domingo, 18 de junio de 2017

Paternidad Inesperada: Capítulo 7

—Ya me las arreglaré.

—Te las arreglarás mejor conmigo a tu lado.

—No, de eso nada.

—Ya veremos —concluyó él.

 Y Paula hizo una pausa en la batalla, porque discutir con Pedro la agotaba. ¿Por qué no se despertaba Olivia de repente y se ponía a berrear? Ya veríamos entonces cuánto resistía él. Y si, encima, se despertaban los otros recién nacidos, le faltaría tiempo para largarse de allí. Violeta regresó a la habitación, lanzándoles a ambos miradas inseguras mientras ponía la taza de té en el carrito de las comidas.

—¿Ya estás mejor? —preguntó esperanzada.

Violeta Bloomfield era la persona más optimista que Paula había conocido jamás. Era una magnífica vendedora, capaz de convencer a cualquiera de cualquier cosa, y, además, de que esa cosa se le había ocurrido al interesado. Su aspecto era siempre perfectos desde el cabello pelirrojo, perfectamente peinado, hasta la punta de sus siempre exquisitos zapatos. Era una fuente inagotable de vitalidad, y  le encantaba contar con ella, pero, ahora mismo, lo que necesitaba era su testimonio como socia suya.

—Dile a Pedro que puedo arreglármelas sin ayuda suya, Viole.

—¡Ah, sí! —contestó, sentándose a los pies de la cama, y, dirigiéndose muy seria a Pedro—. Verás: Pau y yo trabajamos juntas.

—¿Que Paula  se dedica ahora a organizar bodas? —preguntó él, muy sorprendido.

 —No, no, de eso me encargo yo. Me encantan las bodas. Pau es una magnífica modista. Hace todos los arreglos necesarios en los trajes que alquilamos a los novios, y, en algunos casos, diseña y confecciona el traje que le pidan. Son más caros, pero son los que nos dan más reputación.

—Entonces creo que el negocio se va a resentir —dijo Pedro, frunciendo el ceño—, porque no me parece que vaya a poder dedicarse plenamente a eso con el bebé. Exigen todo el tiempo del mundo, los mo… Se interrumpió a tiempo, pero Paula acabó la palabra por él.

—Monstruos. Venga, Pedro, dilo. Eso es lo que tú piensas que son. ¡Monstruos!

—Iba a decir mocosos —dijo él, muy digno.

—¡Ya!

—Bueno —intervino rápidamente Violeta—, Pau no tiene que desplazarse. Todo está muy a mano. Recibimos a las dientas en mi casa, y, dentro del mismo edificio, Pau tiene su propio departamento. La niña puede estar con ella mientras prueba. Así que tiene un trabajo bien remunerado, una casa cómoda, y ningún motivo de preocupación.

—¿Lo oyes? ¡Tengo todo lo que necesito! —exclamó Paula triunfalmente.

—Excepto un hombre —añadió Violeta, en un murmullo.

 Paula la miró furibunda. Pero Violeta no le hizo caso y señaló con los ojos a Pedro.

—Caray, Pau, tendrás que reconocer que es un chico guapo. ¿Por qué no te lo quedas? Siempre podrás deshacerte de él, si la cosa no sale bien.

—Muy bien razonado —se apresuró a ratificar Pedro—. Con que me diera una oportunidad…

—No pienso casarme con él —lo interrumpió Paula.

—Pero Pau, piénsalo un momento —arguyó Violeta—. El matrimonio tiene sus ventajas. ¿Dónde estaría yo, si no fuera por mis maridos? Al primero le saqué un coche, al segundo una casa, y al tercero el capital para poner el negocio.

Paula tenía ganas de gritarle a su socia que se estaba equivocando de «comprador», pero Violeta estaba lanzada y no había quien la parase.

—Un marido puede ser muy útil. Te sirve para acompañarte a los sitios, te hace el amor si te apetece, tienes quien te acerque a casa si bebes demasiado una noche, es otro sueldo que entra en casa, alguien con voz grave y mal genio para amedrentar a los operarios y que te acaben las obras a tiempo, y, en tu caso, un canguro al que no hay que pagar, siempre que necesites un descanso de tu vocación maternal.

—Sí, pues ahí es donde falla la cosa —consiguió al fin decir Paula—. Pedro odia a los bebés.

—Pero con un hijo mío, la cosa cambia —terció el aludido.

 Y ella se volvió inmediatamente contra él.

—¿Qué es lo que cambia? ¿Te crees que Olivia no va a llorar? ¿Que no va a ensuciarse? ¿Que no se despertará en medio de la noche? ¿Que no te va a robar protagonismo?

—Ya me adaptaré.

—Perdone, señor Alfonso, pero esas actitudes tan arraigadas no desaparecen así como así.

En ese momento, llegó una enfermera, escandalizada de encontrarse aún visitantes en la habitación a una hora tan avanzada.

—Tengo que pedirles que se marchen. Son las normas del hospital.

Violeta se puso en pie.

 —Consúltalo con la almohada, Pau —le dijo, con optimismo—. Divorciarse no supone ningún inconveniente hoy en día.

También Pedro se levantó, muy a su pesar, de su silla.

—Volveré mañana, Paula —dijo, beligerante—. Y no creas que voy a dejar que te deshagas de mí esta vez. Y luego se acercó al moisés y le dijo a la bebé dormida:

—Buenas noches, peque. Te habla tu papá —y mientras se alejaba—, y no te dejes convencer de otra cosa por tu mamá.

—¡Tiene un nombre! —le gritó Paula—. ¡Se llama Olivia!

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