sábado, 28 de noviembre de 2015

La Traición:Capítulo 7

—¡El relámpago! —gimió, al recordarlo todo.

—Te salvaste sólo por medio metro, Hay un círculo enorme de pasto quemado. ¡Dios mío! Cuando te vi allí, inconsciente…

Paula  se estremeció, Afuera, los rayos seguían descargando su destructiva energía sobre la isla.

—Quédate aquí —le pidió cuando ella intentó incorporarse—. Voy a encender una fogata, para que no te dé pulmonía.

Era una buena sugerencia, pues Paula aún estaba mareada. Miró a su alrededor y se dio cuenta de que el techo goteaba en algunas partes, pero ellos se encontraban en el extremo seco de la habitación.

Pedro arrancó la duela del piso y comenzó a romperla en pedazos más pequeños.

—Cuando la tormenta empezó a caer, recordé que no tenías tu impermeable, de modo que fui a buscarlo explicó, por encima del hombro—. Está allí, junto a tí. En cuanto pueda encender estos maderos, quiero que te quites esa ropa mojada.

Paula iba a protestar, cuando se le ocurrió otra cosa. Con ese clima, ya no podrían regresar por mar a tierra firme. ¿Y si debían pasar la noche en la isla? ¡Miguel se pondría furioso!

—No creo que el mal tiempo dure tanto —repuso, cuando ella le comentó, su preocupación. Esta mañana no dijeron nada acerca de una tormenta en el informe  meteorológico. Con algo de suerte, la borrasca quizá no dure más que un par de horas.

Por fin, logró encender un buen fuego en la chimenea y ayudó a la joven a ponerse de pie.

—Gracias —su vestido mojado se le amoldaba al cuerpo y no dejaba nada a la imaginación. Paula percibió de pronto la mirada ansiosa de Pedro.

—¿Gracias? ¿Eso es todo lo que vas a darme? —la rodeó de la cintura y la atrajo—. Y tienes tanto que ofrecer…

De pronto, Paula quedó atrapada en un torbellino de emoción y miedo. A pesar de que trató de aparentar naturalidad, la voz le tembló al preguntar:

—¿Qué tenías en mente?

—Para empezar, un beso, Paula —acercó la boca—. Estoy seguro de que puedes darme eso.

—Bueno… —trató de sonreír, como si eso le pareciera tan sólo una broma—… si crees que eso te hará sentir mejor.

—Así será —le aseguró—. Desde que ví que te transformaste en una hermosa y seductora mujer, tengo deseos de probar tu deliciosa boca —flexionó el brazo, acercándola más, y la besó en los labios.

Ante ese cálido y húmedo contacto, Paula supo que debía mantenerse tranquila e impasible. Pero el movimiento lento y sensual de la boca de Pedro la hizo estremecerse. ¡Qué sensación tan maravillosa! Nunca un beso había sido tan excitante, tan dulce y apasionado. Sin pensar en las consecuencias, la chica le echó los brazos al cuello y se alzó de puntillas, arqueándose contra ese hombre. Podía sentir los fuertes latidos de su corazón contra su seno.

—Paula… —le besó los párpados—. Eres tan hermosa —susurró—. Esto es increíble. ¿Por qué no me fije en tí antes de que te marcharas? ¿Acaso estaba ciego? — le acarició la nuca mientras le besaba la sensible piel detrás de la oreja.

Paula  sabía que debía empujarlo, pero cuando él le acarició el seno, su decisión fue sustituida por la gratificación sensual. Sus pezones se tensaron y sintió que se derretía. Otros hombres la habían abrazado, pero sus torpes esfuerzos por excitarla, sólo le provocaron repulsión. Pedro era diferente. Era un músico que sabía qué notas y cuerdas tocar. Su voz, no reflejaba un deseo egoísta ni brusco, sino la seductora promesa de la plenitud.

Él le desabotonó el vestido y le desabrochó el sostén. Se inclinó y le besó uno de los pezones, haciéndola temblar de la cabeza a los pies. Pedro se irguió y le besó la boca antes de mirarla a los ojos y susurrar:

—Te deseo, Paula. Voy a hacerte el amor. Aquí. Ahora.

La directa y serena declaración de sus intenciones no la ofendió ni la asombró. Era la natural combinación de todo lo que había sucedido desde que la invitó a comer, dos horas antes. A Paula  la embargaba un anhelo ferviente e intenso, un ansia contenida durante demasiado tiempo… ¿Por qué había ella rechazado a sus pretendientes anteriores? ¿Acaso esperaba de manera inconsciente que llegara ese momento?

El observó con detenimiento cómo esas distintas emociones se reflejaron en el rostro de la chica.

—Tal vez no estás de acuerdo. Después de todo, provengo de la detestada familia Alfonso.

Esa acusación la horrorizó.

—¿Cómo puedes decir eso, Pedro? No tengo nada en contra tuya sólo porque tienes ese apellido. Creí que ya lo sabías.

Pedro sonrió, satisfecho. Le enmarcó el rostro con las manos y murmuro:

—Paula, somos el producto final de dos clanes orgullosos y ancestrales. Tengo la impresión de que todo ha llevado a este momento.

Empezó a desabrocharle el resto de los botones y en seguida le deslizó el vestido de los hombros.

Luego, le quitó el sostén. La luz del fuego le dió un suave tono dorado a su piel y la chica no sintió vergüenza cuando él la devoró con los ojos y empezó a masajearle los senos con las manos; volvió a besarle los labios con ansia.

Saciado al fin con la dulzura de su boca, Pedro se apartó y se quitó la camisa.

Mirándola a los ojos, terminó de desvestirse.

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