Paula se puso a temblar.
—¡Lo siento! Debería de haber esperado a que estuvieras seca para decirte todo esto. Pondré un poco de sopa a calentar y podemos comer delante del fuego — continuó con una humildad completamente nueva en él—. Luego, si quieres, nos podemos acostar y te demostraré que realmente te quiero. Mi cuerpo es más capaz de mostrar lo que siente que mis palabras. Necesito que sepas que esta mañana, al despertarme y ver que no estabas, me he dado cuenta de que no podía vivir sin tí.
Paula sonrió.
—De momento, lo estás haciendo muy bien.
Pedro intuyó en su mirada un brillo de esperanza
—Nunca ha sido solo sexo, Pau. Pero en la cama era en el único sitio donde no tenía que fingir, donde podía dar rienda suelta a mis sentimientos. Porque tengo sentimientos, no lo dudes.
—No lo dudo...
—No digas nada, solo si quieres sopa de tomate o de verduras. Sé que estás cansada y que soy un necio por no dejar que te vayas a cambiar de ropa.
—Pedro...
—Pau, vuelve a Washington conmigo —dijo él—. Es todo lo que te pido. Quiero que le demos una oportunidad a nuestro matrimonio. Prometo no decepcionarte otra vez.
—¿Quieres decir que no puedo pasar la noche aquí? —bromeó ella y se aproximó a él.
Lo agarró, a pesar de estar completamente empapada, y lo besó. Tenía los labios húmedos. Con un gran esfuerzo, él se mantuvo inmóvil. Ella se apartó y lo miró confundida.
—¿Es que ya no me deseas?
—Sí, te deseo siempre, a todas horas. Pero necesito saber si me crees y si tenemos alguna posibilidad de tener una vida felíz juntos.
Paula se desabrochó el chubasquero y agarró la cadena con los diamantes y el zafiro.
—No pude quitármelo. Este es el regalo que me diste por nuestra boda y que tú mismo me pusiste al cuello.
—¿Qué quieres decir?
—¿No te das cuenta? Te quiero, Pepe.
La miró consternado.
—¿Te importaría repetir eso?
—Te quiero, te quiero, te quiero —se rió a carcajadas.
—¿Lo dices de verdad?
—Ya sabes que se me da muy mal mentir.
Sí, claro que era verdad. Lo amaba y quería seguir casado con él. La agarró en sus brazos, empapándose con el agua del chubasquero.
—Vente a la cama conmigo, amor mío, ahora.
—Quiero que lo hagamos aquí, delante del fuego, sobre la alfombra —dijo ella, con cierta timidez—. Como la primera vez que hicimos el amor.
—Aquella mañana, en la buhardilla —su sonrisa se desvaneció—. En parte, no quise tocarte durante nuestra luna de miel para demostrarte que tenía absoluto control sobre la situación. También me lo quería demostrar a mí mismo. Pero la verdad era que estaba aterrado. Por eso te traté como si fueras un mueble más.
—Bueno, aprovecha tu segunda oportunidad —dijo Paula—. Tengo frío, Pepe. Caliéntame.
Pedro le quitó el chubasquero, el jersey y los pantalones. Luego agarró un par de cojines y los puso sobre la alfombra, delante del fuego.
—Te quiero, Pau —dijo con voz ronca—. No sé qué más decir.
—Pues, entonces, demuéstramelo —abrió los brazos para recibirlo.
—No puedo pedirte que te cases conmigo porque ya estamos casados. Pero cuanto dije aquel día es verdad para mí.
Dos lágrimas se deslizaron por la mejilla de ella.
—Para mí también.
Hicieron el amor con ternura infinita y concluyeron al unísono. Pedro alzó la cabeza y miró a su esposa.
—Eres capaz de llevarme a un lugar en el que nunca antes había estado. El amor hace que todo sea diferente.
—Amor mío... —dijo ella. Le acarició el cuello.
—Me pediste una vez que yo no te llamara así.
—Siempre quise guardarlo para el hombre al que amara y ese eres tú, Pepe, ¿No te has dado cuenta aún?
Pedro se sintió bien, muy bien.
—¿Quieres decir que puedo borrar lo de «cariño»?
—Por favor, hazlo —se rió ella.
—Quizás necesitemos un nuevo contrato —dijo Pedro provocativamente. —Lo que yo creo es que podemos romper en mil pedazos el que tenemos. La abrazó amorosamente. De pronto, sentía la urgente necesidad de recuperar el tiempo perdido con ella.
—Sé que me cuesta hablar de mí, de mi infancia, de mi madre y de mi padre. Pero te lo contaré todo. Te contaré por qué tenía que proteger a Luciana de mi padre, te hablaré de Diego y de cómo me ayudó para volver a poner el negocio en pie. Te contaré lo solo que me sentí cuando mi madre nos abandonó, aunque nunca he estado seguro de si realmente nos quería o no —la miró enamorado y felíz—. Todavía me cuesta creer que realmente me quieras.
—Me temo que me vas a tener a tu lado siempre.
Pedro se rió.
—¿Y siempre tendremos que hacer el amor sobre la alfombra?
—No. La próxima vez puede ser en la cama —lentamente, le besó el labio inferior—. Esta es nuestra verdadera luna de miel.
Pedro le acarició los senos desnudos.
—Puede ser todavía mucho más intensa de lo que está siendo.
Paula suspiró, llena de amor y placer.
—Quizás podríamos quedarnos aquí un par de días. Puedo llamar a mi padre para que no se preocupe.
Pedro asintió.
—¿Te gustaría tener niños?
Paula sonrió.
—Tus niños sí.
—Entonces, pregúntale a tu padre qué le parece lo de tener nietos.
—Lo más maravilloso de todo es que podrá llegar a conocerlos... Y todo gracias a tí. Gracias, Pepe.
—A mí y Gastón Stansey. ¿Cuántos niños quieres?
—Dos —dijo ella—. Y podremos enseñarles a pilotar aviones y a escalar montañas.
—Podremos decirles que los queremos —dijo Pedro.
—A tí nunca te lo dijo nadie, ¿Verdad? —preguntó ella entristecida.
Pedro la acarició.
—No. Pero contigo estoy aprendiendo muy deprisa.
—Nuestros hijos tendrán unos padres que se quieren y que serán capaces de quererlos mucho.
Paula nunca podría abandonar a sus hijos, como la madre de Pedro había hecho.
—Diego será un buen padrino.
—Me parece que nos estamos adelantando un poco —dijo ella.
Él se rió.
—Sí, quizás deberíamos empezar por calentar la sopa. La verdad es que estoy hambriento, solo he desayunado un café.
Paula deslizó un sugerente dedo por su torso.
—Me gusta la idea: sopa y tú. Es un menú perfecto. Pedro la besó delicadamente.
—Y tú de postre —dijo—. Estás mucho más sabrosa que el pastel de chocolate del Seaview Grill.
Una cosa llevó a la otra y pasó bastante tiempo, antes de que Pedro llegara a meter la sopa en el microondas.
FIN
Hermoso final! Me encantó la historia! Gracias por compartirla!
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