Por un instante, Paula quedó aturdida ante la tromba de reproches. Pero la respuesta acudió pronto a su lengua.
—Me dijiste que no que querías hijos, Pedro. Así que no vengas aquí a hacerte la víctima. Te dejé libre y solo.
—Yo no dije que quisiera estar libre y solo. Y no lo quiero —se apresuró Pedro a replicar—. Precisamente, le estaba preguntando a tu amiga Violeta cuánto se puede tardar en preparar una boda.
—¡Una boda! —la desorientación volvió a adueñarse de Paula , debilitándola por momentos. Dió otro sorbo de agua y le alargó el vaso a Violeta que todavía permanecía de pie, al lado de la cama, estupefacta por el rápido intercambio de reproches que ellos cruzaban. Luego le clavó una mirada llena de reproche, al preguntarle—: ¿Qué le has estado contando, Viole?
—¿Yo? —el rostro de Violeta pasó de la alarma inicial a la resignación—. Bueno, es que… verás, Pedro me ha preguntado que quién era yo, y yo… yo… en fin, que le he dado mi tarjeta profesional.
¡La tarjeta! Bodas a Medida: hacemos realidad su sueño. ¡Con las señas y el teléfono claramente impresos en ella! Paula dejó escapar un gemido, consciente de que la cosa ya no tenía arreglo. Hundió la cabeza en la almohada, estirando las piernas sobre la cama, con los ojos cerrados y claramente deprimida ante unos acontecimientos que ella había hecho todo lo posible por evitar.
—Si he hecho algo que no debía… —oyó Paula decir a su consternada amiga.
—No culpes a Violeta por haber puesto las cartas sobre la mesa, Paula— objetó Pedro con serenidad—. De cualquier otra forma, habría acabado por enterarme.
Aquello era probablemente cierto. Pedro no paraba hasta que quedaba satisfecho. Otro tanto le sucedía cuando estaba restaurando algún mueble antiguo. Trabajaba y trabajaba hasta conseguir lo que deseaba. Era el haberla visto lo que había echado todo a perder, no el que Violeta se hubiera ido de la lengua. De repente, Nina cobró consciencia del silencio que reinaba en la habitación. Las demás visitas se habían marchado hacía tiempo. Los bebés estaban callados. La televisión estaba apagada. No cabía duda de que a las demás ingresadas les resultaba más interesante aquel pequeño drama familiar: “la madre soltera enfrentada al padre de la criatura”. Y él era muy guapo y rebatía con rapidez sus argumentos. Por eso, las dos mujeres que compartían la habitación con ella, ambas bien seguras en sus matrimonios, estarían las dos de parte de Pedro, ignorantes de lo que ella sabía. Era para ponerse enferma.
—Una taza de té —dijo Violeta, intentando suavizar la situación—. Voy a ir por una taza de té para Pau, Pedro.
—Buena idea —dijo él.
Paula oyó salir a su amiga. Luego, el sonido de una silla cuyas patas se movían y cuyo asiento era aplastado, la hizo saber que Pedro se había sentado, preparándose para un largo asedio. Se dijo, muy a su pesar, que no tenía sentido esconderse, que había que plantarle cara a la situación, y que lo mejor era liquidarla en aquel momento y lugar. Abrió los ojos, se incorporó en la cama, apoyándose en la almohada, y se preparó para afrontar la atracción que ni el tiempo ni las circunstancias habían conseguido reducir en absoluto. Pedro la miró de forma directa e intensa. En la mirada del hombre se mezclaba la compasión con la decisión. Las lágrimas subieron a sus ojos. Estaba preocupado por ella. El bebé era una complicación que él no deseaba, pero sus sentimientos hacia ella no habían cambiado, lo cual hacía que a ella le resultara más difícil y doloroso volver a rechazarlo. Habría sido tan fácil tenderle la mano y aceptar el cálido placer de estar con él de nuevo. Él la habría estrechado en sus brazos, le habría besado los cabellos, y, al tiempo, ella habría notado el cuerpo masculino endurecerse de deseo por ella. Lo echaba tanto de menos… Pero si cedía ahora, Pedro se empeñaría en estar a su lado, y las consecuencias de ello serían peores aún que su sensación de soledad. Era mejor seguir siendo independiente.
—No necesito tu ayuda, Pedro.
—No es eso lo que me parece, Paula—respondió él, tomándole la mano izquierda y manteniéndola cálidamente atrapada mientras trataba de persuadirla—. Creo que nos deberíamos casar tan pronto como fuera posible.
—¡No! —exclamó, soltándose la mano como si la de Pedro le quemase. En sus ojos se reflejaba la más firme convicción—. No voy a casarme contigo, Pedro.
—¿Por qué no? Es lo más sensato y práctico que se puede hacer.
—No voy a someter a mi niña a un padre que no la desea.
—Si estás preocupada por la cría, déjame decirte que…
—Se llama Olivia —cortó Paula, furiosa.
—¿Olivia? —dijo él, con el ceño fruncido—. No va muy bien con Alfonso. Vamos a ver si se nos ocurren otros nombres.
—A mí, Olivia Chaves me suena estupendamente.
Pedro escrutó la testaruda expresión del rostro de Paula, y procedió a una retirada estratégica.
—Bien. Si ese es el nombre que te gusta, por mí, encantado. Pensándolo bien, Olivia no está tan mal. La podemos llamar Oli. Oli Alfonso suena muy bien.
—Es hija mía, Pedro—afirmó ella, con énfasis—. Y se va a llamar Olivia Chaves; conservará mi apellido, porque no me voy a casar contigo.
Pedro suspiró pesadamente.
—De acuerdo. Entonces, sencillamente, viviremos juntos.
—No tengo intención de vivir contigo, Pedro. Tengo mi propio lugar donde vivir. Lo tengo todo como lo quiero tener y ni yo ni mi hija necesitamos que nos ayudes.
—Bravo, Paula, tienes las mejores intenciones, pero, ¿Qué pasará si surge cualquier imprevisto?
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