Pedro se quedó en la fiesta tanto como pudo soportar, en parte por su madre y en parte por temor a lo que podría hacer si iba tras Lucas y Paula. Cuando al fin se marchó, condujo por la ciudad con el ánimo desolado hasta que finalmente su paseo acabó en el hotel Vallini, donde había querido ir desde el principio. Antes de entrar, vió que las luces de la suite todavía estaban encendidas, por tanto Paula no había cumplido la amenaza de marcharse. El joven de recepción lo reconoció de inmediato.
-Voy a avisar a la señorita Chaves-dijo mientras alcanzaba el teléfono.
-No lo haga. Quiero darle una sorpresa –dijo mientras le ponía un billete en la mano.
-Gracias, signore.
Paula tardó en abrir. Al verlo, su cara se descompuso. Con un rápido movimiento, Pedro logró entrar antes de que le cerrara la puerta en las narices.
-Vete de aquí.
-Antes hemos de hablar.
-Ya lo hicimos. Se acabó
. -No me dejaste explicar nada.
-Te permití decir todo lo que me interesaba oír.
-Paula, las cosas sucedieron inesperadamente y no pude controlarlas.
-¿Que no pudiste controlarlas? ¿Tú? ¿El gran Pedro Alfonso que mueve un dedo y la gente corre a obedecerle?
-¡Basta ya! Creaste un maniquí y te inventaste un montón de historias sobre él. Pero ése no soy yo. Nunca lo he sido.
-¿Por qué no me detuviste?
-Porque me divertía -dijo imprudentemente.
-Así que te divertiste tomándome el pelo, ¿No?
-No, no quise decir eso. Verás, yo...
Tenía que haber palabras para expresar la dulzura que había sentido esos días junto a ella, la sensación mágica de un milagro largamente esperado, el miedo que se apoderaba de él cada vez que había querido decirle la verdad y arriesgarlo todo. Sí, había palabras para expresar todo eso pero, ¿Cómo encontrarlas?
-¿Y bien?
-Nunca quise que sucediera esto -fue lo único que supo decir.
-¿Y cuándo pensabas decirme la verdad? ¿O no lo pensabas?
-Desde luego que sí, aunque era muy duro para mí. Sabía que me ibas a interpretar mal.
-¿Cómo se podría malinterpretar a un hombre que bajo un nombre falso tiende trampas a una mujer para burlarse de ella? Los hombres lo hacen diariamente y las mujeres lo soportan.
-¿Y qué me dices de lo que hacen las mujeres todos los días? Tú proyectabas reírte de Alfonso. Cuando se presentara en la empresa pensabas embaucarlo. Lo tenías preparado hasta el último detalle, empezando por batir las pestañas. Incluso me reclutaste para que te proporcionara «información confidencial», según tus propias palabras, con el objeto de debilitar sus defensas. Puedo haber actuado mal, aunque eso no es nada comparado con el modo en que pensabas ridiculizarlo... ¡Demonios!... quiero decir ridiculizarme.
-¿Ridiculizar a Horacio Gonzalez o a Pedro Alfonso? Ni siquiera sabes a cuál de los dos te refieres.
-Es verdad -contesto, con ironía.
-Entonces puedes imaginar cómo me sentí al descubrir la verdad casualmente.
-¿Cómo podía saberlo? Ignoraba que irías a casa de mi madre.
-No lo habría hecho si hubiera sabido que volvías a Nápoles. Ni siquiera me llamaste.
-Quería darte un a sorpresa.
-¡Vaya si me la diste!
-Paula, sé que obré mal, pero no lo hice con el propósito de burlarme de tí.
-No lo creería ni en un millón de años, así que no intentes convencerme-dijo con rabia. Había cambiado su elegante traje carmesí por unos pantalones y suéter y se había quitado el maquillaje. A pesar de su ira, fue su sufrimiento lo que más impresionó a Pedro. Estaba pálida y demacrada, aunque muy hermosa. Anhelaba abrazarla, pero sabía que no era el momento oportuno-. Ahora pienso en todas las cosas que dije; yo confié en tí -comentó con amargura mientras se paseaba de arriba abajo.
La injusticia de sus palabras volvió a irritarlo.
-Sí, confiaste en mí con una narración pormenorizada de los métodos desaprensivos que una mujer utiliza para someter a un hombre. Me convertiste en un cómplice conspirador y conmigo mismo como víctima propiciatoria. No sé por quién sentir más pena, si por tí o por mí.
-Te advertí que no era una buena persona. Debiste haberme creído.
-¡Claro que te creí! -gritó-. ¿Cómo podría no haberte creído cuando recibía constantes demostraciones de ello? Estás furiosa porque enseñaste tus armas al hombre equivocado y ahora resulta que nos mataste a ambos.
-No te aflijas. No pienso utilizar mis armas contigo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario