jueves, 22 de junio de 2017

Paternidad Inesperada: Capítulo 15

—¿Es que piensas comer conmigo, Pedro? —le preguntó, con cierta dureza.

—Había pensado que yo podría acercarme, cuando termine de trabajar y preparar las cenas. Así tendrías un ratito para descansar por las noches.

—Eres muy amable —pero, al decirlo, Paula estaba más bien pensando «Qué manera de hacerse con el control de todo»—¿También piensas prepararme el desayuno?

—Pues, er… —por suerte para él, Pedro dudó un momento, y, al percatarse del peligroso brillo de los ojos de Paula, preguntó, por precaución—. ¿No sería buena idea?

—No, si significa que das por sentado que te puedes quedar a dormir aquí cuando a tí te parezca bien —le contestó ella con irritación.

—No cuando a mí me parezca bien, Pau. Yo pretendo ayudarte —se apresuró a aclarar—. Pero de verdad que me preocupa esta noche. Todo el mundo dice que la primera noche que uno pasa a solas en casa con un recién nacido se pasa miedo. Ya no tiene uno a los expertos a mano…

—¿Y desde cuándo eres tú un experto? —la voz de Paula se elevó, sin querer, una octava.

—Quiero decir que uno se siente muy solo —corrigió Pedro—. Me da pena que te quedes sola, Pau. ¿Y si la cría te da mala noche? No tendrías a nadie con quien hablar…

—Nadie que me abrazara y me consolara y me diera un besito. ¿Es eso, Pedro? —estaba claro que lo que él quería era aprovechar cada minuto para estar con ella, no ocuparse de la niña.

Como Paula no parecía recibir favorablemente sus palabras, él hizo una pausa, con el ceño fruncido.

—Lo único que quiero es que puedas contar conmigo, Pau.

Con qué sinceridad parecía hablar. Ella estuvo a punto de ceder. A fin de cuentas, su propio corazón deseaba sentir su amor y poder entregarse a él, descansar en él. Pero Pedro solo se ofrecía a venir para estar con ella, y a ella eso no le bastaba. No podía contentarse con eso. Ojalá sintiera un interés parecido por Olivia. Paula cerró los ojos, trató de ordenar sus prioridades de nuevo, y comprendió que no podía seguir esforzándose por resolver los dilemas esa noche. Tenía que descansar.

—Quiero que te marches ya, Pedro.

—Pero Pau…

Ella volvió a abrir los ojos y lo miró. Estaba al límite de sus fuerzas.

—Por favor, márchate.

—Pero, ¿Por qué? —era evidente que aquello lo sorprendía y le dolía—. ¿Qué es lo que he hecho mal?

—No quiero seguir discutiendo —gritó ella, exasperada, y, sin paciencia ya para seguir explicando al motivo de su angustia, fue hasta la puerta y la abrió—. Por favor. Estoy muy cansada. Necesito tiempo y espacio para estar sola, Pedro.

 A regañadientes, Pero se acercó a la puerta, sin dejar de mirarla, tratando de adivinar las causas de un comportamiento tan incomprensible para él. Al llegar junto a ella, levantó las manos, en un gesto de apaciguamiento.

-¿Y qué me dices de que yo…?

—¡No! —y Paula  sacudió ofuscada la cabeza—. Es demasiado pronto. Buenas noches, Pedro. Muchísimas gracias por traernos a casa, pero ahora, de verdad, necesito que te vayas.

—Muy bien —contestó él, suavemente, viendo, que no se podía seguir hablando con ella en el estado en que se hallaba—. Buenas noches, Paula. Y dile también buenas noches a la cría de mi parte.

«La cría». Él salió y Paula, tras cerrar inmediatamente la puerta rompió a llorar.

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