Para cuando acabaron, su padre parecía cansado.
—Yo creo que deberíamos ir despidiendo a los invitados. Necesitas descansar.
—Opino lo mismo —dijo un extraño, que se aproximaba a ellos en aquel momento.
El hombre se acercó y Miguel Chaves se lo presentó a su hija.
—Creo que no se conocen aún —dijo —. Este es el doctor Gastón Stansey. Esta es mi hija Paula. Gastón es el médico que me está suministrando el nuevo medicamento. Es un investigador que está haciendo estudios sobre enfermedades como la mía.
El médico le tendió la mano y ella se la estrechó.
—Estoy muy contento del modo en que está mejorando su padre, como, me imagino, que lo estará usted —dijo el hombre—. Lo primero, le doy mi enhorabuena. Nunca pensé que pedro se casaría, pero, ahora que he tenido el placer de verla en persona, lo entiendo.
—¿Conoce a Pedro? —preguntó ella sorprendida.
El doctor la miró extrañado.
—Sí. Es dueño del laboratorio farmacéutico para el que estoy haciendo la investigación. Fue él el que me llamó y me pidió que viniera a ver a tu padre.
—Se le habrá olvidado decírtelo —dijo Miguel—. Según parece, podré recuperarme completamente. ¿Qué te parece?
Paula estaba confusa, a pesar de la buena noticia.
—Me parece una gran noticia. En cuanto el doctor se alejó, Miguel se sintió obligado a darle una explicación a su hija.
—Pedro me pidió que no dijera nada, al menos hasta después de la boda.
—Ya —dijo ella con frialdad, mientras se dirigían a las habitaciones de su padre—. Así que Pedro organizó todo esto antes de casamos.
—Sí, el martes anterior.
El día en que le había pedido que comiera con su hermana para que se conocieran.
—Por eso tuve que quedarme en la habitación varios días. La medicina me provocaba náuseas y vómitos. Pedro no quería que abrigaras falsas esperanzas, por eso me pidió que lo mantuviera en secreto.
—Sí, claro —dijo ella. Estaba dolida y se sentía engañada—. Bueno, me alegro de que realmente funcione. Y gracias por esta maravillosa fiesta, padre.
—Eres una buena hija —murmuró Miguel y bostezó—. Bueno, tal vez no te vea mañana por la mañana. Pedro me ha dicho que se va a Atlanta y asumo que te irás con él.
—Por supuesto, padre.
Miguel cerró la puerta y Paula volvió a la fiesta. Pedro confiaba en ella, pero no había modo de que ella pudiera confiar en él.
Mientras ejecutaban el último baile, Pedro le susurró algo al oído.
—Ha llegado la hora de llevarme a mi esposa a la cama.
«Eso ya lo veremos», pensó Paula. Despidieron a los invitados y subieron a su habitación. Ella atacó nada más entrar.
—He conocido al doctor Stansey.
—Tu padre quiso invitarlo, yo no.
—¿Cómo no iba a invitar al hombre que le ha salvado la vida?
—Porque yo le pedí que no lo hiciera.
—Me consta que lo has hecho —dijo ella conteniendo la ira—. Me has tratado como a una auténtica idiota desde el principio, ¿Verdad, Pedro?
La miró fijamente.
—No sabíamos si el medicamento sería tan efectivo como parecía ser. No quería que abrigaras falsas esperanzas.
Aquello era, exactamente, lo que su padre le había dicho.
—Me siento humillada, humillada y estúpida —dijo ella—. Se trata de mi padre, no del tuyo.
—Paula...
Pedro se quitó la corbata.
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