—Duérmete si quieres, pero yo no voy a dormir. No, señor. No si el doctor da el visto bueno. Gran cosa esto de los viernes. A lo mejor, Paula me deja quedarme el fin de semana entero. Spike abrió un ojo: había algo diferente en aquel tono de voz.
—No te preocupes: volveré para darte de comer. Y traeré a Pau y a la cría conmigo. Es una niña muy buena, Spike: te va a gustar.
Un gemido dubitativo parecía lo más apropiado. Y Pedro sonrió al perro.
—También tú podrás aprender a hacer de papá. A cuidarla, a vigilarla y darle lametazos, y a asustar a los chicos malos.
Las últimas palabras habían sido gruñidas, así que el perro también gruñó en señal de asentimiento. Pedro se echó a reír, incapaz de contener su buen humor. Por mucho que se hubiera prevenido a sí mismo, por si Paula necesitaba más tiempo para recuperarse, no dejaba de estar emocionado. Llegado el caso de que hiciera falta esperar, bueno, pues se las apañaría para afrontar la situación. Desde luego, esperaba que todo saliera bien. Lo suyo no era el celibato. Desde que volvió a encontrarse con Paula, estaba siempre excitado, y el haber pasado tanto tiempo con ella durante las dos últimas semanas había llevado al límite su capacidad de resistencia. De todas formas, se portaría como un caballero tanto tiempo como fuera necesario. Paula había pasado por un mal trago, y necesitaba que la mimaran. Pedro dejó la maquinilla de afeitar, se echó agua en la cara y se acercó al espejo para comprobar qué tal le había quedado el afeitado. No quedaba rastro alguno de barba. Abrió satisfecho el nuevo frasco de loción para después del afeitado, y se echó un poco. Obsesión, de Calvin Klein. Le había costado más de setenta dólares. Spike se enderezó, olfateó el aire y ladró.
—¿Te gusta, Spike? —preguntó sonriente. Un gañido de aprobación.
—La dependienta dijo que era sugestiva. Me pregunto si eso querrá decir sexy. ¿A tí te lo parece?
El ladrido de Spike sonó a una llamada propia del celo, lo que hizo sentirse muy animado y empezó a vestirse. Ropas nuevas, también. El polo verde oliva le quedaba muy bien, y los pantalones beige, que se ajustaban a la perfección, no necesitaban cinturón. Cuantos menos obstáculos hubiera para desvestirse, mejor. En sus planes para esa noche no figuraban las torpezas. Tampoco estaría nada mal que la pequeña Oli cooperase durmiendo durante tantas horas como le fuese posible, concediéndole a Paula un respiro para que pudiera relajarse. Si todo iba bien por la parte médica, tendría que hablar con la niña para que tuviese consideración con las necesidades de su madre. Y también de su padre, claro. Mientras se ponía un par de mocasines con los que no hacía falta llevar calcetines, repasó mentalmente lo que le diría a la niña:
—Escúchame bien, pequeña. Tú y yo tenemos que llegar a un acuerdo. Deja que mamá descanse bien esta noche, y mañana te presentaré a mi perro. ¿Qué te parece, Spike? Un ladrido de aprobación.
—Pronto habrá aquí una serie de cambios, Spike. Me he hecho con una familia. Bueno, casi. Pau no quiere casarse conmigo, pero yo soy persistente y, tarde o temprano, acabará por decirme que sí.
Pedro se agachó para rascar a su peludo compañero detrás de las orejas.
—Vienen buenos tiempos, Spike. Incluso puede que tengamos un perrito para que tú lo eduques adecuadamente para la pequeña Oli. Tú eres un poco grande para ella.
El gruñido pudo haber sido de placer por sus caricias, pero le pareció notar un brillo de duda en los ojos marrones del perro.
—Llevas razón. Yo también soy grande. El truco consiste en ser delicado con ella. Así que nada de juego duro, ¿De acuerdo?
Spike asintió.
—Buen perro. Vamos; todavía es temprano para tu cena, pero te he traído un buen hueso de la carnicería para que te entretengas. Tiene mucha carne.
«Hueso» era la palabra mágica. Spike se animó y empezó a brincar, moviendo la cola de impaciencia. Pedro estaba tan impaciente como su perro y ambos bajaron deprisa las escaleras, riendo y ladrando. Una vez en la cocina, sacó el capricho sin más demora y Spike dió un gañido de aprobación y deleite, antes de retirarse con el hueso a un rincón. Tenía para horas de placer. Contento, miró su plato de agua recién lleno. Aquel hombre era, decididamente, el mejor amigo que se podía tener. Y hasta olía bien.
—Bueno, Spike. Me marcho. Deséame suerte.
Spike ladró satisfecho, toda vez que había recibido lo que tanto le gustaba.
—Perfecto, Spike. Esta noche puede ser la noche.
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