sábado, 18 de febrero de 2017

Juegos Peligrosos: Capítulo 18

Paula constató que había seis personas en la mesa. Los suegros de su ex y dos hombres más, posiblemente ejecutivos invitados de David. Uno de ellos sacó a bailar a Rosana. A Paula le pareció que aceptaba con una sonrisa de alivio, como si cualquier cosa fuese mejor que la compañía de su marido. Pedro y Paula se acercaron a ellos al compás de la música. Fue en ese instante cuando Rosana reconoció a la joven y la miró conmocionada, con la incredulidad reflejada en su rostro.

Cuando acabó el baile, la pareja volvió a su puesto. Pero la orquesta no dejó de tocar y Pedro estrechó a Paula con más fuerza, apretando sus piernas contra las de ella mientras se movían al ritmo vibrante de la música. La visión de David se desvaneció cuando ella empezó a girar por la pista, tan unida a ese hombre que parecían formar un solo cuerpo. Paula que todo se desvanecía a su alrededor, salvo el rostro de Pedro. Tenía que decirle que se detuviera, pero lo único que deseaba era que no parara nunca. Finalmente, el ritmo se tornó más lento y ella volvió a ver a David atento a Rosana, que hablaba nerviosamente indicando la pista. De pronto, ambos salieron a bailar.

-Ahora quiere comprobar por sí mismo si en realidad eres tú. Mira, se acerca a nosotros.

-¡Oh, no! -exclamó ella involuntariamente.

-¿Por qué no? Éste es tu momento de triunfo. Míralos. Tristes y avejentados antes de tiempo a causa de un exceso de compromisos y traiciones. Y mírate tú. Joven y hermosa como una sirena. Todos los hombres se vuelven a mirarte con admiración. A ellos ya nadie los admira y están amargados. Vamos a hacer que se dé cuenta de lo que desperdició y que sufra por lo que te hizo.

-Tienes razón -murmuró, sorprendida de la capacidad de comprensión de ese hombre, como si sus mentes estuvieran más unidas que sus propios cuerpos.

Tal como Horacio había previsto, se sintió satisfecha al notar la perplejidad de David cuando la reconoció. Sus miradas se cruzaron en un momento de clamorosa victoria para ella.

-Mírame -murmuró él en su oído.

Ella alzó la vista y de inmediato sintió los labios de Pedro sobre los suyos. Casi tropezó por la sorpresa, pero sus brazos la sujetaban con firmeza mientras bailaban y entonces su boca se entregó a la de él, saboreando la caricia. Ella pensó con desesperación que esa caricia no era nada importante, que él era sólo un amigo que la ayudaba a vengarse de David. Debía aceptar ese beso con la cabeza fría e ignorar las sensaciones salvajes que recoman su cuerpo.

-¿Está mirando? -murmuró contra la boca de Pedro.

-No dejan de hacerlo, así que bésame otra vez, como si de verdad lo desearas.

Los brazos de Paula rodearon su cuello; con una mano en la nuca lo atrajo hacia ella y entregó todo su ser en ese beso mientras recibía la misma respuesta. Pedro le rodeaba la cintura con ambos brazos, tan estrechamente que a ella le habría sido imposible resistirse si hubiera querido, aunque no era eso lo que deseaba. Había anhelado ese contacto y, aunque su mente insistía en negar sus instintos, el deseo se apoderaba de su cuerpo con imperiosa intensidad. Sin embargo, no debía hacerlo. Tenía que guardar las distancias, aunque era un modo muy extraño de hacerlo, unida como estaba al cuerpo de Horacio.

-¿Qué está ocurriendo entre nosotros? -susurró.

-No estoy... muy seguro -murmuró él en su oído.

Y de pronto, el mundo pareció explotar en vítores, fogonazos de cámaras fotográficas y rosas rojas que caían sobre ellos.

-¿Qué diablos...? -alcanzó a decir Paula.

En ese momento, un hombre con una chillona chaqueta brillante se abrió paso entre el público que los rodeaba y se inclinó ante ellos. Era el maestro de ceremonias.

-¡Enhorabuena! Son los ganadores de nuestro concurso de San Valentín. Todas las noches, durante una semana, elegimos a una afortunada pareja como los amantes perfectos. ¡Y han  ganado! -gritó en medio del aplauso de los concurrentes.

-¿Qué vamos a hacer, Horacio?

-Seguirle el juego -le dijo al oído-. No tenemos más alternativa. Esto se acabará en unos cuantos minutos y podremos escaparnos. Mientras tanto, intenta parecer convincente. Sonríe.

-Ha sido el beso más impresionante jamás visto. ¿Podrán repetirlo? -gritó el maestro de ceremonias.

-Tenemos que darle lo que quiere o no nos dejará en paz -murmuró Pedro antes de volver a besarla.

Paula se rindió en sus brazos. Cuando finalmente él se separó de ella, la joven vislumbró entre el público la cara desencajada de David, que la miraba con la boca abierta. Había vencido al hombre que un día la rechazó por aburrida y poco atractiva; el hombre que traicionó su amor por dinero. Y lo más sorprendente era que ya no le importaba. El maestro de ceremonias los condujo a la mesa y se sentó junto a ellos. Luego llenó las copas con champán y brindó a la salud de la pareja.

-Y ahora ha llegado el momento más esperado de la noche. ¡Deben elegir su premio! -anunció a pleno pulmón.

Tras mostrarles un catálogo con una serie de imaginativas diversiones a todo lujo, como por ejemplo, quince días en unas famosas termas de moda, compras en la tienda más cara de Londres o unas vacaciones en cualquier ciudad de Europa, miró a Pedro con aire interrogativo.

-Que elija ella.

-Ya lo he decidido. Elijo el viaje a una ciudad de Europa -dijo la joven con una brillante sonrisa.
-
¡Maravilloso! -exclamó el maestro de ceremonias-. ¿Y qué ciudad prefieres?

Paula sonrió a Pedro.

-Nápoles.

No hay comentarios:

Publicar un comentario