A lo mejor lo que pasaba era que no quería compartir al bebé con él. Como Spike con sus huesos. Volvió a estudiar la actitud de Paula, a la luz del comportamiento de Spike. Cautela, vigilancia, deseo de estar en un espacio conocido, desconfianza frente a cualquier intervención, incluso de él. Posesividad, agresividad. Sí, sí, estaba empezando a entender. Claro que había diferencias. Pedro tenía la certeza de que conservaba su capacidad de excitar a Paula… Bueno, quizá fuera precisamente eso lo que a ella le daba miedo, saber que él podía infiltrarse en sus defensas, a pesar de que estaba resuelta a defender a la cría con su vida. ¿Pero defenderla de qué? ¿Qué creería que le podía hacer él a la niña? ¿Arrebatársela? ¿Experimentar celos por el cariño que le diera a la criatura? Pero eso era ridículo.
—¿Tú puedes responder por mí, a que sí, Spike?
El perro irguió la cabeza y lo miró a la cara, atento, en alerta.
—¿Te he hecho yo daño alguna vez?
Spike bufó ante semejante ocurrencia.
—Claro que no. Y tú me defenderías con tu vida, ¿Verdad? Un ladrido de asentimiento.
—Muy bien. Tú y yo sabemos que soy una bellísima persona. Y Paula debería saberlo también. Pero, claro, si sigue dándole vueltas a las cosas que dije aquella noche, hace ocho meses… Va a ser eso, Spike.
El perro gruñó.
—Tienes toda la razón. Tiene motivos de sobra para darse cuenta de que no soy tan horrible. Bueno, muchas gracias por tu ayuda, Spike. Qué buenas ideas me das.
Al comprender que la conversación había acabado y que su amo estaba satisfecho de él, el mejor amigo del hombre volvió a ocuparse de su propia satisfacción. Quedaba mucho hueso que roer. Pensar que Nina lo rechazaba porque no confiaba en que se comportara como un buen padre no le sentaba nada bien. Era sumamente ofensivo, y estaba deseando que Paula dejara de pensar así. El podía ser tan buen padre como cualquiera. Mejor dicho, iba a ser mejor padre que nadie. Después de todo, había oído todas las historias de terror que contaban los padres novatos, y estaba preparado para evitar sus errores. Mañana mismo telefonearía a Rodrigo y Nadia, para que le enseñaran a cambiar pañales. Eso de que los padres no sabían o no querían aprender no se le podría aplicar a él. Y eso de que él no era un experto en el cuidado de los niños, bueno, ya veríamos. Seguro que había mucho escrito, y no había por qué depender únicamente de los consejos de otras mujeres. Si se armaba de paciencia y conocimientos, Paula se volvería hacia él, en busca de apoyo y consejo, en lugar de darle la espalda. Y cuanto más se apoyara en él, más fácil era que se quedara entre sus brazos. Y, en cuanto volvieran a hacer el amor, estaba seguro de que se acabarían los problemas entre ambos. La fabulosa fusión de sus cuerpos, esa gloriosa plenitud, la profunda intimidad recuperada… todo eso era lo que Jack deseaba con todas sus fuerzas. No pensaba prescindir de ello porque hubiera que dedicar todas las horas a cuidar de la cría. Ni dejar que aquello los separara. Sintiéndose mucho más animado, terminó a grandes bocados el pan y el queso que tenía en las manos, pensando en el día siguiente. «Mañana será otro día», se dijo, deseando que llegara para empezar a demostrar a Paula que sus temores sobre su capacidad paternal estaban totalmente injustificados.
—Mañana llega papá, nena —dijo en voz alta—. Mañana tendrás a papá a tu lado.
Llamaron a la puerta que unía el departamento con el resto de la casa y Paula sonrió. Tenía que ser Violeta.
—Pasa —le dijo alegremente a su amiga.
Eran las ocho y media, hora a la que Violeta solía reunirse todas las mañanas con ella para hablar de los asuntos de trabajo del día. El regreso a la rutina le proporcionaba a Paula una cómoda sensación de normalidad y seguridad, que le era necesaria después de la avalancha de incertidumbre en la que Pedro la había sumergido la noche pasada. Se abrió la puerta que daba al salón y Violeta asomó la cabeza moviendo sus muy expresivas cejas.
—¿Molesto?
Paula negó con la cabeza.
—Lo tengo todo bajo control; solamente estaba fregando los cacharros del desayuno. ¿Tienes tiempo para tomar una taza de café?
—Si no es molestia. ¿Qué tal ha amanecido el bebé?
—No ha dado problemas. Solo se ha despertado una vez por la noche, para hacer su toma. No se podría pedir un bebé de más fácil de contentar.
—Confiemos en que continúe así.
«Por muchos motivos», pensó Paula mientras ponía agua a calentar y echaba una cucharada de café instantáneo en una taza para su amiga. Pedro podría llegar a querer a un bebé bueno, pero la lactancia tan solo era el comienzo de un largo viaje con los niños. ¿Soportaría el recorrido? Dejó a un lado esa preocupación y sonrió a Violeta con calidez.
—Gracias por haberme dejado preparados los pañales.
—No ha sido nada.
—Y esta preciosidad de flores. Me encantan.
—Ah, esas flores las ha comprado Pedro; yo solo las he puesto en el jarrón — Violeta miró a su amiga con intención—. Oye, Pau, vale la pena casarse con ese hombre. Hay que ver lo pendiente que está de ti.
—Mmm. Bueno, ya veremos —dijo Paula sin comprometerse a nada. El agua hervía ya, y, agradeciendo la distracción, se dio la vuelta para preparar el café de Violeta como a su amiga le gustaba. Así pudo hacer llevar la conversación a los asuntos de negocios y preguntó—: ¿Hay algún encargo para mí?
No quería hablar de Pedro. Sus sentimientos hacia él oscilaban de un deseo salvaje a una irremediable desesperación.
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