martes, 27 de junio de 2017

Paternidad Inesperada: Capítulo 21

—¿Qué tal así? —preguntó Pedro al servirle el jerez.

Había acertado con las copas, y a ella le había servido con mucha prudencia.

—Estupendo. Gracias.

—De nada. Y ahora dime qué te apetece para cenar. Yo cocino.

Paula dió un sorbito al jerez mientras buscaba la mejor manera posible de decirle que tenían limitado el tiempo.

—Quédate ahí sentada, descansando, que yo me encargo de todo.

—No vamos a poder disponer de mucho tiempo, Pedro. A las nueve en punto recibo a una clienta en el salón de pruebas de la casa de Violeta para hacerle ajustes a su vestido de novia, y antes tengo que darle su toma a Olivia. Es mejor que no te molestes.

—Ni hablar. No voy a dejar que adquieras malas costumbres —dijo él, moviendo la cabeza, mientras miraba el reloj con el ceño fruncido—. Son las ocho menos cuarto. A las ocho y media puedo tener preparada una cena decente. ¿A qué hora le das la toma a la cría?

—A las ocho.

—¿Y cuánto se tarda?

 —Unos veinte minutos.

—Entonces tenemos tiempo suficiente para cenar, antes de que te vayas a trabajar. Ya recogeré yo después —el rostro de Pedro se iluminó de repente—. Puedes dejar a la cría conmigo, y así no tienes que estar pendiente de ella mientras trabajas.

Aquella sugerencia sobre la marcha dejó a Paula confundida. Había estado reuniendo valor para ponerlo a prueba a ese respecto, y, sin embargo, él acababa de brindarse espontáneamente. La incredulidad y confusión de Paula debían de reflejarse en su rostro, porque Pedro dió por descontado que su ofrecimiento estaba a punto de ser rechazado, y comenzó a defenderlo.

—Pau, soy un adulto responsable. Puedes dejarla a mi cuidado tranquilamente. Te prometo que si surge cualquier problema te consultaré. ¿Qué te parece? —preguntó con ansiedad. Paula estaba aturdida.

—Yo… bueno, si tú crees…

—Confía en mí —le pidió, mirándola directamente a los ojos.

Paula dió un suspiro profundo. No tenía intención de ponerle pegas a su ofrecimiento, ni apagar su entusiasmo por complacerla. Pedro seguía interesándose ante todo por ella, pero, ¿Qué importancia tenía eso, si, después de todo, lo llevaba a ocuparse de Olivia?

—De acuerdo —concedió—; si de verdad no te importa.

Pedro sonrió como si le hubiera tocado la lotería.

—Estoy encantado de poder ayudar —irradiaba vitalidad mientras se dirigía al frigorífico y lo abría para echarle un vistazo a su contenido—. ¿Qué te parecería tomar un buen bistec?

—Que sea pequeño, por favor —respondió ella, que no estaba segura de poder comer cosa alguna.

—¿Con ensalada y patatas asadas?

—Sí —contestó Paula aturdida. Tanto que fue un alivio oír el primer ensayo de grito de Olivia, algo completamente normal—. Ahora tengo que dejarte, Pedro —dijo con rapidez, abandonando el asiento.

Pedro la alcanzó antes de que llegara al pasillo para preguntarle:

—¿Te da vergüenza…, lo de amamantarla? —preguntó, algo avergonzado, a su vez—. Quiero decir que si no te importaría traer aquí a la cría para que podamos estar juntos. Como una familia de verdad.

Aquel pensamiento silbó en la mente de Paula, irremediablemente disparando sus esperanzas.

—Venimos enseguida —le dijo con una sonrisa chispeante.

 A su vez, la sonrisa de Pedro fue radiante al exclamar:

—¡Estupendo!

No fue exactamente que Paula bailara por el pasillo, pero su corazón sí que hizo cabriolas. Una vez en el dormitorio, se inclinó sobre el moisés, tomó en brazos a Olivia en medio de uno de sus chillidos, y se puso a dar vueltas con la niña en brazos.

—Tu papá nos quiere a su lado —le susurró con regocijo.

Olivia miró a su madre con picardía y dió un resoplido. Paula sonrió y la depositó en la mesita para cambiarle los pañales, mientras se preguntaba qué hacer con su propia ropa. Tendría que quitarse la parte de arriba. Se acordó entonces de la preciosa bata de seda de Christian Dior que Pedro le había regalado hacía un año por su cumpleaños, cuyo luminoso estampado blanco y negro no desentonaría con su maquillaje. Además, él la reconocería y se alegraría de vérsela puesta. Apenas podía dar crédito a lo bien que estaban saliendo las cosas. La tensión de tener que ponerlo a prueba había desaparecido por completo. Cuando regresó al salón, Pedro fue de aquí para allá hasta asegurarse de que el bebé y ella estarían cómodas en un sillón, de que tenían todo lo que pudieran necesitar, y manifestó luego un orgullo muy paternal al contemplar a Olivia en acción.

—La cría sabe muy bien lo que quiere —comentó, con un cálido brillo en la mirada.

Paula sintió un estremecimiento en el estómago. Tenía muy sensibles los pechos y la boquita que succionaba su pezón le traía el recuerdo de tantas noches de amor con Pedro. ¿Lo estaría él recordando también? La sensación de intimidad, tan fuertemente creada, hizo que  se diese cuenta de que todavía estaban en los comienzos de su nueva relación.

—Cuéntame qué ha sido de íi en todo este tiempo, Pedro —se apresuró a preguntar—. Tu trabajo y todo lo demás. La conversación fluyó con bastante naturalidad.

Pedro estaba muy pendiente de hacerla sentirse a gusto con él. Antes de que pudieran seguir adelante, tenían que terminar de ajustar cuentas acerca de los ocho meses de separación y la causa de la misma. Paula no estaba segura de que la actitud de él persistiera una vez pasada la ilusión inicial del reencuentro. Era inevitable que Olivia interfiriese cada vez más en sus vidas.

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