jueves, 9 de febrero de 2017

Juegos Peligrosos: Prólogo

-¡Febrero! Las Navidades ya han pasado y la mejor temporada del año aún no ha comenzado -suspiró Federico.
-Quieres decir que todavía no han llegado las hermosas turistas, ¿Verdad? ¿Es que no piensas en otra cosa? -Ramiro se burló de él.
-No. Y tú también piensas en lo mismo, no lo niegues -replicó Federico.

Los mellizos, muy apuestos y en la gloria de los últimos años de la veintena, contemplaban la bahía de Nápoles desde la terraza de la Villa Alfonso. Era la hora del crepúsculo. A la distancia, el Vesubio surgía amenazador y, a sus pies, los jóvenes distinguían las brillantes luces de la ciudad.

-Les gustaría mi país, hijos. En Inglaterra, celebramos San Valentín en febrero. El santo patrono del amor. Flores, tarjetas, besos... ambos estaríais en vuestro elemento -comentó la madre, no lejos de ellos.

-Es Pedro quien irá a Inglaterra -observó Federico-. Aunque él no piensa en esas cosas. Lo único que le interesa son sus negocios.

-Su hermano trabaja mucho. Deberían imitar su ejemplo dijo la madre intentando parecer severa.

La verdad era que los mellizos también trabajaban duro, pero en vez de protestar, se limitaron a sonreír a su madre.

-¿Por qué Pedro vive comprando empresas? ¿Cuándo piensa parar? -preguntó Ramiro.

-Vamos al comedor. No olviden que ésta es la cena de despedida de Pepe -dijo la madre.

-Le damos una cena de despedida cada vez que se va de viaje -objetó Federico.

 -¿Por qué no? Es una buena oportunidad para reunir a la familia -replicó Graciela.

-¿Vendrá Lucas? -preguntó Carlo.

-Desde luego que sí -respondió ella, con firmeza-. Sé que discuten de vez en cuando, pero...

 -¡De vez en cuando! -se quejaron los mellizos al unísono.

 -Bueno, la mayor parte del tiempo. Pero son hermanos.

-No, no lo son.

-Pepe es mi hijastro y Lucas es mi hijo adoptivo, y eso los convierte en hermanos. ¿Queda claro? -replicó Graciela en tono severo.

-Sí, Mamma.

 El interior de la casa era cálido y confortable. Sin embargo, Graciela miró a su alrededor, insatisfecha.

-Hay demasiados hombres aquí. Debería haber más mujeres -comentó.  Su marido y los hijos la miraron alarmados-. ¿Dónde están mis nueras? Debería tener seis, pero no tengo ni una. Esperaba con ilusión la boda de Julián y Carla, pero... -Graciela se encogió de hombros con un suspiro.

Julián, el hijo mayor, separado de ella desde su nacimiento, el año anterior había viajado para conocerla. Había llegado a Nápoles con Carla, la mujer de la que sin duda estaba enamorado. Sin embargo, la joven había desaparecido misteriosamente de su vida y él había vuelto solo a la villa en Navidad. Y se había negado a hablar de ella.

Poco a poco, la familia se reunió en el gran comedor y, a pesar de sus quejas, la madre los miró con satisfacción. Sus hijos tenían sus apartamentos en Nápoles y para ella era una gran ocasión cuando lograba reunirlos en la villa. Sus ojos se iluminaron al ver a Pedro, hijo de su primer marido inglés, aunque llevaba el apellido Alfonso en honor a su madre italiana.

-Hace demasiado tiempo que no nos vemos -dijo mientras lo abrazaba-. Y mañana vuelves a marcharte.

-Pero no estaré lejos mucho tiempo, Mamma. Tardaré poco en dejar funcionando esa compañía inglesa.

-¿Para qué tenías que comprarla? Estabas haciendo buenos negocios con ellos.

-Decidí comprar Curtis Electronics porque no funciona bien. Enrique Leonate no estaba de acuerdo al principio, pero finalmente accedió a tomar en consideración mi punto de vista.

-Seguro que sí -observó Graciela, con ironía.

Enrique Leonate había sido el único dueño de la empresa Leonate Europa para la que Pedro había empezado a trabajar hacía quince años. Había aprendido rápidamente, había ganado mucho dinero para su jefe y para sí mismo y con el tiempo se había transformado en socio de la empresa. Enrique ya era mayor, estaba cansado y Pedro era un joven lleno de ideas innovadoras. Con el tiempo, Enrique le había permitido llevar las riendas del negocio, aunque habría dado lo mismo porque, como una vez observó con melancolía, tarde o temprano la gente adoptaría los puntos de vista de Pedro.

-Voy a recomendar a unas cuantas personas en Curtis Electronics y les haré saber mis deseos.

-Eso sucederá si encuentras a alguien que te satisfaga. Lo que no suele suceder.

-Es verdad. Aunque Cesar Tandy, el actual director, recomienda a la subdirectora Paula Chaves. Pienso observarla con atención.

-¿Recomendar a una mujer? ¿Tú? -comentó Graciela en tono irónico.

Pedro la miró sorprendido.

-Voy a recomendar a cualquiera que haga lo que yo digo.

-¡Ah, te refieres a esa clase de igualdad de oportunidades! Hijo mío, en tu boca todo parece tan sencillo... -rió Graciela.

-La vida es sencilla si sabes lo que quieres y estás decidido a lograrlo.

El aspecto de Pedro traicionaba su doble herencia. De su madre italiana, fallecida hacía mucho tiempo, había heredado los expresivos ojos oscuros y, de su padre inglés, la barbilla obstinada y la firmeza de la boca.

-Lucas tarda en llegar -comentó Graciela en voz baja.

-Tal vez no se digne aparecer. Todavía está furioso conmigo desde que convencí a Tomás, el brillante inventor electrónico, de que trabajara para mí; pero no te preocupes, Mamma. Ya tendrá su oportunidad de vengarse y seguro que lo hará -dijo alegremente.

La batalla entre los hermanos duraba años y contribuía a añadir sabor a sus vidas. Sin esa eterna rivalidad, habrían sentido que algo les faltaba. Finalmente, Lucas llegó cuando la cena casi concluía.

 -Hola, inglés -lo saludó Pedro.

Era su insulto favorito, un recordatorio de que era el único hijo completamente inglés entre todos los miembros de aquella familia italiana.

-Mejor que ser mestizo. Tu problema es que no eres ni una cosa ni otra -replicó Lucas, con una sonrisa.

-Me alegra que hayas venido -dijo Graciela.

-Naturalmente -Lucas levantó su copa en dirección a Pedro-. Tenía que asegurarme de que era cierto que nos deshacíamos de él -añadió en tono sardónico.

Cuando al día siguiente Graciela y Lucas fueron a despedirlo al aeropuerto, ella no pudo evitar un leve suspiro.

-No te preocupes, Mamma -la consoló su hijo al tiempo que le pasaba un brazo por los hombros-. Volverá muy pronto.

-No es eso. La gente suele decir que soy muy afortunada porque Pepe jamás me da motivos de aflicción. Y me aflijo precisamente porque es un hombre demasiado fiable. Es tan sensato que nunca comete estupideces.

-Si ha heredado algo de los Alfonso, te prometo que tarde o temprano hará tonterías.

-¿Y tú qué hablas de los Alfonso? Siempre te has negado a llevar nuestro apellido.

 Lucas la abrazó.

-No lo necesito. Ya soy suficientemente estúpido.

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