jueves, 9 de febrero de 2017

Juegos Peligrosos: Capítulo 2

Un hombre joven la miraba con gran interés desde la puerta. Era muy alto, de cabellos y ojos castaños. La boca era amplia y firme y parecía mirarla con aire divertido. Paula deseó desesperadamente que sus labios no se hubieran movido mientras repetía su mantra.

-¿Puedo ayudarlo? -preguntó con tranquilidad.

-Busco a Paula Chaves. Abajo me dijeron que la encontraría aquí. El departamento de personal se encontraba en la planta baja y era bastante corriente que contrataran secretarios masculinos.

-Yo soy Paula Chaves. Me alegra que haya venido tan pronto. Dijeron que me enviarían un sustituto en cinco minutos, pero... -murmuró mientras se encogía de hombros.

-¿Sustituto?

-Bueno, no es una sustitución permanente. Sólo temporal, hasta que mi secretaria se recupere. ¿Lleva mucho tiempo en la empresa?

-No, muy poco -contestó con cautela.

-No se preocupe, no tardará en ponerse al día. Ahora estamos sumidos en un torbellino. Una firma italiana llamada Leonate Europa ha comprado nuestra empresa y muy pronto llegará alguien a hacerse cargo de ella. Todos estamos nerviosos, esperando con temor que nos digan cuál será nuestro destino.

Él alzó una ceja.

-¿Temor? ¿Usted?

-Sí -respondió con una media sonrisa complacida-. Bueno, lo veremos cuando me haya reunido con Su Majestad.

-¿Y quién es?

-Pedro Alfonso. El «gran hombre» que vendrá a meternos a todos en cintura. ¡Qué caradura!

-¿No será un poco pronto para juzgarlo? Tal vez sea una persona correcta.

-¿Correcto? -espetó.  Repentinamente, su talante cuidadosamente cultivado se rompió bajo el peso de la rabia-. ¿Correcto? Es un depredador que piensa que puede hacer lo que quiere y al infierno con los demás. Ojalá estuviera aquí para decirle lo que pienso de un hombre que, en la creencia de que todo se puede comprar con dinero, viene a esta empresa y se encarga de trastornar mi promoción cuando estoy a punto de conseguirla.

-Ésa es una de las virtudes del dinero -observó él, con suavidad.

-¡Al diablo con las virtudes y al diablo con Pedro Alfonso! -espetó Paula.

La visión de sus ojos como ascuas lo dejó hechizado. Muchos hombres habían perdido la cabeza por unos ojos como ésos, pensó. Y él corría el peligro de ser unos de ellos.

-Bueno, no comente con nadie lo que acaba de oír. No debí haber hablado con tanta libertad ante usted -dijo con un suspiro cuando se hubo calmado.

-Mis labios están sellados. Juro que nunca le diré a Pedro Alfonso lo que piensa sobre él.

-Muchas gracias.

-De nada.

Él se aclaró la garganta mientras luchaba contra una tentación arrolladora. Un hombre juicioso le diría la verdad antes de que fuese demasiado tarde. Aunque la verdad era que nunca había tenido tan pocos deseos de ser juicioso.

-A propósito, debí haberle preguntado su nombre.

-¿Qué? -Su nombre.

-Ah, mi nombre -murmuró. «Dile la verdad. Sé honesto. Juega limpio. ¡Al diablo!»-. Me llamo Horacio Gonzalez.

Había sido el nombre de su padre inglés, aunque hacía largos años que Pedro vivía en Italia bajo el apellido Alfonso. Todavía podía hablar inglés sin trazas de acento italiano.

-Muy bien, señor Gonzalez.

-Puede llamarme Horacio.

-Y usted puede llamarme señorita Chaves -replicó con firmeza, pensando que era hora de recuperar el terreno que había perdido por su explosión de franqueza.

-Sí, señora -contestó Pedro, en tono sumiso.

 -Mejor será que nos pongamos a trabajar cuanto antes.

 -¿Podría concederme unos cuantos minutos? Vuelvo enseguida.

 -Desde luego.

Cesar Tandy pensó que era una desgracia haber llegado con media hora de retraso precisamente aquel día, que era crucial para la empresa.

-Ah, no... -murmuró al ver al hombre que lo esperaba en su despacho-. Señor Alfonso... puedo asegurarle...

-No se preocupe, Cesar. He venido a su despacho sólo para una breve charla.

-Puedo enseñarle la oficina y presentarle a...

-Más tarde. He estado examinando los acuerdos financieros que le propusimos con Enrique y creo que son un tanto exiguos. Estoy seguro de que merece una cantidad más generosa.

-Siempre es de agradecer. El señor Leonate me dijo que la empresa no podía pagar más.

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