-Déjemelo a mí. Yo me encargaré de eso -Alfonso se dirigió a la puerta y luego se volvió a él-. A propósito, preferiría que nadie supiera quién soy. Al menos por ahora. Creen que me llamo Horacio Gonzalez. Eso me dará la oportunidad de conocer a la gente de una manera más espontánea. Estoy seguro de que me apoyará en esto.
-Por supuesto, cuente conmigo -dijo Cesar de inmediato.
Paula alzó la vista del ordenador cuando él entró en su despacho.
-Me gustaría que estudiara estos archivos. Le dirán mucho sobre el modo en que Curtis y Leonate han interactuado desde que hace un año empezaron a trabajar juntos.
-Para ser más exactos, hace quince meses. El trabajo conjunto comenzó cuando Curtis hizo una oferta relativa a la fabricación de una nueva clase de enchufes para ordenador.
-Excelente. Veo que ha hecho los deberes.
Luego procedió a ponerlo al día acerca de las actividades de la empresa y su relación con Leonate, haciendo gala de una mente despejada e informada hasta el más mínimo detalle. Pedro se quedó impresionado. También tuvo que reconocer que no le era fácil concentrarse a causa del aroma que emanaba de ella; un perfume original, sutil y misterioso que le llegaba por oleadas hasta el extremo de hacerle pensar si de veras existía. Pedro estaba acostumbrado a los perfumes demasiado intensos y dulces con que las mujeres intentaban atraerlo. En cambio, el de ella era fresco y suave; un aroma contenido, como el del invierno a punto de convertirse en primavera. En ese momento, sonó el teléfono.
-¿Laura? ¿Qué noticias tienes?
-Estoy hospitalizada. Desgraciadamente pasarán algunos meses antes de que pueda volver a la oficina. No sabes cómo lo siento, Paula.
-No te preocupes por nada. Lo único que importa es que el bebé se encuentre bien.
-Dios te bendiga.
Pensativamente, Paula puso el auricular en su sitio.
-¿Su secretaria? ¿No volverá?
-Así parece. En todo caso...
En ese preciso momento, una joven entró apresuradamente.
-¿Señorita Chaves? Siento no haber podido llegar antes. Me envían del departamento de personal. Dijeron que usted necesitaba una secretaria.
-Pero... -Paula miró a Pedro.
-Es un poco complicado -el hombre empezó a balbucear con inquietud.
-¿Quiere esperar fuera, por favor? -le pidió Paula a la secretaria con amabilidad.
Cuando se hubo marchado, se enfrentó a Alfonso-. ¿Quién es usted?
-Ya se lo dije. Me llamo Horacio Gonzalez.
-Pero, ¿Quién es Horacio Gonzalez? ¿Y por qué dice que es mi nuevo secretario cuando no lo es?
-Seamos justos. No le he dicho que fuese su secretario. Usted sacó esa conclusión precipitadamente. No me dio la oportunidad de explicarme, simplemente se limitó a darme órdenes y yo obedecí. Tiene que reconocer que ése es su modo de actuar.
Pedro sabía que exageraba, pero cualquier cosa era mejor que decir la verdad. ¿O no? Tal vez ésa fuera su última oportunidad para aclarar la situación. Entonces aspiró una gran bocanada de aire y, cuando estaba a punto de hablar, una voz desde la puerta selló su destino.
-¡Horacio, amigo mío, es un placer verte por aquí! -exclamó Cesar Tandy acercándose a él con una sonrisa, consciente del papel que le tocaba jugar. Pedro dejó escapar una maldición mentalmente-. Veo que ya conoces a Paula. Excelente -añadió totalmente ajeno al desastre que provocaba.
-Oh, sí. Has llegado justo cuando nos estábamos presentando-dijo Paula cortésmente, con una fría mirada.
-Aún no le he dicho quién soy ni de dónde vengo -declaró Pedro al tiempo que le lanzaba a Cesar una feroz mirada de advertencia-. Es un poco complicado... pero digamos que soy una especie de embajador de Leonate Europa que ha venido a preparar el terreno antes de la llegada de la artillería.
-¿Y visitar primero mi despacho era parte de la preparación del terreno?
-Señorita Chaves, su nombre ha sido mencionado como uno de los más valiosos de la firma. Y ahora que hemos hablado, voy a pedirle que me asesore con su información sobre la empresa. Tal vez los tres podríamos comer juntos e intercambiar opiniones.
-¡Buena idea! -exclamó Cesar.
-Muy amable por su parte -contestó ella con fría tranquilidad-. Pero temo que mi comida va a consistir en una manzana en mi mesa de trabajo. Ha llegado una secretaria nueva y tenemos mucho que hacer.
Cesar, aterrorizado, murmuró con urgencia.
-Paula, creo que...
-Naturalmente que respeto su decisión -intervino Pedro con suavidad-. Lo dejaremos para otra ocasión. Cesar, ¿Por qué no vamos a charlar a otra parte?
Ambos se marcharon dejando a Paula con la sensación de que las cosas se habían liado por su culpa y con el deseo de golpearse la cabeza contra la pared. Cuando su jornada hubo terminado, fue a ver a Cesar. Este le dijo alegremente que el recién llegado se había marchado hacía una hora.
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