A la hora del desayuno, Lucas llamó a su madre para decirle que todos irían a cenar a la villa esa noche. Al ver que sus padres intercambiaban una mirada, Paula comprendió que era otra vuelta de tuerca a su supuesta relación amorosa con él.
Su familia y ella fueron los invitados de honor esa noche. Cuando llegaron a la villa, todos los Alfonso los esperaban en la escalinata de entrada.
-Mira quién ha venido -dijo Graciela a Paula con entusiasmo-. Tú ya lo sabías, ¿Verdad?
-No, ignoraba que Pedro hubiera regresado -respondió la joven, casi sin aliento.
-Aún no me he comunicado con Enrique -explicó Pedro al tiempo que le estrechaba la mano-. Cuando llamé a casa, la Mamma me informó que esta noche teníamos invitados de honor, así que no podía faltar.
-Desde luego -murmuró Paula, impactada por su calidez y magnetismo.
Tras seis semanas de ausencia, notó que Pedro había cambiado. Llevaba el pelo hacia atrás, lo que le hacía parecer mayor y más severo. Estaba más delgado y había sombras bajo sus ojos, que estaban más oscuros y brillantes que nunca. Éste saludó a Miguel y Alejandra con exquisita cortesía, aunque con una ligera reserva.
-No me gusta tanto como su hermano -Alejandra cuchicheó a su hija, en un aparte.
Mientras Graciela los llevaba a tomar una copa de vino, Pedro vió a Lucas detrás de Paula.
-Permitanme felicitarlos por su compromiso. Y aprovecho la ocasión para presentarles a la signorina Giuliana Mantini -añadió antes de que Paula pudiera protestar.
Con el rabillo del ojo, distinguió a una joven que se acercaba a ellos. Era la criatura más sorprendentemente encantadora que jamás hubiera visto. Parecía tener dieciocho años, una larga cabellera rubia y una tez aterciopelada. Con una mirada de adoración, la joven puso la mano en el brazo de Pedro, con gesto posesivo.
-Giuliana, éstos son mi hermano Lucas y Paula, su novia.
-Buon giorno -saludó Giuliana con una voz cautivadora.
Con gran esfuerzo, Paula devolvió el saludo, muy controlada en el exterior y furiosamente herida en su fuero interno. De pronto, su tristeza de las últimas semanas le pareció una burla. Había creído que los sentimientos de Pedro eran tan profundos como los suyos, cuando en realidad para él había sido una fantasía pasajera.
En ese momento, Alejandra se acercó a ellos.
-¡Qué hombre más fascinante es el abuelo Alfonso! ¿Sabían que presenció la gran erupción del Vesubio?
-Fue en 1942 -intervino Lucas con una sonrisa-, poco después de la liberación de Italia. Dice que desde entonces el volcán le habla personalmente. Afirma que cuando alguien miente, lanza un penacho de humo. He oído la historia cientos de veces -añadió entre risas.
-Alejandra y Miguel, les estamos muy agradecidos. Hace mucho tiempo que nuestro viejo padre no disfrutaba de un público renovado -observó Antonio, que escuchaba la conversación no lejos de ellos.
-Eres muy afortunada -Alejandra comentó más tarde a Graciela-. Tantos hijos y todos tan apuestos.
-Mi pena es no haber tenido una hija. Me habría gustado una como la tuya. Aunque tal vez pronto podamos compartirla -repuso Graciela en tono conspirador. Alejandra asintió de buen grado-. Los hijos varones son un problema. Tengo seis. ¿Y cuántos han traído a su chica a la fiesta de la madre? Sólo dos.
Su mirada sonriente se posó sobre Lucas y Paula, y luego sobre Pedro y Giuliana.
Cuando todos se sentaron a la gran mesa del comedor, Paula contempló a sus padres en animada charla con el anciano abuelo y luego sus ojos se detuvieron en Pedro y Giuliana, que parecían absortos el uno en el otro. «O tal vez absorto en el generoso escote de esa belleza», pensó con amargura.
-¿Y cuándo vuelven por aquí para celebrar la boda? -preguntó el abuelo Alfonso a Alejandra en voz alta.
-¿Qué boda? -inquirió ella ansiosamente.
-Cualquiera. La de Pedro y Giuliana o la de Lucas y Paula.
-No cuenten conmigo -protestó Paula, con firmeza-. Estoy dedicada a mi carrera a tiempo completo. Y de hecho, no creo en el amor.
-Querida, no hables así -rogó su madre.
-El amor es una trampa para incautos -declaró rotundamente.
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