martes, 27 de junio de 2017

Paternidad Inesperada: Capítulo 22

Para cuando hubo terminado de dar de mamar a Olivia y se volvió a vestir, Pedro ya tenía lista la cena. Regresó al salón con el moisés. La niña permanecía aún despierta, gorjeando felizmente, y quería echarle un vistazo, asegurándose de que podía dejársela a él. Para su sorpresa, comprobó que tenía un muy buen apetito y disfrutó a conciencia de la cena, relajada en su compañía, hasta el punto de que él consiguió persuadirla de que le contase lo del baño de Olivia.

Pedro se rió con la descripción que Paula le hiciera de la inicial rigidez de la niña en su primer contacto con el agua, así como con las interpretaciones de las miradas de sorpresa que la niña le había lanzado a la madre. Era la clase de alegría compartida de la que antes solían disfrutar, y ella se encontraba muy animada en el momento de irse a recibir a su clienta. Pero cuando fue a echarle un último vistazo a Olivia, su burbuja de felicidad se desinfló por completo. La niña tenía los puñitos cerrados y esa expresión de concentración en el rostro que su madre conocía de sobra.

 —¡Oh, no! Ahora, no —gimió Paula.

—¿Qué pasa?

—Olivia está a punto de ensuciar el pañal. ¿Qué voy a hacer? —se lamentó, nerviosa mientras miraba el reloj—. No puedo llegar tarde. Voy a tener que regresar para limpiarla tan pronto como haya hecho pasar a Juliana. Si Oli empieza a llorar…

—Deja de preocuparte —dijo él, tomándola de los hombros para calmar su agitación al tiempo que su mirada le transmitía seguridad—. Ya me encargo yo de eso. Supongo que encontraré en el dormitorio todo lo necesario, ¿Verdad? Pañales limpios, aceite para bebés, polvos de talco, toallitas.

—Sí, pero…

—Puedo hacerlo, Pau. Márchate a atender a tu cliente. No hay ningún problema.

—Tú nunca has hecho nada parecido —dijo ella, horrorizada ante la idea de dejarlo enfrentarse con algo que seguramente le revolvería el estómago.

—Esta misma mañana he tenido una sesión de prácticas —le aseguró—. Estoy hecho un experto.

—¿Qué?

 —Rodrigo Larosa ha tenido un niño. Por eso fui a verlos al hospital. Y le he pedido a su mujer que me enseñara a cambiar pañales —dijo, con aire de suficiencia—. Y apuesto a que puedo hacerlo tan bien como tú.

Paula sacudió confusa la cabeza. ¿Pedro aprendiendo a cambiar pañales?

—Venga, ahora vete —y, con buen humor, giró a Paula en dirección a la puerta que comunicaba con la casa de Violeta—. Ya me hago yo cargo.

Y Paula se fue. Pero se fue preguntándose si el hijo de Rodrigo habría ensuciado los pañales o solamente los habría mojado. Había una enorme diferencia. ¡Enorme! Todo un examen para probar la resistencia del estómago de los aspirantes a padres. Desde luego, Olivia había puesto el listón bien alto. Tenía que reconocer que estaba deseando averiguar si de verdad él se las iba a arreglar, y si todavía la recibiría a su regreso con una sonrisa.


Pedro estaba intrigado. ¿Cómo podía saber Paula que lo que la niña iba a hacer era algo más que mojar el pañal? Él no podía apreciar ningún signo revelador. El bebé lo miraba con total placidez, con los ojos bien abiertos, como si recordase la reciente conversación entre los adultos y lo estudiara antes de darle el visto bueno como sustituto.

—Soy tu padre, pequeñaja —le advirtió él—. Será mejor que te vayas acostumbrando.

 La carita adoptó de repente una expresión belicosa. Los bracitos dejaron de agitarse y se extendieron con los puños cerrados.

—¿Quieres pelea, eh?

 No obtuvo respuesta. En su lugar, contempló cómo se arrugaba el pequeño rostro, con expresión reconcentrada, y se iba poniendo colorado. Transcurrieron varios segundos.  Comprendió al fin que la pequeñaja estaba haciendo fuerza. Y entonces se acabó el esfuerzo, sobrevino el alivio y la relajación, la carita expresó una paz gozosa. Era todo tan evidente que  tuvo que reírse

. —Te has quedado a gusto, ¿Eh?

 Recordó la descripción que Paula le hiciera de la gama de gestos y expresiones de la niña al ser bañada, y movió la cabeza divertido. ¿Quién iba a creer que la personalidad se desarrollaba tan pronto? Se dió cuenta de que verla crecer podría resultar fascinante. A lo mejor los padres a los que se les caía la baba no estaban tan equivocados, después de todo. Por otra parte, entregar el poder doméstico a un bebé era patentemente absurdo.  Tomó el moisés y lo llevó al dormitorio. No había razón para tomar a la niña en brazos de momento: solo serviría para que se manchara ella y que lo manchara a él. Dejó el moisés en la cama y miró lo que Paula tenía sobre el cambiador. Le pareció que también le vendrían bien una toalla y una esponja, y las tomó del baño. Cambiar pañales acarreaba riesgos insospechados: esa misma mañana, el crío de Rodrigo se había comportado como un surtidor, empapándole la cara antes de que pudiera taparlo con una toallita. Con todo al alcance de la mano, se sintió perfectamente capacitado para la operación, para la cual empezó por poner a la niña en el cambiador, manteniéndola en posición horizontal, en prevención de posibles fugas. Completada con éxito la misión,  procedió a soltar los cierres del pijamita, mientras sonreía triunfante, liberando luego los piececitos, y retirando la prenda de la zona de operaciones.

—Tienes que reconocérselo a tu papito. Es un tipo capaz de planificar. Y eso es lo que debe uno hacer en esta vida para evitar contratiempos. Como respuesta obtuvo una sonora pedorreta, acompañada de un hilillo de baba.

—Qué falta de respeto —la reprendió él—. Has de corregirte. Se supone que yo represento en tu vida a la autoridad. No querrás empezar con mal pie.

El olor empezó a ascender al desabrochar Pedro las lengüetas de plástico del pañal. Era una peste increíble; peor que el olor de los huevos podridos. La garganta se le contrajo mientras luchaba contra las arcadas.

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