jueves, 9 de febrero de 2017

Juegos Peligrosos: Capítulo 4

Y no había intentado volver a hablar con ella, lo que significaba que sí la había liado. En el estacionamiento de la empresa se dirigió a su coche nuevo, cuyas líneas relucientes siempre le producían bienestar. Pero esa vez no fue así. Bajo su calma aparente, estaba furiosa. La habían sorprendido con la guardia baja y había revelado sus verdaderos pensamientos. Y eso no se hacía cuando alguien como ella necesitaba urgentemente llegar a la cima de su carrera. Seguro que ese hombre contaría que no sólo había sido tan estúpida como para confundir su identidad, sino que además se había referido con hostilidad a los nuevos jefes. ¡Magnífico!

Mientras conducía hacia la salida del edificio, notó que otro coche la seguía. Ya en la calle, se mantuvo detrás de ella a una distancia prudente. A través del espejo retrovisor vio que era él. En cuanto pudo, aparcó a un lado de la vía y bajó del coche dispuesta a enfrentarse al señor Gonzalez.

-¿Me está siguiendo?

-Sí. Intenté alcanzarla en el estacionamiento, pero la perdí de vista. Pensé que podríamos hablar.

-Hablamos esta mañana y todavía lo lamento.

-De veras que lo siento. Fue una estupidez por mi parte. Intentaba jugarle una broma y salió mal, pero cuando usted dio por sentado que yo era su secretario... bueno, ¿Me va a culpar por haberle seguido el juego?

-Sí. Se comportó de un modo muy poco profesional.

-¿Y cree que es muy profesional no haber comprobado los hechos primero? -replicó, enfadado-. Mire, lo siento. No quiero que esto se convierta en una disputa.

-Se convirtió en una querella en el mismo instante en que usted decidió que yo estaba allí para entretenerlo y mañosamente me hizo decir... -Paula se paró en seco.

-Yo no la obligué a decir cosas como «¡Al diablo con Pedro Alfonso!».

-Y con eso puedo dar por concluidas mis expectativas con los nuevos jefes. Porque tarde o temprano tendrá que informarles. Y si no lo hace, pondrá en peligro sus propias expectativas.

-No se preocupe por mis expectativas -dijo con tranquilidad-. Tengo la virtud de pensar primero antes de hablar. Para ser una mujer ambiciosa, es sorprendentemente imprudente.

-¿Cómo iba a saber que usted...?

-¿Que no soy un subordinado? Mire, olvidemos el asunto. Estoy cansado después de un viaje bastante accidentado. Apenas he dormido. No estoy en mi mejor momento y estoy diciendo cosas que no debería. Me gustaría disculparme como corresponde invitándola a cenar.

-No, gracias. Tengo planes para esta noche. Y ahora, señor Gonzalez, si me perdona, debo volver a casa. Le sugiero que pase la noche escribiendo un informe destinado a sus jefes.

-No era mi propósito pasar así la velada.

-Si me vuelve a seguir, llamaré a la policía.

-¿Para qué? Con toda seguridad usted sabe manejar situaciones como ésta sin ayuda de nadie.

-Una observación absolutamente innecesaria.

-Pensé que lo tomaría como un cumplido.

-Nuestras ideas difieren mucho sobre lo que es un cumplido. ¡Buenas noches!


Sin detenerse a esperar una respuesta, Paula subió a su coche y, aun a riesgo de estropear el motor, arrancó el vehículo con exagerado ímpetu.

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