En la sede de la compañía londinense Curtis Electronics había mucha tensión, mucho movimiento y todo el personal se preguntaba quiénes serían recomendados y a quiénes se daría de baja.
-No se van a deshacer de mí después de todo lo que he trabajado para esta empresa - declaró con firmeza Paula Chaves.
-Sí que es mala suerte que ocurra justo ahora. El señor Tandy se iba a jubilar pronto y tú lo habrías sustituido -dijo Laura, su secretaria, en tono comprensivo-. Y lo peor es que no se sabe cuándo llegarán los otros.
-Ni siquiera el señor Tandy lo sabe. «De un momento a otro», es todo lo que puede decir.
-Con toda seguridad no será hoy. ¿Quién empezaría a trabajar un viernes?
-Alguien que tuviera la intención de sorprendernos. Aunque yo no lo voy a permitir.
-Y además hoy es viernes trece, día de mala suerte.
-No me digas que eres supersticiosa. Eso es una tontería. Cada uno se labra su propio destino. Y ahora, vamos a tomar una taza de té. No tienes buen aspecto.
-Me encuentro muy bien -mintió Laura con valentía-. No deberías prepararlo tú. Eres mi jefa.
-Pero eres tú la que está embarazada -replicó Paula con una sonrisa cálida que suavizaba su severa expresión.
Aunque su bondad natural tendía a asomar a la superficie, ella cultivaba esa severidad, empeñada en que el mundo se la creyera.
-El té me sienta bien -dijo Laura cuando lo hubo probado-. ¿Alguna vez has deseado tener hijos?
-Sí. Me casé locamente enamorada de David. Todo lo que quería era ser su esposa y madre de sus hijos. Aunque se me puede perdonar, porque entonces sólo tenía dieciocho años.
-¿Y él valoró tu servil devoción?
-¡Vaya si la valoró! Necesitaba una mujer que trabajara para que él pudiera hacer cursos y conseguir títulos a fin de ascender en su carrera. Cuando lo consiguió, cambió de esposa y yo me quedé sin nada. Así que decidí trabajar duro y hacer mi propia carrera.
-Tuviste mala suerte; pero no todos los hombres son iguales.
-Los ambiciosos, sí. Nos utilizan, a menos que nosotras los utilicemos primero.
-Y eso es lo que tú intentas hacer -dijo Laura, comprensiva-. ¿Eres felíz?
-¿Qué es la felicidad? Puedo decir que no soy infeliz. Todavía recuerdo cómo me sentí cuando David se marchó y juré que nunca me volvería a pasar. Voy a conseguir el puesto de Tandy. Espera y verás. Sólo tengo que convencer a los que vengan de Italia.
-¿Cómo te manejas en italiano?
-Bien. He estudiado mucho, aunque creo que aquí todo el mundo ha hecho lo mismo.
-Pero ninguno está tan preparado como tú. Con esa cabeza y además... -Laura hizo un ademán indicando la figura de Paula, que se echó a reír.
Era muy alta, de largas piernas, cuello largo y rasgos bien definidos. Tenía una exuberante cabellera negra, aunque se peinaba con el pelo hacia atrás y trenzado. En la profundidad de sus ojos oscuros, ocasionalmente brillaba una chispa de buen humor, aunque ella se afanaba por ocultarla. Se había creado una imagen de mujer impecable y se ajustaba a ella. Aunque no lo lograba del todo, porque sabía que en su interior todavía albergaba a la niña que había sido, llena de confianza e ilusiones, absolutamente carente de cálculo. No sólo había amado a su marido, lo había adorado ciegamente. En ese entonces poseía mucho genio y una lengua ingobernable que solía dispararse antes de que su mente pudiera impedirlo. En la actualidad, se permitía un estallido ocasionalmente, aunque también estaba doblegando ese aspecto de su carácter.
-¿Sabes quién vendrá a examinarnos?
-Probablemente Pedro Alfonso. He buscado datos sobre la empresa italiana a través de la red, pero no hay mucha información. Los dueños son dos socios, Enrique Leonate y Pedro Alfonso. Encontré algo sobre Leonate, pero sobre Alfonso no hay nada.
-¿Cómo es el señor Leonate?
-Un hombre aburrido, de mediana edad. Ojalá el otro no se le parezca.
-Laura, tú no te encuentras bien.
-Se me pasará.
-No, te irás a casa ahora mismo -dijo al tiempo que llamaba a recepción para que pidieran un taxi-Vete y no vuelvas hasta que te sientas bien.
-¿Y cómo te las arreglarás sin mí?
-Me las arreglaré -afirmó con una brillante sonrisa.
Minutos más tarde, bajaron a recepción. Paula acompañó a Laura hasta el taxi que la esperaba y le hizo un gesto de adiós con la mano. Luego volvió a su despacho pensando que era el peor momento para quedarse sola. Entonces llamó al departamento de personal y explicó que necesitaba con urgencia una secretaria temporal.
-No se preocupe. En cinco minutos le enviaremos a una persona.
-No me dejaré vencer por las circunstancias. Nada me va a derrotar -Paula se dijo una y otra vez con los ojos cerrados. Cuando los abrió nuevamente se llevó la sorpresa de su vida.
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