Violeta no era lenta leyendo ciertas señales y captó diligentemente la indirecta.
—He intentado dejarte la semana libre de compromisos, pero las bodas conllevan siempre pequeñas catástrofes de última hora. Juliana Hardwick ha adelgazado y quiere que le ajusten el vestido. He quedado en que la probabas hoy a las nueve. ¿Podrás hacerlo?
—Claro que sí.
Si, como había dicho, Pedro se presentaba a cenar, tendría que comprender que ella no iba a estar disponible siempre que él quisiera. La mayoría de la clientela venía después del horario normal de trabajo, y tenía que adecuarse a eso. Un negocio propio suponía unas servidumbres muy diferentes de trabajar para otra persona. Lo primero eran los clientes. Y las necesidades del bebé venían también antes que las de él. Ya se imaginaba a éste perdiendo muy pronto la paciencia.
—No hay nada para mañana —siguió diciendo Violeta—, pero el viernes por la tarde vendrán Bianca Pinkerton, su madre y las tres damas de honor para hablar contigo. A las ocho. Quieren que las aconsejes sobre lo que mejor les sienta —Violeta hizo un gesto muy expresivo con los ojos—. De ahí puede salir un encargo muy jugoso para tí.
Paula se animó mucho al oírlo.
—Procuraré dar exactamente con lo que quieren, y ofrecérselo.
—Es una ocasión magnífica, que te encarguen todos los trajes de una boda. La mejor tarjeta de presentación luego —coincidió Violeta—. A Bianca le gustan las cosas exuberantes, tenlo presente. Y los Pinkerton tienen pasta de verdad, así que no te quedes corta.
—¡Estupendo!
Violeta bebió un poco de su café, y luego comentó con naturalidad:
—Me habría pasado por aquí anoche, pero no quería interrumpir nada íntimo.
La alegría de Paula se disipó. No tenía ni idea de si iba a haber algo íntimo con Pedro. Violeta se dió cuenta del cambio operado en ella, e hizo una mueca.
—Confío en no haber metido la pata al dejar que Pedro te trajera a casa.
—No.
—Estaba deseando ser él quien te trajera.
—Sí.
Aquellos monosílabos provocaron un hondo suspiro en Violeta, que agregó:
—Ya sé que no es asunto mío, Pau, pero parece muy sincero. La otra noche, después de salir del hospital, tuvimos una larga conversación. Está empeñado en casarse contigo.
—Puede ser.
Violeta miró a Paula con una mirada penetrante.
—¿Es que no lo quieres?
Paula hizo un gesto de dolor.
—Esa no es la cuestión.
—Si estás preocupada por tu trabajo, Pedro me aseguró que lo respetaría, y que estaba dispuesto a prestarte apoyo para que pudieras seguir haciendo un trabajo que te gusta. Dijo que sabía lo que te movía a trabajar, y que te era necesario para desarrollarte y sentirte realizada. Ese hombre me impresionó de verdad, Pau. No creo que vayas a tener ningún problema en ese sentido.
Violeta llevaba razón: Pedro no se interpondría en las oportunidades que le pudieran surgir, porque valoraba su propio trabajo y era capaz de aplicar al de ella el mismo valor. El único tiempo que le parecería mal empleado sería el que se dedicara al bebé.
—Cuando estuvo aquí ayer, se dió cuenta de que tenías la mesa calzada, y dijo que te haría otra que se adaptase mejor a tus necesidades de trabajo — continuó diciendo Violeta—. Así no tendrías molestias de espalda.
Paula no pudo evitar sonreír. Pedro disfrutaría construyéndole la mesa perfecta. Tenía cierta obsesión con hacer las cosas perfectas. Por desgracia, con los bebés, y los niños en general, con frecuencia hasta los planes más perfectos se torcían de manera imprevisible. ¿Sería Pedro capaz de aprender a soportar eso? Su sonrisa se convirtió en una mueca al recordar cómo se había puesto la noche en cuestión por la forma en que el bebé de sus amigos les echó a perder la cena.
—Si yo fuese tú, no lo dejaría escapar —dijo Violeta, en tono confidencial—. Ese chico es una joya. Tiene talento, tiene dinero. Y buenos músculos. Y además no pone pegas a nuestro negocio.
Paula suspiró y confesó la triste realidad:
—No quiere tener hijos, Viole. Por eso fue por lo que tuve que dejarlo.
—¿Te dió la espalda al quedarte embarazada? —preguntó, escandalizada.
—No. No le dije que estaba embarazada. Sabía que no quería niños. Me lo dijo en términos que no admitían duda.
Violeta se quedó meditando la cuestión mientras se acababa el café. Después, dejó la taza en la mesa y compartió con Paula el resultado de sus meditaciones.
—Bueno, el caso es que Olivia no lo ha espantado precisamente, ¿Verdad? No ha salido corriendo al descubrir que habías dado a luz a su hija.
Paula se encogió de hombros. Tampoco ella lo entendía del todo.
—Aún le gusto. Me parece que Olivia para él no es todavía algo real. Se acuerda de cómo eran las cosas entre nosotros, y quiere que vuelvan esos tiempos.
—Mmm —Violeta golpeteaba pensativa la encimera con sus uñas perfectamente arregladas—. ¿Va a venir esta tarde a hacerte una visita?
—Si no cambia de opinión, la idea era esa.
—¡Perfecto! —exclamó Violeta, alzando un dedo para enfatizar su conclusión—. Deja a Olivia con Pedro mientras atiendes a Juliana Hardwick. Si intenta desentenderse de la niña, será historia. Pero si se queda con ella, empezará a darse cuenta de que Oli es real. Ponlo a prueba, Pau.
Habiendo determinado cuál era la conducta apropiada, Violeta se levantó de la silla, plenamente seguía de sus resultados.
—Pero eso no demostraría nada —protestó Paula, que no estaba muy convencida de la idea de dejar a Olivia al cuidado de Pedro—. La niña se pasa la mayor parte del tiempo durmiendo.
—Aquí lo importante es la actitud de él —respondió Violeta, dirigiéndose a la puerta, en la que se detuvo para rematar el asunto—. Y no te olvides de recompensar a Pedro si se porta bien. Soy una gran partidaria de las recompensas. Con ellas uno consigue exactamente lo que busca —añadió, cerrando la puerta tras de sí.
Bien, se dijo Paula mentalmente, aprestándose para el combate. Dejándose invadir por el pesimismo no iba a ganar nada. Tendría que afrontar riesgos si lo que quería eran respuestas definitivas. Si Pedro acudía esa noche, lo dejaría al cuidado de Olivia. A fin de cuentas, era su padre. Y el cómo reaccionase a la idea de ser dejado a solas con el bebé le diría lo mucho que contaba era la actitud de él. Y el resultado bien podía ser decisivo.
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