Y un enorme peso se levantó del corazón de Paula. Por lo menos, no le habría propuesto que abortara. Volvía a sentir esperanzas. «Te quiero» sonaba maravillosamente. Claro que solo la incluía a ella. La niña no figuraba en su respuesta, así que sacudió la cabeza tristemente.
—No funciona así, Pedro. Es demasiado egoísta. Nosotros fuimos muy felices juntos…
—Sí, ya lo creo —se apresuró a decir él, con los ojos brillantes.
Sí, se confesó también ella, su vida sexual había sido increíble: intensa, maravillosa, apasionada. Estaban totalmente locos el uno por el otro. Y eso era lo que le estaba haciendo brillar los ojos a él, lo que quería recuperar a toda costa. Tuvo que tomar aire y hacer un esfuerzo para escapar del hechizo que amenazaba con cautivarla a ella también.
—No quiero vivir contigo haciendo por tolerar a la niña, Pedro.
—No, no —protestó él, levantando una mano para reforzar la gravedad de lo que iba a decir—. Pau, te juro por Dios que puedo vivir cómodo con la cría.
Paula contuvo un bufido. « ¿Vivir cómodo con la cría?» ¿Pero cómo se atrevía a hablar así de Olivia? No había nada que hacer. Para no romper a gritarle, tomó una fresa y se la comió de un bocado. Tal vez Pedro fuera el hombre más atractivo de la tierra, pero el papel de padre no sabía ni fingirlo. Finalmente, volvió sus ojos hacia él.
—Si estás pensando en contratar a una niñera… —empezó, con vehemencia.
—¡Una niñera! —la interrumpió él—. ¿Quién ha dicho nada de contratar una niñera? —repitió, alterado—. Ningún hijo mío se va a quedar en manos de niñeras. Si es eso lo que tenías pensado, Paula, no tengo más remedio que decirte que me opongo.
Estupefacta, Paula se metió otra fresa mecánicamente en la boca, así que al preguntar «¿Te opones?», estuvo a punto de ahogarse.
—Ya lo creo que me opongo. Mis padres me dejaron en manos de niñeras hasta que cumplí los siete años, y entonces me despacharon a un internado.
—¡Pero eso es horrible!
—Nosotros no vamos a hacer eso, Pau.
—¡Desde luego que no! —dijo, y se metió otra fresa en la boca, fascinada por estas revelaciones sobre la infancia de Pedro.
Él se puso en pie y se acercó al moisés.
—A esta mocosa la vamos a criar como es debido.
Y ella asintió, con el corazón lleno de esperanza.
Pedro se inclinó y la besó en la frente.
—Tengo que volver al trabajo. Están a punto de traerme un camión entero de muebles para restaurar. No te dejes nada, que tienes que recuperar tus fuerzas. Ponles nata a las fresas, que os sentará estupendamente a la cría y a tí.
Y ella volvió a asentir, incapaz de otra reacción ante una evolución tan inesperada de los acontecimientos. Pedro se paró al otro lado del moisés.
—Hasta la noche, Oli. Sé buena con mamá. Está un poco liada, pero entre tú y yo la vamos a tranquilizar.
Ya tenía un pie fuera de la habitación cuando Paula recordó.
—Violeta vendrá a recogerme esta noche —gritó—. Me vuelvo ya a casa, Pedro.
Él se detuvo, se dió la vuelta, y, mirándola con determinación, le anunció:
—Yo vendré a recogerte esta noche. Ya he hablado con Violeta, que, por cierto, es una persona muy inteligente y muy flexible. Me ha acompañado a tu departamento para que pudiera dejar el resto de las provisiones en tu frigorífico. No puedes seguir picoteando, en lugar de comer como es debido, Pau.
Y, habiendo dejado claro que él estaba a cargo de la operación retomo, se marchó. Paula, desde luego, se sentía confusa. A lo mejor sí que era verdad que le hacía falta tranquilizarse. Pero lo que sentía era la agradable inquietud de la esperanza cosquilleando su corazón mientras cubría con nata líquida las fresas.
—Bueno, nena —dijo, mirando a Olivia, que dormía pacíficamente—, a lo mejor, después de todo, resulta que sí que tienes papá —y, recuperando al instante la cordura, añadió—. Lo creeré cuando lo vea.
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