martes, 14 de febrero de 2017

Juegos Peligrosos: Capítulo 9

Mientras reunía sus pertenencias, Pedro  oyó de pronto la voz de su conciencia: «Deberías avergonzarte de tí mismo».

-Es sólo una broma que se me ha ido un poco de las manos. Le diré la verdad en el momento apropiado, digamos, en la segunda copa de champán. Y ahora, ¡cállate! -murmuró.

-¿Está seguro de que puede conducir? -preguntó Paula cuando él se marchaba.

-Claro que sí. Esta noche pasaré a buscarla vestido con mis mejores galas. Hasta pronto.

Mientras conducía al hotel, otra vez oyó la vocecita en su interior: «Ése no es modo de comportarse. ¿Qué diría la Mamma si lo supiera?».

-Siempre me dice que alguna vez debería hacer tonterías. Y ahora es el momento -murmuró.

Como él había hablado de sus «mejores galas», Paula se decidió por un vestido largo de terciopelo, ajustado en la cintura y con un amplio escote. Luego se puso un collar y pendientes de oro y unas delicadas sandalias de tacón alto. Había comprado ese atuendo para una futura celebración, ¿Una promoción tal vez?, pero esa noche era el comienzo de una nueva vida, así que todo estaba permitido. Luego se peinó con el cabello hacia atrás, pero menos tirante que de costumbre, para no dar impresión de severidad.

Cuando él llegó a su piso, sus ojos brillaron al verla, aunque se limitó a sonreír sin decir nada. Ella se permitió hacer lo mismo. No tenía derecho a estar tan atractivo con ese esmoquin y la corbata de lazo. Luego la llevó hasta un coche nuevo.

-¿La empresa de alquiler se lo cambió por otro? -preguntó, incrédula.

 -Logré convencerlos. ¿Cómo le fue en el taller de reparaciones?

-El coche no sufrió demasiados daños. Les dije que me enviaran la factura, como acordamos.

-Por supuesto. El lunes por la mañana haré una transferencia a su banco.

 -No hace falta. Puede darme un talón.

Pedro  murmuró una vaguedad y cambió de tema. Empezaba sospechar que no estaba hecho para una doble vida. Había que estar pendiente de muchas cosas a la vez. A través de la empresa conseguiría el número de la cuenta bancaria de Paula y le depositaría el dinero en efectivo para evitar dar su nombre. Esa noche pudo haberla invitado a cenar a su hotel, pero ahí lo conocían como Pedro Alfonso, así que descartó la idea. También pagaría la cena en efectivo. Y en el futuro se comportaría con honradez. Era menos fatigoso.

Llegaron al Atelli tomados del brazo y un camarero los condujo a la mesa. Paula pensó que era bueno ser tratada como una reina. Ese hombre sabía cómo agasajar y valorar a una mujer. Por un instante revoloteó en su mente la idea de que la velada sería perfecta si en lugar del señor Gonzalez su acompañante fuera el mismo Pedro Alfonso, pero de inmediato desalojó el pensamiento de su mente. Esa noche sería una especie de «tiempo muerto» junto a un hombre encantador. Nada más que eso. Cuando sirvieron el caviar y el vino, él alzó su copa y Paula hizo lo propio.

 -Brindemos por una hermosa velada... sin obligaciones.

 Ella se sobresaltó al oír el desconcertante eco de sus propios pensamientos.

 -Sin obligaciones -repitió lentamente, mientras chocaban las copas-. ¿De qué región de Inglaterra es usted?

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