sábado, 10 de junio de 2017

Peligrosa Atracción: Capítulo 40

—Cuéntame qué te pasa. Sé que ocurre algo y…

—¿Crees que te estoy engañando? —la interrumpió él.

Paula se quedo atónita.

 —¿Me estás engañando, Pepe?

—Muy típico —dijo él, irónico—. Piensas que te engaño porque tú estás aburrida de mí.

—¡Yo no estoy aburrida de tí!

—Fuiste tú la que no disfrutó el sábado, no yo. Eres tú la que se porta de forma diferente. ¿Por qué no lo admites?

—No estás siendo sincero —consiguió decir ella, escondiendo las lágrimas—. ¡No quieres que siga viviendo contigo y no tienes valor para decírmelo! Te ví la otra noche, Pedro. No podías apartar los ojos de esa rubia. Quizá aún no me has engañado, pero estás deseando hacerlo.

Un silencio atronador los envolvió entonces. Y duró hasta que llegaron al estacionamiento.

—No quiero una escena, Pau. No puedo soportar las escenas.

—Y yo no puedo soportar esto —replicó ella.

—¿Qué quieres decir con «esto»?

 —No saber dónde estamos. ¿Cómo puedo hacer el amor con un hombre que desea a otra mujer?

—Yo creo que eres tú quien desea que yo sea otro hombre —dijo él con frialdad.

—Solo quiero que seas el hombre que conocí, Pedro. Ese hombre me gusta y lo deseo. Pero no eres el mismo. Has cambiado.

—¿Yo he cambiado? Eso tiene gracia. ¿Y qué quieres hacer, Paula?

Ella se quedó callada. Su corazón se encogió, pero el orgullo la mantuvo firme.

—Esta noche dormiré en mi habitación y mañana empezaré a buscar un departamento.

Esperaba que él discutiera, que le suplicase que no se fuera.

 —De acuerdo —fue todo lo que dijo Pedro.

Paula salió del coche, pero él no se movió.

—¿No vas a subir?

—Tengo que ir a casa de Hernán.

Paula casi soltó una carcajada. Estaba mintiendo. Sin duda habría llamado a la rubia desde su móvil. Hernán no era más que una excusa, una patética excusa. Casi lo odiaba en aquel momento.

—Muy bien —murmuró, cerrando de un portazo.

No se molestó en volver la cabeza, pero lo oyó salir del aparcamiento a toda velocidad. Una vez dentro del departamento,  se echó a llorar. Y siguió llorando durante casi una hora hasta que, angustiada, fue a darse una ducha. De repente, todo se había terminado entre Pedro y ella. No creía que fuera por la rubia. Simplemente, la había conocido cuando estaba empezando a cansarse de ella. Quizá el deseo de Pedro por una mujer tenía fecha de caducidad. Quizá después de tener a una mujer tantas veces como deseaba, sus hormonas le decían que buscara otra.

Pensó en llamar a Arturo y llorar sobre su hombro, pero decidió no hacerlo. Hablaba con él casi todos los días, pero no le había contado nada sobre Pedro. No quería preocuparlo y tampoco quería estropear la amistad que había nacido entre los dos hombres. Se fue a la cama, pero cuando se quedó dormida tuvo una pesadilla y se despertó, sobresaltada. Su reloj marcaba la una. Apenas había dormido dos horas.

2 comentarios:

  1. Pobres! Están sufriendo los 2 por no animarse a decirse lo que sienten!

    ResponderEliminar
  2. Que pena que no sesinceren el uno con el otro!!

    ResponderEliminar