—Él no entendía que Marina sólo contratase personal femenino. Eran mujeres creativas, independientes y muy capaces que no podían soportar el paternalismo del señor Benítez.
—Benítez era un imbécil en todos los sentidos —dijo Pedro.
Paula sonrió. Y, con una confianza que a ella misma sorprendía, le pidió a Carla que llamase a las jefas de departamento. La jefa de nuevos proyectos estaba furiosa porque Benítez había cancelado el proyecto del nuevo perfume en el que estaba trabajando con Marina. La encargada del departamento de administración se quejó de que Benítez intentaba ligar con todas ellas y no prestaba atención a los asuntos financieros. Una hora después, Paula consideró que sabía suficiente sobre la empresa y les pidió que volvieran a sus despachos.
—Te he estado observando y me parece que ya no me necesitas —dijo Pedro entonces—. Es increíble, pero creo que este trabajo es perfecto para tí.
—Pero…
—Pero nada. Has nacido para esto, cariño. Tú lo sabes y yo también. Para mostrarte la confianza que tengo en ti, voy a comprar acciones de Femme Fatale hoy mismo. No pienso dejar que sea Hernán el único que gane una fortuna.
—¿Y yo?¿No se supone que yo también debo ganar una fortuna?
—Cariño, los dos sabemos que no vas a vender tus acciones. Estás enganchada.
—Yo… la verdad es que me gustaría dirigir esta empresa. No hay razón para que me marche después de la reunión del consejo, ¿Verdad?
—No.
Paula se sentía emocionada por la confianza que Pedro depositaba en ella, pero sabía que no sería tan fácil.
—Tendré que encontrar un sitio para vivir.
—¿Por qué? Puedes quedarte conmigo todo el tiempo que quieras.
—¿Lo dices en serio? ¿No te molestaría?
—Muy en serio —sonrió él, mirándola con un calor indecente—. ¿Cómo iba a molestarme? Estoy loco por tí. Incluso iba a decirte que te mudaras a mi dormitorio.
Paula tragó saliva ante la idea de dormir con él cada día, de poder darse la vuelta y tocarlo cuando quisiera.
—Yo…
—¿No te gustaría?
—Sí, creo que sí —asintió ella, poniéndose colorada.
—Estupendo. Si vas a trabajar aquí, sólo podremos vernos por la noche. Y los fines de semana, claro. Pero tengo planes para eso. Podemos pasarlos en la cama — sonrió Pedro—. También quiero enseñarte Sidney y llevarte a la ópera.
A Paula le encantaban sus planes, pero tenía miedo de enamorarse tanto de él que nunca pudiera volver a mirar a otro hombre cuando aquello se terminara. Y se terminaría, estaba segura. Pedro no era un hombre hecho para el matrimonio. Era un playboy. Y los playboys no se enamoran de una sola mujer para toda la vida. Decía que estaba loco por ella, pero sólo porque era algo nuevo. Nuevo y diferente. Ella sospechaba que, tras la sorpresa de saber que era virgen, estaba deseando enseñarle sus técnicas eróticas. Y ella tenía que reconocer que estaba deseando aprender. Pero también sentía aprensión.
—¿Qué pasara cuando te aburras de mí?
Pedro se encogió de hombros.
—Yo podría decir lo mismo, Pau. Quizá una mañana te despertarás y no querrás que vuelva a hacerte el amor.
Paula lo miró. No estaba hablando de ella. Estaba hablando de sí mismo. Porque eso era lo que le ocurría siempre. Un día se despertaba y se daba cuenta de que la mujer que tenía al lado lo dejaba frío.
—Lo dudo, Pedro. Siempre me sentiré atraída por tí. No creo que se me pase nunca.
—Es muy halagador. Pero… los nuevos amantes siempre piensan eso. Lo mejor será que vivamos día a día —sugirió él pragmáticamente—. ¿Quién puede predecir el futuro?
—Muy bien —dijo ella. Probablemente, esa era la única forma de sobrevivir. Vivir día a día, sin pensar nada más.
—Estupendo. Ahora tengo que irme. He de hacer algunas llamadas.
—¿No puedes hacerlas desde aquí? —preguntó Paula.
—Tengo que hacerlas desde mi despacho. No te preocupes Pau, todo va a salir bien. Vendré a buscarte a las siete, si te parece —dijo Pedro.
Paula respiró profundamente. Él tenía razón. Debía hacer aquello ella sola. Al menos, la empresa seguiría estando allí cuando Pedro hubiera desaparecido. La vida seguiría, aunque ella tuviera el corazón roto.
—Me parece bien —dijo por fin.
—Esa es mi chica. No trabajes demasiado, cariño. No quiero que estés agotada esta noche —sonrió Pedro, antes de salir de la oficina.
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