Cuando volvían a casa, Pedro se volvió a ella.
-¿Qué quieres hacer con David? ¿Quieres que Leonate compre su empresa y lo despida? ¿O que lo contrate? Tú dirás.
-No hace falta. Ya he tenido mi venganza y me alegro mucho de que haya sucedido así. Ahora sí que ha quedado en el pasado. Gracias. Sabías exactamente lo que había que hacer.
-Muy bien. ¿Y ahora podemos hablar de Nápoles?
-Tu cara fue todo un poema en ese instante -Paula rió suavemente.
-Me imagino. Fue una broma genial.
-Ese hombre dijo que el mejor hotel era el Vallini. ¿Lo conoces?
-Sí, una noche allí cuesta una fortuna. Pero no hablabas en serio, ¿Verdad?
Paula cerró los ojos diplomáticamente para evitar responder y luego fingió dormir durante el resto del trayecto. Tras estacionar ante el edificio, Pedro la acompañó a su departamento.
-Realmente no bromeaba -dijo la joven, ya en la sala de estar-. Voy a ir a Nápoles, me hospedaré en ese lujoso hotel y me dedicaré a recorrer la ciudad. Hace mucho tiempo que no me tomo unas vacaciones y tú puedes autorizarlas. Es muy sencillo.
-No es una buena idea.
-Es una idea maravillosa. Es el destino. Después de lo sucedido esta noche, estoy segura de que ocurrió porque tenía que ser así. Tú sabes lo que quiero y no ignoras mi firme decisión de conseguirlo. Eso no me convierte en una persona grata, pero no puedo cambiar. Sencillamente tengo que ir tras mi objetivo.
-Pedro Alfonso. Pero él no está aquí.
-Lo sé. Y nunca vendrá, así que seré yo la que me acerque a él.
-¿Qué? -preguntó, perplejo.
-Ya lo has oído. A eso me refería cuando hablé del destino. En Nápoles podré practicar mi italiano y aprender algo del dialecto. Allí tendré más posibilidades que en Londres.
-¿Y qué pasa con Curtis? Tu ambición era hacerte con la dirección de la empresa.
-Bueno, quizá el mundo no comience ni acabe en Curtis. Tal vez me interese ampliar mis horizontes.
-Paula, ¿Qué te pasa? No te basta con tenderle trampas a ese pobre tonto y...
-No llames tonto a mi benefactor -lo interrumpió.
-¿Así que ahora es tu benefactor?
-Lo será cuando lo haya sometido.
Pedro la tomó de los hombros y la sacudió con suavidad.
-Paula, no puedes volver la espalda a lo que está sucediendo entre nosotros.
-No es nada más que un agradable flirteo. Es encantador, pero no conduce a ninguna parte. Disfrutamos de la buena compañía y luego a otra cosa. Esos fueron los términos del trato.
-No recuerdo haber hecho ningún trato.
-Siempre he sido sincera contigo. Conocías mis condiciones y no las rechazaste.
-Porque esperaba que pronto vieras las cosas con más claridad. Mírame a los ojos y dime que no sientes nada por mí.
-¿Cómo podría decirlo después de lo que ha ocurrido esta noche entre nosotros? Pero no voy a permitir que vuelva a suceder. Una vez sentí algo parecido y sé dónde conduce.
-Después de lo que has visto esta noche, deberías estar contenta de haber escapado de tu marido.
-Todo eso ha terminado para mí. Quiero que me veas como realmente soy. Una mujer fría y dura.
-No has estado fría ni dura en mis brazos esta noche.
-Te aseguro que eso no volverá a suceder, porque no lo voy a permitir.
-¡Calla! -exclamó con vehemencia-. No hables así. Te lo prohíbo.
-¿Y quién eres tú para prohibirme algo?
Pedro la estrechó entre sus brazos y la besó con una pasión casi brutal. Durante un segundo, ella se mantuvo rígida, pero su rechazo se derritió en la dulce calidez que él le inspiraba con tanta facilidad.
-Paula, éste soy yo -murmuró contra sus labios-. ¿No me reconoces ahora?
-Sí -susurró la joven antes de besarlo con urgencia.
-Tú me conoces... me conoces.
Lo conocía. Era el hombre que había cautivado sus sueños y que resistía todos sus intentos por desterrarlo de su corazón. Tendría que huir de él mientras pudiera hacerlo, aunque sabía que ya era tarde.
-¿Cómo puedes pensar en marcharte cuando ha surgido esto entre nosotros? -inquirió con la voz enronquecida.
-Precisamente porque ha surgido esto entre nosotros hago lo que debo hacer.
-Huyes como una cobarde que teme a la vida -observó con amargura, profundamente herido por su rechazo.
-Tal vez lo sea. No quiero volver a enamorarme otra vez, Horacio. Y tú me asustas. Podrías llevarme a un lugar donde no deseo estar. No, no volverá a ocurrir.
-Espera aquí -dijo él de pronto, con los dientes apretados. Y salió de la habitación.
Antes de llamar a Italia, bajó a la calle para asegurarse de que nadie oyera la conversación.
No hay comentarios:
Publicar un comentario