—No había planeado besarte, pero te ví tan hermosa —le confesó en voz baja—, que no pude evitarlo.
Eso era más de lo que la chica podía soportar. Aún azorada por el beso y su propia reacción, le parecía que esos ojos grises estudiaban su cara con demasiada insistencia para que se sintiera cómoda. Bruscamente, liberó su brazo de la suave presión de Pedro.
—Estaba haciendo café —dijo secamente—. ¿Quieres una taza?
Agradeció los breves momentos en que se distrajo poniendo las tazas en los platos y sirviendo el café. Necesitaba tiempo para recobrarse de la impresión. Algo había pasado, algo que no entendía. Sólo sabía que se sentía como si le hubieran puesto cabeza abajo y la hubieran vaciado de su contenido; y, por mucho que lo intentara, no podía recuperar el odio que había sentido por Pedro el día anterior y, sin esa emoción, no sabía cómo actuar.
Al final, él le facilitó las cosas. Inició una conversación trivial que ella podía seguir sin dificultad y su tensión empezó a desvanecerse mientras le explicaba lo que había hecho en el jardín, intercalando uno o dos comentarios graciosos.
Esa actitud, marcó la pauta del resto del día. Pedro se comportó con cortesía, ofreciéndole su agradable y amistosa compañía, que Paula aceptó agradecida. No trató de persuadirla de que hiciera nada, sino que la dejó sola, dedicándose a arreglar el jardín y permitiéndole hacer lo que quisiera.
Para Paula, las tranquilas horas en el campo contrastaban con la agitación y el ruido de su vida profesional, las prisas para llegar de una cita a otra y la tensión de pasar de un experto del maquillaje a un estilista del peinado para ser fotografiada cientos de veces, hasta que el fotógrafo quedaba satisfecho. A medida que el tiempo pasaba, se daba cuenta de lo que se sentía al descansar y poco a poco empezó a ver su carrera con nuevos ojos. El éxito la había esclavizado, dejándole muy poco espacio para los detalles pequeños y personales de su vida, y por fin comprendió que un sin número de veces se había considerado a sí misma una marioneta que sólo se movía si alguien tiraba de las cuerdas.
Por fin comprendía del todo por qué Pedro se refugiaba en la cabaña, por qué se alejaba de Londres, de los hoteles Alfonso y de las exigencias de su trabajo. Con ese nuevo punto de vista, sintió una súbita e inexplicable necesidad de ver a Pedro y, sin considerar qué la motivaba, salió al jardín, en la parte posterior de la casa.
Pedro estaba trabajando en un área con plantas muy crecidas, entre dos enormes manzanos cargados de fruta, que se alzaban contra el muro más lejano del jardín. Se había quitado la camisa y Paula lo observó en silencio. Estaba despeinado, su espalda brillaba por el sudor y no daba la imagen del hombre de negocios a la que estaba acostumbrada.
«Sé tú misma», le había dicho, y ella se había enfadado. Pero, ¿no había realmente una parte de sí que había sofocado para que Paula Chaves, la modelo famosa, triunfara? Con un sentimiento de tristeza, que se agrandaba cada vez más, admitió que en otras circunstancias no se hubiera quedado allí, observando a Pedro, sino que lo hubiera ayudado. Pero había elegido un papel diferente y debía seguir actuando. Comportarse de otra manera implicaba arriesgarse a que él la comparara con Paulina y se diera cuenta de que lo había engañado. Sospechar que quizá Pedro hubiera preferido, por lo menos como compañera, a la Paulina de antaño, sólo agudizó su inseguridad.
«Sé tú misma». Con un suspiro francamente envidioso, Paula pensó que él lo tenía fácil. Vestido con un viejo pantalón vaquero y zapatos sucios, no perdía el aura de poder y energía que siempre lo rodeaba. Su físico saludable no requería de ropa cara ni de los trucos que los mortales de menos categoría usaban para destacar. Volvió a suspirar. Con gusto cambiaría cada prenda de su guardarropa por la oportunidad de vestirse con comodidad, estar con Pedro y compartir con él la otra parte de sí misma.
Aunque fue muy leve, Pedro oyó el suspiro de la joven y se volvió rápidamente. Al verla, parada en la mitad del camino, se pasó una mano por el pelo húmedo para quitárselo de la frente y, sin hablar, le sonrió, deseando poder calmar la inquietud que reflejaban aquellos ojos verdes.
A Paula le pareció que su corazón había cesado de latir. Era ilógico, irracional, pero le parecía que nunca había visto sonreír a Pedro, como si, al igual que los besos que le había dado, él siempre se hubiera mantenido a distancia. Esa sonrisa en cambio, era cálida y le daba la bienvenida, iluminando sus ojos, al mismo tiempo que su rostro. Por un momento, Paula creyó que el sol brillaba en todo su esplendor.
—Yo… venía a preguntarte si querías beber algo —tartamudeó de prisa, avergonzada de que la sorprendiera observándolo a sus espaldas—. Hace mucho calor. Debes tener sed.
—Tengo sed —le agradeció que aceptara ese pretexto, con su voz suave y agradable. Algo en sus ojos la hizo agitarse inquieta—. Hay una cerveza en la nevera que me sentaría de perlas.
Sólo tardó unos segundos en llevarle la bebida, y después podía haber vuelto a la casa, pero no tuvo ganas de dejar a Pedro y se quedó a su lado mientras bebía hasta que dejó a un lado el vaso vacío, con un suspiro de satisfacción. Había un poco de barro en su mejilla y Paula levantó la mano y se lo limpió, antes de darse cuenta de lo que hacía; desconcertada por ese impulso inesperado, la bajó.
—¿Qué harás aquí? —preguntó, indicando con la cabeza el área en la que Pedro trabajaba—. Sería el sitio ideal para hortalizas.
—Es cierto, pero temo que no puedo planear algo tan ambicioso. No vengo con la frecuencia necesaria para vigilarla y las malas hierbas las invadirían.
—Es una lástima. Norberto siempre…
Se calló, asustada por lo que había revelado sin advertirlo y, bajando la cabeza, murmuró:
—Me llevaré esto y lo lavaré —cogió el vaso vacío y huyó hacia la casa.
Al entrar en la cocina, se dio cuenta de que la expresión de los ojos de Pedro era la misma de la noche de la exhibición de modas, cuando la había tomado en sus brazos y el deseo había agrandado sus pupilas.
¿Por qué había surgido de repente? ¿Por qué ahora, si no había demostrado ningún interés en las semanas transcurridas entre la cena de Luciana y esas vacaciones? Un estremecimiento helado le recorrió la espalda al pensar que estaba atrapada en esa casa con Pedro, sola e indefensa. Antes, su único temor era que él descubriera su verdadera personalidad; pero de pronto empezaba a sentirse amenazada de una forma diferente.
Geniales los 4 caps, qué maldito quemarle todo el maquillaje jajajaja. Me encanta esta historia.
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