martes, 14 de febrero de 2017

Juegos Peligrosos: Capítulo 11

Pedro tardó en calmarse tras el acceso de risa. Luego sacudió la cabeza al tiempo que la miraba con deleite.

-Debería avergonzarse -dijo ella con severidad.

-Y usted también -replicó al instante-. Dígame, ¿La información de Cesar valió la pena?

-No, me temo que su conocimiento es limitado. Ni siquiera pudo decirme qué aspecto tiene el señor Alfonso. «Más bien alto», fue su mejor respuesta. Así que se lo pregunto a usted. ¿Es atractivo? ¿Cuáles son sus preferencias? Vamos, dígamelo.

-¿Intenta seducirlo? -preguntó evitando mirarla.

-Por supuesto que no. Seré más sutil. La seducción sólo sirve para complicar las cosas. Por lo demás, ¿a qué se refiere exactamente cuando habla de seducción?

-Me desilusionas, Paula -dijo tuteándola por primera vez-. Sabes muy bien a qué me refiero. Admítelo. No lo has pensado a fondo.

-¿Que no lo he pensado? Si supieras la cantidad de horas que he dedicado al tema... Verás, hay muchas clases de seducción.

-No. Hay una sola y deberías aclararte antes de intentar dar caza a ese hombre. Seguro que querrá algo más que un simple video de dinosaurios. ¿Hasta dónde estas dispuesta a llegar?

-No tan lejos como piensas. ¿Por quién me tomas?

-Por una mujer dispuesta a anteponer su ambición a cualquier cosa, como el amor, la felicidad, como ser tú misma.

-Depende de lo que entiendas por ser uno mismo. Para mí significa ser una ganadora. Quiero impresionar a Alfonso con mis conocimientos sobre negocios, mi capacidad para expresarme en su idioma y mi compromiso total con el trabajo.

-¿Y no vas a utilizar tus tretas femeninas para nada?

Ella hizo un leve movimiento de hombros.

-Puede que prefiera otro tipo de mujer.

 -A él le gustan todas -replicó Pedro, olvidando la prudencia-. Es peligroso.

-¿Peligroso? ¿En qué sentido? -preguntó con ansiedad.

Él se estrujó el cerebro buscando la manera de describir su otro yo. La situación le empezaba a parecer muy estimulante.

-Es mujeriego, un hombre incapaz de discriminar. Si tienes algo de sentido común, te sugiero que no te enredes con él.

-Me encantan los desafíos.

-Él no será un desafío. Es demasiado fácil atraerlo en ese sentido. ¿Y qué sucedería después?

-Entonces pasaría al plan B.

 -Lo tienes todo calculado -observó con ironía.

-Hay que calcular para conseguir lo que se quiere.

 -¿Y Pedro Alfonso es lo que quieres?

 -No a él personalmente. Lo único que deseo es poder e influencia.

-¿Y su dinero?

-En absoluto -negó rotundamente-. Soy capaz de ganar mi propio dinero.

 -No logro entender lo que pretendes verdaderamente. ¿Por qué no nos olvidamos de Alfonso? -sugirió, un tanto inquieto-. En tu razonamiento tan pragmático hay contradicciones que tendrás que considerar posteriormente, pero preferiría no desperdiciar esta velada hablando de ese tema.

-¿Qué contradicciones? -inquirió al instante.

Pedro se rindió tras un suspiro.

-Para empezar, mantienes una corte de novios bailando en la cuerda floja.

 -No tengo novios. Bueno... -pareció reconsiderar-, al menos no por el momento.

-¿Admiradores entonces? ¿Qué me dices de las tarjetas y del ramo de rosas?

Paula se echó a reír repentinamente, con auténtico regocijo.

 -No me creerás si te lo cuento.

 -Inténtalo.

-Eran de mis padres.

 -«Para la única, la niña que transformó el mundo» -citó él.

-Cuando yo llegué al mundo, ellos llevaban casados veinte años y ya habían perdido la esperanza de tener un hijo. Hasta donde alcanzo a recordar, siempre me han enviado tarjetas con mensajes similares el día de San Valentín. Son un encanto. Ésa es la verdad. ¿No viste la foto que hay en la estantería de los libros?

-Sí, aunque pensé que eran tus abuelos.

 -Tienen casi setenta años.

 -¿Por qué no me lo dijiste esta mañana?

 -Porque me pareció divertido. No me importa que me consideren una mujer con una corte de admiradores.

 -Señorita Chaves, veo que te gusta tomarle el pelo a la gente.

 -Claro que sí, es muy útil. Al principio, las tarjetas pusieron muy nervioso a mi marido. Y al final, nunca estuve del todo segura de que realmente creyera que eran de mis padres.

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