martes, 28 de febrero de 2017

Juegos Peligrosos: Capítulo 36

-¿Para cuándo es el anuncio de tu compromiso con mi hermano? Por eso tus padres han venido a Nápoles, ¿No es así?

-No, fue por casualidad. Lucas me sugirió que los invitara a pasar unos días.

-Como un buen futuro yerno. Ellos lo quieren mucho. Tu madre me habló de lo maravilloso que es y tu padre anhela que llegue el día de acompañarte al altar.

-¿Y tú escuchaste lo que dije en la cena?

 -Sí, y también el Vesubio. Ya sabes lo que piensa el viejo volcán.

 -No me digas que eres supersticioso.

-No puedes vivir aquí si no lo eres. El Vesubio piensa que mientes.

-Ya es suficiente -dijo furiosa, antes de alejarse.

Los invitados se habían reunido en pequeños grupos a tomar café. Cuando Paula se acercó a ella, Graciela hablaba de su hijo Fabián.

-Pronto empezarán las vacaciones y tal vez Fabián venga con mi nieto. Entonces los conocerás -dijo a la joven con una sonrisa.

-Será un placer para mí. Pienso que su encuentro fue maravilloso.

-Se lo debo a Pedro. Él me devolvió a mi hijo -declaró con una mirada de amor a su hijo que se había acercado a ella.

-No, Mamma. Fabián también te buscaba. Tarde o temprano él mismo te habría encontrado.

-¿Hay alguna esperanza de ver a Evangelina otra vez? -preguntó Lucas, junto a Paula.

-Me temo que no -respondió Graciela con tristeza antes de volverse a Paula-. Fabián vino a conocerme acompañado de Evangelina. Ella lo había ayudado mucho y era innegable que se amaban, pero parece que han roto.

-Tal vez no se amaran -opinó Antonio, que se había acercado a su esposa.

-¿Por qué dices eso? -intervino Paula, impulsivamente-. A veces las personas se separan, aunque se quieran. Eso no significa que no haya amor entre ellos, sino que se sienten incapaces de encontrar el camino que los una.

Garciela la miró con interés y, aunque no podía verlo, notó a Pedro alerta a sus palabras.

-Creo que tienes razón -convino -. Sé que Fabián es un hombre difícil. Él mismo lo admite. No sería un marido fácil para ninguna mujer, pero no me cabe duda de que Evangelina podría haber sido la esposa adecuada para él. Si sólo...

-Si alguien pudiera mediar entre ellos -dijo Paula-, conversar con cada uno por separado y luego hacerles hablar entre sí...

-Tal vez... -murmuró Graciela, pensativa-. Pero entonces mi familia diría que soy una entrometida.

-Pues que lo hagan -replicó Paula-. A veces algunos dicen que yo lo soy, aunque eso nunca ha logrado arredrarme.


Todos se echaron a reír y Graciela le dió unos golpecitos en la mano.

-Ya sabía yo que tenía que haber una razón por la que me gustaras tanto -declaró en tono triunfal.

Al anochecer, Paula buscó refugio en una esquina de la terraza, desde donde podía contemplar el Vesubio al otro lado de la bahía. Sintió que era un alivio alejarse de la animada charla de los invitados y, recogida en sí misma, entregarse a sus confusos pensamientos. El rostro de Pedro no abandonaba su mente.

-¡Qué agradable es salir al aire fresco! -exclamó Graciela al otro extremo de la terraza sin notar la presencia de Paula.

La joven iba a decirle algo, cuando oyó la voz de Pedro.

-Sí. Siéntate un momento, Mamma. Pareces cansada.

-No lo niego, aunque ha sido una velada maravillosa. Giuliana y Paula son tan hermosas... Me pregunto cuándo...

 -Volveremos a ver a Fabián-la interrumpió Pedro rápidamente.

-Eso también.

-¿Estás pensando en lo que dijo Paula?

 -Desde luego que sí. Estoy tentada a creer que tenía razón, porque así podría intervenir sin dudarlo. Aunque supongo que mi hijo tan sensato me aconsejaría que fuera prudente.

-Te equivocas, Mamma. También creo que Paula tiene razón.

-¿Tú estás de acuerdo con Paula? Pensé que no te gustaba, especialmente porque Lucas y ella están enamorados.

-Te equivocas -replicó con firmeza-. Paula no me disgusta, incluso pienso que sería una esposa admirable para Lucas. Aunque ella también es una mujer prudente que ha aprendido duras lecciones sobre el amor.

-Hablas como si la conocieras bien.

-La conozco más de lo que piensas. Esta noche te habló a través de la sabiduría y del dolor. Deberías escucharla. Si Evangelina y Fabián están hechos el uno para el otro, deberíamos hacer lo posible por ayudarlos a superar sus problemas.

-¿Y tú lo dices?

-¿Te sorprende?

-Un poco. Aunque fuiste tú el que encontró a Fabián, no creo que lo quieras como un hermano.

-Eso no importa. Ahora sé lo que significa encontrar a la persona ideal y luego perderla a causa de la propia estupidez, y porque no había nadie que los ayudara a encontrarse otra vez. No se lo deseo a nadie. Ni a Fabián ni a Lucas.

-¿Ni a tí? -preguntó Graciela suavemente.

Pedro rió con brusquedad.

-Yo sé cuidar de mí mismo. En cambio, Fabián se siente confuso. Paula ha dicho la verdad. Deberías ayudar a tu hijo.

-¿Y tú? ¿Estás confuso?

 -No, Mamma, he dejado de estarlo. Está refrescando mucho. Será mejor que entremos.

Paula permaneció sentada en silencio hasta que se hubieron marchado. De pronto, sintió las mejillas húmedas, aunque no recordaba cuándo había empezado a llorar.

Juegos Peligrosos: Capítulo 35

Antes de que alguien pudiera replicar, a lo lejos se produjo un ruido sordo. Todos los ojos se volvieron a las ventanas. Cuando el ruido se volvió a repetir, los invitados se pusieron de pie y salieron a la terraza. Del Vesubio se desprendía un delgado penacho de humo que se elevó por el aire y luego desapareció.

-¿Va a entrar en erupción? -preguntó Alejandra, alterada.

-No, este fenómeno se produce a menudo -la tranquilizó Graciela-. No significa nada.

-Sí que significa algo. Quiere decir que alguien ha dicho una mentira piadosa - sentenció el abuelo mientras sus ojos se detenían en Paula-. O tal vez no tan piadosa.

-Puede que esa persona hablara muy en serio -Paula intentó tomar a la risa el incidente.

En ese mismo instante, el Vesubio gruñó desde sus entrañas y lanzó otro penacho de humo. Todo el mundo se echó a reír con la mirada puesta en Paula. La cena casi había concluido y nadie volvió a la mesa. Al ver tan contentos a sus padres, ella se relajó un poco.

-¿Quieres que vuelva a llenar tu copa? -preguntó Pedro, que apareció repentinamente junto a ella.

-No, ya es suficiente, gracias. Pedro se la quitó de las manos y la dejó a un lado.

-Tienes muy buen aspecto.

 -Y tú también. ¿Te quedarás definitivamente?

-No, unos días solamente. Tengo que regresar a Londres para poner en marcha la nueva organización de la empresa.

 -¿Cómo está Cesar?

-Disfrutando de su jubilación. La noche de su última jornada laboral nos fuimos de juerga.

-¿De juerga tú?

-Solía hacerlo cuando era más joven.

-Me cuesta imaginarlo en un hombre tan metódico y organizado.

Pedro dejó escapar una breve risa desanimada.

-Acabas de describir a mi hermano, no a mí. Lucas es el que suele planificarlo todo según su conveniencia.

-No he detectado ese rasgo en él.

-No, porque contigo es diferente, se lo concedo. Pero si cometes el error de casarte con mi hermano, no tardarás en descubrirlo.

-Entonces son muy parecidos. Por eso será que siempre están enfrentados.

-No soy tan malo como piensas.

-Permíteme una pregunta: ¿Cómo lograste que Cesar guardara silencio respecto a tu verdadera identidad? ¿No habrás doblado el importe de su jubilación?

 -No tanto como eso -respondió, a su pesar.

-Así que lo sobornaste. Mira, tú sólo tienes dos formas de tratar a las personas. O los engañas, o los sobornas. ¿Por qué no intentas acercarte a la gente con honestidad? ¿O no sabes cómo hacerlo?

-Paula, por favor.

-De acuerdo. He terminado. No se hable más del asunto.

Juegos Peligrosos: Capítulo 34

A la hora del desayuno, Lucas llamó a su madre para decirle que todos irían a cenar a la villa esa noche. Al ver que sus padres intercambiaban una mirada, Paula comprendió que era otra vuelta de tuerca a su supuesta relación amorosa con él.

Su familia y ella fueron los invitados de honor esa noche. Cuando llegaron a la villa, todos los Alfonso los esperaban en la escalinata de entrada.

-Mira quién ha venido -dijo Graciela a Paula con entusiasmo-. Tú ya lo sabías, ¿Verdad?

-No, ignoraba que Pedro hubiera regresado -respondió la joven, casi sin aliento.

-Aún no me he comunicado con Enrique -explicó Pedro al tiempo que le estrechaba la mano-. Cuando llamé a casa, la Mamma me informó que esta noche teníamos invitados de honor, así que no podía faltar.

-Desde luego -murmuró Paula, impactada por su calidez y magnetismo.

Tras seis semanas de ausencia,  notó que Pedro  había cambiado. Llevaba el pelo hacia atrás, lo que le hacía parecer mayor y más severo. Estaba más delgado y había sombras bajo sus ojos, que estaban más oscuros y brillantes que nunca. Éste saludó a Miguel y Alejandra con exquisita cortesía, aunque con una ligera reserva.

-No me gusta tanto como su hermano -Alejandra cuchicheó a su hija, en un aparte.

Mientras Graciela los llevaba a tomar una copa de vino, Pedro vió a Lucas detrás de Paula.

-Permitanme  felicitarlos  por su compromiso. Y aprovecho la ocasión para presentarles a la signorina Giuliana Mantini -añadió antes de que Paula pudiera protestar.

 Con el rabillo del ojo,  distinguió a una joven que se acercaba a ellos. Era la criatura más sorprendentemente encantadora que jamás hubiera visto. Parecía tener dieciocho años, una larga cabellera rubia y una tez aterciopelada. Con una mirada de adoración, la joven puso la mano en el brazo de Pedro, con gesto posesivo.

-Giuliana, éstos son mi hermano Lucas y Paula, su novia.

-Buon giorno -saludó Giuliana  con una voz cautivadora.

Con gran esfuerzo, Paula devolvió el saludo, muy controlada en el exterior y furiosamente herida en su fuero interno. De pronto, su tristeza de las últimas semanas le pareció una burla. Había creído que los sentimientos de Pedro eran tan profundos como los suyos, cuando en realidad para él había sido una fantasía pasajera.

En ese momento, Alejandra se acercó a ellos.

-¡Qué hombre más fascinante es el abuelo Alfonso! ¿Sabían que presenció la gran erupción del Vesubio?

-Fue en 1942 -intervino Lucas con una sonrisa-, poco después de la liberación de Italia. Dice que desde entonces el volcán le habla personalmente. Afirma que cuando alguien miente, lanza un penacho de humo. He oído la historia cientos de veces -añadió entre risas.

-Alejandra y Miguel, les  estamos muy agradecidos. Hace mucho tiempo que nuestro viejo padre no disfrutaba de un público renovado -observó Antonio, que escuchaba la conversación no lejos de ellos.

-Eres muy afortunada -Alejandra comentó más tarde a Graciela-. Tantos hijos y todos tan apuestos.

-Mi pena es no haber tenido una hija. Me habría gustado una como la tuya. Aunque tal vez pronto podamos compartirla -repuso Graciela en tono conspirador.  Alejandra asintió de buen grado-. Los hijos varones son un problema. Tengo seis. ¿Y cuántos han traído a su chica a la fiesta de la madre? Sólo dos.

Su mirada sonriente se posó sobre Lucas y Paula, y luego sobre Pedro y Giuliana.

Cuando todos se sentaron a la gran mesa del comedor, Paula contempló a sus padres en animada charla con el anciano abuelo y luego sus ojos se detuvieron en Pedro y Giuliana, que parecían absortos el uno en el otro. «O tal vez absorto en el generoso escote de esa belleza», pensó con amargura.

-¿Y cuándo vuelven por aquí para celebrar la boda? -preguntó el abuelo Alfonso a Alejandra en voz alta.

-¿Qué boda? -inquirió ella ansiosamente.

 -Cualquiera. La de Pedro y Giuliana o la de Lucas y Paula.

 -No cuenten conmigo -protestó Paula, con firmeza-. Estoy dedicada a mi carrera a tiempo completo. Y de hecho, no creo en el amor.

 -Querida, no hables así -rogó su madre.

 -El amor es una trampa para incautos -declaró rotundamente.

Juegos Peligrosos: Capítulo 33

La vida con Lucas era armoniosa y apacible. Era un hombre que sabía escuchar. Pronto se enteró de la vida de Paula. Ella le habló de su relación con Pedro, las circunstancias en que lo había conocido, el episodio del coche y otras anécdotas.

-Me parece que contigo al volante ningún miembro de la familia está a salvo -comentó divertido.


Paula  también se refirió a sus padres, ya mayores.

-¿Han estado alguna vez en Nápoles?

 -Nunca. Una vez los llevé a París y eso es todo lo que conocen del extranjero.

 -Verás -dijo Lucas, de pronto-. Voy a marcharme de la ciudad unos días, ¿Por qué no los invitas? Podrían disponer de mi habitación.

 -¿Lo dices en serio?

 -Claro que sí. Se merecen unas buenas vacaciones.

Paula compró los pasajes y, tres días después, fue a buscarlos al aeropuerto. Fue un emotivo encuentro, lleno de alegría. Tiempo después, comentaría a Lucas que sus padres se comportaron «como un par de niños que van al mar por primera vez». La joven pasó ese fin de semana enseñándoles la ciudad, un poco más cálida a principios de mayo.

Cuando tuvo que volver a la empresa, sus padres ya podían manejarse sin su ayuda; incluso hicieron una gira de un día a las ruinas de Pompeya. Uno de esos días, Enrique los invitó a cenar y todos disfrutaron con sus divertidas historias escandalosas. De vuelta a casa, encontraron a Lucas dormido en el sofá.

-He regresado pronto -explicó al tiempo que se sentaba en el sofá frotándose los ojos-. Mis negocios concluyeron antes de lo previsto, y además quería conocer a nuestros invitados.

Luego compartieron una pizza tardía con un vaso de vino, y cuando la velada hubo finalizado, ya eran buenos amigos. Más tarde, se produjo un momento incómodo cuando Lucas dijo que dormiría en el sofá.

-No hace falta -intervino Alejandra, ansiosa por demostrar su tolerancia-. Quiero decir que no es necesario que modifiquéis vuestra vida habitual porque nosotros estemos aquí.

-Alejandra, vamos a dormir -dijo Miguel, cubriéndose los ojos con las manos.

Cuando los padres se marcharon, Lucas la miró con júbilo.

-Parece que tu madre me ha dado permiso para...

 -Sí, ya lo sé, ya lo sé -replicó ella con ironía-. Gracias por ser tan amable con ellos. Y ahora me voy a dormir.

-¿Estás segura de que no quieres que te acompañe?

 -Lucas, te advierto...

 -Está bien. No perdía nada con intentarlo -dijo con un suspiro melancólico-. De vuelta al sofá.

 -Buenas noches -se despidió Paula entre risas.

-Buenas noches.

sábado, 25 de febrero de 2017

Juegos Peligrosos: Capítulo 32

-Me gusta tener a los hijos conmigo. Sé que soy poco razonable porque ya son mayores, pero las madres somos así. Aunque tal vez sea mejor que ahora Pedro y Lucas se mantengan separados por un tiempo.

-¿Por qué ahora? -Paula intentó no demostrar demasiada curiosidad.

-No es fácil de explicar. Se han pasado la vida peleando por una u otra razón. Hay algo en ellos mismos que tiende a enervarlos.

Conmocionada,  constató que Graciela todavía ignoraba la razón de la querella entre los hermanos. Todavía pensaba que Pedro y ella se habían conocido en la fiesta.

-¿Era Pedro? -preguntó Lucas desde la puerta.

 -Sí, está bien y envía saludos a todo el mundo.

-¿Incluso a mí?

-Incluso a tií -respondió Graciela, con firmeza.

 -Seguro que es un saludo venenoso.

 -¡Déjalo ya! -ordenó Graciela, con repentina dureza-. Pase lo que pase entre ustedes, todavía es tu hermano.

-Lo siento, Mamma -dijo tímidamente antes de abrazarla-. No es nada. Tú sabes que siempre reñimos por cualquier cosa.

-Pero esta vez va en serio. Lo sé. ¿Por qué no me lo cuentas?

-Porque no tiene importancia. Vamos, tú nos conoces bien. Si no reñimos no somos felices, Mamma.

Esa noche no volvieron a mencionar a Pedro, aunque Paula no dejó de pensar en él, y al parecer Lucas tampoco, porque cuando conducía de vuelta a casa comenzó a hablar de su hermano.

-Es un hombre contradictorio -comentó pensativamente-. Es capaz de sentir algo con todo su ser mientras actúa exactamente en la dirección opuesta.

-Muchas personas lo hacen, ¿No te parece?

-Sí, pero él llega a los extremos. Tal vez sea el resultado de no saber bien si es italiano o inglés. Sólo hay que ver cómo se comportó respecto a nuestro hermano Fabián.

-¿Quién es Fabián exactamente? -preguntó con curiosidad-. He oído algo sobre él, pero nunca una información completa. Es como un fantasma.

-Durante años fue un tema tabú en la familia. Todos sabíamos que la Mamma tenía otro hijo, aunque ignorábamos qué había sido de él. Cuando tenía quince años se quedó embarazada. Sus padres hicieron algo imperdonable, seguramente desesperados ante el escándalo de una hija que sería madre soltera.

-¿Qué hicieron?

 -Dieron al bebé en adopción y le dijeron que su hijo había nacido muerto.

-¡Dios mío! -exclamó Paula, conmocionada.

-La Mamma nunca superó la pérdida de su bebé. Más tarde se casó con Horacio Gonzalez y se convirtió en la madrastra de Pedro, que no recordaba a su madre biológica, así que la adoraba. Cuando me adoptaron, lo pasó muy mal porque yo competía con él por la atención de mamá. Y desde entonces, siempre hemos reñido. Cuando Graciela descubrió que su hijo no había muerto, desesperadamente intentó encontrarlo, pero era demasiado tarde. Lo habían adoptado. Su matrimonio no duró mucho. Cuando se divorció me llevó consigo, pero Pedro era hijo legítimo de Horacio, así que no pudo pedir su custodia.

-Pobre niño, debe de haberse sentido abandonado -murmuró ella.

-Así fue. Cuando Horacio falleció, la familia italiana de Pedro por parte de madre, lo trajo al país y Graciela volvió a hacerse cargo de él. Desde que se casó con  Antonio Alfonso, tío de Pedro, todos hemos formado una gran familia.

-Eso me ha parecido.
-Aunque la Mamma nunca olvidó a su primer hijo -prosiguió, en tono reflexivo-. Y Pedro se propuso buscarlo. Después de largos años de complicadas pesquisas, al fin lo encontró. Pero lo más extraño es que siempre sintió celos de Fabián por haberlo desplazado como hijo mayor. Sin embargo, lo hizo por su madre. Te diré que tardó quince largos años, y cuando le dieron una pista fiable viajó a Inglaterra. Tras convencerse de que Fabián era el hijo de Graciela, lo trajo a Nápoles.

-¡Lo que hizo fue maravilloso! -comentó Paula, conmovida.

-Sí, fue maravilloso. Pero mi hermano a veces me desconcierta. Es demasiado seguro de sí mismo y muy obstinado, pero de pronto hace algo que me obliga a preguntarme si yo podría ser tan generoso como él.

De inmediato, Paula recordó las bondadosas palabras de Pedro a Cesar en su afán por calmarlo. Y luego no vaciló en regresar a Londres para estar con él.

-Quince años -murmuró-. Tiene que haber sido muy joven cuando empezó a buscar a su hermano.

-Es verdad. Quince años de búsqueda activa, de observación y paciente espera. Ése es Pedro. Un tipo que se toma su tiempo.

Las palabras de Lucas arrojaron una nueva luz sobre la conducta de Pedro en Inglaterra. Un hombre dedicado a observar y esperar, moviéndose lentamente hacia su objetivo, oculto en las sombras mientras ella se burlaba de otro hombre. Y ese hombre era él mismo. Paula deseó haberlo conocido en otras circunstancias. ¡Qué diferentes habrían sido las cosas!

Juegos Peligrosos: Capítulo 31

Tras dos días de ausencia, Pedro se presentó en su despacho sin avisar.

-¿Preparando las cosas para marcharte? -preguntó al ver que Paula ordenaba su mesa de trabajo.

-Sí, la signora Pattino y yo saldremos mañana. Me hace mucha ilusión este viaje -intentó responder con normalidad.

No quería que él notara cómo la afectaba su presencia.

 -Enrique me ha dicho que ya te desenvuelves muy bien.

 -Se ha formado una buena opinión de mí. Y eso te lo debo a tí.

 -Me limité a decirle lo que pensaba. Tienes un considerable talento ejecutivo.

 -¿Lo hiciste a pesar de tu odio?

-No te odio, Paula, y espero que tú tampoco. Hiciste lo que debías y yo tendría que haberlo comprendido. Nos habría ahorrado muchos sufrimientos -dijo con pesadumbre.

Un dolor que a ella le llegó al corazón. Pero él no quería su corazón. Aún se mantenía obstinadamente inflexible.

-¿Te refieres a Lucas?

-Ahora ya no importa, aunque debiste haberme advertido que estaba en tu dormitorio.

-Le pedí que desapareciera de la vista mientras yo te despedía. Pensé que tardaría diez segundos.

-Pero no lo hiciste.

-Me enfadé contigo y olvidé a Lucas por completo. Aunque te aseguro que sólo me ayudaba a hacer las maletas.

-¿Y también te ayudó a desvestirte?

-Verás, era un traje alquilado y tenía que devolverlo. Entonces me puse ropa cómoda, como pudiste ver -explicó con los brazos cruzados sobre el pecho y una mirada desafiante-. Con un suéter y pantalones no se puede seducir a nadie. Y ahora me voy.

Pedro la detuvo con una mano en el brazo.

 -Quiero que sepas que no fue mi intención arrojarte sobre la cama. Fue un accidente.

 Ella rió sin convicción.

 -Lo sé. No eres un cavernícola. Por lo demás, ya pasó. Asunto terminado.

 -Sí, asunto terminado, como dices. Aunque preferiría que no vivieras con Lucas.

 -He pensado en cambiarme de piso; pero tal vez más tarde, cuando conozca mejor la ciudad.

 -Tengo amigos en el sector inmobiliario y...

-Pedro, déjalo. No puedes organizar mi vida.

-Tienes razón. Pedro Alfonso a veces sabe cuándo tiene que admitir su derrota. Adiós, signorina Chaves. Mucho éxito en tu carrera.

Tras un leve y desanimado toque de sus labios en la mejilla de la joven,  se marchó.

La signora Pattino y Paula fueron a visitar las fábricas de Leonate Europa en el sur de Italia. Desde que se conocieron habían simpatizado de inmediato y esos días se llevaron muy bien. La secretaria quedó impresionada ante la eficacia profesional que Paula demostró durante la semana que duró el viaje.

La joven pensó que pronto tendría todo lo que había deseado, aunque deseaba algo más. Y lo había perdido. Sin embargo, su ánimo mejoró en el trayecto de vuelta a Nápoles. No podía olvidar el último encuentro y la tristeza que había percibido en Pedro, a pesar de su actitud distante. Trabajaban en el mismo edificio. Tendría innumerables oportunidades de hablar con él y tras la conversación, al fin podrían comprenderse y perdonarse mutuamente. Aún había un futuro para ellos. Cuando llegaron a Nápoles,  se sentía casi feliz y llena de confianza en sí misma. Enrique la recibió con júbilo.

-He recibido informes estupendos sobre tí. Todo el mundo opina que eres maravillosa -dijo en italiano.

-Todos fueron muy amables conmigo -contestó en el mismo idioma.

-Pedro tenía razón al hablar tan bien de tí. Si pudiera estar aquí para presenciar tu triunfo... Se lo diré la próxima vez que lo llame a Inglaterra.

-¿Inglaterra?

-Sí, tuvo que regresar apresuradamente porque Cesar dice que no puede seguir al mando de la empresa. Quedó muy afectado a causa del desfalco de Banyon. Así que Pedro tendrá que hacerse cargo de la firma hasta que encuentre un sustituto a tiempo completo. Me temo que tendrá que permanecer un buen tiempo en Londres.

Paula a menudo pensaba que Pedro se sorprendería si la viera en casa con Lucas, que la trataba como un buen hermano. A veces solía llevarla a la villa a cenar con la familia. Graciela le prodigaba una tierna consideración, en gran parte con el propósito del estimular el romance con su hijo. Se sentía ligeramente incómoda, aunque Lucas parecía imperturbable.

Una noche, mientras cenaban en la villa, sonó el teléfono y Graciela atendió la llamada. A pesar de la rapidez con que hablaba, Paula supo que era Pedro y que no regresaría pronto. Graciela colgó el teléfono con un suspiro.

Juegos Peligrosos: Capítulo 30

Cuando Pedro bajaba al estacionamiento en busca de su vehículo, vió que su hermano se acercaba en un ostentoso coche nuevo. Lucas salió del vehículo y lo saludó alegremente.

 -¿Me está esperando?

 -No he visto a la señorita Chaves en toda la tarde, así que no sabría decírtelo - contestó Pedro, en tono glacial.

-De repente todo se ha vuelto muy formal. Bueno, es lo que mereces. ¿Nadie te ha dicho que normalmente uno se presenta a una mujer con su verdadero nombre desde el principio? Te diré que es una costumbre que las pone de buen humor.

-¿Te lo ha dicho ella?

-No fue necesario. En la fiesta de anoche quedó muy claro lo que habías hecho.

 -Y supongo que aprovechaste la ocasión para jugarme una mala pasada. Lo estabas esperando.

-No me culpes, porque soy inocente.

 -¿Entonces debo pensar que ella se encontraba en la villa por casualidad?

-Desde luego. ¡No seas idiota! Tarde o temprano tenía que suceder. No debiste haberla dejado sola.

-Pensaba estar fuera sólo un día, pero las cosas se complicaron en Londres -replicó, con los dientes apretados.

-Siempre sucede. Me pregunto qué fue del hombre que lo planeaba todo hasta el último detalle, sin dejar nada al azar.

-Disfrutas con esto, ¿Verdad?

-El asunto tiene su encanto. Te servirá de lección por hacer el tonto, tú que eres tan chapado a la antigua. Aunque anoche te liberaste. Nunca habría esperado que un hombre como tú llevara a una dama en brazos a la cama. Siento haberte estropeado la fiesta.

En un instante, Lucas se vió contra la pared con la mano de su hermano en la garganta.

-Una palabra más y no seré responsable de mis actos.

-Oye, cálmate. Está bien, dejémoslo -murmuró y Pedro retiró la mano-. Otro aspecto de tí que no me esperaba -añadió mientras se frotaba la garganta.

-Te lo advierto, Lucas. Ella no es para tí.

-¿No es ella quien tiene que decidirlo?

 -Aléjate de Paula.

-No será fácil ya que vivimos juntos.

-No te engañes. Se fue contigo sólo para vengarse de mí. Tú no le interesas.

-Estás muy seguro, ¿No es así? -replicó Lucas mirándolo desafiante.

-Vete al infierno.

-Iré a cualquier parte si puedo llevarla conmigo. Vaya, ahí viene.

Lucas se adelantó a saludar a Paula con un beso en la mejilla, gesto que Pedro no vió porque en ese momento entraba en su coche. En breves instantes, salió del estacionamiento.

Mientras Lucas conducía a casa, de pronto se volvió a Paula.

-¿Te hizo pasar un mal rato, pidiéndote explicaciones y cosas por el estilo?

 -En absoluto. En toda la tarde apenas me dirigió la palabra.

-Muy bien. No le des ninguna explicación. Lo que haces no es asunto suyo.

 -Lo sé, pero es como si lo engañara.

 -No es un engaño. Sólo se trata de despistarlo. Seamos sinceros, así es cómo se han  comunicado hasta ahora.

-No deja de ser cierto -repuso ella, con una risa irónica.

Lucas vivía en un bloque de apartamentos recién construido en la periferia, al sur de Nápoles. En el piso, todo era moderno y reluciente. Había dos dormitorios con camas dobles y grandes armarios. La amplia cocina estaba equipada con todo tipo de electrodomésticos de última generación. Cuando Paula colgaba su ropa en el armario, Lucas llamó a la puerta del dormitorio.

-Te espera una taza de té.

-Gracias dijo con verdadero agrado-. Me ofrecería a preparar la cena, pero confieso que no sé manejarme en tu cocina -comentó mientras tomaban la infusión.

-Déjalo para otra ocasión. Por lo que veo tienes mucho que leer -dijo mientras señalaba un montón de documentos que ella había llevado de la oficina.

-Voy a tener que emplearme a fondo porque todo está en italiano y, como sabes, aún estoy aprendiendo.

-Si necesitas ayuda, no tienes más que pedírmela.

Lucas se puso a cocinar, negándose a que ella lo ayudara, y tampoco permitió que lavara los platos tras la excelente cena. Tras varias horas dedicadas a la revisión de archivos y con su ayuda en la traducción de términos difíciles, Paula empezó a sentir que todo era más fácil. Por la noche, acabó su estudio con una extraña sensación de contento y seguridad. Él le preparó una taza de chocolate y luego se despidió en la puerta de la habitación de la joven.

Juegos Peligrosos: Capítulo 29

-Normalmente es aquí donde se suele preparar un equipaje -Lucas señaló otra maleta abierta-. Me he dedicado a sacar y llevar ropa como una doncella de cámara.

-¿Y como doncella de cámara también la has ayudado a desvestirse?

-¡Callense  los dos! -intervino Paula como una fiera y luego se volvió a Pedro. Tú no eres mi dueño y no me das órdenes, excepto en el trabajo.

-Donde te espero mañana. Y sé puntual.

Lucas saltó de la cama.

 -Tiene razón, será mejor que nos marchemos. Paula, te espero en la sala.

 -No hace falta. Esta maleta ya está hecha -dijo ella mientras la cerraba. Sin decir palabra, Pedro no le quitaba el ojo de encima.

-¿Quieres decirme dónde piensas hospedarte? ¿O no debo preguntar? -preguntó, finalmente.

-En el departamento de Lucas.

-Entonces sal de mi vista y no me vuelvas a hablar -vociferó-. ¡Vete ya!

A la mañana siguiente, Lucas la llevó a Leonate Europa y le presentó a Enrique Leonate, un rollizo hombre de mediana edad que la recibió con los brazos abiertos.

-Pedro me ha hablado mucho de usted.

-Espero que le haya dicho que mi italiano es muy elemental.

-Pero la señorita Chaves aprende con mucha facilidad -dijo una voz detrás de ella.

 -Entra, Pedro. Lucas me acaba de presentar a la señorita Chaves.

-Llámeme Paula.

-Entonces tú me llamarás Enrique. Pedro, es tan encantadora como la describiste.

-No creo haberme expresado exactamente en esos términos. Dije que era formal, metódica, centrada, inteligente y especialmente dotada para persuadir a la gente.

-No crea todo lo que el señor Alfonso dice de mí -observó Paula con ligereza-. El suyo es un punto de vista muy parcial.

-Desde luego que a tu favor. Te vió trabajar en Londres.

-Yo también aprendí mucho de él. Es un maestro en el arte de la manipulación.

 -Ésa es su parte italiana. Tú también aprenderás con el tiempo.

Lucas contemplaba la escena junto a la ventana, con los ojos brillantes de malicia.

 -Me marcho, Paula. Llámame cuando quieras que pase a recogerte -dijo de pronto.

 -Muchas gracias, Lucas. Adiós.

-Sí, adiós -repitió Pedro.

Lucas guiñó un ojo a Paula cuando se dirigía a la puerta.

 -Pedro, deberías enseñar a Paula el imperio Leonate -propuso Enrique.

-Lo siento, Enrique, no será posible. Tengo un montón de trabajo por delante. ¿Por qué no se lo pides a la signora Pattino?

-Como quieras. Bueno, al menos enséñale su despacho.

 -Hazlo tú. Yo debo marcharme. Signorina, bienvenida a la empresa. Espero que se encuentre bien entre nosotros -dijo en tono neutro antes de irse.

-Parece que está muy ocupado -comentó Leonate, con una mirada de extrañeza-. Bueno, quiero que conozcas a la signora Pattino, mi secretaria personal. Iremos a comer con ella.

La secretaria resultó ser una amable mujer de mediana edad. Mientras almorzaban, aseguró a Paula que estaría encantada de ser su guía en los próximos días. La signora Pattino le enseñó las oficinas de la sede. En todas partes el personal la recibió como una persona muy valiosa para la empresa, aunque no sabían nada de ella, salvo lo que Pedro había contado. Más tarde,  pensó que todas las alabanzas de Pedro ya eran cosa del pasado. Esa mañana había demostrado una cruel ironía que traducía sus verdaderos sentimientos hacia ella.

jueves, 23 de febrero de 2017

Juegos Peligrosos: Capítulo 28

-¡Pero si ya lo has hecho! Y al diablo conmigo y mis sentimientos. ¿Alguna vez pensaste en tu verdadera víctima? Imagina por un segundo que me hubiera enamorado de tí.

-Seamos sinceros. No corrías peligro de que eso sucediera.

-Afortunadamente estoy a salvo de tu modo de ser despiadado, manipulador, calculador, elige lo que quieras. Sí, estoy protegido, pero tú no lo sabías. Si me hubiera enamorado de tí, no te habría importado nada, ¿Verdad? Me habrías contado entre las bajas de una guerra, sólo que no era mi guerra. ¡Mujer sin corazón! -gritó.  Paula lo miró, desesperada-. No olvido que hace poco llegaste a estremecerte entre mis brazos.

-¿Y lo hice muy bien, no? -replicó con calma.

-¿Quieres decir que todo fue una actuación?

-¿Estás seguro de que no lo fue?

-Paula, no hagas esto. Te lo ruego, por el bien de lo nuestro.

-¿Realmente imaginas que puede haber algo entre nosotros después de lo ocurrido?

 -Sé que parece una locura, pero ha sido porque ambos nos hemos inventado una personalidad pensando que así éramos en realidad. Pero si pudiéramos ser nosotros mismos...

Ambos permanecieron en silencio, sin saber qué decir. Pedro miró alrededor y de pronto vió una maleta a medio llenar en el sofá y varias prendas colocadas en el respaldo.

-Estás haciendo tu equipaje.

 -Sí, me marcho esta noche.

-Te dije que no puedes volver a Inglaterra.

 -Lo sé. He decidido quedarme y aceptar el puesto que me ofrece Leonate. Pero me voy a un lugar donde no puedas encontrarme.

 -No existe ese lugar. Te encontraré.

 -No hace falta. Mañana iré a trabajar. Ya es hora de que conozca a mis colegas, al señor Leonate y al señor Alfonso. Estoy ansiosa por conocerlo, siempre y cuando sepas cuál es tu verdadera identidad.

-¡Basta ya! ¿Es que todo el tiempo me lo vas a echar en cara?

 -Es tu problema, considerando que eres el autor de todo este lío.

 -Eso es discutible. Dijiste muchas cosas antes de comprobar siquiera superficialmente quién era yo verdaderamente. Una profesional tan astuta, como intentaste hacerme creer que eras, no habría hecho eso. Debería dudar de tus habilidades. Aunque no de tus habilidades para seducir a un hombre, porque esas las conocemos y...

El bofetón que Paula le propinó en la mejilla a ambos los dejó petrificados. Además de la ira y la amargura, Pedro percibió la angustia y cierto temor en sus ojos. Y su propia ira se esfumó al instante. Incluso en un momento como ése, descubrió que no podía soportar verla sufrir.

-Con esto quedamos igualados -dijo suavemente mientras se frotaba la mejilla-. ¿Podemos borrar este triste episodio? -murmuró, inclinándose hacia su boca-. No más peleas. El asunto está acabado -añadió.

Mientras se besaban apasionadamente, Paula pensó que tendría que demostrarle que se equivocaba, pero lo haría cuando volviera a recuperar sus fuerzas. Sin embargo, mientras la boca de Pedro se movía con urgencia sobre la suya y su propio cuerpo se enardecía, sintió que las fuerzas le fallaban.

-El pasado ha quedado atrás. Ahora el futuro es lo que importa. Abrázame fuerte -murmuró Pedro contra sus labios.

Y Paula le rodeó el cuello con los brazos. En ese momento no pensó en nada, sino en el deseo de entregarse a él, de pertenecerle por completo. Sólo cuando oyó que él se disponía a abrir la puerta del dormitorio, Paula volvió a la realidad.

-Espera... -le pidió.

Pedro la tomó en brazos.

-¿No hemos esperado demasiado?

-Pero hay algo que debo... No entiendes...

 -Yo sólo entiendo esto -dijo antes de volver a besarla-. ¿Qué más hay que comprender? -preguntó al tiempo que abría la puerta y se acercaba a la inmensa cama, tan absorto en su pasión que tardó un instante en darse cuenta de que, tendido sobre el lecho, había un hombre con las manos tras la cabeza y una sonrisa burlona.

-Hola -dijo Lucas.

-Debiste haberme avisado, Paula; aunque si hubiera sido más astuto habría esperado algo como esto -dijo sin mirarla.

-¿Quieres soltarme, por favor? -pidió ella, muy inquieta. Todavía impactado por la sorpresa, la dejó caer sobre la cama.

 -No hace falta tirar a la dama como si fuera un bulto -observó Lucas, en tono burlón.

-¡Qué espectáculo! Debí haberlo adivinado -dijo Pedro con calma.

-¿Cómo te atreves a pensar algo semejante? Lucas sólo ha venido a ayudarme a salir de este lugar.

-Desde luego que sí, aunque todo el tiempo te ha esperado en el dormitorio. ¿Qué quieres que piense entonces?

-¿No ves que está completamente vestido?

-Sí, y escondido en tu habitación -replicó Pedro.

 El hecho de que Lucas  hubiese oído toda la discusión lo sacaba de quicio.

Juegos Peligrosos: Capítulo 27

Pedro se quedó en la fiesta tanto como pudo soportar, en parte por su madre y en parte por  temor a lo que podría hacer si iba tras Lucas y Paula. Cuando al fin se marchó, condujo por la ciudad con el ánimo desolado hasta que finalmente su paseo acabó en el hotel Vallini, donde había querido ir desde el principio. Antes de entrar, vió que las luces de la suite todavía estaban encendidas, por tanto Paula no había cumplido la amenaza de marcharse. El joven de recepción lo reconoció de inmediato.

-Voy a avisar a la señorita Chaves-dijo mientras alcanzaba el teléfono.

-No lo haga. Quiero darle una sorpresa –dijo mientras le ponía un billete en la mano.

 -Gracias, signore.

Paula tardó en abrir. Al verlo, su cara se descompuso. Con un rápido movimiento, Pedro logró entrar antes de que le cerrara la puerta en las narices.

 -Vete de aquí.

 -Antes hemos de hablar.

 -Ya lo hicimos. Se acabó

. -No me dejaste explicar nada.

-Te permití decir todo lo que me interesaba oír.

 -Paula, las cosas sucedieron inesperadamente y no pude controlarlas.

 -¿Que no pudiste controlarlas? ¿Tú? ¿El gran Pedro Alfonso que mueve un dedo y la gente corre a obedecerle?

-¡Basta ya! Creaste un maniquí y te inventaste un montón de historias sobre él. Pero ése no soy yo. Nunca lo he sido.

-¿Por qué no me detuviste?

 -Porque me divertía -dijo imprudentemente.

 -Así que te divertiste tomándome el pelo, ¿No?

 -No, no quise decir eso. Verás, yo...

Tenía que haber palabras para expresar la dulzura que había sentido esos días junto a ella, la sensación mágica de un milagro largamente esperado, el miedo que se apoderaba de él cada vez que había querido decirle la verdad y arriesgarlo todo. Sí, había palabras para expresar todo eso pero, ¿Cómo encontrarlas?

-¿Y bien?

 -Nunca quise que sucediera esto -fue lo único que supo decir.

 -¿Y cuándo pensabas decirme la verdad? ¿O no lo pensabas?

-Desde luego que sí, aunque era muy duro para mí. Sabía que me ibas a interpretar mal.

-¿Cómo se podría malinterpretar a un hombre que bajo un nombre falso tiende trampas a una mujer para burlarse de ella? Los hombres lo hacen diariamente y las mujeres lo soportan.

-¿Y qué me dices de lo que hacen las mujeres todos los días? Tú proyectabas reírte de Alfonso. Cuando se presentara en la empresa pensabas embaucarlo. Lo tenías preparado hasta el último detalle, empezando por batir las pestañas. Incluso me reclutaste para que te proporcionara «información confidencial», según tus propias palabras, con el objeto de debilitar sus defensas. Puedo haber actuado mal, aunque eso no es nada comparado con el modo en que pensabas ridiculizarlo... ¡Demonios!... quiero decir ridiculizarme.

-¿Ridiculizar a Horacio Gonzalez o a Pedro Alfonso? Ni siquiera sabes a cuál de los dos te refieres.

-Es verdad -contesto, con ironía.

 -Entonces puedes imaginar cómo me sentí al descubrir la verdad casualmente.

 -¿Cómo podía saberlo? Ignoraba que irías a casa de mi madre.

-No lo habría hecho si hubiera sabido que volvías a Nápoles. Ni siquiera me llamaste.

 -Quería darte un a sorpresa.

-¡Vaya si me la diste!

 -Paula, sé que obré mal, pero no lo hice con el propósito de burlarme de tí.

-No lo creería ni en un millón de años, así que no intentes convencerme-dijo con rabia.  Había cambiado su elegante traje carmesí por unos pantalones y suéter y se había quitado el maquillaje. A pesar de su ira, fue su sufrimiento lo que más impresionó a Pedro. Estaba pálida y demacrada, aunque muy hermosa. Anhelaba abrazarla, pero sabía que no era el momento oportuno-. Ahora pienso en todas las cosas que dije; yo confié en tí -comentó con amargura mientras se paseaba de arriba abajo.

La injusticia de sus palabras volvió a irritarlo.

-Sí, confiaste en mí con una narración pormenorizada de los métodos desaprensivos que una mujer utiliza para someter a un hombre. Me convertiste en un cómplice conspirador y conmigo mismo como víctima propiciatoria. No sé por quién sentir más pena, si por tí o por mí.

-Te advertí que no era una buena persona. Debiste haberme creído.

-¡Claro que te creí! -gritó-. ¿Cómo podría no haberte creído cuando recibía constantes demostraciones de ello? Estás furiosa porque enseñaste tus armas al hombre equivocado y ahora resulta que nos mataste a ambos.

-No te aflijas. No pienso utilizar mis armas contigo.

Juegos Peligrosos: Capítulo 26

-Bailemos.

-Ya he prometido este baile.

Pedro la contempló deslizarse al compás de la música en brazos de uno de sus tíos, un señor bastante mayor. Cuando la pieza hubo concluido, volvió a acercarse a ella.

-Este sí que es mío -dijo al tiempo que le tomaba la mano.

 -No me apetece bailar -dijo ella tratando inútilmente de retirar la mano.

 Pietro le rodeó la cintura con tanta firmeza que Paula no tuvo más alternativa que bailar con él.

 -¿Quién demonios eres tú para comportarte como un déspota? -disparó, furiosa.

 Pedro esbozó una sonrisa lobuna.

-Soy Pedro Alfonso. Un hombre que describiste como implacable y adicto al poder. Un hombre al que una mujer resuelta decidió someter y utilizar para sus propios fines.

-Nunca dije eso.

-Dijiste muchas cosas con el mismo significado. ¿Entonces por qué te sorprendes si me muestro tal como me describiste?

-De acuerdo, diviértete mientras puedas. Mañana tomaré el primer avión de vuelta a casa.

-Me parece que no podrá ser. No olvides que tienes un contrato con Leonate.

 -Nunca firmé un contrato.

-Pero firmaste uno con Curtis que expira en el plazo de un año. Curtis pertenece ahora a la firma Leonate, lo que significa que estarás a mi disposición durante el próximo año. Lo que suceda ahora depende de mí. Te advierto que si te marchas no podrás trabajar en ninguna otra empresa. Te sorprendería saber hasta dónde pueden llegar mis tentáculos. Dime, ¿No es ésa la forma de actuar de un hombre implacable y adicto al poder?

-Exactamente como había imaginado. Y ahora déjame marchar.

-No hasta que entres en razón -dijo con aspereza-. Admito que no me he portado bien, pero no lo planifiqué. Casi todo ocurrió por accidente.

-No me digas -se mofó Paula.

-Las cosas se me fueron de las manos, y cuando te calmes, te explicaré...

-No vas a explicar nada, porque no quiero escucharte. Y ahora, suéltame.

-Paula, por favor.

 -He dicho que me dejes ir.

Lucas observaba a Paula y a su hermano con sentimientos encontrados. La joven le había causado un fuerte impacto aunque la acabara de conocer. Y deseaba conocerla mejor. Incluso las esperanzas de su madre no le parecían tan disparatadas. ¡Y había tenido que ocurrir ese encuentro entre Pedro y Paula! Porque no podía engañarse a sí mismo. En el rostro de su hermano había visto emociones que jamás hubiera creído posibles. No les quitaba ojo de encima, vigilando cada gesto de la pareja. Al ver que ella se libraba con gran esfuerzo de los brazos de Pedro, se acercó rápidamente.

-¿Por qué no nos vamos? Seguro que la Mamma nos dispensará -dijo al tiempo que hacía una señal de despedida a su madre.

Graciela, radiante, le envió un beso con la mano.

 -Paula, no puedes marcharte así -intervino Pedro, ciego de ira.

 -¿Y quién lo dice? ¿Te atreves a darme órdenes? ¿Sólo porque me has tenido bailando a tu son piensas que siempre será así? Se acabó. Busca a tu próxima víctima y ahora apártate de mi camino.

Por un segundo, ella pensó que Pietro se iba a negar, pero repentinamente se calmó y la miró desolado.

-Vete, entonces.

Ella se apresuró a salir del brazo de Lucas. Media hora más tarde estaban sentados en un pequeño restaurante junto al mar. Lucas pidió espaguetis con almejas y no le permitió hablar hasta que los hubiera probado.

-Gracias. Ahora me siento mucho mejor -comentó Paula, con un suspiro de placer.

-Me sentiré recompensado si me cuentas toda la historia. ¿Qué hizo el bastardo de mi hermano? Porque tú lo conocías, ¿no es así? -preguntó con suavidad.

-Sí, nos conocimos en Inglaterra.

-¿Y no te dijo que era Pedro Alfonso?

 -No, se presentó como Horacio Gonzalez. Ahora sé que es el nombre de su padre y que es italiano por parte de madre. Tu madre me lo contó.

 -A veces utiliza el apellido Gonzalez en sus negocios...

-Esta vez no se trataba de negocios.

Lucas no la presionó más y, gradualmente, ella comenzó a hablar. No le contó detalles, pero  sabía interpretar los silencios. Cuando ella hubo concluido, se quedó atónito. Su hermano, ejemplo de sensatez y de una absoluta y aburrida probidad, no sólo había llevado una doble vida sino que además se las había arreglado para vivir una relación clandestina con su propia amante. Porque, ¿De qué otra manera podría describirse esa insólita situación? De hecho, Pedro se había comportado vergonzosamente. ¡Lucas se sintió orgulloso de él!

-Y ahora todo lo que deseo es regresar a Inglaterra y no verlo nunca más en la vida -dijo ella amargamente-. Sin embargo, he firmado un contrato y él dice que me obligará a cumplirlo.

-Desde luego que no te irás a casa -dijo Lucas de inmediato-. Te quedarás aquí y harás que se arrepienta por lo que hizo.

-Tienes razón.

 -Vas a vengarte de él y yo te ayudaré.

Ella le sonrió.

-¿Y cómo?

-Ya te lo diré.

Juegos Peligrosos: Capítulo 25

Como un sonámbulo, se acercó con los ojos clavados en su irónica sonrisa.

-Paula -murmuró.

 -¡Signore! -respondió ella, en un tono fríamente contenido.

Graciela la abrazó.

-Querida, éste es Pedro, el hijo del que te acabo de hablar. No puedo creer que nunca se hayan visto.

-No, nunca antes había visto al signor Alfonso-replicó en un tono sedoso mientras extendía la mano.

Cuando Pedro se la estrechó, los dedos de la joven le apretaron la mano con firmeza, como para advertirle que guardara silencio. Un gesto innecesario, porque nada en el mundo podría persuadir a Pedro de hacer un comentario sobre ese desastre.

-Bueno, lo que importa es que ya se han conocido. Debo ir a atender a mis otros invitados. Vuelvo enseguida -dijo Graciela antes de retirarse.

Sin decir palabra, los dos se miraron fijamente.

 -Así que tú eres Pedro Alfonso -dijo ella finalmente, con una sonrisa.

 -Ciertas cosas... no son fáciles de explicar.

-Es una gran sorpresa conocerte en estas circunstancias, aunque no se puede negar que tiene el encanto de lo inesperado, ¿No te parece?

Paula  parecía perfectamente dueña de la situación y Pedro, alarmado, intentó recobrarse.

-Es cierto.

-¿Eso es todo lo que puedes decir? Qué extraño, porque te recuerdo como un brillante conversador.

-Paula, te ruego que no te precipites a sacar conclusiones.

-Yo no he sacado esta conclusión. Saltó sobre mí y me dió un puñetazo en la mandíbula, aunque algunas cosas se aclaran de golpe cuando uno está impactado. ¿No te parece?

-Yo también estoy impactado, aunque debo decir que tu capacidad de recuperación es sorprendente -comentó, con ironía.

-Es porque supe la verdad antes de tu llegada. Tu madre me dijo tu nombre mientras me enseñaba tu fotografía.

-Personalmente, disfruto de lo inesperado -Pedro  intentó expresarse en el mismo tono ligero que empleaba Paula- a veces uno se lleva gratas sorpresas.

-Y también algunos sobresaltos muy desagradables, por no hablar de hondas desilusiones.

-¿No es demasiado pronto para juzgar?

-No creo. Pienso que a veces es conveniente formular un juicio de inmediato. Eso lo descubrí hace años. Pensé que una experiencia como ésta ya era parte de mi pasado, pero veo que me equivoqué.

-No me confundas con David, porque no soy como él.

-Tienes razón. David era un canalla, aunque sincero a su manera. Al menos yo sabía su nombre.

-Nunca tuve intención de hacerte daño. Por favor, créeme.

-La cena está servida. Todo el mundo al comedor -anunció Graciela.

De inmediato, Lucas apareció junto a ella y ambos se alejaron. Entonces Pedro recordó las palabras que su hermanastro había dicho a su madre: «Es toda mía».

El cruel destino dispuso que Graciela le asignara un sitio frente a Paula. Durante toda la cena tuvo que soportar la charla y las risas de ellos. ¿Cómo podía culpar el éxtasis de Lucas cuando él mismo lo sentía? Nunca la había visto tan hermosa, aunque toda esa belleza no era para él.

Tras la cena, comenzó el baile y todos los hombres se la disputaban, no sin antes pedir permiso a Lucas con un ademán. Éste asentía con la cabeza y luego miraba a Paula con ojos posesivos.

-Gloriosa, ¿No es verdad? -comentó junto a Pedro.

-¿Hace cuánto que la conoces?

-Sólo desde esta mañana. Casi me atropelló con su coche. Y desde entonces no he logrado recuperarme. Es una dama que podría matarte de amor a la primera mirada.

-No seas melodramático -replicó Pedro con acritud.

-Había olvidado que eres el único hombre incapaz de comprender el amor a primera vista. La conociste en Inglaterra, ¿Verdad? Cuéntame la historia.

-No hay tal historia.

-Qué extraño. Ella tampoco quiere hablar de tí.

-Entonces no te metas donde no te llaman.

-¿Por qué no la invitas a bailar? Cuentas con mi permiso.

Tras lanzarle una mirada asesina, Pedro se acercó rápidamente a Paula.

martes, 21 de febrero de 2017

Juegos Peligrosos: Capítulo 24

Durante largo tiempo Paula fue incapaz de reaccionar. Lo que veían sus ojos era sencillamente imposible.

-Pedro es hijo de mi primer marido, Horacio Gonzalez. Su madre era de la familia de los Alfonso y él adoptó el apellido cuando vino a vivir a Nápoles -explicó Graciela, pero Paula apenas le prestaba atención.

Así que ése era Pedro Alfonso. El hombre al que había revelado tontamente sus ambiciones y sus estrategias para lograr lo que se proponía. Había confiado en él y él había callado su propio secreto todo el tiempo.

-Así que es él -dijo con los ojos clavados en la foto, sorprendida de su propia serenidad-. No, no lo conozco.

Era necesario guardar la calma. Nadie debía sospechar que había recibido un fuerte impacto. Tenía que sonreír y acallar el torbellino de su corazón. Era cierto, nunca había conocido a ese hombre. El amigo afectuoso nunca había existido. Se había burlado de ella, incluso la había animado a confiar en él. Y ella había confiado como nunca antes lo había hecho en otra persona. Y sintió escalofríos recorrerle el cuerpo al recordar algunas cosas que le había confesado. Lo peor de todo era que había empezado a creer que podría enamorarse de él. Tenía que marcharse de allí, regresar a Inglaterra, dejar la empresa y refugiarse en un lugar donde no fuera posible volverlo a ver.

Lucas se acercó a ellas.

-Mamma, todo el mundo pregunta por tí. Parece que hay crisis en la cocina -informó, y Graciela se alejó apresuradamente-. Paula, vamos a tomar una copa de champán y te presentaré a los invitados. ¿Te encuentras bien?

-Sí, muy bien.

Paula lo siguió como una autómata pensando que la única culpable era ella, porque siempre había sabido que Pedro  era un embustero. Desde el primer día, cuando fingió ser su secretario. Ése fue un aviso que debió haber escuchado. En cambio, ciegamente se había convencido a sí misma de que todo había sido una broma.

Lucas había visto la fotografía con el rabillo del ojo y le había dado tiempo a ver el horror reflejado en la cara de Paula. Entonces comenzó a sospechar la verdad. «Así que el hermano Pedro ha sacado los pies del tiesto», pensó.

Lucas le presentó a Antonio, a sus hermanos y a algunos familiares mayores que se encontraban de visita en la villa. La calma glacial de Paula no dejó de inquietarlo, acostumbrado a las manifestaciones vehementes tan propias de los napolitanos.

-¿Quieres hablar? -preguntó con suavidad, en un aparte.

-No hay nada de qué hablar.

 -Mi familia está encantada contigo, especialmente la Mamma.

-Es una mujer maravillosa. Ha sido muy amable conmigo.

 Lucas se alejó un momento porque alguien lo llamaba. Entonces, Paula buscó a Graciela con la mirada y la vió justo cuando Pedro entraba al salón. Tras respirar hondo, la joven volvió la cara con la esperanza de que no la hubiera visto. Necesitaba recuperar el control sobre sí misma para enfrentarse a él con serenidad. Se suponía que no debía estar allí. ¿Por qué no la había avisado de que volvería a Nápoles?

-¡Lo has conseguido! Pensé que te quedarías un siglo en Londres -exclamó Graciela mientras abrazaba a su hijo.

-Logré solucionar las cosas con la rapidez de un relámpago. Lo único que deseaba era regresar cuanto antes.

-Has llegado en un momento muy emocionante. Lucas ha venido con una joven encantadora. Será una excelente esposa para él.

-Eso tú ya lo sabes, ¿No es verdad? -comentó Pedro con una sonrisa-. O sea, que lo único que te falta es persuadirla.

-Creo que lo voy a lograr.

-¿Y qué quiere Lucas? ¿Alguien le ha pedido su opinión?

-Si hubieras oído cómo se refirió a ella y la manera en que dijo: «Ella es toda mía»... Será maravilloso verlo casado. Y luego tendré que ocuparme de tí. Quiero que encuentres una mujer tan perfecta para ti como esta joven es para Lucas.

-Bueno, puede que ya haya sucedido.

-¿Es esa misteriosa mujer de la que has hablado mediante indirectas y que no te dignas presentar a la familia?

-Mamma, hemos estado todo el tiempo en Inglaterra, pero prometo que te la traeré muy pronto. -¿Te has decidido?

-Desde luego que sí.

-¿Qué alboroto es éste? -preguntó Antonio al ver que su mujer abrazaba a Pedro efusivamente.

-Pedro se va a casar y Lucas también.

-Creí que Lucas había conocido a la joven esta mañana. ¿No será un tanto prematuro?

-¿Qué importa el tiempo cuando dos personas están hechas la una para la otra? Tal vez celebremos una boda doble.

-¿Quieres calmarte, Mamma, por favor? -rogó Pedro-. Todavía no puedo pensar en casarme. Hay dificultades de tipo... práctico.

-Ya veremos. Mientras tanto, ven a conocer a la joven.

Pedro la siguió, felíz de estar en el lugar que tanto amaba y deseoso de haber llevado a Paula. Había pensado continuamente en ella, incluso se las había ingeniado para llegar de sorpresa y decirle de inmediato toda la verdad. Pero en el hotel le informaron de que había salido y nadie sabía su paradero. Resignado, había ido a la fiesta para complacer a su madre, aunque con el pensamiento puesto en ella. Con una sonrisa, siguió a Graciela a través del salón. Lucas se encontraba conversando animadamente con una joven de cabellos negros, peinados con gran elegancia. Aunque estaba de espaldas a él, había algo terriblemente familiar en ella; pero no podía ser, claro que no. Entonces ella se volvió y en un segundo la pesadilla se hizo realidad.

Juegos Peligrosos: Capítulo 23

-¿Y eso es cierto? -preguntó, divertida.

Él se aclaró la garganta.

 -Es una larga historia. Ella dice que tiene razón y yo no suelo contradecirla. Todos los hermanos lo hacemos así. ¡Pero hace tantas preguntas...! Juro que es como estar sometido a un interrogatorio de la Inquisición. Así que estaré salvado si usted me acompaña a casa esta noche.

-Sabe que no será así. Estoy segura de que le hará más preguntas que nunca.

-¡Qué verdad más horrible! -gimió Lucas. -Por lo general, las madres se especializan  en hacer preguntas -comentó, solidaria-. De un modo u otro, siempre lo hacen.

-Entonces vendrá, ¿Verdad? Después de casi haber provocado mi muerte, es lo menos que puede hacer por mí.

Paula se echó a reír.

 -De acuerdo.

Aquella velada sería mejor que pasar la noche sola preguntándose cuándo regresaría Horacio. Había intentado llamarlo, pero su móvil estaba desconectado. Lucas la llevó al Vallini y no pudo evitar un silbido de admiración al ver la fachada del lujoso hotel en el que ella se hospedaba.

Paula fue directamente a la tienda donde alquilaban trajes de etiqueta y descubrió que el que mejor le sentaba era justamente uno de raso carmesí. Lo alquiló junto con unas joyas de oro y luego compró unas sandalias doradas. Más tarde, una peluquera fue a su suite y le hizo un elegante peinado de noche. Luego intentó llamar a Horacio, pero por tercera vez fue imposible comunicarse con él. Frunció el ceño, asombrada por el extraño silencio. Deseaba de todo corazón que estuviera allí y viera su aspecto.

La franca admiración de Lucas fue como un bálsamo para su espíritu.

-Tu madre tenía razón sobre el color, aunque no elegí el traje porque ella lo hubiera dicho, sino porque era el que mejor me sentaba. ¿Tu casa está muy lejos?

-Justo en la cima de esta colina. La verás muy pronto.

Como para darles la bienvenida, todas las luces de la villa estaban encendidas y resplandecían sobre los alrededores de la ciudad, la campiña, la bahía, incluso hasta el Vesubio. Cuando estacionaron  en el gran patio de la mansión y bajaron del coche, se abrió la puerta y la madre salió a darles la bienvenida con los brazos abiertos.

-¡Mamma! -gritó Lucas alegremente al tiempo que subía la escalinata con Paula de la mano-. La he traído, como puedes ver.

Tras saludar a la joven con efusión y besar a su hijo, los ojos de la signora se iluminaron al ver el traje carmesí.

-Perfecto, querida, tal como supuse.

-Aunque ella me dijo que la elección del traje de noche fue sólo una coincidencia comentó Lucas.

-Desde luego que sí. Paula, querida, bienvenida a casa. Ahora vas a conocer al resto de la familia.

Mientras la joven entraba, Graciela hizo un aparte con Lucas.

-Será una novia maravillosa.

-Mamma, pero si ni siquiera la conoces.

 -Sé mucho de estas cosas. Tiene todo el aspecto de ser mi nuera.

 -¿De quién de nosotros? -preguntó, divertido.

 -De cualquiera que ella se digne elegir.

-De ninguna manera. Es toda mía -replicó al instante.

-Enhorabuena, hijo mío. Tu gusto está mejorando.

 Cuando llegaron al salón, Paula se volvió a ella.

-Señora Gonzalez...

Graciela  se echó a reír.

-Oh, lo siento, querida. Ya no soy la señora Gonzalez. Eso fue hace muchos años. Ahora soy la signora Alfonso.

-¿Alfonso ha dicho?

 -Verás, es el apellido de Antonio, mi esposo, y ésta es la Villa Alfonso.

 -Entonces... ¿Conoce a Pedro Alfonso?

-Es mi hijastro. Debería haber estado aquí esta noche, pero repentinamente tuvo que volver a Inglaterra. Aunque con seguridad tienes que conocerlo si trabajas para Leonate.

-No, hasta ahora no ha sido posible por una razón u otra.

-Espera un momento.

Graciela sacó de un mueble un grueso álbum y lo colocó sobre una mesita. Luego pasó las páginas hasta detenerse en una fotografía.

 -Éste es Pedro -anunció en tono triunfal.

Con una sonrisa, Paula bajó la vista a la foto. Y la sonrisa desapareció de sus labios.

Juegos Peligrosos: Capítulo 22

Otro toque de claxon avisó  que tenía una fila de coches detenidos esperando que se moviera.

-Tengo que irme, pero no puedo dejarlo aquí. ¿Quiere subir a mi coche?

-¿Le importaría que conduzca yo?

-Será lo mejor -repuso con alivio-. Las calles de Nápoles son tan...

-No sólo de Nápoles. El tráfico de las grandes ciudades de Italia es como para erizarle los cabellos a uno. No es italiana, ¿Verdad? -preguntó mientras intentaba abrirse paso entre los coches.

-¡Ha adivinado! Y usted tampoco. ¿Es inglés?

 -Digamos que en parte. ¿Cómo se llama?

-Paula Chaves.

 -Lucas Gonzalez.

 -¿Gonzalez? ¿Es pariente de Horacio Gonzalez?

Lucas guardó silencio un instante. Era el momento de cuidar las palabras. Al parecer, el estirado de su hermano estaba tramando algo. ¿Pero, qué? «Una pregunta de un millón de dólares», pensó, decidido a disfrutar de su pesquisa.

-Perdón -dijo, finalmente-. ¿Qué nombre me ha dicho?

-Horacio Gonzalez. Lo conocí en Inglaterra. Trabaja en la empresa Leonate. No me extrañaría que fuera un familiar suyo, porque dos ingleses con el mismo apellido en Nápoles...

Lucas pensó que tal vez se hubiera excedido en sus fantasías. En Inglaterra, a veces Pedro utilizaba el nombre de su padre para hacer negocios en el anonimato. Sí, seguro que no era nada más que eso.

-Puede que sea mi hermano -dijo, pensativo-. Ambos nacimos en Inglaterra. -¿Usted también trabaja para Leonate Europa?

-No, aunque mi actividad está relacionada con la misma línea de productos electrónicos. Acabo de venderles unos artículos y tuve que ir a la empresa a firmar algunos documentos. Horacio  y yo no nos vemos a menudo porque él viaja constantemente. Mire, hay una trattoria cerca de aquí. Necesito algún sustento después del susto que me ha dado. La invito.

-Vamos allá.

Cuando finalmente estuvieron instalados en una mesa con una pizza y un café, Lucas prosiguió:

-Nunca voy en coche a las oficinas de la empresa. El tráfico es tan denso que es más rápido ir a pie. ¿Y cómo fue que salía del edificio?

-Trabajo allí... Bueno, algo parecido. La verdad es que pertenezco a la empresa Curtis, que está en Inglaterra.

-Y Leonate Europa se ha interesado por usted, ¿No es así?

-Supongo que sí. He venido a aprender cómo funciona la compañía, a practicar el idioma y todo lo que haga falta.

-¿Fue idea de Horacio?

 -En gran parte fue idea mía. Aunque creo que lo forcé un poco.

-¿Usted forzó a un hombre como Horacio? No es tan sencillo.

Paula asintió.

 -Yo quería venir a Nápoles. Se presentó una oportunidad y logré convencerlo.

-¿Convencerlo? Me parece que no hablamos del mismo hombre. ¿Qué ocurre? - preguntó.

Paula miraba con curiosidad por encima del hombro de Lucas, de espaldas a la calle. Él volvió la cabeza y vio a su madre, que le hacía señas desde la puerta-. ¡Mamma! -exclamó mientras se acercaba a ella.

La madre lo abrazó con entusiasmo.

-He intentado llamarte, pero tenías el móvil apagado -le reprochó-. Y ahora preséntame a tu amiga.

-Mamma, ésta es la señorita Paula Chaves. Señorita Chaves, ésta es mi madre.

Paula miró a la recién llegada con admiración. Era una mujer entre cincuenta y sesenta años, de elegante figura y cutis muy bien cuidado. La dama le estrechó la mano con una sonrisa encantadora, aunque su aguda mirada era la de una madre con muchos hijos solteros. Y entonces su sonrisa se tornó más luminosa, seguramente complacida con lo que vió.

-Mamma, quédate a tomar un café con nosotros.

-No tengo tiempo. Debo regresar cuanto antes a terminar los preparativos para esta noche -explicó antes de volverse a Paula-. Tenemos una reunión familiar en la villa y tienes que ir.

-Gracias, pero si es una reunión familiar, me parece que no...

-Desde luego que sí. Lucas, quiero que la lleves esta noche -dijo mientras observaba la figura de la joven con admiración-. Habrá baile y estarás maravillosa con un traje largo en tono carmesí.

Lucas se tapó los ojos con las manos y Paula miró a la mujer, sorprendida.

 -Nunca he pensado que ese color me siente bien.

 -Claro que te va bien. Debes llevarlo esta noche -dijo sonriendo antes de besar a Lucas y marcharse apresuradamente.

 -Mamma es un poco arrolladora, pero tiene buenas intenciones.

-Sí, me acogió con mucha calidez.

Lucas suprimió de su mente el pensamiento de que en gran parte había sido porque Graciela se preparaba para atrapar a Paula en favor de su campaña para «captar futuras nueras». Así que se limitó a decir:

-Entonces, irá, ¿Verdad? ¿Aunque sea sólo por complacerla? Siempre se irrita si los hijos aparecemos por casa sin una novia. Nos acusa de frecuentar mujeres que un hombre cabal jamás llevaría a casa de su madre.

Juegos Peligrosos: Capítulo 21

Más tarde, Pedro condujo lentamente al hotel y la acompañó a la suite.

 -Vete a dormir y descansa. Te llamaré mañana.

 -Ven a desayunar conmigo.

 -De acuerdo, y haremos planes para el día. Quiero enseñarte muchas cosas. Mira.

Pedro la condujo a la terraza. Una brillante luna llena iluminaba la bahía. Paula contempló sus reflejos en las aguas oscuras, incapaz de creer tanta belleza. Justo en ese momento, sonó el móvil de él y entró en la habitación maldiciendo en voz baja. Paula oyó su exclamación consternada y se acercó.
-¿Qué ocurre?

-De acuerdo, Cesar. No te culpes. Yo me ocuparé del asunto. Voy para allá.

 -¿Vuelves a Inglaterra? -preguntó cuando  cortó la comunicación.

-Sólo un par de días. ¿Recuerdas a un tal Norberto Banyon?

-Sí, estaba a cargo del departamento de contabilidad, pero se marchó repentinamente hace un par de semanas. Nunca me gustó ese hombre.

-Y con razón. Durante años estuvo manipulando los libros de contabilidad.

 -Pero, ¿Cómo es posible? Antes de hacer su oferta, Leonate dispuso que una empresa de contabilidad examinara las cuentas y concluyeron que todo estaba en orden.

-Sin embargo, en cuanto se cerró el trato, Banyon se marchó con una buena suma de dinero.

-¿Las pérdidas son muy grandes?

 -No, no nos llevarán a la ruina. El problema es que Cesar se culpa por lo sucedido.

-Eso no es justo.

 -Por supuesto que no lo es. Voy a pedir una auditoría y ellos se encargarán del problema. Mientras tanto, haré lo posible por levantar el ánimo del pobre Cesar. Su mujer falleció el año pasado y no tiene hijos ni familiares que lo ayuden a pasar el mal rato.

-Es muy amable por tu parte.

-Cesar... bueno, me hizo un gran favor hace poco -se aclaró la garganta con inquietud.

-Iré contigo.

-Mejor que no. A Cesar no le gustaría que supieras lo que ha sucedido. Volveré en cuanto haya contratado a los nuevos auditores -dijo consultando su reloj-. Hay un vuelo de madrugada, así que será mejor que me marche.

-¿Ahora mismo? -preguntó, horrorizada.

-Yo tampoco quiero irme, pero debo hacerlo.

Paula quiso echarse a llorar de desilusión. Algo había comenzado a suceder entre ellos, algo que se suponía que no debía ocurrir y a lo que ella se había resistido tontamente. Pero ya no volvería a luchar contra sus sentimientos. Pedro vaciló unos segundos y luego le dio un ligero beso en los labios antes de marcharse apresuradamente. Una vez sola,  paseó la mirada por la lujosa suite, un símbolo de la posición que deseaba alcanzar, pero allí no había nadie con quien compartirla.

Pedro  la llamó al día siguiente para informarle que los daños no eran tan graves y que había logrado convencer a Cesar de que dejara de preocuparse.

-Estaré contigo en cuanto pueda. Tenemos mucho de que hablar.

-Lo sé. Vuelve pronto -dijo con las mejillas húmedas de lágrimas.

Paula alquiló un coche y durante los dos días siguientes paseó por los campos, se detuvo a comer en pequeñas hosterías y volvió tarde a la ciudad, intentando convencerse de que había pasado un buen día; pero no era cierto, porque Horacio no estaba allí. Se había dicho a sí misma que debía alejarse de él, pero era inútil huir. Había jurado renunciar a la clase de sentimiento que él podría ofrecerle; sin embargo, en esos días de soledad, descubrió que era imposible. En todos los lugares que visitaba, el recuerdo de Horacio no se apartaba de su mente y no dejaba de pensar en el modo de decirle que sus sentimientos hacia él se habían transformado en algo más profundo. ¡Cómo se reirían cuando le contara que había sido derrotada por su propio corazón! También tuvo que reconocer que, de los monumentos históricos de Nápoles, el que más llamó su atención fue el imponente edificio de la sede de la empresa Leonate Europa. Ansiaba visitarlo, así que un día condujo hasta el estacionamiento de la empresa, apagó el motor y se quedó tras el volante, presa de la tentación de entrar en el recinto. Podría saludar a Enrique e incluso conocer a Pedro Alfonso. De pronto, cayó en la cuenta de que ya no le interesaba conocerlo. Para ella sólo contaba Horacio. Con una sonrisa, puso el coche en marcha e intentó salir a la calle en medio de un denso tráfico de vehículos. Empezaba a atardecer y sabía que era la peor hora para conducir. De repente oyó el sonoro toque del claxon del coche que iba detrás. Sobresaltada, rápidamente se apartó a un lado y se dio cuenta demasiado tarde de que había elegido el lado contrario. Repentinamente, una sombra apareció ante el parabrisas y se desvaneció con alarmante rapidez.

-¡Oh, no! -Paula saltó fuera del coche-. ¿Qué he hecho?

 -Llenarme de contusiones, nada más -oyó la voz de un hombre desde el suelo.

-¿Está herido?

 -Afortunadamente, no. Me dió tiempo a saltar cuando usted hizo ese viraje tan brusco al salir del edificio -respondió mientras se ponía de pie.

sábado, 18 de febrero de 2017

Juegos Peligrosos: Capítulo 20

Primero llamó a Cesar Tandy y luego a Enrique Leonate.

Media hora más tarde, volvió junto a Paula con el secreto alivio de que ella lo hubiera obligado a decidirse al haber forzado la situación.

-Todo arreglado. Tendré que acompañarte a Italia porque Leonate quiere conocerte.

 -¿Y luego qué?

-Trabajarás un tiempo en Nápoles y se espera que en unos cuantos meses sepas lo que quieres hacer. Puede que decidas volver a Londres y dirigir la empresa Curtis. O tal vez quieras mantener tu puesto en Nápoles.

-¿Y tú?

-Iré contigo y me quedaré un tiempo hasta dejarte instalada. Aunque no me hospedaré en el hotel. Tengo un departamento en la ciudad.

-¿Quién va a dirigir Curtis cuando estés en Italia?

-Cesar. Las condiciones de su jubilación prevén la posibilidad de quedarse seis meses más antes de su retiro. Y ahora que está todo resuelto, me voy. Quiero que estés en la oficina temprano mañana. Hay que hacer algunos preparativos. ¿Tu pasaporte está en regla?

-Desde luego.

-Ocúpate de llamar a ese hombre de la horrible chaqueta brillante y dile que viajaremos a Nápoles dentro de dos días. Mañana ultimaremos los detalles. Buenas noches -dijo antes de marcharse.


Ocupada en los preparativos del viaje, Paula no se hizo más preguntas sobre las precipitadas decisiones de Pedro. Y casi no se dio cuenta de que habían pasado dos días cuando al fin cerró la puerta del apartamento. Luego tomó un taxi para llegar al aeropuerto, ya que él ni siquiera se dignó ir a recogerla. Pedro la esperaba en el vestíbulo. Olvidando todas sus prevenciones, el corazón de ella se llenó de alegría al verlo allí. Sin embargo, él la saludó con una cierta tensión que la desconcertó.

-¿Te encuentras bien?

-Sí, sólo que no me gustan los aviones -mintió. De hecho, era un excelente viajero; pero acababa de realizar la que sería su última artimaña, según se prometió.

Al caer en la cuenta de que le harían el pasaje a nombre de Horacio Gonzalez, lo había interceptado el día anterior en la oficina y luego había reservado otro pasaje con su verdadero nombre, así que había tenido que recogerlo muy temprano en el aeropuerto. Y en ese momento, hacía votos para que todo acabara cuanto antes. En la seguridad de Nápoles, le confesaría todo mientras compartían un vaso de vino. Ambos terminarían riendo y Paula lo perdonaría. Y no volvería a mentir en la vida. Sus nervios no podían soportarlo.


-Ahí lo tienes -dijo Pietro cuando el volcán apareció ante ellos-. Lo que tanto querías ver.

-El Vesubio. Es magnífico -murmuró Paula, extasiada.

El avión giró lentamente y las luces de Nápoles quedaron directamente bajo ellos, como brazos que rodeaban la bahía. En unos cuantos minutos tocarían tierra. Más tarde, tomaron un taxi que los llevó por una colina al Vallini, el hotel más lujoso de Nápoles. El personal uniformado los condujo ante la puerta de la suite reservada para Paula. Había una cama doble de diseño antiguo, aunque muy cómoda, un cuarto de baño de mármol y una sala de estar con una terraza que miraba a la bahía.

-Tengo que ir a mi departamento. Estaré de vuelta en un par de horas -dijo Pedro.

Paula tomó un largo y perfumado baño de espuma. Luego, una peluquera subió a la suite y le hizo un peinado muy elegante. Al cabo de un par de horas, Pedro fue a recogerla.

-Déjame enseñarte una parte de mi ciudad -dijo mientras abría la puerta de un moderno coche deportivo.

Durante un rato estuvieron dando vueltas por estrechas calles empedradas.

-¿Y dónde están los pilluelos? -preguntó ella.

Ambos se echaron a reír. Cenaron agradablemente en una pequeña trattoria y conversaron poco, porque él le prohibió hablar en inglés.

-¿Cuándo empiezo a trabajar? -preguntó Paula de pronto.

 -Primero disfrutaremos de unas breves vacaciones. Lo digo porque cuando conozcas a Enrique no te dejará parar. Y desde luego, también hay que ocuparse de la presentación que tanto deseas -añadió con delicadeza.

-Ah, sí. Él.

Pedro alzó una ceja.

-Sí, él. Pedro Alfonso. El hombre por el que hemos hecho todo esto.

 -Bueno, no hay prisa, ¿Verdad? No hablemos de él esta noche. No quiero pensar en mis obligaciones laborales.

Mientras miraba la calle a través de una ventana junto a la mesa, Paula se preguntó cómo se podía pensar en el trabajo en aquella ciudad tan pintoresca. Había llovido y los borrosos reflejos de las luces brillaban sobre el empedrado de la estrecha calle. No, esa noche no pensaría en nada más que en el hombre que se encontraba frente a ella.

Juegos Peligrosos: Capítulo 19

Cuando volvían a casa, Pedro se volvió a ella.

-¿Qué quieres hacer con David? ¿Quieres que Leonate compre su empresa y lo despida? ¿O que lo contrate? Tú dirás.

-No hace falta. Ya he tenido mi venganza y me alegro mucho de que haya sucedido así. Ahora sí que ha quedado en el pasado. Gracias. Sabías exactamente lo que había que hacer.

-Muy bien. ¿Y ahora podemos hablar de Nápoles?

-Tu cara fue todo un poema en ese instante -Paula  rió suavemente.

-Me imagino. Fue una broma genial.

-Ese hombre dijo que el mejor hotel era el Vallini. ¿Lo conoces?

-Sí, una noche allí cuesta una fortuna. Pero no hablabas en serio, ¿Verdad?

Paula cerró los ojos diplomáticamente para evitar responder y luego fingió dormir durante el resto del trayecto. Tras estacionar ante el edificio, Pedro  la acompañó a su departamento.

-Realmente no bromeaba -dijo la joven, ya en la sala de estar-. Voy a ir a Nápoles, me hospedaré en ese lujoso hotel y me dedicaré a recorrer la ciudad. Hace mucho tiempo que no me tomo unas vacaciones y tú puedes autorizarlas. Es muy sencillo.

-No es una buena idea.

-Es una idea maravillosa. Es el destino. Después de lo sucedido esta noche, estoy segura de que ocurrió porque tenía que ser así. Tú sabes lo que quiero y no ignoras mi firme decisión de conseguirlo. Eso no me convierte en una persona grata, pero no puedo cambiar. Sencillamente tengo que ir tras mi objetivo.

-Pedro Alfonso. Pero él no está aquí.

-Lo sé. Y nunca vendrá, así que seré yo la que me acerque a él.

 -¿Qué? -preguntó, perplejo.

-Ya lo has oído. A eso me refería cuando hablé del destino. En Nápoles podré practicar mi italiano y aprender algo del dialecto. Allí tendré más posibilidades que en Londres.

-¿Y qué pasa con Curtis? Tu ambición era hacerte con la dirección de la empresa.

-Bueno, quizá el mundo no comience ni acabe en Curtis. Tal vez me interese ampliar mis horizontes.

-Paula, ¿Qué te pasa? No te basta con tenderle trampas a ese pobre tonto y...

 -No llames tonto a mi benefactor -lo interrumpió.

 -¿Así que ahora es tu benefactor?

-Lo será cuando lo haya sometido.

Pedro la tomó de los hombros y la sacudió con suavidad.

-Paula, no puedes volver la espalda a lo que está sucediendo entre nosotros.

-No es nada más que un agradable flirteo. Es encantador, pero no conduce a ninguna parte. Disfrutamos de la buena compañía y luego a otra cosa. Esos fueron los términos del trato.

-No recuerdo haber hecho ningún trato.

 -Siempre he sido sincera contigo. Conocías mis condiciones y no las rechazaste.

 -Porque esperaba que pronto vieras las cosas con más claridad. Mírame a los ojos y dime que no sientes nada por mí.

-¿Cómo podría decirlo después de lo que ha ocurrido esta noche entre nosotros? Pero no voy a permitir que vuelva a suceder. Una vez sentí algo parecido y sé dónde conduce.

-Después de lo que has visto esta noche, deberías estar contenta de haber escapado de tu marido.

-Todo eso ha terminado para mí. Quiero que me veas como realmente soy. Una mujer fría y dura.

-No has estado fría ni dura en mis brazos esta noche.

-Te aseguro que eso no volverá a suceder, porque no lo voy a permitir.

 -¡Calla! -exclamó con vehemencia-. No hables así. Te lo prohíbo.

 -¿Y quién eres tú para prohibirme algo?

Pedro la estrechó entre sus brazos y la besó con una pasión casi brutal. Durante un segundo, ella se mantuvo rígida, pero su rechazo se derritió en la dulce calidez que él le inspiraba con tanta facilidad.

-Paula, éste soy yo -murmuró contra sus labios-. ¿No me reconoces ahora?

-Sí -susurró la joven antes de besarlo con urgencia.

-Tú me conoces... me conoces.

Lo conocía. Era el hombre que había cautivado sus sueños y que resistía todos sus intentos por desterrarlo de su corazón. Tendría que huir de él mientras pudiera hacerlo, aunque sabía que ya era tarde.

-¿Cómo puedes pensar en marcharte cuando ha surgido esto entre nosotros? -inquirió con la voz enronquecida.

-Precisamente porque ha surgido esto entre nosotros hago lo que debo hacer.

-Huyes como una cobarde que teme a la vida -observó con amargura, profundamente herido por su rechazo.

-Tal vez lo sea. No quiero volver a enamorarme otra vez, Horacio. Y tú me asustas. Podrías llevarme a un lugar donde no deseo estar. No, no volverá a ocurrir.

-Espera aquí -dijo él de pronto, con los dientes apretados. Y salió de la habitación.

Antes de llamar a Italia, bajó a la calle para asegurarse de que nadie oyera la conversación.

Juegos Peligrosos: Capítulo 18

Paula constató que había seis personas en la mesa. Los suegros de su ex y dos hombres más, posiblemente ejecutivos invitados de David. Uno de ellos sacó a bailar a Rosana. A Paula le pareció que aceptaba con una sonrisa de alivio, como si cualquier cosa fuese mejor que la compañía de su marido. Pedro y Paula se acercaron a ellos al compás de la música. Fue en ese instante cuando Rosana reconoció a la joven y la miró conmocionada, con la incredulidad reflejada en su rostro.

Cuando acabó el baile, la pareja volvió a su puesto. Pero la orquesta no dejó de tocar y Pedro estrechó a Paula con más fuerza, apretando sus piernas contra las de ella mientras se movían al ritmo vibrante de la música. La visión de David se desvaneció cuando ella empezó a girar por la pista, tan unida a ese hombre que parecían formar un solo cuerpo. Paula que todo se desvanecía a su alrededor, salvo el rostro de Pedro. Tenía que decirle que se detuviera, pero lo único que deseaba era que no parara nunca. Finalmente, el ritmo se tornó más lento y ella volvió a ver a David atento a Rosana, que hablaba nerviosamente indicando la pista. De pronto, ambos salieron a bailar.

-Ahora quiere comprobar por sí mismo si en realidad eres tú. Mira, se acerca a nosotros.

-¡Oh, no! -exclamó ella involuntariamente.

-¿Por qué no? Éste es tu momento de triunfo. Míralos. Tristes y avejentados antes de tiempo a causa de un exceso de compromisos y traiciones. Y mírate tú. Joven y hermosa como una sirena. Todos los hombres se vuelven a mirarte con admiración. A ellos ya nadie los admira y están amargados. Vamos a hacer que se dé cuenta de lo que desperdició y que sufra por lo que te hizo.

-Tienes razón -murmuró, sorprendida de la capacidad de comprensión de ese hombre, como si sus mentes estuvieran más unidas que sus propios cuerpos.

Tal como Horacio había previsto, se sintió satisfecha al notar la perplejidad de David cuando la reconoció. Sus miradas se cruzaron en un momento de clamorosa victoria para ella.

-Mírame -murmuró él en su oído.

Ella alzó la vista y de inmediato sintió los labios de Pedro sobre los suyos. Casi tropezó por la sorpresa, pero sus brazos la sujetaban con firmeza mientras bailaban y entonces su boca se entregó a la de él, saboreando la caricia. Ella pensó con desesperación que esa caricia no era nada importante, que él era sólo un amigo que la ayudaba a vengarse de David. Debía aceptar ese beso con la cabeza fría e ignorar las sensaciones salvajes que recoman su cuerpo.

-¿Está mirando? -murmuró contra la boca de Pedro.

-No dejan de hacerlo, así que bésame otra vez, como si de verdad lo desearas.

Los brazos de Paula rodearon su cuello; con una mano en la nuca lo atrajo hacia ella y entregó todo su ser en ese beso mientras recibía la misma respuesta. Pedro le rodeaba la cintura con ambos brazos, tan estrechamente que a ella le habría sido imposible resistirse si hubiera querido, aunque no era eso lo que deseaba. Había anhelado ese contacto y, aunque su mente insistía en negar sus instintos, el deseo se apoderaba de su cuerpo con imperiosa intensidad. Sin embargo, no debía hacerlo. Tenía que guardar las distancias, aunque era un modo muy extraño de hacerlo, unida como estaba al cuerpo de Horacio.

-¿Qué está ocurriendo entre nosotros? -susurró.

-No estoy... muy seguro -murmuró él en su oído.

Y de pronto, el mundo pareció explotar en vítores, fogonazos de cámaras fotográficas y rosas rojas que caían sobre ellos.

-¿Qué diablos...? -alcanzó a decir Paula.

En ese momento, un hombre con una chillona chaqueta brillante se abrió paso entre el público que los rodeaba y se inclinó ante ellos. Era el maestro de ceremonias.

-¡Enhorabuena! Son los ganadores de nuestro concurso de San Valentín. Todas las noches, durante una semana, elegimos a una afortunada pareja como los amantes perfectos. ¡Y han  ganado! -gritó en medio del aplauso de los concurrentes.

-¿Qué vamos a hacer, Horacio?

-Seguirle el juego -le dijo al oído-. No tenemos más alternativa. Esto se acabará en unos cuantos minutos y podremos escaparnos. Mientras tanto, intenta parecer convincente. Sonríe.

-Ha sido el beso más impresionante jamás visto. ¿Podrán repetirlo? -gritó el maestro de ceremonias.

-Tenemos que darle lo que quiere o no nos dejará en paz -murmuró Pedro antes de volver a besarla.

Paula se rindió en sus brazos. Cuando finalmente él se separó de ella, la joven vislumbró entre el público la cara desencajada de David, que la miraba con la boca abierta. Había vencido al hombre que un día la rechazó por aburrida y poco atractiva; el hombre que traicionó su amor por dinero. Y lo más sorprendente era que ya no le importaba. El maestro de ceremonias los condujo a la mesa y se sentó junto a ellos. Luego llenó las copas con champán y brindó a la salud de la pareja.

-Y ahora ha llegado el momento más esperado de la noche. ¡Deben elegir su premio! -anunció a pleno pulmón.

Tras mostrarles un catálogo con una serie de imaginativas diversiones a todo lujo, como por ejemplo, quince días en unas famosas termas de moda, compras en la tienda más cara de Londres o unas vacaciones en cualquier ciudad de Europa, miró a Pedro con aire interrogativo.

-Que elija ella.

-Ya lo he decidido. Elijo el viaje a una ciudad de Europa -dijo la joven con una brillante sonrisa.
-
¡Maravilloso! -exclamó el maestro de ceremonias-. ¿Y qué ciudad prefieres?

Paula sonrió a Pedro.

-Nápoles.

Juegos Peligrosos: Capítulo 17

-Tú no debes estar aquí. Tendrías que estar preparando el informe para Leonate Europa.

-Tengo que pensar en lo que voy a decir.

-No hace falta que les hables de mí como persona, sólo como mujer de negocios.

-Como mujer de negocios eres impresionante.

 -Verás, a veces hay que utilizar un repertorio de trucos con los clientes difíciles. Uno de ellos es atraer primero la atención de la víctima con la antigua técnica de batir las pestañas. Y cuando lo tienes atontado, le das el golpe final con datos y cifras. Mira -dijo mientras subía y bajaba los párpados lentamente, con una lánguida sonrisa.

-Lo haces muy bien -comentó Pedro, embelesado-. ¿Y piensas aplicar tu truco a Pedro Alfonso?

-¡Otra vez Alfonso! -exclamó. «¿Por qué tiene que sacarlo a colación todo el tiempo?», pensó repentinamente enfadada-. ¿Crees que el truco surtiría efecto? Porque al parecer a tí te ha dejado impasible, así que puede que con él tampoco funcione.

-Se supone que yo no debo reaccionar a esos estímulos. Sólo estoy aquí para ayudarte en tu misión en la vida.

Paula  se quedó pensativa un instante.

 -¿Tienen los mismos gustos?

-Bastante similares -respondió al tiempo que cruzaba los dedos, deseando no haber entrado en ese juego.

-Una información muy útil. A menos que... -Paula se detuvo como si la hubiese asaltado un horrible pensamiento-. Horacio, ¿Tú no eres...? Porque me lo habrías dicho, ¿Verdad?

-¿Decirte qué?

-Sabes a qué me refiero.

 -No, no lo sé -respondió.

De hecho, sí lo sabía, pero había que hacerla sufrir, para variar.

 -Bueno, no eres... ¿Verdad?

 -¿Quieres saber si soy gay? -preguntó con una sonrisa torcida-. Vaya, cualquiera que no intente abalanzarse sobre tí, necesariamente tiene que apuntar en la otra dirección, ¿No es así? Por lo demás, ¿Tendría alguna importancia?

-Desde luego que sí. ¿Cómo podrías aconsejarme sobre él si tú...?

-Puede que él también lo sea.

-¿Y lo es?

-¿Cómo puedo saberlo? Nunca le he hecho proposiciones.

Ella le lanzó una mirada furibunda.

-¿He estado perdiendo el tiempo?

-¿No te dice nada tu intuición femenina? -preguntó.

Pedro se tomaba su revancha y eso le divertía mucho-. ¿No estoy interesado o simplemente soy un perfecto caballero? Es extraño lo difícil que resulta advertir la diferencia hoy en día.

-¿Disfrutas con esto, verdad?

 -¿Por qué no? Te has burlado de mí todo el tiempo. Ahora me toca a mí. ¿Paula?

 La rapidez con que había dejado de prestarle atención habría sido cómica, si no hubiera sido decepcionante. Paula tenía los ojos clavados en las penumbras de la pista de baile.

-¿Qué ocurre? -urgió al tiempo que le apretaba la mano.

 -Nada, debo... debo de haberlo imaginado.

 -Sea lo que sea, parece haberte trastornado. ¿No me lo puedes contar?

-Simplemente me pareció haber visto a un conocido, pero con esta luz tan escasa puedo haberme equivocado.

-¿Quién?

 -Mi ex marido.

Pedro la miró fijamente.

-¿Estás segura de que es tu ex marido?

 -Sí, creo que es David -aseguró.

Pedro notó que temblaba.

-¿Y te importa? ¿Sigues enamorada de él?

-No, desde luego que no. Pero es la primera vez que lo veo desde que nos separamos. Puede que no sea él.

 -Pero no vas a estar tranquila hasta que lo compruebes, ¿Verdad?

-¿Qué puedo hacer? -preguntó.

La proverbial seguridad en sí misma había desaparecido por completo-. Está claro que no voy a ir a mirar.

-Aunque bailando sí lo puedes hacer.

 -Dejémoslo. El pasado es el pasado.

 -Tonterías. Nunca será pasado hasta que te enfrentes a él y le ordenes que se aparte de tu camino.

 Sin darle tiempo a negarse, Pedro la guió hasta la pista de baile. Conmocionada, Paula cayó en la cuenta de que al fin la abrazaba. Tantas veces que pudo haberlo hecho y tantas veces que se había resistido.

 -¿En qué dirección? -preguntó él.

-Cerca de la orquesta.

Poco a poco se aproximaron mientras los ojos de la joven registraban las mesas junto a la pista. Y al fin encontró lo que buscaba. Entonces se preguntó cómo pudo haberlo reconocido. David había engordado, mostraba una incipiente calvicie y había en su rostro una expresión de descontento que se reflejaba en la cara de la mujer sentada junto a él. ¡Rosana! No le fue fácil identificar en esa mujer un tanto gruesa y estropeada a la ninfa que nunca había borrado de su memoria.

-¿Es él?

-Sí.

-¿Y la mujer?

 -Rosana, su esposa.

-Hizo un mal negocio al cambiarte por ella.

jueves, 16 de febrero de 2017

Juegos Peligrosos: Capítulo 16

-La aprobará. -¿Así de simple? -¿Por qué no? Es el siguiente paso lógico. Tú no lo previste porque careces de la visión adecuada, pero aprenderás.

 -¿Una visión adecuada para la empresa Leonate?

 -No, para cualquier negocio de éxito. Todavía piensas en transacciones a pequeña escala y eso no es útil con vistas a un conglomerado internacional.

-¿Cómo sería posible manejarme en términos «internacionales» si todavía no puedo conocer al gran jefe?

-¿Todavía sigues obsesionada con él?

 -Lo sabías desde el principio y nada ha cambiado.

-¿Y qué ocurre con tu trato humanitario al personal de Hadson's?

 -Fue una equivocación. No supe manejar la situación. En cambio tú sí que comprendiste bien al señor Jakes.

-Así que después de todo puede que no sea un tipo sólo «datos y cifras», como me acusaste -dijo medio en broma.

-¿Dije eso? No lo recuerdo.

-Estás rendida. Has conducido mucho y mañana nos espera una jornada intensa. Cuando acabemos la cena nos iremos a dormir.

Pese al cansancio, a Paula le costó conciliar el sueño. Se mantuvo largo rato pendiente de los movimientos de Pedro al otro lado de la delgada pared. Estaba claro que él tampoco podía dormir. La joven se preguntó qué estaría pensando y por qué estaría tan inquieto como ella. Tras una visita bastante productiva a la otra empresa, se marcharon a Londres por la tarde temprano.

-Hemos hecho un buen trabajo. ¿Qué te parece si lo celebramos esta noche? -sugirió Pedro.

Paula respondió con un suspiro de deleite. A media tarde, él la dejó en su casa.

-Iremos al Diamond Parrot -informó. Era la sala de fiestas más moderna y elegante de Londres-. ¿Tienes un vestido negro?

-Creo que sí -respondió con cautela, a sabiendas de que no lo tenía.

Pedro lo comprendió perfectamente.

-Bueno, tómate el resto de la tarde libre para asegurarte.

Horas después, se puso el vestido negro de seda que había comprado. Era decididamente seductor y se ajustaba perfectamente a las caderas de la joven.

Nada más verla, Pedro hizo un gesto de asentimiento.

-Justo lo que imaginaba cuando compré esto -observó satisfecho mientras le entregaba una caja de terciopelo negro que contenía un colgante de diamantes y pendientes a juego-. Un premio por un trabajo bien hecho.

-¿Es un obsequio de tu empresa?

-Por supuesto. Acostumbramos a mimar a nuestros colaboradores más valiosos comentó mientras Paula se ponía los pendientes.

Luego se volvió para que él le abrochara el colgante. El largo cuello, blanco y perfecto, era una invitación que Pietro no debía aceptar. Intentó cerrar el broche sin tocarla y se apartó de inmediato para evitar besarle la nuca.

-Ya está. Y ahora nos vamos -dijo con la esperanza de que no le temblara la voz.

Ella se volvió con el ceño ligeramente fruncido, como sorprendida. Pedro volvió la cara por temor a traicionarse. Ella nunca debía adivinar la verdad; no hasta que él estuviera preparado para hablarle. Entonces ambos reirían juntos. Y ese momento sería muy dulce. Pero no había que precipitarse, a riesgo de estropearlo todo. Pedro aún no sabía claramente qué podría significar «todo», aunque no ignoraba que debía cuidar cada palabra, cada paso que diera en adelante. Si hubiese sido una relación convencional, la habría estrechado entre sus brazos antes de besarla apasionadamente. De pronto, no le pareció una buena idea haberla invitado. Ella se sentaría a su lado, hermosa y radiante, y él tendría que guardar la calma. Al llegar, descubrieron que el Diamond Parrot había decidido prolongar una semana los festejos del Día de San Valentín, así que el ambiente estaba muy animado. Un camarero los condujo a una mesa junto a la pista de baile.

Segura de haberlo impresionado, Paula se sentía radiante, aunque todavía desconcertada por la manera impersonal con que había cerrado el broche de la joya. Había esperado una caricia de sus dedos en la nuca, como lo habría hecho cualquier otro hombre.

Juegos Peligrosos: Capítulo 15

-Se trata de personas, no de cifras estadísticas.

 -Desgraciadamente, así son los negocios.

 -¡Al diablo con los negocios!

-Si Pedro Alfonso te oyera, estarías muerta -observó con ironía.

-Pero él único que me oye eres tú.

-Sólo yo -repitió con una extraña inflexión en la voz que ella no alcanzó a comprender-. No se lo diré, pero tarde o temprano la verdad saldrá a la luz.

-¿Qué verdad?

-Que bajo esa fachada dura y calculadora que te has creado con tanto afán, se oculta un ser humano de buen corazón.

 -Es mentira -rebatió, furiosa.

-¿Dónde obtuviste ese conocimiento tan minucioso de Hadson's?

-Una vez pasé una semana aquí.

 -¿Y conociste a todo el personal?

 -Hice un estudio detallado de la empresa, como corresponde a mis funciones.

 -Entonces trabaste amistad con ellos y solidarizaste con su causa, ¿Verdad? -insistió, sin remordimientos.

 -Se supone que uno es un ser humano y no un robot.

-Me temo que eso no es cierto. Tarde o temprano hay que elegir. Mi querida niña...

-No me llames así. No soy tuya, no soy una niña y no soy un ser querido para ti. -¿Eso no tendría que decidirlo yo? -preguntó con suavidad.

-¡Ya es suficiente! -respondió ella en el mismo tono, tras un prolongado silencio.

 Él se encogió de hombros.

-Como quieras. Subiré a mi habitación a pasar unas horas dedicado a la desalmada caza del dinero. Buenas noches.

Paula se quedó sola rumiando sus pensamientos. ¿Cómo se le había ocurrido pensar que ese monstruo era un buen tipo?

A la mañana siguiente, en lugar de ver a Pedro a la hora del desayuno, encontró una nota:

"Estaré muy ocupado esta mañana, pero más tarde nos reuniremos en Hadson's.  H.G."

Había un borrón antes de las iniciales, como si hubiese querido escribir otra cosa. «Tal vez ni siquiera se acuerda de su nombre», pensó sin la menor caridad. La mañana en Hadson's no fue agradable. El personal sospechaba lo peor y Paula sólo pudo confirmarlo.

-Él dice que esta empresa no es viable. Ahora todo es cuestión de tiempo. Lo siento mucho -dijo con un suspiro.

-Sabemos que usted hizo todo lo que pudo -afirmó el señor Jakes y los otros corroboraron sus palabras.

Paula quiso echarse a llorar. Se sentía responsable por no haber podido salvar el puesto de cuarenta empleados que incluso hasta se mostraban agradables con ella. Pedro llegó a media tarde y fue recibido en medio de un denso silencio.

-Siento mucho haberles hecho esperar -se excusó, al parecer ajeno a la atmósfera reinante-. Esta mañana las negociaciones me llevaron más tiempo de lo esperado debido a que el señor Kellway tardó mucho en decidirse. Aunque finalmente logró ver el aspecto positivo de la negociación.

-¿Has estado en la empresa de Kellway? -Paula preguntó, atónita.

-Y la he comprado. Como no hay lugar para dos fábricas del mismo ramo, habrá una fusión. Los que quieran seguir trabajando tienen un puesto garantizado en Kellway's. Y los otros podrán acceder al despido voluntario.

Todos los ojos se volvieron a Paula con una mirada acusadora.

-Pero ella ha dicho que usted cerraría la empresa definitivamente y que nos despediría a todos.

-¿Dijiste eso?

-No con esas palabras -balbuceó Paula-. Aunque tú dejaste claro...

-Lo único que dejé claro fue que esta empresa no es viable, así que opté por la fusión. Y nunca hablé de despidos. Ese fue tu error. No debiste sacar conclusiones precipitadas. Bueno, antes de marcharnos queremos saber quiénes se quedan y quiénes se marchan. Señor Jakes, su puesto está asegurado. Kellway ha pedido expresamente su colaboración en la nueva empresa.

Una hora más tarde, Pedro y Paula se marchaban en medio de una aclamación general. De vuelta a la taberna, él preguntó:

-¿Nos da tiempo a llegar hoy mismo a la otra empresa?

-Creo que sí.

Paula condujo las tres horas que duró el trayecto a Midlands, donde encontraron un pequeño hotel, justo a tiempo para cenar.

-Esta tarde me dejaste en ridículo ante los empleados -lo acusó mientras tomaban la sopa.

-No fue mi intención, aunque no debiste haber hecho ese anuncio sin antes consultarme.

-Nunca pensé que decidirías algo así. ¿Qué me dices si el señor Alfonso no aprueba la compra que acabas de hacer?