sábado, 18 de febrero de 2017

Juegos Peligrosos: Capítulo 17

-Tú no debes estar aquí. Tendrías que estar preparando el informe para Leonate Europa.

-Tengo que pensar en lo que voy a decir.

-No hace falta que les hables de mí como persona, sólo como mujer de negocios.

-Como mujer de negocios eres impresionante.

 -Verás, a veces hay que utilizar un repertorio de trucos con los clientes difíciles. Uno de ellos es atraer primero la atención de la víctima con la antigua técnica de batir las pestañas. Y cuando lo tienes atontado, le das el golpe final con datos y cifras. Mira -dijo mientras subía y bajaba los párpados lentamente, con una lánguida sonrisa.

-Lo haces muy bien -comentó Pedro, embelesado-. ¿Y piensas aplicar tu truco a Pedro Alfonso?

-¡Otra vez Alfonso! -exclamó. «¿Por qué tiene que sacarlo a colación todo el tiempo?», pensó repentinamente enfadada-. ¿Crees que el truco surtiría efecto? Porque al parecer a tí te ha dejado impasible, así que puede que con él tampoco funcione.

-Se supone que yo no debo reaccionar a esos estímulos. Sólo estoy aquí para ayudarte en tu misión en la vida.

Paula  se quedó pensativa un instante.

 -¿Tienen los mismos gustos?

-Bastante similares -respondió al tiempo que cruzaba los dedos, deseando no haber entrado en ese juego.

-Una información muy útil. A menos que... -Paula se detuvo como si la hubiese asaltado un horrible pensamiento-. Horacio, ¿Tú no eres...? Porque me lo habrías dicho, ¿Verdad?

-¿Decirte qué?

-Sabes a qué me refiero.

 -No, no lo sé -respondió.

De hecho, sí lo sabía, pero había que hacerla sufrir, para variar.

 -Bueno, no eres... ¿Verdad?

 -¿Quieres saber si soy gay? -preguntó con una sonrisa torcida-. Vaya, cualquiera que no intente abalanzarse sobre tí, necesariamente tiene que apuntar en la otra dirección, ¿No es así? Por lo demás, ¿Tendría alguna importancia?

-Desde luego que sí. ¿Cómo podrías aconsejarme sobre él si tú...?

-Puede que él también lo sea.

-¿Y lo es?

-¿Cómo puedo saberlo? Nunca le he hecho proposiciones.

Ella le lanzó una mirada furibunda.

-¿He estado perdiendo el tiempo?

-¿No te dice nada tu intuición femenina? -preguntó.

Pedro se tomaba su revancha y eso le divertía mucho-. ¿No estoy interesado o simplemente soy un perfecto caballero? Es extraño lo difícil que resulta advertir la diferencia hoy en día.

-¿Disfrutas con esto, verdad?

 -¿Por qué no? Te has burlado de mí todo el tiempo. Ahora me toca a mí. ¿Paula?

 La rapidez con que había dejado de prestarle atención habría sido cómica, si no hubiera sido decepcionante. Paula tenía los ojos clavados en las penumbras de la pista de baile.

-¿Qué ocurre? -urgió al tiempo que le apretaba la mano.

 -Nada, debo... debo de haberlo imaginado.

 -Sea lo que sea, parece haberte trastornado. ¿No me lo puedes contar?

-Simplemente me pareció haber visto a un conocido, pero con esta luz tan escasa puedo haberme equivocado.

-¿Quién?

 -Mi ex marido.

Pedro la miró fijamente.

-¿Estás segura de que es tu ex marido?

 -Sí, creo que es David -aseguró.

Pedro notó que temblaba.

-¿Y te importa? ¿Sigues enamorada de él?

-No, desde luego que no. Pero es la primera vez que lo veo desde que nos separamos. Puede que no sea él.

 -Pero no vas a estar tranquila hasta que lo compruebes, ¿Verdad?

-¿Qué puedo hacer? -preguntó.

La proverbial seguridad en sí misma había desaparecido por completo-. Está claro que no voy a ir a mirar.

-Aunque bailando sí lo puedes hacer.

 -Dejémoslo. El pasado es el pasado.

 -Tonterías. Nunca será pasado hasta que te enfrentes a él y le ordenes que se aparte de tu camino.

 Sin darle tiempo a negarse, Pedro la guió hasta la pista de baile. Conmocionada, Paula cayó en la cuenta de que al fin la abrazaba. Tantas veces que pudo haberlo hecho y tantas veces que se había resistido.

 -¿En qué dirección? -preguntó él.

-Cerca de la orquesta.

Poco a poco se aproximaron mientras los ojos de la joven registraban las mesas junto a la pista. Y al fin encontró lo que buscaba. Entonces se preguntó cómo pudo haberlo reconocido. David había engordado, mostraba una incipiente calvicie y había en su rostro una expresión de descontento que se reflejaba en la cara de la mujer sentada junto a él. ¡Rosana! No le fue fácil identificar en esa mujer un tanto gruesa y estropeada a la ninfa que nunca había borrado de su memoria.

-¿Es él?

-Sí.

-¿Y la mujer?

 -Rosana, su esposa.

-Hizo un mal negocio al cambiarte por ella.

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