jueves, 1 de junio de 2017

Peligrosa Atracción: Capítulo 24

Y era normal. Sabía que las mujeres sólo pasaban la noche con él…

—Sí.

—¿Durante cuánto tiempo?

—Indefinidamente.

—¿Por qué?

—No tienes por qué saberlo, Romina.

—Yo creo que sí.

—No tiene nada que ver contigo y conmigo.

—¿Es que hay algo que tenga que ver contigo y conmigo?

 —¿Qué quieres decir? —preguntó él.

—Quiero decir, Pedro, que o me dices quién es esa chica y qué relación tienes con ella o hemos terminado.

—¿No lo dirás en serio?

—Absolutamente en serio.

—Pues entonces, me parece que hemos terminado.

 Romina oltó una palabrota muy poco elegante y colgó. Él colgó también y se quedó mirando el auricular. ¿Por qué demonios había hecho eso?, se preguntaba.

—¡Maldita sea! —exclamó, entre dientes.

Volvió a tomar el auricular y marcó el teléfono de su agencia. La recepcionista se habría marchado, pero siempre había alguien trabajando.

—¿Sí? —contestó una voz femenina.

—¿Eres tú, Aldana?

—Sí.

—Estupendo. Contigo precisamente quería hablar.

—¿Jefe?

—El mismo.

—¿Dónde estás? Tengo que hacer un par de preguntas sobre la cuenta de Packard, pero Silvana me dijo que estabas fuera de la ciudad.

—He vuelto. ¿Qué problema hay?

 —Ninguno. Lo he aclarado con Patricio.

—Estupendo. Tengo un pequeño trabajo para tí. Es urgente.

 —Pedro, son casi las siete y tengo que ir a casa a arreglarme. Tomás me ha
invitado a cenar.

—No tardarás mucho, no te preocupes. Necesito el teléfono de un salón de belleza, de esos que hacen de todo. Ya sabes, de los que entras como un monstruo y sales convertida en una princesa.

—Ah, ya veo. Crees que soy cliente de uno de esos salones, ¿No?

 Harry tuvo que reírse.

—La verdad es que últimamente estás irreconocible.

—Pues lo he hecho yo misma, Pedro…con un poquito de ayuda de Candelaria.

—¿Quién es Candelaria?

—Una amiga mía.

—¿Crees que ella conocerá algún salón de belleza?

—Es posible. Cande siempre está divina.

—¿A qué se dedica?

 —Directora de una inmobiliaria.

—¿Soltera?

—Divorciada.

 —¿Edad?

—Unos treinta.

 —¿Me das su número?

 Aldana rió.

—Estás perdiendo el tiempo, Pedro, Candelaria sigue en la fase de odiar a los hombres después de su divorcio. Ni siquiera cree que Tomás haya cambiado.

—Los hombres no cambian, Aldana —dijo Pedro—. Sólo hacen creer a las mujeres que han cambiado.

—Eres un cínico, Pedro. Me enteraré de lo del salón de belleza y te llamaré más tarde. ¿Dónde te llamo?

Pedro le dió el número de su casa; la línea que aparecía en la guía, no la privada.

—Gracias, Aldana.

—De nada. Una pregunta.

—¿Qué?

—¿Para quién es esto?

—Para una amiga.

—¿Desde cuándo tienes «amigas»?

—¿Y ahora quién es la cínica?

—Tengo que irme, Pedro —rió ella.

Pedro  colgó, esperando que sonara el teléfono inmediatamente. Pero se había equivocado. Aparentemente, Romina había terminado con él de forma definitiva. Y, sin embargo, se sentía aliviado. Después llamó Hernán, que parecía aliviado de que las cosas fueran tan bien.

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