martes, 24 de noviembre de 2015

Mi Bella Tramposa: Capítulo 42

—Así empezó todo —admitió con sinceridad—. Pensé que te odiaba, pero después, en la cabaña, todo cambió. Cuando me hiciste el amor, me dí cuenta de mis sentimientos. No te odiaba, te amaba. Te amo, Pedro —su voz reflejó la convicción profunda que sentía—. Te amo con todo el corazón. Esta última semana apenas he vivido sin verte: te amo, te deseo y te necesito… y ahora especialmente.

Pedro frunció el ceño.

—¿Ahora? —repitió sin entender.

Paula asintió con los ojos brillantes.

—Necesito que seas el padre de nuestro hijo.

Sus palabras fueron recibidas en un silencio total. La cara de Pedro era la imagen de la sorpresa y un estremecimiento de duda la recorrió.

—¿Tú… vas a tener un hijo? —inquirió lentamente.

—Sí… el próximo mayo. Oh, Pedro, ¿te molesta?

—¿Molestarme? ¡Estoy feliz! ¡Dios, Paula! ¡Si supieras cuánto envidiaba a Luciana y a Santiago! Oh, mi amor, ¿estás segura?

—Completamente. Lo confirmé esta mañana, yo…

El resto de la explicación se le olvidó porque él la abrazó con tal fuerza que le quitó el aliento.

—Me has hecho el hombre más dichoso del mundo —suspiró Pedro—. No sabes lo que esto significa para mí.

Paula podía adivinarlo. Le entregaría a su hijo toda la devoción y el amor que requiriera. Debilitada por la repentina felicidad, se relajó en los brazos de pedro, apoyándose en su fuerza. Después, se le ocurrió una idea y se volvió para mirarlo.

—Esos estuches de maquillaje —murmuró, sin saber cómo formular la pregunta.

—Úsalos —le rogó Pedro, con los ojos llenos de sinceridad—. Úsalos o tíralos, como prefieras… ya no me importa. Para mí siempre serás la mujer más hermosa sobre la Tierra, la única mujer, mi esposa.

—Tu esposa —repitió ella, alucinada. Esas palabras poseían un sonido maravilloso. De repente, la expresión de Pedro cambió y una risa traviesa bailó en sus ojos.

—Sólo necesito saber una cosa más, Cenicienta —murmuró, acercándosele tanto que sus labios le rozaron la mejilla—. ¿De verdad te transformas a la medianoche? Detestaría despertar y encontrarme con una calabaza sobre la almohada.

La risa burbujeó en su interior.

—Ya deberías saber la respuesta. ¿No recuerdas las noches en la cabaña?

—No me acuerdo —afirmó Pedro, acercándose a su boca con pequeños besos, mientras sus manos la acariciaban con fuego—. ¿Te importaría recordármelo?

—Con mucho gusto…

Las palabras se perdieron bajo la presión de los labios de Pedro y su último pensamiento coherente fue el final del viejo cuento de hadas que tantas veces había oído de niña… «y la Cenicienta se casó con el príncipe y vivieron felices…», también ellos vivirían felices para siempre.




FIN

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