sábado, 25 de febrero de 2017

Juegos Peligrosos: Capítulo 30

Cuando Pedro bajaba al estacionamiento en busca de su vehículo, vió que su hermano se acercaba en un ostentoso coche nuevo. Lucas salió del vehículo y lo saludó alegremente.

 -¿Me está esperando?

 -No he visto a la señorita Chaves en toda la tarde, así que no sabría decírtelo - contestó Pedro, en tono glacial.

-De repente todo se ha vuelto muy formal. Bueno, es lo que mereces. ¿Nadie te ha dicho que normalmente uno se presenta a una mujer con su verdadero nombre desde el principio? Te diré que es una costumbre que las pone de buen humor.

-¿Te lo ha dicho ella?

-No fue necesario. En la fiesta de anoche quedó muy claro lo que habías hecho.

 -Y supongo que aprovechaste la ocasión para jugarme una mala pasada. Lo estabas esperando.

-No me culpes, porque soy inocente.

 -¿Entonces debo pensar que ella se encontraba en la villa por casualidad?

-Desde luego. ¡No seas idiota! Tarde o temprano tenía que suceder. No debiste haberla dejado sola.

-Pensaba estar fuera sólo un día, pero las cosas se complicaron en Londres -replicó, con los dientes apretados.

-Siempre sucede. Me pregunto qué fue del hombre que lo planeaba todo hasta el último detalle, sin dejar nada al azar.

-Disfrutas con esto, ¿Verdad?

-El asunto tiene su encanto. Te servirá de lección por hacer el tonto, tú que eres tan chapado a la antigua. Aunque anoche te liberaste. Nunca habría esperado que un hombre como tú llevara a una dama en brazos a la cama. Siento haberte estropeado la fiesta.

En un instante, Lucas se vió contra la pared con la mano de su hermano en la garganta.

-Una palabra más y no seré responsable de mis actos.

-Oye, cálmate. Está bien, dejémoslo -murmuró y Pedro retiró la mano-. Otro aspecto de tí que no me esperaba -añadió mientras se frotaba la garganta.

-Te lo advierto, Lucas. Ella no es para tí.

-¿No es ella quien tiene que decidirlo?

 -Aléjate de Paula.

-No será fácil ya que vivimos juntos.

-No te engañes. Se fue contigo sólo para vengarse de mí. Tú no le interesas.

-Estás muy seguro, ¿No es así? -replicó Lucas mirándolo desafiante.

-Vete al infierno.

-Iré a cualquier parte si puedo llevarla conmigo. Vaya, ahí viene.

Lucas se adelantó a saludar a Paula con un beso en la mejilla, gesto que Pedro no vió porque en ese momento entraba en su coche. En breves instantes, salió del estacionamiento.

Mientras Lucas conducía a casa, de pronto se volvió a Paula.

-¿Te hizo pasar un mal rato, pidiéndote explicaciones y cosas por el estilo?

 -En absoluto. En toda la tarde apenas me dirigió la palabra.

-Muy bien. No le des ninguna explicación. Lo que haces no es asunto suyo.

 -Lo sé, pero es como si lo engañara.

 -No es un engaño. Sólo se trata de despistarlo. Seamos sinceros, así es cómo se han  comunicado hasta ahora.

-No deja de ser cierto -repuso ella, con una risa irónica.

Lucas vivía en un bloque de apartamentos recién construido en la periferia, al sur de Nápoles. En el piso, todo era moderno y reluciente. Había dos dormitorios con camas dobles y grandes armarios. La amplia cocina estaba equipada con todo tipo de electrodomésticos de última generación. Cuando Paula colgaba su ropa en el armario, Lucas llamó a la puerta del dormitorio.

-Te espera una taza de té.

-Gracias dijo con verdadero agrado-. Me ofrecería a preparar la cena, pero confieso que no sé manejarme en tu cocina -comentó mientras tomaban la infusión.

-Déjalo para otra ocasión. Por lo que veo tienes mucho que leer -dijo mientras señalaba un montón de documentos que ella había llevado de la oficina.

-Voy a tener que emplearme a fondo porque todo está en italiano y, como sabes, aún estoy aprendiendo.

-Si necesitas ayuda, no tienes más que pedírmela.

Lucas se puso a cocinar, negándose a que ella lo ayudara, y tampoco permitió que lavara los platos tras la excelente cena. Tras varias horas dedicadas a la revisión de archivos y con su ayuda en la traducción de términos difíciles, Paula empezó a sentir que todo era más fácil. Por la noche, acabó su estudio con una extraña sensación de contento y seguridad. Él le preparó una taza de chocolate y luego se despidió en la puerta de la habitación de la joven.

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