martes, 13 de junio de 2017

Peligrosa Atracción: Capítulo 42

—Claro que no. Arturo y yo somos amigos. Y los amigos no se chivan el uno del otro.

—¿Y qué más sabe tu buen amigo Arturo? —preguntó Paula entonces.

—Nada. Pero me dió una pista sobre cómo sabría si te habías enamorado de mí.

—¿Ah, sí?

—Sí. Me dijo que intentarías que dejara de fumar.

El corazón de Paula dió un vuelco.

—Por eso pensabas que no te quería murmuró—. Oh, Pepe, no tienes ni idea de cuantas veces he deseado decir algo, pero tenía miedo. Sé cuánto te gusta fumar.

—No tanto como que tú me quieras —dijo él suavemente, acariciando sus mejillas —. Dejaré de fumar si de verdad quieres que lo haga.

—¿Lo dices en serio?

—Sí. Pero te advierto que no podrás evitar que siga bebiendo de vez en cuando.

—No pienso intentarlo. Ha sido el vino lo que te ha soltado la lengua y me ha hecho la mujer más felíz del mundo.

—¿Cómo puedes ser felíz amando a un playboy egoísta y arrogante como yo?

 —La verdad es que te encuentro un poco arrogante, pero tus días de playboy están contados. Tengo planes para tí, Pedro Alfonso.

—¿Qué planes?

—¿Arturo no te lo ha contado?

—¿Contarme qué?

—¿Que soy de las que se casan?

 —La verdad es que sí me lo dijo. ¿Cuánto tiempo tengo antes de pedirte que te cases conmigo?

—Un par de años. Ahora tengo veintitrés, pero pienso tener hijos cuando llegue a los treinta. Y pienso estar casada con su padre.

—Entonces, no hay prisa, ¿No? Podemos divertirnos durante un tiempo y dejar las decisiones importantes para más adelante. ¿Qué te parece si nos divertimos un poco ahora mismo?

—¿Por qué no? —sonrió ella, levantándose—. Siempre he querido hacer el amor en este sofá —murmuró. Y, sonriendo seductoramente, dejó caer el albornoz al suelo.



—Yo los declaro marido y mujer —estaba diciendo el sacerdote en medio del jardín, decorado para la ceremonia—. Puede besar a la novia.

A Pedro le asombraba la emoción que había sentido durante la ceremonia. Sobre todo cuando Aldana y su nuevo marido se habían mirado a los ojos mientras se ponían los anillos. En el pasado, siempre había evitado las bodas. El cínico que había en él había pensado que el sentimentalismo era estomagante. Eran unos locos, pensaba. La mitad de ellos estarían divorciados en nada de tiempo. Aquel día, sin embargo, se sentía optimista. La otra mitad de las parejas seguirían siendo felices, se recordaba a sí mismo. Era una cuestión de elección y compromiso; estar preparado para solucionar los problemas, soportar los momentos difíciles y agradecer lo bueno. Por supuesto, siempre ayudaba tener una mujer comprensiva como esposa. Una que tuviera compasión, además de pasión. Una que conociera tus defectos y te quisiera de todas formas. Miró a Paula, sentada a su lado. Estaba guapísima con aquel vestido de seda color cereza. Pero a él siempre le parecía que estaba preciosa.

—No ha sido tan horrible, ¿Verdad?

Pedro sonrió. Ella lo conocía tan bien… Lo conocía mejor que nadie. Durante la semana anterior habían hablado mucho y él le había contado cómo había pasado de ser camarero a propietario de una agencia de publicidad sin tener educación universitaria, usando sólo su imaginación y su ambición. Incluso le había hablado sobre su infancia y las palizas que le pegaba su tío. Había soportado las palizas hasta que se hizo adolescente y, confiado en su tamaño, había advertido a su tío que lo mataría si volvía a tocarlo. Un mes después, se había escapado de aquella casa. Paula había escuchado la historia con lágrimas en los ojos.

—Mi niño, pobrecito —había murmurado, besándolo—. Ahora entiendo que te resulte tan difícil amar y confiar en alguien. Pero eso fue hace mucho tiempo y ahora me tienes a mí. Te quiero. Eso es lo único que tienes que recordar.

Pedro se quedó pensativo, pero algo seguía dando vueltas en su cabeza.

—Pau…

—¿Sí?

—¿Crees que yo podría ser un buen padre?

—Creo que serías un padre maravilloso.

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