-Normalmente es aquí donde se suele preparar un equipaje -Lucas señaló otra maleta abierta-. Me he dedicado a sacar y llevar ropa como una doncella de cámara.
-¿Y como doncella de cámara también la has ayudado a desvestirse?
-¡Callense los dos! -intervino Paula como una fiera y luego se volvió a Pedro. Tú no eres mi dueño y no me das órdenes, excepto en el trabajo.
-Donde te espero mañana. Y sé puntual.
Lucas saltó de la cama.
-Tiene razón, será mejor que nos marchemos. Paula, te espero en la sala.
-No hace falta. Esta maleta ya está hecha -dijo ella mientras la cerraba. Sin decir palabra, Pedro no le quitaba el ojo de encima.
-¿Quieres decirme dónde piensas hospedarte? ¿O no debo preguntar? -preguntó, finalmente.
-En el departamento de Lucas.
-Entonces sal de mi vista y no me vuelvas a hablar -vociferó-. ¡Vete ya!
A la mañana siguiente, Lucas la llevó a Leonate Europa y le presentó a Enrique Leonate, un rollizo hombre de mediana edad que la recibió con los brazos abiertos.
-Pedro me ha hablado mucho de usted.
-Espero que le haya dicho que mi italiano es muy elemental.
-Pero la señorita Chaves aprende con mucha facilidad -dijo una voz detrás de ella.
-Entra, Pedro. Lucas me acaba de presentar a la señorita Chaves.
-Llámeme Paula.
-Entonces tú me llamarás Enrique. Pedro, es tan encantadora como la describiste.
-No creo haberme expresado exactamente en esos términos. Dije que era formal, metódica, centrada, inteligente y especialmente dotada para persuadir a la gente.
-No crea todo lo que el señor Alfonso dice de mí -observó Paula con ligereza-. El suyo es un punto de vista muy parcial.
-Desde luego que a tu favor. Te vió trabajar en Londres.
-Yo también aprendí mucho de él. Es un maestro en el arte de la manipulación.
-Ésa es su parte italiana. Tú también aprenderás con el tiempo.
Lucas contemplaba la escena junto a la ventana, con los ojos brillantes de malicia.
-Me marcho, Paula. Llámame cuando quieras que pase a recogerte -dijo de pronto.
-Muchas gracias, Lucas. Adiós.
-Sí, adiós -repitió Pedro.
Lucas guiñó un ojo a Paula cuando se dirigía a la puerta.
-Pedro, deberías enseñar a Paula el imperio Leonate -propuso Enrique.
-Lo siento, Enrique, no será posible. Tengo un montón de trabajo por delante. ¿Por qué no se lo pides a la signora Pattino?
-Como quieras. Bueno, al menos enséñale su despacho.
-Hazlo tú. Yo debo marcharme. Signorina, bienvenida a la empresa. Espero que se encuentre bien entre nosotros -dijo en tono neutro antes de irse.
-Parece que está muy ocupado -comentó Leonate, con una mirada de extrañeza-. Bueno, quiero que conozcas a la signora Pattino, mi secretaria personal. Iremos a comer con ella.
La secretaria resultó ser una amable mujer de mediana edad. Mientras almorzaban, aseguró a Paula que estaría encantada de ser su guía en los próximos días. La signora Pattino le enseñó las oficinas de la sede. En todas partes el personal la recibió como una persona muy valiosa para la empresa, aunque no sabían nada de ella, salvo lo que Pedro había contado. Más tarde, pensó que todas las alabanzas de Pedro ya eran cosa del pasado. Esa mañana había demostrado una cruel ironía que traducía sus verdaderos sentimientos hacia ella.
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