—Has hecho mucho más que eso —dijo ella.
Por un momento, Pedro pensó que iba a ponerse a llorar. Pero no lo hizo. Paula levantó su copa y sonrió.
—Por Pedro Alfonso. Mi mentor y mejor amigo.
De repente, Pedro vió lo que aquella noche significaba para ella. Era la noche de su graduación. Estaba a punto de pasar de estudiante a licenciada. Y el papel que él hacía en su vida pronto estaría de sobra. Debía prepararse para una despedida. No sería aquella noche, pero pronto. Iba a ocurrir muy pronto.
—Nos llevamos muy bien, ¿Verdad? —sonrió él para esconder su dolor.
—Mejor que bien.
—¿Te apetece ir a la ópera esta noche?
—Mucho.
—Vendrá a buscamos una limusina.
—¿Una limusina? Eres tan extravagante…
—Me gusta gastarme el dinero con las mujeres —la interrumpió él, volviéndose para llenar su copa. No quería ver el efecto que aquel comentario hacía en ella porque ¿Qué haría si a Paula le daba igual? ¿Cómo podría soportar que a ella no le importara?
Paula apretó su copa con fuerza, intentando disimular. Aunque él no podía darse cuenta porque ni siquiera estaba mirándola. ¿Lo habría dicho deliberadamente? ¿Le estaba haciendo saber que lo de comprar vestidos caros y alquilar limusinas era algo que solía hacer con las mujeres, como una forma de darles las gracias por los servicios prestados? ¿Que ella no era especial? Pedro se portaba de forma diferente aquella noche. Cada una de sus palabras parecía cargada de veneno. ¿Habría hecho algo que lo hubiera molestado? No lo creía.
—¿Cuándo tenemos que marcharnos? —preguntó.
Pedro miró su Rolex de oro, un juguete que debía haberle costado una fortuna. Como el esmoquin italiano que llevaba.
—La limusina vendrá a buscamos a las siete.
Nunca había estado tan guapo ni tan distante como aquella noche. Por muy guapa que estuviera ella, por mucho que intentara ser la mujer que él siempre desearía tener a su lado, Paula no podía dejar de pensar que su relación no iba a durar. Aquel miedo aumentaba cada vez que tenían que salir juntos y Pedro se encontraba con mujeres mucho más guapas y más sofisticadas que ella. Invariablemente, intentaba seducirlo en momentos como aquel porque de ese modo alejaba sus miedos. Le gustaba verlo excitado en sitios comprometidos, le gustaba robarle el control. Adoraba verlo sudar de deseo en público, apretarse contra él en un ascensor lleno de gente, tocarlo por debajo de la mesa en un restaurante o incluso cuando estaba conduciendo. Un par de veces, él había parado en el arcén para dar rienda suelta a su deseo, sin pensar que alguien podía verlos. Se pregunto cómo reaccionaría si lo provocara en la limusina. Pero cuando, sentados en el asiento del enorme coche, puso la mano provocativamente sobre su muslo, Pedro la apartó.
—Cariño, tienes que aprender que a los hombres nos gusta dar el primer paso. Pero tendrás lo que quieres antes de que termine la noche, te lo prometo.
Paula se sintió humillada y, desde aquel momento, la noche se convirtió en un completo desastre. No le apetecía nada ver a toda aquella gente rica y famosa, ni las elegantes mujeres que no dejaban de mirar a Pedro. Sobre todo a una en particular; una rubia con figura de modelo que llevaba un ajustado vestido dorado. Pedro estuvo hablando con ella durante más de quince minutos. No le gustó la ópera. ¿Cómo podía gustarle si los celos la estaban matando? Tampoco disfrutó del viaje de vuelta porque Pedro parecía estar a kilómetros de distancia ni más tarde, cuando le hizo el amor sin caricias previas, insistiendo en una posición que una vez le había parecido muy sexy, pero que aquella noche le parecía lasciva y sucia. Paula no llegó al orgasmo. Después, el fue al cuarto de baño a ducharse, dejándola con la cara sobre la almohada, llorando.
Al día siguiente, Pedro fue a comer con Hernán y no volvió hasta la noche. Paula fingió estar dormida, pero estuvo despierta durante horas, con el corazón roto. Consiguió soportar la prueba de la reunión del consejo al día siguiente porque estaba preparada. Pero le afectó mucho la ausencia de él que, supuestamente, tenía asuntos urgentes que atender. Aquella noche hubo una cena con todos los empleados de la empresa y la tensión saltó por fin durante el viaje de vuelta a casa.
—Pepe, ¿Qué te pasa? ¿No te alegras de que las cosas hayan salido tan bien en el consejo de administración?
Él la miró con frialdad.
—Por supuesto que me alegro. ¿Cómo no iba a alegrarme? Estoy ganando dinero.
—Es que llevas unos días tan raro…
—Tengo muchas cosas en la cabeza.
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