jueves, 8 de junio de 2017

Peligrosa Atracción: Capítulo 36

—Estás cansada, ¿Verdad?

 Paula levantó los ojos del pastel que el camarero acababa de servirle.

—Creo que es el vino —sonrió.

—Te llevaré a casa.

 —Pero aún no hemos terminado el postre y este restaurante es carísimo — protestó ella.

—No te preocupes por el dinero. Voy a llevarte a la cama ahora mismo —dijo Pedro, levantándose.

—Oh.

Paula había tenido sueño hasta aquel momento, pero la palabra «cama» la despertó inmediatamente. Cinco minutos después, estaban de camino a casa. Había intentado olvidar su deseo por Pedro durante toda la tarde, pero allí estaba de nuevo, haciendo que le hirviera la sangre.

—No estás demasiado cansada, ¿Verdad?

—No, pero… me iría bien un baño caliente —contestó ella.

—¿Qué tal si nos bañamos juntos?

 El corazón de Paula dió un vuelco.

—No sé si me gustaría —contestó sinceramente—. Me da un poco de vergüenza.

—¿Por qué iba a tener vergüenza una chica con un cuerpo como el tuyo?

Paula se quedó sorprendida ante aquel comentario. Su cuerpo no estaba mal, en su opinión, pero no era nada extraordinario. Tenía un pecho bonito, pero su constitución era más bien redondeada, no el cuerpo atlético que estaba de moda. Nunca hacía ejercicio y no tenía marcados los abdominales, ni bíceps, ni nada por el estilo. Lo único que tenía era lo que la Naturaleza le había dado; altura para poder soportar una talla noventa y cinco de sujetador y caderas redondas. Las piernas era lo único que había trabajado y sólo porque solía ir corriendo a todas partes; un habito que había adquirido durante la infancia, al ir siempre corriendo detrás de su padre.

—Si no te apetece —dijo Pedro entonces poniéndose serio— no lo haremos. No quiero que hagamos nada que no te apetezca, Paula. Nunca.

—Gracias, Pedro —murmuró ella—. Te lo agradezco. Y me gustaría darme un baño contigo. En serio. Estoy siendo una tonta. Las vírgenes recién desfloradas nos ponernos tontas algunas veces. Tendrás que ser paciente conmigo.

Él la miró, irónico.

—No soy famoso por ser paciente.

Paula sonrió.

—¿Y qué pasa con tu oferta de no hacer nada que no quiera hacer?

—Sigue en pie. Depende de mí que pueda persuadirte o no.

 —¿Y cómo vas a persuadirme de que me bañe contigo esta noche?

—¿Un millón de dólares será suficiente?

—¡Bañarte con una mujer debe de ser uno de tus pasatiempos favoritos!

—¿Me creerías si te digo que nunca antes me he bañado con una mujer?

—No.

—Y tendrías razón. Lo he hecho. Pero hace mucho tiempo. Las mujeres no se quedan en mi casa más de una noche, así que tienes suerte. Eres la primera mujer a la que le pido que viva conmigo, ¿Lo sabías?

—¿Me… me estás pidiendo que viva contigo?

Pedro apartó los ojos de la carretera para mirarla.

—¿A qué creías que me refería cuando te pedí que te mudases a mi habitación?

—No lo sé. Vivir con alguien es mucho más que eso, ¿No te parece? —preguntó. Él frunció el ceño—. Mira, Pedro,  una relación contigo no va a ninguna parte. Tú tienes compañeras de cama, no compañeras para toda la vida. Y a mí me parece bien, de verdad. Te adoro, eres un hombre estupendo. Eres buena compañía y un amante genial, justo lo que necesito en este momento de mi vida. Pero prefiero no pensar que estamos viviendo juntos. Es más una aventura, una experiencia.

—¿Una experiencia? —repitió él.

—Una experiencia maravillosa —aseguró Paula—. Una que nunca olvidaré. Pero no me engaño. Algún día tú querrás que termine y yo también —tendría que hacerlo porque sabía que él se cansaría.

Sus sinceras palabras se repetían en su cabeza como un eco: «Nunca me digas que me quieres. Recuerda que conmigo es sólo sexo…»

Pedro la miró durante un segundo, confuso. Y después se echó a reír.

—Esto sí que va a ser un reto.

 —¿Qué quieres decir?

—Quiero decir que voy a entrar contigo en territorio desconocido.

 —No sé si te entiendo. ¿Te refieres a que yo fuera virgen?

—No exactamente. Pero puede ser parte de ello. Si, quizá una parte importante.

—No te entiendo.

—Da igual. La vida es sorprendente, sobre todo en lo que se refiere a hombres y mujeres. Así que, ¿tengo que ponerme de rodillas para que hagas lo que yo quiero esta noche o vas a hacerlo con el espíritu de que es una experiencia que te prometo no olvidarás?

Paula tuvo que reír.

—Sabes muy bien que no puedo decirte que no. Lo único que tienes que hacer es besarme y soy como arcilla en tus manos.

—Gracias por decírmelo.

—¡Como si no lo supieras!

—Un hombre necesita que se le recuerden esas cosas. Pero no lo olvidaré, confía en mí.

¿Confiar en él? Paula no confiaba en él en absoluto. Pero eso no evitaba que lo amase con todo su corazón y que lo deseara con una fuerza inusitada.

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