Pedro no había anticipado, sin embargo, que la idea de hacerla menos atractiva fuera a dar precisamente el resultado contrario. Cuando la puerta del salón se abrió y Paula se dirigió hacia él, no era la «niña» de Arturo, sino una criatura completamente diferente. Una sofisticada y sorprendente criatura a quien aquel pelo corto negro hacia más sexy que el demonio. Cuando se acercaba, el arco de sus cejas, la larga curva de su cuello o y la generosidad de sus labios hicieron que sintiera una tensión en la entrepierna. La perversidad del destino era increíble, pensaba, inclinándose para abrir su puerta.
—No te gusta —dijo ella.
—No es exactamente lo que yo había esperado.
El disgusto de Paula al oír esas palabras hizo que se sintiera como un bellaco. Pero se negaba a hacerle cumplidos. Sabía que su opinión era demasiado importante para ella. Ya era suficiente con que él la deseara. Si ella empezaba a sentirse atraída hacia él, estaban perdidos.
—Pero no está mal, Paula —añadió—. Ahora vamos a casa. Hernán ha llevado la ropa de Marina y tenemos que encontrar algo para mañana. Había pensado que cenáramos juntos esta noche, pero ha surgido algo importante y tengo que marcharme.
—Oh… —murmuró ella, desilusionada.
Pedro sospechó que tendría que evitarla muchas noches a partir de aquel momento. Al día siguiente no habría peligro porque iban a estar rodeados de gente y su mente estaría ocupada con la misión que tenía entre manos. Pero durante el fin de semana empezarían los problemas. Tendría que buscar poner excusas y encontrar una persona que le enseñara Sidney; alguna mujer sensata y seria. Con su nueva imagen, los hombres se lanzarían sobre Paula como moscas. Era una lástima que Aldana estuviera tan ocupada con los preparativos de su boda o se lo habría pedido a ella. Quizá Candelaria, su amiga, se prestaría. Estaba en la fase de odiar a los hombres, de modo que era perfecta. Seguía pensando en el asunto media hora después, mientras esperaba que Paula saliera de la habitación con uno de los trajes de su tía. Pero no quería esperar ni un segundo más. No quería estar a solas con ella. Lo único que quería era ir al gimnasio para hacer ejercicio hasta agotarse, tomar un par de copas y volver a casa cuando ella estuviera dormida.
—¿Qué te parece?
Pedro levantó la cabeza al oír su voz. Había estado fumando como una chimenea en un vano intento por calmarse, pero al verla embutida en un ajustado traje de color violeta, su corazón empezó a latir con tanta fuerza como un tambor de la jungla. ¡Tenía que marcharse de allí en aquel mismo instante!
—Aún tiene puesta la etiqueta y es carísimo —murmuró ella, aparentemente encantada con su nuevo aspecto. Y tremendamente sexy, hubiera añadido Pedro—. No quería ponerme un vestido que mi tía hubiera llevado alguna vez a la oficina, así que este es perfecto. ¿No te parece?
—Perfecto —murmuró Pedro con los dientes apretados. A Diego Benítez se le iban a salir los ojos de las órbitas.
—La ropa es de mi talla. Y los zapatos también. ¿Te gustan? —preguntó, moviendo un pie alegremente. Pedro miró en silencio el tobillo y la hermosa pierna desnuda—. Tiene unos accesorios divinos. Y las joyas también. ¿Te gustan estos pendientes? —sonrió, tocando unas perlitas que rozaban delicadamente su largo cuello.
Pedro deseaba alargar la mano para tocarla, para tocar todo su cuerpo. Podía imaginar a Paula sin aquel vestido, desnuda, cada curva de su cuerpo deseando ser acariciada, besada y…
—Tengo que irme, Paula —murmuró, apartando la mirada—. Siento dejarte sola. Hay televisión por cable, si te apetece ver alguna película.
Los ojos de Paula se oscurecieron.
—Vas a salir con Romina, ¿Verdad?
—Sí —mintió él.
Paula dejó caer los hombros, decepcionada. Cuando se dió la vuelta para entrar en su habitación Pedro la siguió con la mirada, pero en lugar de correr hacia la puerta, se encontró corriendo hacia ella.
—He mentido —dijo, tomándola en sus brazos, ciego a todo lo que no fuera la atracción que sentía por aquella mujer—. No voy a salir con Romina. Anoche rompí con ella. Me marchaba para alejarme de tí.
—¿De mí?
—De tí, tonta. Me estás volviendo loco. Creí que podría resistir, pero no puedo. Y estoy harto de intentarlo.
—Pero… pero creí que no te gustaba.
—Me encantas. Y quiero hacerte el amor hasta que me quede sin fuerzas. Es que… le prometí a Arturo cuidar de tí y… bueno, no creo que él tuviera en mente que te hiciera el amor.
¿Por qué estaba balbuceando como un idiota? Había tomado una decisión. Había cruzado la línea. Pero fue ella quien hizo el primer movimiento, enredando los brazos alrededor de su cuello y apretándose contra él.
—Arturo siempre cree que sabe lo que es bueno para mí —murmuró, mirándolo a los ojos—. Pero no lo sabe. Yo creo que hacer el amor sería una forma perfecta de cuidar de mí.
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