sábado, 11 de febrero de 2017

Juegos Peligrosos: Capítulo 5

Con un suspiro, Pedro volvió al suyo y lo puso en marcha. Lo que sucedió después fue algo que nunca pudo explicarse, salvo que de pronto olvidó que estaba en Inglaterra y que allí se conducía en sentido contrario. Tal vez a la luz del día lo habría hecho mejor, pero el resplandor de las luces de los otros vehículos le hizo perder el sentido de la dirección. Entonces se produjo un espantoso ruido de metales que chocaban y sintió un fuerte golpe en la cabeza. De pronto, vió que Paula abría su puerta.

-Formidable. Lo único que me faltaba era que un payaso me destrozara el coche... Oiga, ¿Se encuentra bien?

-Sí, muy bien -mintió mientras parpadeaba en un vano esfuerzo por despejarse.

-No lo parece. ¿Se ha golpeado la cabeza?

 -No es grave. ¿Y usted? ¿Se ha hecho daño?

-No, todo el daño se lo ha llevado el coche.

Pedro salió muy despacio del vehículo porque la cabeza le daba vueltas y echó una mirada a las abolladuras. No había duda de que la culpa era suya, pensó enfadado consigo mismo por tener que ceder ante ella.

-Lo siento.

 -No se preocupe. Ahora iremos a un hospital para que le hagan un reconocimiento.

-Es sólo un rasguño.

-Está bien, aunque lo mantendré vigilado un rato. Venga a casa conmigo. No -añadió al ver que Pedro se dirigía a su coche-. Usted no va a conducir en ese estado. Lo haré yo.

-No quiero dejar el coche abandonado.

-No se quedará aquí. Si sostiene la linterna, yo ataré el cable de remolque.

Pedro tuvo que admitir que unió los dos vehículos con la eficacia de un mecánico. Diez minutos después, llegaron a un elegante bloque de departamentos donde Paula estacionó los dos vehículos con suma habilidad. El costoso piso se encontraba en la segunda planta. Era pulcro, elegante y amueblado con exquisito gusto, aunque a él le pareció que faltaba algo que no supo definir.

-Siéntese y déjeme mirarle la frente.

Pedro tuvo que admitir que la cabeza le dolía horriblemente y una mirada al espejo le devolvió una fea magulladura y algunos cortes sangrantes.

-No tardaré nada en limpiarle las heridas y después le prepararé un café fuerte.

Pedro se acomodó en el sofá con los ojos cerrados. De pronto, le pareció oír que ella hablaba por teléfono, pero cuando abrió los ojos, Paula estaba a su lado con una taza de café en la mano.

-Bébase esto.

-Gracias. Llamaré un taxi para que me lleve al hotel. Siento mucho lo de su coche, y por cierto que pagaré la reparación.

-No hace falta. El seguro corre con los gastos.

-No, lo haré yo -se apresuró a decir pensando en los documentos que de otro modo tendría que rellenar con su verdadero nombre.

Justo en ese momento llamaron a la puerta y, al cabo de unos minutos, Paula volvió a la sala con un hombre joven.

-Éste es el doctor Kenton. Lo llamé en cuanto llegamos a casa.

-Le dije que me encuentro bien -gimió.

 -¿Por qué no me deja decidirlo a mí? -intervino el médico, con amabilidad-. Tiene una leve conmoción; nada serio, pero debe irse de inmediato a la cama e intentar dormir -dijo tras examinarlo.

Pedro lanzó a la joven una mirada de reproche.

-Entonces me voy de inmediato.

 -¿Tiene alguien que lo cuide? -preguntó el médico.

-Realmente, no. Se hospeda en un hotel, por eso lo he traído a casa -intervino la joven.

-Tonterías -protestó Pedro.

-Y aquí se quedará -añadió Paula como si no lo hubiera oído.

-Llévelo a la cama y luego que tome dos de estas cápsulas -dijo el médico tras sacar un frasco de la cartera-. No es necesario que me acompañe a la puerta. Buenas noches.

Cuando se quedaron solos, se miraron con ironía. Entonces ella sonrió divertida.

-No hay nada como ver al oponente en desventaja para recobrar el buen humor -le reprochó Pedro.

-Hay un supermercado muy cerca de aquí. Iré a buscar algunas cosas para usted y cuando vuelva prepararé su cama. Y no se le ocurra marcharse.

-No se preocupe. No podría.

En el supermercado, Paula compró espuma y loción de afeitar, calcetines y ropa interior. Tuvo que adivinar la talla, aunque no le fue difícil. Él era alto, esbelto y de amplios hombros. Justo el tipo de hombre que le gustaba. Finalmente, compró unos comestibles y se apresuró a regresar a casa.

No hay comentarios:

Publicar un comentario