martes, 21 de febrero de 2017

Juegos Peligrosos: Capítulo 23

-¿Y eso es cierto? -preguntó, divertida.

Él se aclaró la garganta.

 -Es una larga historia. Ella dice que tiene razón y yo no suelo contradecirla. Todos los hermanos lo hacemos así. ¡Pero hace tantas preguntas...! Juro que es como estar sometido a un interrogatorio de la Inquisición. Así que estaré salvado si usted me acompaña a casa esta noche.

-Sabe que no será así. Estoy segura de que le hará más preguntas que nunca.

-¡Qué verdad más horrible! -gimió Lucas. -Por lo general, las madres se especializan  en hacer preguntas -comentó, solidaria-. De un modo u otro, siempre lo hacen.

-Entonces vendrá, ¿Verdad? Después de casi haber provocado mi muerte, es lo menos que puede hacer por mí.

Paula se echó a reír.

 -De acuerdo.

Aquella velada sería mejor que pasar la noche sola preguntándose cuándo regresaría Horacio. Había intentado llamarlo, pero su móvil estaba desconectado. Lucas la llevó al Vallini y no pudo evitar un silbido de admiración al ver la fachada del lujoso hotel en el que ella se hospedaba.

Paula fue directamente a la tienda donde alquilaban trajes de etiqueta y descubrió que el que mejor le sentaba era justamente uno de raso carmesí. Lo alquiló junto con unas joyas de oro y luego compró unas sandalias doradas. Más tarde, una peluquera fue a su suite y le hizo un elegante peinado de noche. Luego intentó llamar a Horacio, pero por tercera vez fue imposible comunicarse con él. Frunció el ceño, asombrada por el extraño silencio. Deseaba de todo corazón que estuviera allí y viera su aspecto.

La franca admiración de Lucas fue como un bálsamo para su espíritu.

-Tu madre tenía razón sobre el color, aunque no elegí el traje porque ella lo hubiera dicho, sino porque era el que mejor me sentaba. ¿Tu casa está muy lejos?

-Justo en la cima de esta colina. La verás muy pronto.

Como para darles la bienvenida, todas las luces de la villa estaban encendidas y resplandecían sobre los alrededores de la ciudad, la campiña, la bahía, incluso hasta el Vesubio. Cuando estacionaron  en el gran patio de la mansión y bajaron del coche, se abrió la puerta y la madre salió a darles la bienvenida con los brazos abiertos.

-¡Mamma! -gritó Lucas alegremente al tiempo que subía la escalinata con Paula de la mano-. La he traído, como puedes ver.

Tras saludar a la joven con efusión y besar a su hijo, los ojos de la signora se iluminaron al ver el traje carmesí.

-Perfecto, querida, tal como supuse.

-Aunque ella me dijo que la elección del traje de noche fue sólo una coincidencia comentó Lucas.

-Desde luego que sí. Paula, querida, bienvenida a casa. Ahora vas a conocer al resto de la familia.

Mientras la joven entraba, Graciela hizo un aparte con Lucas.

-Será una novia maravillosa.

-Mamma, pero si ni siquiera la conoces.

 -Sé mucho de estas cosas. Tiene todo el aspecto de ser mi nuera.

 -¿De quién de nosotros? -preguntó, divertido.

 -De cualquiera que ella se digne elegir.

-De ninguna manera. Es toda mía -replicó al instante.

-Enhorabuena, hijo mío. Tu gusto está mejorando.

 Cuando llegaron al salón, Paula se volvió a ella.

-Señora Gonzalez...

Graciela  se echó a reír.

-Oh, lo siento, querida. Ya no soy la señora Gonzalez. Eso fue hace muchos años. Ahora soy la signora Alfonso.

-¿Alfonso ha dicho?

 -Verás, es el apellido de Antonio, mi esposo, y ésta es la Villa Alfonso.

 -Entonces... ¿Conoce a Pedro Alfonso?

-Es mi hijastro. Debería haber estado aquí esta noche, pero repentinamente tuvo que volver a Inglaterra. Aunque con seguridad tienes que conocerlo si trabajas para Leonate.

-No, hasta ahora no ha sido posible por una razón u otra.

-Espera un momento.

Graciela sacó de un mueble un grueso álbum y lo colocó sobre una mesita. Luego pasó las páginas hasta detenerse en una fotografía.

 -Éste es Pedro -anunció en tono triunfal.

Con una sonrisa, Paula bajó la vista a la foto. Y la sonrisa desapareció de sus labios.

No hay comentarios:

Publicar un comentario