Paula se miró por última vez al espejo. Llevaba el vestido azul que se había comprado en la Quinta Avenida. Su aspecto había cambiado: parecía realmente una mujer. La fiesta que su padre había organizado estaba a punto de empezar, una fiesta para celebrar su boda. Se aplicó un poco de colorete, pero el recuerdo de los dos días pasados en Manhattan hizo que fuera innecesario. Se había ruborizado al recordar las horas de pasión que había pasado junto a Pedro. Pero su relación se basaba exclusivamente en el sexo y eso hacía que su matrimonio careciera de sentido. Se sentía metida en un carrusel de sensaciones contradictorias que no entendía. Cuando alguien llamó a la puerta, ella se sobresaltó.
—Adelante —dijo.
Miguel entró.
—Hazme el nudo de la corbata, Pau—le dijo—. Tu madre siempre me lo hacía.
Habían pasado toda la mañana del día anterior hablando de su madre, lo que Paula había agradecido. Estaba, además, felíz del buen aspecto que tenía su padre.
—Estás estupendo, papá —le dijo ella.
—La verdad es que me siento mucho mejor —respondió él—. Nunca se sabe, quizás la nueva medicación tenga un efecto más prolongado del que pensaba. Lo abrazó esperanzada. —¡Ojalá así fuera! Ahora que empezamos a entendemos me dolerá aún más no tener tiempo para conocerte mejor.
—Tu matrimonio nos ha hecho mucho bien a los dos. Pedro es un buen hombre.
Paula sintió un tumulto de emociones. No había nada que deseara más en el mundo que ver a su padre mejor. Sin embargo, sabía que Pedro no permanecería casado con ella eternamente. Si Ellis superaba el tiempo previsto, ¿Cómo iba a entristecerlo con la desgracia de su divorcio? Aquella situación era insoportable.
—Ya está —le dijo ella—. Me alegro de verte tan felíz. Enseguida bajo, ¿De acuerdo, padre?
—Resérvame un baile —dijo Miguel.
—Por supuesto.
¿Cómo podía sentirse tan feliz y tan triste al mismo tiempo? Estaba rebuscando en el joyero cuando Pedro abrió la puerta. Estaba deslumbrante.
—¡Eres el hombre más sexy con el que me he acostado jamás! —dijo ella con sorna.
—Lo que no es mucho decir —bromeó él. Sacó un caja del bolsillo del esmoquin— . Toma. Esto es para tí. Es mi regalo de boda.
Paula se sintió abrumada por un gesto que no comprendía.
—No, Pedro. Los dos sabemos que nuestro matrimonio es una farsa. No hace falta que la alimentemos aún más.
—Estás ansiosa por librarte de mí, ¿Verdad? —dijo en un tono indignado.
—Yo diría eso de tí.
—Tu padre está mejor.
Ella lo miró expectante.
—Tendremos que esperar a que esté más fuerte para anunciarle nuestro divorcio, ¿No?
—La próxima vez que quiera complicarme la vida, me recuerdas lo que me pasó contigo, ¿De acuerdo? Acepta esto. Tu padre esperará que te haga un regalo de boda.
Así que solo le había comprado aquello para complacer a su padre. Al abrir la caja vio una hermosa cadena de oro blanco con dos brillantes y un zafiro.
—No sé cómo te las arreglas para elegir justo lo que yo habría elegido.
—¿Te gusta?
Hubo algo en su tono de voz que la hizo mirarlo.
—Es exquisito. Sabes cómo llegar dentro de mí.
—Eso es algo que tenemos en común —dijo ella—. Déjame que te la ponga.
Ella se dejó hacer y sintió un escalofrío cuando sus dedos le rozaron suavemente la piel.
—Ya está —dijo Pedro y retrocedió para admirar la belleza de la joya sobre la tersa piel de Paula.
Aquel no era más que un regalo de compromiso, no había motivo para que llorara.
—Será mejor que bajemos. Papá se estará preguntando dónde estamos.
Pedro la agarró de la cintura.
—Ahí abajo está toda la prensa del corazón, además de amigos tuyos y míos. Sonríe y actúa, mi amada esposa.
Paula habló sin pensar.
—Cuando estamos en la cama, no estás actuando, ¿Verdad?
No hay comentarios:
Publicar un comentario