Paula acostó a Olivia, entreteniéndose al arroparla, dilatando el momento de quedarse con Pedro a solas, sin más tareas con las que entretenerse, por lo menos durante unas horas. No eran más de las diez y media, y, algunas veces, Olivia dormía casi hasta las tres. Y no era que no tuviera ganas de hacer el amor con él. El médico le había dicho que no había motivos para abstenerse, pero su mente estaba llena de inhibiciones, que la tenían hecha un manojo de nervios. Sencillamente, nada era igual ahora que antes de que ella quedara embarazada de la niña. Ya no podía sentirse irresponsable. Ya no era ella la única persona de la que tenía que ocuparse. Y, sobre todo, tenía mucho miedo de que el sexo ya no fuera tan placentero como debería, para ella o para Pedro. El alumbramiento tenía que haber producido algunas alteraciones en su cuerpo, y, si hacer el amor resultaba ser un desastre, sería horrible. Pero, al enderezarse después de atender a su hija, le dirigió una sonrisa a Pedro, que la había acompañado al dormitorio, en principio para desearle buenas noches a su hija.
—Voy al cuarto de baño. No tardaré.
Y salió antes de que él pudiera decirle nada. Se encerró en el cuarto de baño como una primeriza asustada, sin dejar de sentirse ridícula. Pedro había demostrado sobrada paciencia, comprensión y amabilidad. Y ella lo amaba. Y esa noche estaba tan insoportablemente atractivo, que ella apenas había podido probar bocado. Hasta olía de forma diferente, y tremendamente sexy. Se dió una rápida ducha templada, esperando que le sirviera para relajarse, además de para liberarse de la pegajosidad que le dejaba dar el pecho. Ya no sentía tanta tensión en los pechos, una vez que Olivia había tomado su ración. Por fortuna, no tenía estrías en la piel, aunque todavía no había recuperado el tono muscular. A ella le parecía que tenía el vientre flojo. ¿Le molestaría a Pedro? Se dijo que no debía seguir por ese camino, y que, en conjunto, estaba en buena forma. Salvo por dentro. Ya había dejado de dolerle, y, desde luego, sus músculos internos debían de ser muy elásticos, para admitir el paso del bebé, pero seguro que ya no estaban como antes. ¿Cómo habrían quedado? ¿Fláccidos? Qué bien le habría venido que Violeta hubiera tenido hijos, para consultarle esas cosas. El médico le había dicho que no tenía motivos para preocuparse, pero era un hombre. En casos como ese una mujer necesitaba a una madre con la que tuviera la suficiente confianza para poder hablarle de lo que le preocupara. Dando un suspiro, Salió de la ducha, prometiéndose estar accesible para cuando Olivia fuera, a su vez, madre. A su hija no le faltaría una confidente, ni la fuerza y la seguridad que podía dar una madre.
Hacerse mujer estaba lleno de dificultades. Claro que también de placeres. Mientras se secaba, procuró concentrarse en los placeres. A fin de cuentas, no deseaba pasarse el resto de su vida en un limbo sexual. Pedro era un magnífico amante. Era imposible imaginarse a nadie mejor. Le importaba de verdad el placer de ella, y sabía procurárselo. Tanto si resultaba ser un buen padre para Olivia como si no, se dijo que se debía a sí misma el ampliar la situación de armonía con él, puesto que él no se quejaba ni protestaba de la niña. Esa noche era la noche. Si no se decidía a saltar la barrera de inseguridad acerca de su propio cuerpo, lo único que iba a pasar es que esa barrera mental se haría más grande. Podía sugerirle que bailaran. Pedro tenía una forma muy seductora de hacerle olvidar sus prejuicios cuando bailaba con ella. Volvió a ponerse la bata de Christian Dior, pero renunció a la ropa interior. Estaba resuelta a hacer el amor con él, sin pensárselo más. Así que nada de barreras, ni físicas ni mentales. Sacó el frasquito de perfume que le había regalado Violeta al día siguiente de nacer su hija, diciéndole que era para recordarle que seguía siendo una mujer, además de una madre. Spellbound, de Estée Lauder. Se puso un poco en las muñecas y detrás de las orejas. Era algo decididamente sexy. Seguro que Pedro captaría el mensaje. Y ella no se echaría atrás. Salió decidida a todo y, al oír su voz en el dormitorio, fue a reunirse con él.
—Eso es, pequeña Oli —estaba diciendo, al entrar ella, con mucha convicción.
—¿Qué es qué? —preguntó con curiosidad.
Le parecía extraordinaria la manera que tenía Pedro de dirigirse a Olivia, como si la niña fuera a entender cuanto él le dijera. A lo mejor era una maniobra subconsciente, para defenderse de la impaciencia que le producían los bebés. Hablándole como si fuera un adulto, no la consideraba «uno de ellos». Él se irguió y se volvió hacia ella, con una sonrisilla de satisfacción.
—Ah, le he estado contando cómo es mi perro.
Y, al oírlo, Paula se dio cuenta de que lo que hacía con Olivia era lo mismo que practicaba con su perro. También a Spike le hablaba como si lo entendiera. Era una costumbre que siempre la había enternecido, aunque no le quitaba del todo el susto que le producía el enorme perrazo. Según él, Olivia era como un perrito, y, viendo cómo se llevaba con su perro, creía que más valía que siguiera tratando a su hija como un cachorrito.
—Qué bien —le contestó, pero le quedaba la duda de si no estaría transigiendo demasiado, movida por el deseo de que todo acabara por salir bien.
—Ahora se va a dormir —le aseguró, apartándose del moisés de Olivia—. ¿Tú estás bien? —y sus ojos se clavaron en los de ella, llenos de ansiosa atención, buscando cualquier signo de rechazo, comprobando que no se había producido ningún estancamiento en la corriente de deseo que había fluido entre ambos durante toda la velada.
—Sí —y su voz y su cuerpo debieron de transmitirle su aceptación sin reservas, porque la cautela desapareció de la mirada y la actitud de él.
Unas cuantas zancadas, y ya la tenía en sus brazos, arrinconadas las dudas, con urgencia por saborear la libertad de saciarse el uno del otro. Estuvo unos cuantos segundos con ella apretada contra su cuerpo, como si estuviera empapándose de ella.
No hay comentarios:
Publicar un comentario