Paula se despertó al sentir los intensos rayos de sol que se proyectaban sobre su cara. Al abrir los ojos intuyó que estaba sola. Bajó a la cocina y encontró una nota sobre la mesa. "Volveré esta tarde. Que tengas un buen día". Agarró la nota, la arrugó y la tiró con rabia a la basura. A la hora que calculó que él estaría de vuelta, ella había salido a pasear. Regresó tarde y cenaron juntos. Al terminar, leyeron junto a la chimenea, pero no era capaz de concentrarse en nada de lo que allí había escrito. A las nueve y media, ya estaba en la cama y pasó toda la noche dando vueltas. El lunes fue peor que el domingo, pues la tensión entre ellos había aumentado. Pedro estaba fuera, partiendo madera con el hacha, y lo miraba desde la ventana.
Al día siguiente, su luna de miel llegaría a su fin. Habría terminado antes de empezar.Pedro estaba sin camisa y sus músculos expuestos despertaban en ella un agónico deseo. Paula se apartó de la ventana y se obligó a sí misma a apaciguar su ánimo. Lo dejó trabajando y se fue a preparar café. De pronto, la puerta se abrió de golpe y él entró, con la mano manchada de sangre.
—Pepe...
—No es nada —dijo él—. Se me ha clavado una astilla de madera.
—¡Pero es un trozo muy grande! ¿Tienes unas pinzas?
Se apresuró a buscar lo que le pedía y volvió de inmediato.
—Estate quieto.
—Puedo hacerlo yo.
—¡No puedes! Deja de discutir por todo —lo reprendió.
Le agarró la mano y le sacó el trozo cuidadosamente—. Ya está. ¿Dónde tienes el botiquín?
—En la cocina —respondió él.
Paula sacó el agua oxigenada, el algodón y las tiritas y le curó la herida. Pero, de pronto, sintió su proximidad como una amenaza.
—Me... me voy a dar una vuelta.
—¡Eso es, desaparece de mi vista!
—¡Tienes que hacer tan patente que no me soportas!
—Fuiste tú la que dijo que no podría haber nada de sexo.
Su olor masculino y penetrante la aturdió. ¿Y si lo tocaba? ¿Qué ocurriría? ¿Se apartaría de ella o la tomaría en sus brazos? «Apártate de él», pensó. Se levantó rápidamente y casi se cayó al tropezarse con la alfombra. Se había ruborizado.
—Yo... Me voy.
—Ten cuidado, el tiempo está muy inestable.
—¡Déjame en paz, pareces mi padre!
—Pues no soy tu padre, sino tu marido —dijo él—. Que no se te olvide.
¿Cómo podía olvidarlo? Si en lo único en lo que pensaba era en llevarlo a la primera cama que encontrara y hacerle el amor hasta caer exhausta. Agarró su mochila, la llenó de fruta y salió de la casa a toda prisa. No estaba dispuesta a volver hasta que hubiera anochecido. Escaló hasta la cima de la montaña y allí encontró la cabaña de la que Pedro le había hablado. El mismo la había construido tiempo atrás. Miró al cielo y vió que estaba cubierto de nubes grises que amenazaban con lluvia. Había ido a aquella luna de miel creyendo que tendría que pasarse los tres días luchando contra él. En lugar de eso, la trataba como si fuera su hermana o alguna incómoda visita a la que solo podía tratar con la educación requerida, O, sencillamente, como una mujer que no le gustara en absoluto. ¿Qué era exactamente lo que le pasaba? ¿Acaso aquellos apasionados besos habían sido todos fingidos? Le había llegado a decir que era la mujer más hermosa del mundo. ¿Acaso aquello también había sido falso? Se sentía confusa y perdida, además de muy triste. Pedro la había deseado, pero ya no la deseaba. De pronto, recapacitó sobre cómo habían sucedido las cosas, y se dio cuenta de que, antes de la boda, había pasado tres días en Nueva York. Se abrazó las rodillas y se clavó las uñas en la carne. ¿Cómo no había pensado en aquello antes? Pedro debía de tener a otra mujer en Manhattan con la que habría pasado aquellos tres días. Le había pedido a ella que no estuviera con otro hombre durante el tiempo que durara su matrimonio, pero ella se había negado a pedirle lo mismo, producto de un orgullo absurdo. ¡Era una estúpida y se odiaba por ello! Pero también lo odiaba a él. ¿Cómo iba a sobrevivir tres meses a aquella estúpida farsa? De pronto, una gran gota le cayó sobre el rostro. Miró al cielo y se dio cuenta de que estaba lloviendo, y de que lo empezaba a hacer con fuerza. Tenía dos opciones: entrar en la cabaña o bajar hasta la casa, de vuelta con Pedro.
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