Era una afirmación, no una pregunta.
Paula intentó disimular su agitación cuando Carla entró para servirles un café. No podía negar la excitación que Pedro producía en ella. Era un deseo intenso, profundo. Un deseo físico que crecía dentro de ella. En realidad, no sabía cómo iba a poder soportar aquel día.
Pedro no podía soportar aquella mirada de deseo. ¿No sabía que una mujer no debía mirar así a un hombre? Desde luego, no a un hombre como él. A menos que quisiera que se aprovechara de ella en cualquier momento. Como casi acababa de hacer. Pero ella había dicho que todo lo que quería de él era sexo. Nada más. Ni amor, ni compromiso. Sólo sexo. ¿Por qué ese pensamiento lo molestaba? No debería. Era una fantasía masculina; una hermosa mujer, inexperta pero deseando aprender, una ávida estudiante de las artes eróticas con él como maestro. ¿Qué más podía desear? ¿Por qué no estaba dándole las gracias a su buena estrella por la carta blanca que ella acababa de darle en lugar de sentirse desquiciado? El ego masculino, pensó. Habría querido que Paula estuviera enamorada de él, que lo que la moviera la noche anterior fuera un sentimiento más profundo. Ella había dicho que era sólo sexo, pero era mucho más. Había sido fantástico, espectacular. Estaban hechos el uno para el otro en la cama. Por eso no podía esperar a que llegara la noche. Sin embargo, debía hacerlo. Tenía que sacar la cabeza de los pantalones.
—Carla, quiero que me digas que ha estado pasando aquí desde la muerte de Marina —dijo entonces Harry bruscamente—. Dinos qué es exactamente lo que Diego Benítez ha estado haciendo mal.
Carla frunció el ceño.
—Diego se ha marchado, ¿Verdad?
—Tu nueva jefa lo ha despedido —contestó Pedro, señalando a Paula.
Carla sonrió.
—¡Genial! Ese hombre solo ha causado problemas desde que llegó. No tiene ni idea de cómo funciona este sitio.
—¿Y cómo funciona? —pregunto Paula, sentándose en la silla de Benítez.
Pedro no podía creer que fuera la misma chica que había encontrado tras la barra de un bar en medio del páramo tres días antes. El cambio era increíble. Tenía que estar de acuerdo con Benítez en ese punto. Tenía tal confianza, tal estilo… Era una mujer, no una niña. Una mujer formidable. Una mariposa emergiendo de su capullo. Una mariposa que, algún día, saldría volando y lo abandonaría. La enorme tristeza que produjo aquel pensamiento lo sorprendió. Tardó varios segundos en aceptar lo inaceptable, en creer lo increíble. Pedro Alfonso, enamorándose por primera vez en su vida… ¡Eso no era lo que él quería!
Pero esa actitud no duró mucho tiempo. Él siempre había sido un pragmático y un realista. No tenía sentido negar algo que estaba ocurriendo. Era irónico, pensó mientras observaba a Paula usar sus nuevas alas, que la única mujer que había conseguido capturar su corazón sólo quisiera lo único que él había creído poder ofrecer. Sexo. Tuvo que sonreír. La vida era cruel. Aún así, disfrutaría dándole lo que ella deseaba. Quizá si jugaba bien sus cartas… Pero ¿cómo hacerlo? Nunca antes había querido que una mujer se enamorase de él. Eso sí sería un reto. Se animó considerablemente. Adoraba los retos. El problema era que no tenía ni idea de cómo enfrentarse con aquel. Tendría que ir paso a paso…
Paula sentía los ojos de Pedro clavados en ella mientras hablaba con Carla. No la miraba con deseo, ni siquiera de una forma seductora. Era más una mirada pensativa, profunda. Si no estuviera interesada por lo que decía Carla, se habría puesto muy nerviosa. Afortunadamente, estaba fascinada por lo que estaba aprendiendo sobre Femme Fatale y la desastrosa gerencia de Diego. A la empresa no le pasaba nada, según la secretaria, aunque la dimisión del personal ejecutivo había hecho mucho daño. Las dimisiones habían sido a causa de «roces profesionales» con el señor Benítez.
—¿Roces profesionales? —repitió Paula.
Carla se encogió de hombros.
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