Más tarde, Pedro condujo lentamente al hotel y la acompañó a la suite.
-Vete a dormir y descansa. Te llamaré mañana.
-Ven a desayunar conmigo.
-De acuerdo, y haremos planes para el día. Quiero enseñarte muchas cosas. Mira.
Pedro la condujo a la terraza. Una brillante luna llena iluminaba la bahía. Paula contempló sus reflejos en las aguas oscuras, incapaz de creer tanta belleza. Justo en ese momento, sonó el móvil de él y entró en la habitación maldiciendo en voz baja. Paula oyó su exclamación consternada y se acercó.
-¿Qué ocurre?
-De acuerdo, Cesar. No te culpes. Yo me ocuparé del asunto. Voy para allá.
-¿Vuelves a Inglaterra? -preguntó cuando cortó la comunicación.
-Sólo un par de días. ¿Recuerdas a un tal Norberto Banyon?
-Sí, estaba a cargo del departamento de contabilidad, pero se marchó repentinamente hace un par de semanas. Nunca me gustó ese hombre.
-Y con razón. Durante años estuvo manipulando los libros de contabilidad.
-Pero, ¿Cómo es posible? Antes de hacer su oferta, Leonate dispuso que una empresa de contabilidad examinara las cuentas y concluyeron que todo estaba en orden.
-Sin embargo, en cuanto se cerró el trato, Banyon se marchó con una buena suma de dinero.
-¿Las pérdidas son muy grandes?
-No, no nos llevarán a la ruina. El problema es que Cesar se culpa por lo sucedido.
-Eso no es justo.
-Por supuesto que no lo es. Voy a pedir una auditoría y ellos se encargarán del problema. Mientras tanto, haré lo posible por levantar el ánimo del pobre Cesar. Su mujer falleció el año pasado y no tiene hijos ni familiares que lo ayuden a pasar el mal rato.
-Es muy amable por tu parte.
-Cesar... bueno, me hizo un gran favor hace poco -se aclaró la garganta con inquietud.
-Iré contigo.
-Mejor que no. A Cesar no le gustaría que supieras lo que ha sucedido. Volveré en cuanto haya contratado a los nuevos auditores -dijo consultando su reloj-. Hay un vuelo de madrugada, así que será mejor que me marche.
-¿Ahora mismo? -preguntó, horrorizada.
-Yo tampoco quiero irme, pero debo hacerlo.
Paula quiso echarse a llorar de desilusión. Algo había comenzado a suceder entre ellos, algo que se suponía que no debía ocurrir y a lo que ella se había resistido tontamente. Pero ya no volvería a luchar contra sus sentimientos. Pedro vaciló unos segundos y luego le dio un ligero beso en los labios antes de marcharse apresuradamente. Una vez sola, paseó la mirada por la lujosa suite, un símbolo de la posición que deseaba alcanzar, pero allí no había nadie con quien compartirla.
Pedro la llamó al día siguiente para informarle que los daños no eran tan graves y que había logrado convencer a Cesar de que dejara de preocuparse.
-Estaré contigo en cuanto pueda. Tenemos mucho de que hablar.
-Lo sé. Vuelve pronto -dijo con las mejillas húmedas de lágrimas.
Paula alquiló un coche y durante los dos días siguientes paseó por los campos, se detuvo a comer en pequeñas hosterías y volvió tarde a la ciudad, intentando convencerse de que había pasado un buen día; pero no era cierto, porque Horacio no estaba allí. Se había dicho a sí misma que debía alejarse de él, pero era inútil huir. Había jurado renunciar a la clase de sentimiento que él podría ofrecerle; sin embargo, en esos días de soledad, descubrió que era imposible. En todos los lugares que visitaba, el recuerdo de Horacio no se apartaba de su mente y no dejaba de pensar en el modo de decirle que sus sentimientos hacia él se habían transformado en algo más profundo. ¡Cómo se reirían cuando le contara que había sido derrotada por su propio corazón! También tuvo que reconocer que, de los monumentos históricos de Nápoles, el que más llamó su atención fue el imponente edificio de la sede de la empresa Leonate Europa. Ansiaba visitarlo, así que un día condujo hasta el estacionamiento de la empresa, apagó el motor y se quedó tras el volante, presa de la tentación de entrar en el recinto. Podría saludar a Enrique e incluso conocer a Pedro Alfonso. De pronto, cayó en la cuenta de que ya no le interesaba conocerlo. Para ella sólo contaba Horacio. Con una sonrisa, puso el coche en marcha e intentó salir a la calle en medio de un denso tráfico de vehículos. Empezaba a atardecer y sabía que era la peor hora para conducir. De repente oyó el sonoro toque del claxon del coche que iba detrás. Sobresaltada, rápidamente se apartó a un lado y se dio cuenta demasiado tarde de que había elegido el lado contrario. Repentinamente, una sombra apareció ante el parabrisas y se desvaneció con alarmante rapidez.
-¡Oh, no! -Paula saltó fuera del coche-. ¿Qué he hecho?
-Llenarme de contusiones, nada más -oyó la voz de un hombre desde el suelo.
-¿Está herido?
-Afortunadamente, no. Me dió tiempo a saltar cuando usted hizo ese viraje tan brusco al salir del edificio -respondió mientras se ponía de pie.
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