Como un sonámbulo, se acercó con los ojos clavados en su irónica sonrisa.
-Paula -murmuró.
-¡Signore! -respondió ella, en un tono fríamente contenido.
Graciela la abrazó.
-Querida, éste es Pedro, el hijo del que te acabo de hablar. No puedo creer que nunca se hayan visto.
-No, nunca antes había visto al signor Alfonso-replicó en un tono sedoso mientras extendía la mano.
Cuando Pedro se la estrechó, los dedos de la joven le apretaron la mano con firmeza, como para advertirle que guardara silencio. Un gesto innecesario, porque nada en el mundo podría persuadir a Pedro de hacer un comentario sobre ese desastre.
-Bueno, lo que importa es que ya se han conocido. Debo ir a atender a mis otros invitados. Vuelvo enseguida -dijo Graciela antes de retirarse.
Sin decir palabra, los dos se miraron fijamente.
-Así que tú eres Pedro Alfonso -dijo ella finalmente, con una sonrisa.
-Ciertas cosas... no son fáciles de explicar.
-Es una gran sorpresa conocerte en estas circunstancias, aunque no se puede negar que tiene el encanto de lo inesperado, ¿No te parece?
Paula parecía perfectamente dueña de la situación y Pedro, alarmado, intentó recobrarse.
-Es cierto.
-¿Eso es todo lo que puedes decir? Qué extraño, porque te recuerdo como un brillante conversador.
-Paula, te ruego que no te precipites a sacar conclusiones.
-Yo no he sacado esta conclusión. Saltó sobre mí y me dió un puñetazo en la mandíbula, aunque algunas cosas se aclaran de golpe cuando uno está impactado. ¿No te parece?
-Yo también estoy impactado, aunque debo decir que tu capacidad de recuperación es sorprendente -comentó, con ironía.
-Es porque supe la verdad antes de tu llegada. Tu madre me dijo tu nombre mientras me enseñaba tu fotografía.
-Personalmente, disfruto de lo inesperado -Pedro intentó expresarse en el mismo tono ligero que empleaba Paula- a veces uno se lleva gratas sorpresas.
-Y también algunos sobresaltos muy desagradables, por no hablar de hondas desilusiones.
-¿No es demasiado pronto para juzgar?
-No creo. Pienso que a veces es conveniente formular un juicio de inmediato. Eso lo descubrí hace años. Pensé que una experiencia como ésta ya era parte de mi pasado, pero veo que me equivoqué.
-No me confundas con David, porque no soy como él.
-Tienes razón. David era un canalla, aunque sincero a su manera. Al menos yo sabía su nombre.
-Nunca tuve intención de hacerte daño. Por favor, créeme.
-La cena está servida. Todo el mundo al comedor -anunció Graciela.
De inmediato, Lucas apareció junto a ella y ambos se alejaron. Entonces Pedro recordó las palabras que su hermanastro había dicho a su madre: «Es toda mía».
El cruel destino dispuso que Graciela le asignara un sitio frente a Paula. Durante toda la cena tuvo que soportar la charla y las risas de ellos. ¿Cómo podía culpar el éxtasis de Lucas cuando él mismo lo sentía? Nunca la había visto tan hermosa, aunque toda esa belleza no era para él.
Tras la cena, comenzó el baile y todos los hombres se la disputaban, no sin antes pedir permiso a Lucas con un ademán. Éste asentía con la cabeza y luego miraba a Paula con ojos posesivos.
-Gloriosa, ¿No es verdad? -comentó junto a Pedro.
-¿Hace cuánto que la conoces?
-Sólo desde esta mañana. Casi me atropelló con su coche. Y desde entonces no he logrado recuperarme. Es una dama que podría matarte de amor a la primera mirada.
-No seas melodramático -replicó Pedro con acritud.
-Había olvidado que eres el único hombre incapaz de comprender el amor a primera vista. La conociste en Inglaterra, ¿Verdad? Cuéntame la historia.
-No hay tal historia.
-Qué extraño. Ella tampoco quiere hablar de tí.
-Entonces no te metas donde no te llaman.
-¿Por qué no la invitas a bailar? Cuentas con mi permiso.
Tras lanzarle una mirada asesina, Pedro se acercó rápidamente a Paula.
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