sábado, 10 de junio de 2017

Peligrosa Atracción: Capítulo 38

—No te quedes ahí de espaldas, Pedro. Date la vuelta y dime cómo estoy.

Pedro estaba en la terraza, fumando. Sabía lo que estaba a punto de ver. Lo había visto antes, en la tienda. Había sido un tonto vistiéndola con ropa que a él le gustaba. Pero él era un loco… con ella. Se volvió. El vestido blanco de  lentejuelas  con escote «palabra de honor» y falda larga se pegaba seductoramente a sus muslos; era simplemente como para dejar a cualquiera sin aliento. Paula se acercó, alta y elegante, con una estola blanca sobre los hombros. Él miró aquellos ojos de color violeta y sintió que se le hacía un nudo en el estómago. Ella se había convertido en una mujer de mundo, una mujer sexy que parecía tener más de veintitrés años. Se había convertido en una verdadera femme fatale durante las últimas semanas, una mujer por la que un hombre iría a cualquier parte. Aquel pensamiento lo distrajo momentáneamente.

—¿Qué ocurre? —preguntó Paula—. ¿No te gusta el vestido? Si no te gusta, dímelo.

—Me encanta —dijo él—. Es que acabo de tener una idea para el nuevo perfume.

—¿Cuál?

—Cada aroma podría tener el nombre de una famosa femme fatale de la historia; Cleopatra, Helena de Troya, Salomé, Mata Hari. Las ideas para anuncios serían ilimitadas.

—¡Oh, Pepe! Es una idea brillante. ¡Te besaría, pero me estropearía el carmín!

—No te preocupes —sonrió él—. Prefiero que no lo hagas. La última vez terminamos debajo de tu escritorio.

Había pasado casi un mes desde que llegaron a Sidney. Un mes maravilloso y terrible en el que Pedro había hecho todo lo posible para que se enamorase de él. Le había hecho el amor hasta agotarse, la había llevado a todas partes, habían hablado durante horas sobre sus ideas para Femme Fatale y la había observado convertirse en la mujer que siempre había sabido que sería.

La reunión del consejo tendría lugar el próximo lunes, pero ya estaban tomadas todas las decisiones. Paula le había dado la vuelta a la empresa de su tía, revitalizándola. Había conseguido que las tres ejecutivas volvieran a ocupar sus puestos, había retomado el proyecto del perfume, contratando de nuevo a su agencia para hacer la campaña y había aportado ideas como crear modelos atrevidos para mujeres rellenitas y dejar de fabricar algunos que no habían dado los beneficios esperados.

Pedro aplaudía sus ideas. Las acciones habían empezado a subir, en parte porque él había comprado una gran cantidad y en parte porque empezaba a hacerse público que la empresa funcionaba de nuevo. No tenía dudas de que, después del lunes, el precio volvería a ser el mismo que antes de la muerte de Marina. Hernán estaba perplejo y él… desesperado. Paula no se había enamorado. Estaba seguro de ello. Si fuera así, se habría traicionado a sí misma. Le habría dicho que dejara de fumar, incluso le habría dicho que dejara de beber. Querría cocinar para él… ¡Pero ella ni siquiera había hecho tostadas en todo un mes! ¡Nada! Lo único que quería de él era su experiencia profesional. Y su cuerpo. Desde luego que deseaba su cuerpo. En aquel mes, se había convertido en una maníaca sexual. Para una chica que se había puesto colorada ante la idea de pasear desnuda delante de él, Paula había aprendido muy deprisa. Lo mataba pensar que él le había enseñado todo lo que sabía para que otro hombre llegara después y se llevara el beneficio de su experiencia en el dormitorio. Aunque las cosas no se limitaban al dormitorio. No estaba seguro en ninguna parte. Peor, era incapaz de resistirse. Ella solo tenía que mirarlo de cierta forma y estaba perdido. Lo mantenía excitado todo el tiempo. Ni siquiera se atrevía a ir a buscarla para comer. El día anterior, Carla había estado a punto de pillarlos debajo del escritorio. Lo había encontrado divertido, pero él no. Había dejado de ser una persona para convertirse en un cuerpo, un juguete que ella usaba para satisfacer sus demandas eróticas. Quizá era el momento de empezar a protegerse distanciándose un poco, pensaba. Quizá tenía que aceptar la derrota por primera vez en su vida. La idea lo desesperaba. Tomó la botella de champan y, maldiciendo en silencio, llenó dos copas.

—¿Estamos celebrando algo especial? —preguntó Paula, sonriendo como una niña.

Ocasionalmente, volvía a ser la cría que Pedro había conocido y de la que se había enamorado. Su expresión se hacía más suave, sus ojos se volvían dulces y, por un segundo, él se sentía tentado de decirle lo que sentía. Pero, además de una natural aversión al fracaso, Pedro  sentía miedo de exponerse emocionalmente. ¿Para qué iba a humillarse?

—¿Brindamos por el éxito en la reunión del consejo?

—Pero eso no será hasta el lunes.

—¿Por tu éxito en Femme Fatale hasta ahora?

—Te lo debo a tí, Pepe.

—Tonterías. Yo lo único que he hecho es aconsejarte.

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