—Estar contigo es como estar en el cielo —murmuró sobre sus labios—. ¿Qué hombre puede rechazar la ambrosía después de probarla?
Pedro tuvo que arrancar de nuevo, pero seguía sintiendo en sus labios el calor de los labios femeninos. Estaba deseando terminar con la visita a Femme Fatale. Estaba deseando que llegara la noche. Paula sonreía, sin darse cuenta. Él seguía deseándola. Había dicho que estar con ella era como estar en el cielo. Y ella se sentía en el cielo en ese momento. Era tan feliz que dejó de estar nerviosa. Nada importaba tanto como que Pedro siguiera deseándola. Nada. Diez minutos después, él paró frente a un edificio que parecía un almacén, con un enorme cartel de la empresa Femme Fatale. Empezó a sentir mariposas en el estómago cuando él la tomó del brazo para llevarla hasta un amplio vestíbulo de mármol gris. La chica que había tras el mostrador de recepción sonrió amablemente al verlos.
—Venimos a ver al señor Benítez—dijo Pedro—. ¿Puede decirle que han llegado el señor Alfonso y la señorita Chaves?
Paula se quedó sorprendida al escuchar el apellido de Diego.
—¿Has dicho señor Benítez? —susurró cuando la chica llamaba por teléfono.
—Diego Benítez. Es el gerente que la firma de Hernán puso a cargo de Femme Fatale cuando murió tu tía.
Paula pensó que iba a desmayarse.
—Dios mío…—murmuró.
—¿Qué ocurre? ¿Qué te pasa?
—Es Diego.
—¿Qué Diego?
—«Mi» Diego.
—¿«Tu» Diego?
—Creo que sí.
Pedro estaba perplejo.
—En Sidney viven cinco millones de personas, Paula. Y el apellido Benítez es relativamente común. No puede ser el mismo hombre.
—Si tiene unos treinta y cinco años, pelo negro, ojos azules y un hoyito en la barbilla, es Diego.
En ese momento, un hombre de unos treinta y cinco años, ojos azules y un hoyito en la barbilla apareció en el vestíbulo. El monstruo en persona. Desgraciadamente, no parecía el ser patético que Pedro había imaginado, sino un hombre que conocía bien a las mujeres; un hombre que lo sabía todo sobre ellas. Hubiera deseado pulverizar a aquel bastardo por seducir a su chica y destrozar las ilusiones que se había hecho sobre su inocencia.
—Señor Alfonso —dijo el de los ojos azules, ofreciendo su mano.
Pedro la apretó con fuerza, con rabia más bien. Aquel tipo era muy guapo. La clase de hombre del que las mujeres se enamoraban como locas.
—Hernán me ha llamado para decir que venía con la señorita Chaves —dijo el monstruo—. No nos conocemos, pero sí conozco bien el trabajo de su agencia. Sobre todo las campañas de publicidad de Femme Fatale. Y hablando de eso, estoy encantado de conocer por fin a la misteriosa heredera. ¿Cómo esta, señorita Chaves? —sonrió Benítez, estrechando su mano.
Pedro sonrió al darse cuenta de que no la reconocía. Ni siquiera sabía su apellido. Para él, Paula solo había sido una diversión. ¿Se habría reído de su inexperiencia? ¿Habría disfrutado haciendo que se enamorase de él y tomando todo lo que ella generosamente le ofrecía?
—Bienvenida a Sidney —siguió diciendo Diego, sin soltar su mano—. Como sabrá, yo he intentado reflotar Femme Fatale después de la desgraciada muerte de Marina, pero está siendo muy difícil. Gran parte del personal ejecutivo ha dimitido y me temo que su tía cometió un error al aventurarse en un nuevo perfume; algo que le ha costado una fortuna a la empresa. Pero usted no tiene que preocuparse de esas cosas —añadió, condescendiente—. Puede dejarme esas preocupaciones a mí.
Pedro miró a Paula. ¿Por qué no decía nada? ¿Por qué no apartaba la mano y le decía a aquel bastardo que no la tocase? ¿Por qué lo miraba con una expresión casi de terror? ¿Seguiría amándolo? Se sentía enfermo.
—No la reconoce, ¿Verdad? —preguntó bruscamente.
—¿Perdón?
—No me pida perdón a mí. Pídaselo a Paula.
—¿Paula? —repitió él, mirándola—. ¡Dios mío! Eres tú, Paula.
—La misma, Diego.
—Pero… estás tan diferente. Tu pelo, tu cara… tu ropa.
—Es asombroso lo que se puede hacer con un poco de dinero —dijo Paula con frialdad. Pedro se sentía orgulloso de ella. Y aliviado. Aquel no era el tono de una niña enamorada—. Vamos a tu despacho, Diego. Tenemos muchas cosas que discutir —añadió, aparentemente muy segura de sí misma.
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