sábado, 3 de junio de 2017

Peligrosa Atracción: Capítulo 25

—Por lo que dices, Paula Chaves no es lo que yo había creído. Parece una chica muy inteligente.

—Y lo es. Además, tiene una voz preciosa y un ligero acento inglés muy impresionante. El consejo de administración de Femme Fatale se va a quedar de piedra. Y el personal también, te lo aseguro. Lo único que hace falta es cambiarle un poquito la imagen.

—¿Qué pasa con su imagen? El informe dice que es atractiva.

—Atractiva para ser camarera en un pueblo, pero eso no vale en Femme Fatale. Y hay que cambiarle la ropa, que es una de las razones por las que te llamo. ¿Dónde está el vestuario de Marina?

—En mi garaje. Lo he guardado en varias maletas enormes.

—¿Podrías traerlas a mi casa mañana? Déjaselas al conserje.

—De acuerdo. ¿Cuándo vas a llevarla a las oficinas?

—El viernes por la mañana.

—Entonces tendré que llamar a Diego Benítez. Nadie le ha contado nada de esta historia y habrá que avisarle.

—Yo tengo algunas reservas con ese Benítez. Si es tan brillante como dicen, ¿por qué no ha conseguido sacar adelante Femme Fatale? La empresa iba perfectamente cuando Marina murió.

—Dice que Marina invirtió demasiado en el perfume que pensaba lanzar. Un proyecto que él ha cancelado.

—Lo sé. Yo iba a hacer la campaña publicitaria. Pero, ¿Por qué cancelar? No se resuelve nada con dar marcha atrás, hay que seguir adelante con los proyectos. Además, si se vende, un perfume da extraordinarios beneficios. Y mi agencia se habría encargado de que se vendiera.

—No estoy seguro. Le pregunté el otro día y me dio una charla sobre cash flow y fluctuaciones del mercado. Tendrás que hablar tú con él, Pepe. Yo solo soy un abogado.

Habían estudiado juntos, compartiendo un diminuto departamento en uno de los peores barrios de Sidney. Los dos pertenecían a familias sin patrimonio y no tenían nada más que su ambición. Los dos estaban decididos a ser alguien en la vida y los dos lo habían conseguido. O Hernán lo había conseguido hasta ese momento… Pedro  seguía sin creer en la estupidez de su amigo, que había pedido dinero prestado para comprar acciones de Femme Fatale.

—¿Estás seguro de que esta idea tuya va a funcionar, Pepe?

—Nan, saca la botella de Hermitage de la bodega y empieza a quitarle el polvo. Ahora tengo que irme o nuestra heredera empezara a preguntarse dónde estoy.

Pedro  encontró a Paula diciéndole a Arturo lo preciosa que era la vista desde la terraza. Tenía los ojos brillantes y Pedro tuvo que hacer un esfuerzo para no arrancarle el auricular y tomarla en sus brazos.

—Pedro ha vuelto —dijo ella—. Tengo que colgar antes de que me tire por la terraza por gastar tanto dinero en teléfono… Sí, lo haré. Y no dejes que Delia Walton te haga la cena.

Paula sonrió después de colgar.

—¿Por qué sonríes?

—Hombres.

—¿Hombres? —repitió él.

—Sí. Diles que no hagan algo y eso se convierte en lo más atractivo del mundo para ellos.

 —¿A qué te refieres exactamente?

—Delia Walton. Llevo mucho tiempo intentando emparejarlo con ella, pero Arturo no quería saber nada. Hasta que empecé a aconsejarle que no la viera.

—¿Quieres que Arturo se case con ella?

 —Por supuesto. Sería la solución a mis preocupaciones.

—Ya veo.

Pedro sacudió la cabeza, asombrado. Pero las palabras de Paula lo habían hecho pensar. Ella había empezado a parecerle más atractiva cuando a Arturo le había advertido contra ella. ¿Era tan sencillo? ¿La deseaba tanto porque era fruta prohibida? Era perverso, pero posible.

—¿Por qué me miras así?

—Perdón —murmuró Harry, que no se había dado ni cuenta.

—Es mi pelo, ¿verdad?

—No. Estaba pensando. A veces me quedo mirando cuando pienso.

—¿En qué estabas pensando?

—En qué podamos cenar.

—¿Qué tal una pizza?

—¡Pizza! Creí que te gustaba comer cosas sanas.

—De vez en cuando tomo una pizza. No tengo el colesterol alto como Arturo. ¿Y tú?

—No tengo ni idea.

 Paula lo miró, incrédula.

—Deberías cuidarte mejor o un día te dará un ataque al corazón.

—No tengo intención de cambiar mi forma de vida ni de preocuparme por mi salud. Hago ejercicio regularmente y eso compensa mis pequeños excesos —dijo él—. Por cierto, he encontrado un sitio en el que pueden arreglarte el pelo mañana — añadió, prudente. Pedro había decidido no decirle que la iban cambiar de la cabeza a los pies. Algunas cosas era mejor no decirlas. Sobre todo a las mujeres. Podían ser muy sensibles a una crítica sobra su aspecto—. Y Hernán va a traer la ropa de tu tía porque el viernes por la mañana harás tu entrada en las oficinas de Femme Fatale.

Paula se puso pálida.

—¿Tan pronto?

 —No hay por qué retrasarlo.

—Voy… voy a ponerme muy nerviosa, Pedro.

—Es normal. Pero no dejes que los nervios te atenacen.

—¿Y cómo hago eso?

—Concéntrate.

—¿Concentrarme? —repitió ella, inclinando la cabeza de forma encantadora.

—Concéntrate firmemente en lo que quieres. Y no dejes que nada, nada en absoluto te distraiga.

Pedro intentó no tomarse sus propias palabras al pie de la letra, porque si lo hacía estaría perdido y ella también. La deseaba como nunca había deseado a una mujer en toda su vida.

—¿Y qué es lo que quiero? —pregunto Paula, ingenuamente.

—El respeto del personal —contestó Pedro con firmeza—. Y la revitalización de tu empresa.

—Mi empresa…

—Tuya, Paula. Recuerda que Femme Fatale es tu empresa.

—Mía —repitió ella, mordiéndose los labios.

Pedro estaba empezando a tener deseos incontrolables cuando sonó el teléfono. Romina que llamaba para pedirle perdón. Seguro. Y quizá la perdonaría aquella vez, al menos hasta que la «niña» de Arturo estuviera de vuelta en casa. A salvo.

—Pedro Alfonso.

—Pedro, soy Aldana. Candelaria me ha hablado de un salón que se llama Jazmín. Tengo la dirección y el teléfono. ¿Tienes un bolígrafo?

—Dime —dijo Pedro, anotando la dirección en un papel.

—Cande dice que es posible que puedan atenderla mañana y que te advierta que es un salón tremendamente caro. También me ha advertido que te pongas serio sobre el pelo, porque las peluqueras siempre intentan convencer a la cliente de que se haga lo que ellas quieren.

—No te preocupes —dijo Pedro —. Sé exactamente lo que quiero. Y que Dios las ayude si no siguen mis órdenes.

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