano y acarició las líneas de su palma, intentando no mirar su rostro—. ¿Paula?

—La compañía tampoco está mal —dijo ella soltando su mano y tomando la taza para evitar cualquier contacto con Pedro. Se sentía aturdida.

—¿Y cuál es el problema?

Estaba hecha un lío. Debería acudir al programa de su madre: Chicas que no pueden confiar en sus propios instintos. Eso provocaría que los niveles de audiencia subieran y todo el país le daría razones por las cuales no debería estar allí sentada con Pedro Alfonso.

—Es que todo esto es muy raro. ¿Por qué me has llamado esta noche?

—Porque quiero conocerte mejor.

—¿Hasta dónde?

—¿Qué te parece desnuda? —dijo él enarcando una ceja.

También a ella le gustaría verlo desnudo. Probablemente todo su cuerpo estaría bronceado y, por cómo le sentaba la ropa, no tendría un gramo de grasa en su cuerpo.

—Eso es ir al grano sin tonterías.

Él se echó hacia delante, tratando de mostrarse al mando de la situación. Ella se estremeció y se acercó a él. Sus caras estaban separadas por escasos centímetros. Podía sentir su respiración.

—Para mi gusto, tú eres demasiado lenta.

—No me gustan las prisas.

—A mí, sí —dijo Pedro mirando sus labios.

—Entonces deberías participar en Un kilómetro de hombres.

—No, gracias.

—¿Por qué no?

—Porque no quiero estar en una fila y que una desconocida me escoja. Te quiero a tí.

Guerra De Amor: Capítulo 6

Le quedaba poco tiempo. No sabía si alegrarse o no. Aquel hombre tenía la palabra «peligro» escrita en la frente. No daño físico, pero estaba segura de que dejaría cicatrices en su corazón.

—Quiero conocerte mejor, Paula.

Ella cerró los ojos. Debería haber colgado, pero ya era demasiado tarde. Ella también quería conocerlo mejor. Quería estar equivocada sobre él. Claro que también tenía que recordar que Rolo pensaba que Jack era el hombre perfecto para Un kilómetro de hombres.

—Déjale tu número a Rodrigo y te llamo después.

Pedro se hundió en el asiento de su Jaguar mientras escuchaba la voz sensual de Paula. Estaba solo en el estacionamiento de la WCPD. Lauren había aceptado ir con él a tomar café. No le preocupaba la razón por la que sentía tanto interés por ella, sólo sabía que la tenía que volver a ver. Habían pasado horas desde que la conociera aquella misma mañana y no había podido dejar de pensar en sus hombros, en la suavidad de sus dedos y en aquellos labios que incitaban a ser besados. Había llamado a la mujer con la que había estado saliendo últimamente para decirle que no podía seguir viéndola. Se había mostrado molesta, aunque no demasiado. Al fin y al cabo, la relación sólo había durado cuatro meses y lo habían pasado bien mientras duró. No estaba dispuesto a cesar en su empeño de saber todo sobre Paula. ¿Sería eso lo que sentía su padre cada vez que conocía a una mujer? ¿O sería lo que separó a sus padres y los hizo seguir buscando? La oyó despedirse en el programa y apagó el motor. Salió rápidamente del vehículo y se dirigió a la entrada del edificio. Podía haber llamado a Federico y preguntarle el código de seguridad para entrar en el edificio, pero no quería que su hermano supiera lo que sentía. Así que se había quedado fuera, en la fría noche de Detroit, refugiándose en su abrigo y esperando a la mujer que podría protagonizar un nuevo capítulo de seis meses en su vida. Al cumplir los dieciséis años, se había dado cuenta de que su vida cambiaba cada seis meses. Sus amistades, los novios de su madre, las novias de su padre, los deportes... Todo duraba seis meses. Había probado su teoría un par de veces y siempre había funcionado. Su interés por las cosas nuevas duraba seis meses. Lo único que era permanente era su amor por la música. Mujeres, música, coches y casas. Siempre se rodeaba de lo mejor que hubiera en el momento y nunca sentía lástima cuando llegaba el momento de dejarlo. Era su manera de ser y estaba acostumbrado. La puerta se abrió y entró dentro. Por un momento no pudo respirar. Aquel sedoso cabello negro y ese precioso rostro. Ella ladeó la cabeza y lo observó.

—Hola, Pedro.


Su voz era aún más potente en persona y sintió un escalofrío en la espalda. Quería sentir aquellos sensuales labios junto a los suyos.

—Paula—dijo él.

—¿Quieres venir a la cafetería que te dije por teléfono? —dijo ella sacándose unos guantes de piel del bolsillo y poniéndoselos.

—Yo conduzco.

Él la tomó por el codo y se dirigieron hacia su coche. Sabía perfectamente que ella no necesitaba su ayuda, pero quería sentir su tacto, aunque fuera de aquella manera. Sabía que no podría sentir la suavidad de su piel por toda la ropa que llevaba puesta. Ojalá fuese verano para que visiiese otra ropa más ligera.

—¿Has escuchado mi programa? —preguntó Paula.

—Sí —contestó él apagando la radio y saliendo del estacionamiento—. Explícame eso de que los oyentes estén buscando a tu hombre ideal.

—Pues la verdad es que no tengo suerte con los hombres. El último fue mi prometido, Sergio, que me dejó en mitad de la fiesta que mis padres estaban dando por el Año Nuevo. íbamos a anunciar nuestro compromiso esa noche.

—¡Qué contrariedad!

—Sí, pero una vez me recuperé de la rabia y la vergüenza que sentía me di cuenta de que no echaba de menos a Sergio. Lo que me hizo pensar en la clase de hombres que me suelen atraer y decidí aceptar el consejo de mi madre.

—¿Qué consejo?

—Contar el problema a los oyentes del programa y escuchar sus consejos. Mi madre tiene un programa en la televisión.

—Sí, lo sé. Mi secretaria es una gran seguidora.

—¿Tú no?

—No, yo soluciono mis propios problemas.

—¡Qué duro eres!—exclamó Paula y se echó a reír.

Aquel hombre le hacía sentirse bien.

—Sí, ése soy yo.

—Entonces, ¿Cómo solucionas tus problemas? —preguntó ella.

Pedro reparó en que ella estaba haciendo lo mismo que él, intentando conocer a la persona que había detrás de la chispa que había surgido entre ellos.

—¿Tú qué crees? —preguntó él.

 Se detuvo ante un semáforo en rojo y la miró de soslayo. Sus rasgos parecían delicados bajo la suave luz que había en el coche. Tenía un aire angelical que parecía estar a punto de desaparecer en cualquier momento.

—Algo relacionado con salir por las noches —dijo ella levantando las cejas.