—Lo que no entiendo es por qué no me dijiste todo esto antes de la boda. Habrías podido evitarte un matrimonio innecesario. Cualquiera diría que, en el fondo, querías casarte conmigo.
Pedro explotó.
—¡Deberías verlo desde mi punto de vista! La medicina podría no haber funcionado.
—¿Por qué te casaste conmigo?
Pedro ignoró la pregunta.
—¿Preferirías que no hubiera llamado al doctor Stansey? Yo no podría haber vivido con la conciencia tranquila de haber hecho algo así solo para no arriesgarme a herir tus sentimientos.
—Al menos, tengo sentimientos.
—Yo también, ¿Sabes? Era algo que debía hacer. Y, en cuanto a nuestro matrimonio, ya estaba en marcha cuando la oportunidad de probar la medicina surgió. No había vuelta atrás.
—Siempre tienes una respuesta para todo, ¿Verdad? Pero no te das cuenta de que estamos atrapados en un matrimonio sin sentido, que no nos llevará a ninguna parte. ¡Odio esta situación!
—Quieres decir que me odias a mí.
—Lo único que siento es dolor, mucho dolor dentro de mí. Le has salvado la vida a mi padre y debo de estar agradecida por ello, pero...
—Estamos empatados, Paula. Tú me salvaste la vida y yo he salvado la de tu padre.
Paula lo interrogó.
—¿Querías a tu padre, Pedro?
—Eso es irrelevante ahora.
—Nunca hablas de tu infancia. Pero yo sé lo que pasó con tu madre, y que tu padre era un hombre que usaba los puños para todo y que bebía como un demonio. Tuviste, incluso, que proteger a tu hermana.
—Luciana habla demasiado —dijo Pedro.
—Quizás tú hablas demasiado poco —dijo Paula—. Las parejas casadas confían el uno en el otro. Tú dijiste que confiabas en mí, Pedro.
—No hay razón para hablar del pasado.
—Sí, sí la hay. Hablar del pasado puede ayudar a tener un presente mejor.
—Quizás para tí...
—Pero, Pedro...
—¡Déjalo, Paula! No hay modo de redimir a un hombre que, en cuanto se bebía media botella de ginebra, se volvía un salvaje. Consiguió arruinar la empresa y desprestigiar nuestro apellido y no, claro que no podía dejar a Luciana sola con él.
—¿Cuántos años tenías cuando empezaste a cuidar de ella?
—Nueve o diez. Se murió cuando yo tenía diecinueve. Y, ¿Sabes por qué aprecio tanto a Diego? Porque fue la única persona que confió en mí y me dejó dinero, cuando el resto del mundo se reía en mi cara. Y ahora, por favor, vamos a dejarlo. Nada de esto es asunto tuyo.
Estaba claro que no ella no significaba nada para él.
—Me siento agradecida por lo que has hecho por mi padre. Pero, por otro lado, me siento humillada por el modo en que me has tratado. No te gusta estar casado conmigo, lo sé.
Pedro arrojó la chaqueta sobre una silla.
—Tiene ciertas ventajas —dijo en tono seductor y le acarició los hombros desnudos.
Ella se alejó.
—Para tí nuestro matrimonio es solo sexo.
—¿Te parece poco? Sé que te gusta lo que te hago en la cama.
Descendió por sus senos y encendió su deseo. Paula sabía que no había modo de luchar contra la pasión que despertaba en ella. ¿Cómo podía irse a la cama con él, aun sabiendo que no la amaba? Pero no podía abandonarlo aún. La salud de Miguel dependía de su constancia. La fragilidad de su estado no le permitiría superar una crisis tan temprana en el matrimonio de su hija. Quizás algún día podría contarle a su padre la verdadera historia de lo que allí había sucedido. Mientras tanto, tendría que seguir así, ocultando sus verdaderos sentimientos.
Pedro la despojó de su vestido y, juntos, yacieron como marido y mujer. Se batieron en un duelo despiadado de amor y odio, y ella se dejó llevar por un ansia descomunal y descontrolada. Por fin, tras el éxtasis, llegó la paz que sigue a la guerra. ¿Habían hecho el amor? No, había sido algo primitivo y salvaje, una batalla a vida o muerte con el hombre al que amaba. Pedro se apartó de ella lentamente.
—¿Paula?
No hubo respuesta. La cubrió con la sábana y ella esperó en silencio, sin atreverse a mover un solo músculo. No podía llorar. Jamás se había sentido tan sola y desamparada, sabiendo que estaba acostada junto a su marido... Junto al hombre al que amaba.
No hay comentarios:
Publicar un comentario